La literatura convencional sobre los bienes comunes tiene como principal eje de análisis los derechos de propiedad. Este enfoque es problemático, entre otras razones porque la dimensión política y fuera de mercado de los conflictos sobre comunes se obvia. Como consecuencia, los análisis no llegan a tener plenamente en cuenta el arraigo de los bienes comunes en el contexto político-económico más amplio. Por otra parte, los análisis siguen limitándose, en la mayoría de los casos, a tipos o aspectos específicos de los comunes en los que la asignación de los derechos de propiedad −privada, estatal o municipal− es viable. Sin embargo, no todos los bienes comunes se pueden entender como un conjunto de acuerdos de derechos de propiedad institucionales, como atestiguan los debates sobre los «nuevos comunes». La cultura, el conocimiento, las características socio-culturales compartidas de lo urbano, etc. son cada vez más imaginadas e invocadas como un bien común, independientemente de quién tiene los derechos de propiedad sobre sus medios de producción o de sus productos.

A partir de esta observación, debe reconocerse que es necesaria una nueva conceptualización de los bienes comunes y por ello sugerimos una comprensión más amplia de lo que constituye el bien común, ejemplificándolo a través de la resistencia del parque Gezi en Estambul y la forma específica en que el concepto se ha invocado y utilizado en su interior.

Las teorías tradicionales de los comunes

La teoría predominante en la que se basa el análisis de la gobernanza de los bienes comunes ha sido durante mucho tiempo la «tragedia de los comunes», un concepto acuñado por Hardin en su artículo clásico de 1968. Derivado del análisis de Hardin se llega a un conjunto de prescripciones políticas que se reducen a dos alternativas: si se quiere solucionar la problemática del acceso libre (erróneamente denominado por Hardin como común) o bien se pasa por la definición de la propiedad, la centralización y el Estado como la forma en que el gobierno central controla los sistemas naturales;  o bien se debe definir la propiedad, proceder a la privatización de la misma, y dejar que el mercado actúe. A pesar de que parecen ser dos extremos opuestos de un espectro, estas dos fórmulas políticas comparten las mismas ideas centrales: el cambio institucional debe provenir del exterior y ser impuesto a las personas afectadas; y la asignación de los derechos de propiedad, ya sea privada o estatal, va a resolver el problema.

Más recientemente, la mayoría de las investigaciones (la ganadora del Premio Nobel [2009] de Economía Elinor Ostrom fue una de las principales promotoras de esta línea de trabajo) han demostrado que los derechos de propiedad privada o la centralización no son las únicas respuestas institucionales a la tragedia de los comunes. En muchos casos, las comunidades a través de la definición de sus propias reglas de acceso y la aplicación de ellas a través de la supervisión mutua evitan igualmente la tragedia. Estas observaciones llevaron a la idea de la gobernanza y la cogestión (Ostrom, 1990).

Aunque estas teorías son importantes al ir más allá de la dicotomía mercado versus Estado, y al señalar la complejidad de los mecanismos de gobierno, no llegan a explicar la multitud de procesos complejos que rodean los comunes. En primer lugar, el contexto político-económico más amplio en el que están situados los comunes no se tiene en cuenta. A pesar de ser una mejora sobre el individuo económico de Hardin, el análisis de Ostrom no va más allá del análisis del individuo social-económico. Por otra parte desde las teorías marxistas se critica que este tipo de aproximación no lleva a cabo un análisis de las desigualdades de poder, que tienen implicaciones importantes en términos de la lucha de las comunidades productoras que producen/ utilizan los bienes comunes; y entre las comunidades y el mundo «exterior». En las teorías vinculadas a la tradición impulsada por Ostrom la preocupación principal es el diseño de las instituciones «adecuadas» para proteger los bienes comunes de la explotación por parte de sus usuarios, pero obvia por ejemplo si estas acaban generando por ejemplo “cercamientos”, en lugar de “bienes comunes”.

