Monedas Sociales[1]
Kristofer Dittmer[2]
El dinero es definido tradicionalmente por sus tres funciones principales: una unidad de cuenta, un medio de cambio y un depósito de valor. Las monedas sociales son dinero no convencional, es decir, dinero no reconocido por ningún gobierno nacional como moneda legal. Las monedas sociales son creadas para toda una gama de diversos propósitos. Con diferentes connotaciones, son también definidas como monedas alternativas, complementarias o locales. Pretender una definición estricta no resulta sencillo; no obstante, los términos hacen referencia a monedas que principalmente son creadas por la sociedad civil y a veces por autoridades públicas, para circular a nivel subnacional.
Desde comienzos de la década de 1980, en todo el mundo ha habido experimentos con monedas sociales en una escala sin paralelos desde la Gran Depresión. Los cinco ejemplos actuales más significativos son las LETS (acrónimo en inglés de Sistemas o Esquemas de Intercambio Local), los bancos de tiempo, las HOURS, las monedas de mercados de trueque y las monedas locales convertibles (para una introducción detallada ver North, 2010). Muchas de estas se han extendido a través del movimiento ecologista internacional, para el que este tipo de monedas encarnan principios ecológicos como el de ‘lo pequeño es hermoso’ y la economía de bases. Sin embargo, el legado ideológico de las monedas sociales se remonta al menos a los socialistas utópicos del siglo XIX, como Owen y Proudhon, y sus intentos por crear mercados más progresistas mediante las innovaciones monetarias. Los experimentos contemporáneos con monedas sociales dentro de la izquierda pueden entenderse como parte de su reevaluación de los enfoques basados en el mercado, en vista del fracaso de la planificación centralizada en los países socialistas. Las monedas sociales también han sido reivindicadas por los libertarianos de derechas en la tradición de E. C. Riegel, aunque generalmente con otras denominaciones, como “sistemas de crédito mutuo”.
La importancia de las monedas sociales para el decrecimiento depende de qué se entiende por este último. En cierto sentido, el decrecimiento puede ser interpretado como un distanciamiento intencional de la sociedad basada en el crecimiento, con la finalidad de evitar una mayor destrucción ambiental y un mayor sufrimiento humano. Por otra parte, en el contexto de una crisis a largo plazo del capitalismo mundial que se manifiesta a través de niveles crónicamente deficientes de crecimiento (un escenario que muchos decrecentistas consideran probable en un futuro no muy distante), el decrecimiento puede ser visto como una adaptación socialmente equitativa a una sociedad sin crecimiento. Debido a que los experimentos contemporáneos con monedas sociales han tenido lugar dentro de los habituales altibajos del capitalismo, su historial es de mayor relevancia para el primer escenario que para el segundo. De acuerdo a este historial, las monedas sociales no han facilitado considerablemente ningún distanciamiento voluntario de la senda del crecimiento. Su potencial para un decrecimiento intencionado puede ser evaluado en relación a cuatro criterios, que están entre las motivaciones más comunes para establecer y participar en sistemas de monedas sociales. La consolidación comunitaria, es decir, la resurrección y mejoramiento de las redes sociales locales; la promoción de valores alternativos arbitrada mediante el intercambio económico (por ejemplo, cuestionando los valores convencionales relativos a raza, clase, género y naturaleza); la facilitación de formas alternativas de subsistencia, en las que una mayor autodeterminación sobre las actividades productivas reduzca el imperativo de buscar empleo sin tener en cuenta las consecuencias ambientales; y la eco-localización, es decir, la localización ecológica y políticamente motivada de redes de producción y consumo. Un estudio reciente de la bibliografía académica sobre LETS, bancos de tiempo, HOURS y monedas convertibles locales encontró que la base para proponerlas como herramientas para un decrecimiento intencionado era bastante débil, a juzgar por su desempeño respecto a los cuatro criterios antes citados (Dittmer, 2013).
