• Titulo: Earthmasters: The Dawn of the Age of Climate Engineering
  • Autor: Hamilton, C.
  • Editorial: Yale University Press
  • Año: 2013
  • ISBN: 978-0-300-18667-3
  • 247 pp.
  • Crítica del libro: Federico Demaria[1]

Clive Hamilton es un economista ecológico cuyos libros han sido polémicos y han llegado a una gran audiencia. Growth fetish (2003) se convirtió en un bestseller en Australia y resuena claramente con la economía de estado estacionario y decrecimiento, mientras Scorcher: The Dirty Politics of Climate Change (2007) y Requiem for a Species: why we resist the truth about climate change (2010) marcó su compromiso con el cambio climático. Hamilton ha declarado que «el mundo está en el buen camino hacia un futuro muy desagradable y es demasiado tarde para detenerlo»[2]. Probablemente por esta razón, se decidió a escribir Earthmasters (2013), una crítica a la geoingeniería (o ingeniería del clima). El libro tiene como objetivo investigar el quién, qué, por qué, dónde y cuándo de una intervención deliberada y a gran escala, diseñada para contrarrestar el calentamiento global o compensar algunos de sus efectos. El trabajo de Hamilton es oportuno, ya que el quinto informe del IPCC sobre el Cambio Climático menciona por primera vez, a pesar de la suave crítica, la geoingeniería.

La primera parte del libro explica el «por qué» de la geoingeniería. La ciencia del cambio climático abrupto ha dado lugar a la idea de que podríamos enfrentar una «emergencia climática» en las próximas décadas. Para Hamilton, la geoingeniería presenta un dilema: «Si el Plan A, persuadir al mundo para reducir las emisiones, está fallando, ¿no deberíamos tener un plan B?». La Ingeniería Climática surgió de la búsqueda de una alternativa a la reducción de emisiones, a menudo presentada como fácil, eficaz y barata. Precisamente porque esto podría representar una distracción de la verdadera tarea de reducir las emisiones de CO2, el tema siguió siendo un tabú hasta que fue roto en 2006 por el premio Nobel Paul Crutzen.

La segunda parte del libro tiene que ver con el «qué». Hamilton presenta los dos principales métodos de geoingeniería: la retirada de dióxido de carbono (Carbon Dioxide Removal, CDR) y el manejo de la radiación solar (Solar Radiation Management, SRM). La CDR pretende extraer el CO2 de la atmósfera y almacenarlo en el suelo, la vegetación, los océanos o ponerlo de nuevo en el subterráneo. En su lugar, la SRM apunta a enfriar el planeta reflejando una mayor proporción de la radiación entrante del sol de vuelta al espacio. En resumen, CDR interviene sobre la ‘fuente’ del problema, la concentración de CO2 en la atmósfera, mientras que SRM sobre las consecuencias, el exceso de calor. Hamilton presenta y discute las opciones más relevantes. Para la CDR, considera: la fertilización de los océanos, el incremento de CaO en los océanos, el aumento de la erosión de las rocas, la captura de aire y la bio-ingeniería. El problema general del CDR es que el proceso podría tomar décadas para tener efecto. En cuanto  el SMR, Hamilton considera como opciones aclarar las nubes marinas, la modificación de las nubes cirrus y la pulverización de aerosoles de sulfato (es decir, rociar la atmósfera con partículas de azufre). El problema general con el SRM es lo que sucedería una vez que finalizáramos la experiencia. Las preocupaciones comunes con ambos métodos, CDR y SRM, son los costos económicos, la intensidad energética, las dificultades técnicas y las incertidumbres sobre los posibles efectos ecológicos no deseados.

En la tercera parte del libro, Hamilton esboza en líneas generales sobre quién está involucrado en la geoingeniería. En el centro, hay una red de personas con vínculos personales, institucionales y financieros, científicos como David Keith y Ken Caldeira, quien, entre otras cosas, han sido los informadores de Bill Gates en materia de cambio climático. La pregunta sigue abierta sobre si la ayuda financiera a este tipo de iniciativas es desinteresada o busca una recompensa a través de las patentes de ciertas técnicas. Otros patrocinadores de este tipo de iniciativas son capitales de riesgo, multimillonarios (como Richard Branson) y también las empresas petroleras. Algunos partidarios de la geoingeniería están verdaderamente alarmados por el cambio climático, otros, que lo niegan, también apoyan la geoingeniería, esencialmente quieren que el sistema industrial actual se mantenga.

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En la cuarta parte del libro, Hamilton entra en uno de sus principales argumentos: la existencia de dos enfoques diferentes, Prometheanos y Soterianos[3]. Los primeros tienen una visión tecnocrática racionalista y confían en la capacidad de la humanidad para controlar la naturaleza, mientras que los segundos tienen una visión más humilde que duda de las soluciones tecnológicas no naturales y de la arrogancia de los proyectos de dominio. Simplificando, el primero parece prevalecer en los EE.UU., mientras que el segundo en Europa. Hamilton analiza el enfoque de los Prometheanos hacia la geoingeniería como la búsqueda de un technofix que no infrinja la libertad económica y no requiera ningún cambio social. Por ejemplo, los economistas neoclásicos son la vanguardia en la defensa de esta tecnología, con el análisis de costo-beneficio. Además, hay un proceso de militarización de la geoingeniería, con un emergente lobby militar liderado por institutos como el Laboratorio Nacional Livermore (EE.UU.).

