Entrevista realizada por Marien González, Raimon Ràfols e Irmak Ertör
Manu Chao es un reconocido músico, conocido por sus ideales políticos y su apoyo a movimientos ambientales, indígenas y migrantes, entre otros. Tanto con Mano Negra desde 1992, como ahora con la banda La Ventura, ha tenido mucha presencia en Latinoamérica. Desde 2012, ha mostrado, también, apoyo a la campaña “No a la mina”, presente en varios países del continente. Realizamos esta entrevista a mediados de mayo en Barcelona, con interés de poder conocer cómo, desde la música y el activismo cultural, Manu Chao apoya a redes de activistas y movimientos sociales.
Conocemos tu trayectoria de apoyo a las luchas socioambientales, especialmente en América Latina. ¿De dónde te viene esta implicación?
Primero de todo, creo que el compromiso ambiental me viene de un profundo instinto de conservación: se nos va alumbrando la bombilla de que esto así no puede durar mucho. Y, también, con la suerte que tuve de poder viajar por el mundo, de darme cuenta de las agresiones directas a la gente y a la naturaleza que ocurren, porque la gente me las cuenta. A partir de ahí, uno intenta a su nivel implicarse, y hacer cosas. He conocido a gente muy valiente, que se juega la vida, y, dependiendo de los países, sufre también violencia física. Mira Berta Cáceres en Honduras, mira Colombia, a donde vamos a menudo también. Hay casos de muerte cada año, hay gente con quien hemos trabajado hace cuatro años y está muerta ahora. Esa gente son un ejemplo para mí; conocí gente que arriesga su vida para defender cosas que son de todos. A partir de ahí, te involucras… porque te llegan al alma.
¿Crees que tu compromiso ayuda a la difusión y también al empoderamiento de los movimientos y comunidades?
Somos muchos los que nos preguntamos si servirá para algo lo que hacemos. Por ejemplo, el colectivo de “No a la mina”, que empezó en Argentina, al principio lo formábamos poca gente. Ahora caminas por Buenos Aires y hay pintadas “No a la mina” en las paredes. Eso para mí es una señal de que cada día más gente está dando apoyo. Pero creo que la repercusión de lo que hacemos con la gente de “No a la mina” sería mejor que te la explicaran ellos. Ellos sí me dicen que es importante sentir que, en cada pueblito, no están solos. Es importante cuando, por ejemplo, estás en un pueblito luchando, en algunos casos, incluso en contra de parte de la comunidad, porque dicen “la mina da trabajo”. También es importante para visibilizar victorias, como las de Esquel y Famatina (Argentina), aunque no sean nunca victorias completas, porque, cuando cambian los políticos, te vuelven a atacar. Hay que mantener una vigilancia constante.
Cuando somos más útiles es cuando actuamos como su altavoz, bien sea a través de nuestros medios de comunicación, o bien dando espacio para el micrófono abierto en los conciertos. Hay lugares donde puedes llegar más fácil, hay lugares donde fue más simbólico. Por ejemplo, hicimos un concierto en San Juan en Argentina, que es la cuna de la minería, con políticas muy muy pro minería. Entonces, haber tocado ahí delante de miles de personas y haber hablado sobre minería llega a ser importante.
¿Cómo das la voz a la gente?
A mí, viene mucha gente a decirme: “Manu, en el escenario, habla de esto…” Y yo digo: “No; lo vas a decir tú, porque tú lo has vivido, porque tú sabes de lo que estás hablando. No es lo mismo que lo digas tú que lo diga yo.” Me parece importante que sea la gente la que lo diga por ellos mismos. Muy pocas veces hablo yo mismo: primero, porque creo que no soy buen orador, no tengo ese arte. Segundo, creo que es mucho más fuerte y verdadero cuando habla la propia gente que lo vive a diario. En cada ciudad tenemos nuestros informadores, que nos avisan antes de lo que está pasando, y ahí organizamos quién va a subir, de qué va a hablar. Es importante controlar los tiempos. Demasiado activismo en un show puede acabar siendo contraproducente: la gente se puede hartar. Así que hay que tener cuidado de que los mensajes sean cortos, y yo diría que ya lo tenemos bien ensayado con toda esa gente.
Aunque das conciertos en todo el mundo, tienes una presencia constante en América Latina. ¿Cómo comenzó tu vinculación allá?