No obstante tanto las teorías tradicionales de Hardin-Ostrom como las relacionadas con las tradiciones marxistas imaginan los comunes como entidades estáticas/objetos con límites dados. Los límites de tal visión subyacente se están haciendo visibles en la época contemporánea con la aparición de los «nuevos comunes» como el espacio urbano, el conocimiento colectivo y la creatividad social, y las diferentes ideas de los comunes invocados por numerosas luchas sociales que no encajan bien en los marcos existentes para analizar los comunes. En la siguiente sección, se desarrolla este último punto a través del análisis de cómo se ha movilizado la noción de patrimonio común en la resistencia parque Gezi en Estambul, Turquía. A través de este ejemplo se propone una comprensión de los bienes comunes como componentes de las relaciones sociales, y como objetos de valor simbólico, promulgados y encarnados dinámicamente a través de prácticas y experiencias.[1]

Parque Gezi: la promulgación del parque como “común”

A finales de mayo de 2013, los activistas urbanos de Estambul fueron sacudidos por noticias y alertas anunciando que varias excavadoras habían entrado y comenzaban la demolición del parque de Taksim, el principal centro de la ciudad. El parque Gezi, así conocido ahora tras el desarrollo posterior de los acontecimientos, había estado durante mucho tiempo en el radar de los activistas como una resistencia significativa en contra de los planes del gobierno de demoler el parque y construir una réplica del cuartel de artillería que existía en la zona en el pasado, y en el que se establecería un centro comercial y una residencia de lujo. La resistencia por la defensa del parque, que finalmente condujo a su ocupación de facto por los manifestantes, adquirió un impulso rápido, en parte como respuesta a la brutalidad con la que las fuerzas policiales intervinieron en las protestas pacíficas.[2] El conflicto movilizó a un grupo diverso de personas, tanto dentro como fuera de Estambul, con diferentes motivaciones que se unieron en su oposición a la demolición del parque.

La demolición y reconstrucción del parque Gezi es parte de los grandes planes de transformación integral de la zona de Taksim, anunciada como la joya de la corona de la última campaña electoral del actual gobierno. Esta transformación incluye la peatonalización de la plaza de Taksim y la gentrificación de varios barrios que lo rodean. Algunas medidas están casi terminadas, mientras que otras están en fase de planificación y ejecución. En respuesta a esta planificación, varias organizaciones ecologistas, redes de activistas urbanos, asociaciones de vecinos, asociaciones de derechos civiles, artesanos, sindicatos de trabajadores y una serie de partidos de izquierda crearon la plataforma de oposición: Solidaridad de Taksim.

La Solidaridad ha sido un actor importante en la difusión y politización de la cuestión desde principios de 2012, pero evolucionó cuantitativa y cualitativamente con los acontecimientos de finales de mayo de 2013. La nueva fase se activó con el intento de desarraigo de los árboles en las esquinas del parque. Activistas afiliados a la Solidaridad iniciaron una sentada y 24 horas de guardia con el fin de parar el proyecto. La intensificación del uso de la fuerza con la que las fuerzas policiales  intervinieron en contra de los manifestantes pacíficos impulsó una amplia protesta pública y el aumento de los manifestantes, o más bien los ocupantes, de manera exponencial.[3] Al final de la primera semana, unas 3.000 personas estaban ocupando el parque bajo principios de autonomía, autoorganización y autogestión.

Legalmente, los derechos de propiedad de Parque Gezi residen en el Estado, como es el caso de todos los espacios públicos, mientras que su gobierno se encuentra bajo la jurisdicción del municipio, que aprobó los planes de reconstrucción del parque a principios de 2012. El proyecto propuesto no implica un cambio en los derechos de propiedad o la restricción de acceso al espacio en sí mismo, más bien constituye un cambio en los tipos de usos que prevalecen en el espacio. Es decir, el parque representa un espacio público urbano, pero no encaja cómodamente dentro de las definiciones y los marcos de los bienes comunes existentes. Por lo tanto, la dinámica de la transformación propuesta del parque Gezi y, quizás más importante, la forma en que se ha usado el concepto por los ocupantes no pueden ser adecuadamente cubiertos por los enfoques tradicionales mencionados anteriormente: ni por la dualidad pública o privada del régimen de los derechos de propiedad que gobierna el parque, ni por los discursos de cercamientos o desposesión.