La quinta parte del libro está dedicada a la geopolítica atmosférica y se ocupa esencialmente de cómo se podría regular la geoingeniería, incluyendo la investigación y, sobre todo, los experimentos. Los conflictos sobre la fertilización oceánica ya han llegado a la luz. Se discuten varias opciones: los regímenes nacionales de gobierno; la recolección de los códigos de conducta, principios y soft law; los tratados y las organizaciones internacionales. Por ejemplo, la regulación nacional no sería suficiente en caso de despliegues unilaterales con efectos transfronterizos. Es cierto que existen lagunas en el derecho internacional. Por el momento, sólo el convenio sobre la diversidad biológica ha pasado en 2010, gracias a la insistencia de los países del Sur, una resolución no vinculante de moratoria en el caso que afectara a la biodiversidad, pero esto está lejos de ser suficiente. En particular, han declarando que «ninguna actividad de geoingeniería relacionadas con el clima que pueda afectar a la biodiversidad se debería llevar a cabo» sin valoración científica adecuada de los potenciales riesgos», con la excepción de los estudios de investigación científica a pequeña escala que se llevan a cabo en un ambiente controlado» y aún así «sujetos a una evaluación previa exhaustiva de los posibles efectos sobre el medio ambiente”. Sus objeciones no se basaban en el temor de que los grandes países contaminantes intenten utilizar la geoingeniería para eludir su responsabilidad de reducir las emisiones, sino más bien en que jugar con la naturaleza sería erróneo y peligroso.

En la sexta parte del libro, Hamilton analiza las principales justificaciones de la geoingeniería: nos permitiría ganar tiempo, podría ser una respuesta a una emergencia climática y podría ser la mejor opción económica. Por otro lado, hay algunas preocupaciones: la corrupción moral y el riesgo moral. En el primer caso, si la geoingeniería se hace por razones de interés propio (por ejemplo, porque no estamos dispuestos a reestructurar nuestras economías o ajustar nuestro estilo de vida), entonces es una especie de cubierta o autoabsolución. En cambio, si la geoingeniería es inferior a la reducción de emisiones (por ejemplo, menos efectiva y arriesgada), entonces es una falta moral. En cambio, el riesgo moral podría surgir en caso de que la investigación de la ingeniería climática pudiera erosionar los incentivos para reducir las emisiones.

En la última parte del libro, Hamilton replantea el cambio climático y la geoingeniería en el marco de la historia humana y geológica. Hamilton ve en la geoingniería el propósito más profundo de expansión incesante y reinterpreta los dos enfoques propuestos en la geoingeniería. Los Prometheanos lo ven como una forma de defender el orden establecido, por lo que la expansión puede continuar sin interrupción. Por otro lado, para los Soterianos es una medida lamentable para proteger los valores más profundos ahora amenazados por las consecuencias de la expansión sin fin – las sociedades viables, comunidades vulnerables, los valores ecológicos y la vida misma. Las principales cuestiones que permanecen abiertas son: ¿hay que emprenderla? ¿Cómo la utilizamos?

En opinión de Hamilton, la geoingeniería como medida para defender la continua expansión no puede funcionar en el largo plazo. Con el tiempo, el efecto principal de la geoingeniería podría ser político, frenar la conciencia de la necesidad de transformar nuestras economías y sociedades para que podamos vivir de una manera que no interrumpa los ciclos naturales de la Tierra y los procesos que han permitido que la vida florezca.

Hamilton ofrece una excelente visión general y crítica matizada de un tema crucial en la política del cambio climático. Las reacciones a la geoingeniería difícilmente pueden ser en blanco y negro. No debemos confiar en ella, debido a la incertidumbre y la complejidad que implica. Sin embargo, no la podemos excluir por completo, ya que en realidad podría ser la única opción. Hamilton aún deja muchas preguntas abiertas. La ecología política debe explorar otras cuestiones, por ejemplo, por qué los que no son (o menos) responsables del cambio climático deben asumir los riesgos. La economía ecológica podría criticar los análisis de costo-beneficio poco convincentes y a su vez empujar en su lugar a un análisis multicriterial de las alternativas. Por último, las conclusiones de Hamilton podrían resumirse con el lema «Decrecimiento o Geoingeniería » porque nos ofrece argumentos a favor de abandonar la senda de crecimiento económico sin fin y en contra de una tecnología arriesgada y conservadora: la geoingeniería.

Agradecimientos

Quiero expresar mi agradecimiento a los organizadores y participantes del taller sobre escenarios promovido por el proyecto, financiado por la UE, EuTrace (Evaluación Transdisciplinario Europea de Ingeniería del Clima), celebrada en Potsdam en el IASS el 5-6 de septiembre 2013. Me han ofrecido una perspectiva interesante sobre la geoingeniería. También quiero expresar mi agradecimiento a Joan Martínez-Alier y Giorgios Kallis por sus comentarios.

[1] Research & Degrowth, ICTA. Autonomous University of Barcelona (fede@degrowth.net).

[3] Nota del traductor: Prometheans y Soterians en la versión inglesa original

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