Para mí, América Latina fue mi escuela de vida y un aprendizaje de todo. Primero, llegué allí por la música. Crecí en París, pero había muchos discos latinos en casa, estaba esa cultura en casa. Era la época de las dictaduras en América Latina y había muchos activistas refugiados en París, muchos de ellos se juntaban en la casa de mis padres: chilenos, argentinos, uruguayos. América Latina estaba desde pequeño en mis orejas, en la gente que me encontraba, aunque aún no sabía bien qué era. Y también con muchos discos que llegaban desde allí… Creo que mi primer contacto con la música latinoamericana fue con Bola de Nieve, el pianista cantautor cubano.
Después, pude conocer América Latina con las giras que hicimos con Mano Negra, incluso con la crueldad que supone una gira, que llegas y no puedes quedarte mucho tiempo. Pero, por suerte, con ese tren con el que cruzamos Colombia (1993), donde pudimos quedarnos por más rato en lugares excelentes. También, cuando he estado sin bandas he tenido la posibilidad de pasar más tiempo allí, donde me aceptaron y me consideraron; tengo mi familia ahí. Aunque es un continente grande, con muchos, miles de mundos.
Nuestra intención es llegar para entender mejor, colaborar para que se pueda dar difusión, y poco a poco intentar buscar qué más se puede hacer. Yo ahora tengo ganas de profundizar estos encuentros, ya que creo que nuestra presencia de tres o cuatro días puede dar una cierta fuerza a la gente, y en cierto modo también nos permite dar fuerza a más gente porque vamos a más lugares. Pero a mí ahora me pide el cuerpo profundizar en un solo lugar. Y, más que todo, siendo de fuera, para poder tener entendimiento de qué es lo que pasa: no es lo mismo que te lo cuenten que vivirlo en tus propias carnes. Pero hay tantos frentes abiertos, que es difícil decidir dónde… Y la respuesta la dará la vida: ¡no hay que comerse el tarro!
¿Y cómo ves ahora la situación en Latinoamérica, en relación a la minería y a otros proyectos extractivistas?
Nosotros estamos muy concentrados con la minería o el tema de Monsanto. Son temas que expresan algo que desborda el tema político. En América Latina, hemos hecho acciones en países con gobiernos de izquierda, en países con gobiernos de derecha, y lo triste es que, cuando tocas el tema de minería, todos son iguales. Tuvimos los mismos problemas en Argentina que en Venezuela. Los intereses son tan fuertes y tan complicados, que aunque te dicen “sí, sí te entiendo”, siempre llega un “pero…”: están maniatados. En Venezuela, el Gobierno nos dijo: “Manu, ¡solo faltaría que te metieras con el petróleo!” Todos son temas que llevan al tema más profundo, amplio y terriblemente actual del agua. El agua es y va a ser un problema en muchos lugares. Hace poco, estábamos con los wayuu en la Guajira, en Colombia, a los que les han quitado el acceso al río para poder irrigar cultivos de arroz intensivo bajo control paramilitar, mientras hay niños muriéndose de sed. Nos hemos involucrado en muchos otros temas, de los desplazamientos forzosos, de desaparecidos…
Recientemente has estado en territorio mapuche, en el sur de Chile y Argentina. ¿Cómo ves esa situación allá?
Allá es muy antigua la lucha, y ahora la problemática tiene mucho que ver con las hidroeléctricas, la industria forestal, la propiedad de la tierra de gente como Benetton. Con las comunidades mapuches tenemos contacto desde hace mucho tiempo. La última gira fue en febrero de 2016, en Neuquén y en Bariloche (Argentina). En los conciertos, las comunidades hablaron con micro abierto, y también visitamos algunas de las comunidades. En 2014, tocamos en Temuco (Araucanía, Chile), y con los contactos que tenemos pudimos acceder a varias comunidades para invitarlas y que llegaran. Fue importante que vinieran las diversas facciones, que son claras en el movimiento mapuche. Nuestra pequeña valoración positiva, por ejemplo del encuentro en Temuco, es que todas esas facciones vinieron, juntas, a hablar en el mismo micrófono. Son pequeños detalles que te hacen pensar que para algo sirve lo que haces. No es nada importante, sólo para unificar el poder un poco, porque creo que es superimportante darnos cuenta de que la división interna es del interés del enemigo, es una técnica ancestral de romper cualquier revolución. Las izquierdas, o lo que sea que seamos, somos muy fáciles para enfrentarnos entre nosotros, olvidándonos de quién es el verdadero enemigo. En este caso, el enemigo común son los pinos y las tierras que pertenecen a poderes extranjeros (como Benetton, aunque hay muchos más). En este último viaje a la Patagonia argentina, entramos en varias comunidades mapuches que son diferentes entre sí, que no piensan lo mismo: unos, por ejemplo, han aceptado la tierra que se les ha ofrecido; otras, más radicales, han dicho que no: “que no tengo que aceptarte nada, que esa tierra es mía; entonces me encapucho y la tomo”. Yo entiendo a las dos partes e intento que las dos se entiendan, porque no hay que olvidarse del principal enemigo.