La importancia para el decrecimiento de las monedas sociales en el segundo sentido es más especulativa, puesto que no hay un precedente de una crisis de larga duración del capitalismo. Las experiencias recientes sugieren que las monedas sociales pueden jugar un papel interesante en situaciones en que las restricciones al acceso popular al dinero convencional provocan un aumento generalizado de necesidades insatisfechas, junto con capacidades productivas ociosas. La utilidad de las redes de monedas de trueque para millones de argentinos durante la crisis de 2001-2002 es un ejemplo destacado de este punto (ver por ejemplo Gómez, 2009; North, 2007). Sin embargo, estas redes en gran medida se basaron en el intercambio de posesiones domésticas de segunda mano de la clase media, que se habían acumulado en los años previos de relativa abundancia, y las redes se vieron sobrepasadas hasta colapsar, en parte porque esa capacidad de reserva se había agotado. Afortunadamente, en este estadio de la crisis el gobierno implantó una serie de importantes beneficios sociales. La atenuación de una crisis de mayor duración, donde podrían esperarse menores políticas de prevención social, requeriría de un impacto positivo mucho más vasto sobre los sectores productivos que los logrados por las monedas de trueque en Argentina.
Uno de los principales retos para la adopción de monedas comunitarias por parte de los sectores productivos formales es el problema de cómo superar las contradicciones entre un mayor acceso a los recursos provocado por la circulación a gran escala, y las dificultades para gestionar la moneda. A escala mundial, las monedas comunitarias sólo han escapado a esta contradicción, hasta cierto punto, respaldando el suministro monetario con dinero convencional; una solución poco viable en una situación de escasez de dinero. En Argentina, las monedas a gran escala que habían servido a gran parte de los participantes colapsaron por una hiper-inflación debida a la mala gestión monetaria, combinada con frecuentes casos de falsificación. Como esto demuestra, los sistemas monetarios a gran escala requieren de enormes cantidades de recursos financieros y organizativos, y podríamos generalizar afirmando que históricamente los ejemplos más estables han sido obra de los estados (léase también dinero público). Todo esto deja poco margen a favor del mantenimiento de sistemas monetarios materialmente significativos en una posición de resistencia contra el estado. No obstante, en Argentina, algunas redes pequeñas lograron sobrevivir a pesar del colapso de las grandes; pero para entonces la peor parte de la crisis había pasado, por lo que estas redes sólo fueron útiles a unas pocas personas, con frecuencia más por razones sociales que económicas. Quizá en una crisis de larga duración semejantes redes puedan jugar un papel más perdurable. Su potencial para una gestión democrática, a diferencia de las incontrolables redes a gran escala, continuará siendo atractivo para muchos defensores del decrecimiento. En un escenario de crisis prolongada del capitalismo, en el que grandes sectores de la población se verán obligados a valerse por sí mismos, por ser considerados superfluos para los intereses de los gobiernos y de los capitalistas, las monedas comunitarias pueden tornarse especialmente útiles.
Referencias
DITTMER, K. (2013), Local Currencies for Purposive Degrowth? A Quality Check of some Proposals for Changing Money-as-Usual, Journal of Cleaner Production, vol. 54, p. 3–13.
GÓMEZ, G. M. (2009), Argentina’s Parallel Currency: The Economy of the Poor, Londres: Pickering & Chatto.
NORTH, P. (2007), Money and Liberation: The Micropolitics of Alternative Currency Movements, Minneapolis: University of Minnesota Press.
NORTH, P. (2010), Local Money: How to Make it Happen in Your Community, Totnes: Transition Books.
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[1] La versión inglesa de este artículo se ha publicado en el libro Degrowth: a vocabulary for a new era (2014, eds. Giacomo D’Alisa, Federico Demaria, Giorgos Kallis). La versión traducida al castellano puede encontrarse en Decrecimiento: vocabulario para una nueva era, Icaria Editorial (2015).
[2] Recerca & Decreixement e ICTA (Institut de Ciències y Tecnologia Ambientals), Universitat Autònoma de Barcelona (kittditt@hotmail.com) . El autor agradece a Peter North por las conversaciones sobre las monedas sociales.
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