Más que las quejas sobre el cercamiento o la mercantilización en torno a la pérdida de un derecho de propiedad o beneficio material, todo parece indicar que fue el imaginario social del parque como común lo que fue movilizado y promovió la lucha. Es cierto que existen numerosos lenguajes y discursos que fueron operacionalizados en el contexto de la resistencia, pero los manifestantes casi siempre aluden a los distintos usos del parque que serán erradicados con la construcción del cuartel. Por ejemplo, además de las funciones obvias del parque como espacio con una gran cantidad de flora y fauna, y un productor de servicios ambientales como la regulación del clima y la liberación de oxígeno, las prácticas de la vida cotidiana, tales como sentarse en el suelo y observar las aves, bebiendo una taza de té bajo los árboles, dando un paseo por el bosque en el centro del día, de la mano de un ser querido son presentadas con frecuencia como aspectos principales. En otras palabras, los manifestantes priorizan el valor de uso de los reclamos del parque y reclaman su futuro en virtud de ser sus usuarios, independientemente de la cuestión de la propiedad (véase también Ozden Firat, 2011).

Estos diferentes tipos de usos se describen con más detalle no solo como las dimensiones inmateriales enriquecedoras de la vida (por ejemplo, intelectual, emocional, espiritual, etc.), sino que constituyen la forma más directa de la vida misma como un medio para la producción y reproducción de la vida social. Así, el parque entra en el imaginario social como un bien común, definido y defendido como uno, a través de los patrones establecidos de uso y las relaciones construidas a través de éstos – en lugar de las disposiciones institucionales de los derechos de propiedad que lo rigen (Blomley, 2004). En ese sentido, la imaginación del parque como común resuena también con la conceptualización de espacio (urbano) de Lefebvre: el espacio como producto social y espacial de las relaciones humanas construidas a través de prácticas cotidianas, más que como una entidad determinada fija (Lefebvre, 1991). Tal definición (re)destaca lo inmaterial, así como los procesos materiales que constituyen bienes comunes.

La resistencia de los manifestantes y las prácticas de ocupación, de manera similar, fueron más allá de una defensa o recuperación de los bienes comunes, y se extendieron a la movilización de ese imaginario social en los procesos de comunificación. Al principio de la lucha, los manifestantes iniciaron la ocupación del parque y su reconstrucción como un espacio donde prevalecía una existencia basada en los principios de solidaridad y de reparto. Las necesidades básicas, tales como la provisión de alimentos, limpieza, mantenimiento de la seguridad, etc. fueron producidas y compartidas colectivamente,  promulgando  una forma de economía de comunidad autoorganizada dentro del parque. Además, se llevaron a cabo foros abiertos sobre temas que van desde la coordinación de las necesidades diarias hasta cuestiones más amplias como demandas políticas con una base diaria. Los foros abiertos, en efecto, fueron adoptados y aplicados por los manifestantes como un mecanismo democrático radical de la organización de la vida social colectiva, a diferencia de la democracia representativa y la política electoral. Por otro lado, el parque se convirtió en un terreno común donde se llevaron a cabo movilizaciones sociales como las luchas locales ambientales, las luchas vecinales urbanas contra la gentrificación y diferentes reclamaciones dentro del movimiento obrero, vinculándose entre ellas a nivel de base y descubriendo su potencial para actuar en común.

En resumen, a pesar de que el parque Gezi difícilmente puede ser definido como un bien común desde la perspectiva de las características materiales o de los derechos de propiedad, el lenguaje, las ideas y las prácticas que se adoptaron a lo largo de la lucha en su defensa permitió su imaginación y construcción como un bien común. Es decir, el parque fue imaginado y animado como un bien común a través de la incorporación del parque Gezi en el imaginario social colectivo y las prácticas interrelacionadas de comunificación. Por lo tanto, se convirtió en un espacio de la existencia común, un bien común, definido por procesos e interacciones dinámicas en curso.