¿Tu compromiso con estas luchas te ha puesto problemas con gobiernos o políticos?
Hasta hoy en día, nada grave. Pero tenemos la costumbre de las épocas del 2000, cuando Berlusconi hizo de nosotros un enemigo claro. Hay que cuidarse, por ejemplo tener un poco de cuidado para que nadie te meta un kilo de cocaína en la camioneta, no dejarla abierta… Porque rápidamente te pueden desprestigiar con cualquier cosa. Es difícil que te desprestigien por las cosas que estás luchando, porque todo el mundo sabe que tienes razón. Pero con ese tipo de cosas hay que ser muy cuidadoso para que no te hagan una jugada.
Otro ejemplo es lo que pasó en Atenco (México, 2006), cuando había personas con penas de más de cien años, acusadas de terrorismo, por oponerse al aeropuerto. Y, cuando la policía entró en el pueblo, habían matado a un par de chavales y violado a veintiséis mujeres. Fuimos a tocar a Atenco e hicimos acciones, y en una de las entrevistas que me hicieron hablé de terrorismo de estado. Resulta que por ley en México un extranjero no tiene derecho de hablar de política; entonces hubo un rifirrafe ahí. Y, sin embargo, la semana pasada había estado por ahí Aznar haciendo política por todo el país sin que nadie le incomodase…
¿Te has encontrado con muchos músicos locales que también muestran este compromiso, en Latinoamérica?
Hay tantos que la lista sería larga. Destacar a uno es difícil. Cada vez más, hay muchas, muchas bandas: cada vez se montan más cosas sobre el tema. Cuando montamos los CDs de “No a la mina”, el problema es más que nos sobra gente, o sea que hay que hacer más CDs porque la propuesta viene de muchos lados. Lo de la minería no era un problema que me afectase a mí cuando estaba en Europa, o del que yo ya estaba concienciado: a mí, esa conciencia me llego allí, precisamente cuando empezamos con esto de “No a la mina” allá. Entonces empezaron a llegarme gente de Europa hablándome de los problemas de la minería aquí, en Galicia, en Asturias, en Grecia, en Túnez. No es solo ahí tan lejos, lo de minería también es acá en Europa, también es aquí en el Estado español. Sin hablar del África, porque no conozco, que es peor. Es lo que estamos hablando, pero peor.
¿Qué posibilidades y dificultades tienen los músicos para mostrar su compromiso social, ambiental, sin ser cooptados?
Ese es el eterno problema… Hay músicos activistas que a veces critican a músicos que hacen concesiones de ir a tocar por ahí o por allá en cosas privatizadas. Yo no voy a echarle la piedra a nadie. Un músico es un trabajador; si tiene hijos y tiene que dar de comer a sus hijos, que vaya a hacer un concierto para los Cuarenta principales es un curro como cualquier otro. ¿Quién es quién para juzgar a quién? Uno tiene que alimentar a sus hijos; luego cada uno con sus criterios y sus posibilidades. Yo tengo muy buenos amigos y músicos que trabajan en la Seat o para Mercedes o en la fábrica; en cualquier empresa que estés trabajando te estás vendiendo. Hay muy muy poca gente que pueden decir que viven de algo que esté cien por cien limpio. Entonces, si es una cuestión de subsistencia, yo lo puedo entender. Luego si es una cuestión de ego, o de querer ser mejor que el otro y ser rico, y te vendes por una chorrada…, allá tú: problema de cada uno. Y, con la parafernalia que tienen, o les funcionará o no les funcionará… Esos que van por ese camino tendrán que enfrentarse con otros veinte mil que quieren ser ricos y famosos por la tele y tendrán que entrar en el sistema de la competencia y en el sistema de ahogar al otro para llegar tu primero, y los de arriba aplaudiendo y escogiendo a quien más le gusta. Eso es en todos los oficios; no es un problema del músico, sino de la sociedad… El que, por filosofía de vida, tiene una pequeña tienda de fruta ecológica, se enfrenta a un supermercado que está al lado. El problema es global. Un concierto en una sala de conciertos no es lo mismo que montar un festival patrocinado por Damm u otros, así que la cuestión es elegir lo que tú quieres y lo que tú puedes hacer.
¿Cómo haces los contactos con los activistas locales? Por ejemplo, Berta Zúñiga Cáceres estuvo en el escenario de tu reciente concierto en L’Hospitalet de Llobregat, en Barcelona.
Los contactos son muchas veces informales. Por ejemplo, el contacto con Berta se hizo aquí, en el campo de futbol del barrio, ya que juego al futbol con muchos músicos de calle activistas. Uno de ellos, del colectivo argentino Hijos, nos contactó con Berta y la delegación del COPINH. Con la gente de Hijos, por ejemplo, estamos trabajando desde hace muchos años, desde 1992 hemos hecho muchos conciertos con ellos en Argentina.
¿Recuerdas algún concierto especialmente emotivo o significativo en América Latina?
Ha habido muchos, algunos multitudinarios. Desde 1990, muchísimos. Pienso más en pequeños momentos, en detalles, que en grandes eventos. Por ejemplo, cuando acampamos delante de Monsanto en Malvinas Argentinas (provincia de Córdoba, Argentina). Yo tocaba en Córdoba; durante el concierto, organizamos para que unos activistas subieran al escenario; pero al terminar, a las siete de la mañana, fuimos a acampar y cantar a las puertas de Monsanto. Y de aquella experiencia ya salió un futuro concierto, multitudinario y que sirvió para financiar considerablemente la acampada. Desde aquel detalle se puso en marcha la siguiente acción, y así como una cadena.
¿Habéis variado giras en función de las luchas?
No, pero sí al revés. Hemos planificado giras en función de determinados conciertos especiales para financiar determinadas luchas. O sea, vamos a un determinado concierto, pero para que sea económicamente factible y los beneficios vayan a la causa, tenemos que programar otros conciertos. Pasa a menudo cuando vamos a América Latina. Vamos allí cada año desde hace ya mucho.
Por último, ¿nos podrías contar una historia en concreto que para ti sea significativa?
Cada una lo es. A veces hacemos conciertos en lugares en que las comunidades viajan hasta trescientos kilómetros; son esfuerzos de muchas cosas que esa gente hace. Es difícil sacar uno que sea más emblemático que otros.
Hay lugares en que toda la población ha decidido que no quiere la mina, teniendo que manejar el difícil problema económico, ya que tienen que decidir alternativas de las que van a vivir. En el caso de Esquel (Argentina), fue algo más fácil porque había turismo. Entonces el pueblo tuvo la opción de elegir entre mina o turismo. Todo el pueblo estaba apoyando. Hay otros lugares donde, como nos contaba una compañera colombiana de Cali, hay una tradición de minería artesanal de oro, como en los pueblitos de Cauca. Pero ahora, al abrir una minería grande de oro, han contaminado el río. Y ella me decía: “Nos consideran como gente pobre, pero aquí con clima tropical nunca hubo hambre. La fruta cae, vas al río, agarras el pescado, nunca faltó la comida para la familia ni para acoger visitantes, nunca nos hemos considerado pobres.” Y añadía: “Ahora tenemos un problema de comida, y mi dilema es: yo tengo hijos. Tengo dos opciones. Si quiero que no tengan hambre, voy a por el pescado, pero yo sé que doy a mi hijo un pescado contaminado. Si no le doy el pescado, lo que doy a mi hijo es hambre.” Esa es la elección para una madre: el pescado contaminado o el hambre. Y allá la minería no se anda con tonterías, allá son dos sicarios y te matan, son pueblos muy aislados. La persona que me contó esa historia está desplazada, no puede vivir en su pueblo porque la matarían. En todos lados encontramos gente muy valiente, muy determinada.
(Fotos cedidas por Manu Chao)
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