Conclusión

Hemos tratado de demostrar que la(s) idea(s) de los bienes comunes, que recientemente están siendo invocadas, tanto en trabajos académicos como en discursos populares, van más allá de las definiciones tradicionales basadas en los ejes de rivalidad y exclusión, o la comprensión de los comunes como conjuntos de instituciones de los derechos de propiedad. El aumento de la visibilidad de un nuevo entendimiento e imaginación, que emerge en las luchas sociales vinculadas a la reivindicación, recuperación y producción de bienes comunes, requiere un pensamiento renovado. Hemos señalado algunos de los aspectos en los que este tipo de pensamiento puede basarse. En particular, se ha argumentado que el parque Gezi pasó a ser imaginado y animado como un bien común a través de tres procesos interrelacionados: la recuperación como un bien común a través de los diferentes valores de uso que ofrece, su construcción como un espacio de vida común y la provisión de un terreno común para luchas sociales aparentemente no vinculadas e independientes.

Sobre esta base, se propone pensar en los comunes como una configuración socio-ecológica, a través de la que la parte común que compartimos con las relaciones sociales, incluyendo el conocimiento, el lenguaje y los afectos, constituido por ambos procesos materiales e inmateriales. En este sentido, se constituyen en parte por los valores, prácticas y luchas por el acceso y el control de materiales y simbólicos,  incorporados en el imaginario social. Estos son promulgados, realizados y plasmados a través de prácticas vividas. Creemos que una relación y conceptualización tan dinámica de los comunes es importante para alcanzar y dar sentido a los procesos que rodean los bienes comunes, así como de los diferentes movimientos que los reclaman.

Autores: Bengi Akbulut, Ceren Soylu

Referencias

  • BLOMLEY, N. (2004), <<Unsettling the City: Urban Land and the Politics of Property>> London, New York: Routledge.
  • HARDIN, G. (1968), <<The Tragedy of the Commons>>, Science, 162, pp. 1243-1248.
  • HARDT, M , NEGRI, A. (2009), <<Commonwealth>>, Cambridge, MA: The Belknap Press of Harvard University Press.
  • HARDT, M , NEGRI, A. (2012), <<Declaration>>, Melanie Jackson Agency, LLC.
  • LEFEBVRE, H. (1991), <<The Production of Space>>, Oxford: Blackwell Publishers.
  • OSTROM, E. (1990), <<Governing the Commons>>, Cambridge University Press.
  • OZDEN FIRAT, B. (2011), << “And Since the Streets Belong to No one”: Creating Urban Commons Against Plunder, Robery and Theft>>, Egitim Bilim Toplum, 9  (36), pp. 96-116.

[1] Esta comprensión está descrita y operacionalizada por el trabajo esclarecedor realizado por filósofos de la política neo-marxistas, (por ejemplo, Hardt y Negri, 2009, 2012).

[2] La agresión policial contra los manifestantes ocupantes sigue en marcha mientras estas líneas están siendo escritas.

[3] Los eventos que se desatan con la lucha del Parque Gezi, la intensidad de la protesta social que siguió y el grado de agresión en la respuesta del estado son notables y extraordinarias, y están más allá del alcance de la presente discusión.

Descargar artículo

La revista Ecología Política se publica gracias al apoyo de sus suscriptores/as. Este es un proyecto sin ánimo de lucro por lo que todos los recursos donados se dedicarán exclusivamente a realizar y mejorar la revista Ecología Política. Puede adquirir la versión en papel de la revista así como suscribirse a ella y contribuir a su creación y difusión.

Compra la revista Suscríbete  Suscríbete al newsletter

Pasado un año desde su publicación, los contenidos pasan a ser de libre acceso. Puede consultar este contenido de forma gratuita y descargar el pdf.

Descargar artículo