- 21 horas. Por qué una semana laboral más corta puede ayudarnos a todos a prosperar en el siglo XXI
- NEW ECONOMIC FOUNDATION
- Editado por: Mary Murphy
- Año: 2010
- Disponible en castellano: https://www.ecopolitica.org/downloads/21Horas/21horas_web.pdf
- Crítico del informe: JOSÉ LUIS PEÑA FERNÁNDEZ Ecopolítica, http://ecopolitica.org
El enorme aumento del paro causado por la reciente crisis está impulsando de nuevo los debates sobre el empleo. La mayor parte de las opiniones no se salen de la ortodoxia y se limitan a pedir reformas legales para reducir los costes laborales y aumentar la flexibilidad de las empresas para fijar las condiciones de los contratos laborales. Los y las trabajadoras debemos de aceptar, nos guste o no, que hay que sacrificar buena parte de derechos laborales duramente adquiridos por las luchas obreras y sindicales a lo largo de todo el siglo pasado. Como ya dijo Margaret Thatcher a finales de los setenta, «no hay otro camino».
Sin embargo, sí hay otro camino: pensar el empleo desde el punto de vista de la flexibilidad de las condiciones de trabajo de los empleados, no solo de las empresas. Esto es lo que ha hecho la New Economic Foundation (NEF) en su informe «21 horas, Por qué una semana laboral más corta puede ayudarnos a todos a prosperar en el siglo XXI».(1) Ecopolítica ha traducido recientemente este trabajo, que forma parte de una serie de estudios sobre cómo llevar a cabo la transición entre el modelo económico actual y una economía sostenible, liberada de la necesidad de un crecimiento continuo y, por ello, libre de la exigencia de erosionar los derechos sociales y destruir aceleradamente los recursos naturales. Esta nueva economía no necesitaría crecer para mantener los niveles de empleo y bienestar alcanzados y, por lo tanto, podría concentrarse en aumentar la calidad del empleo y resolver los problemas sociales que afectan a las sociedades que se consideran a sí mismas desarrolladas.
21 horas no es un análisis de las causas del desempleo ni presenta elaboradas teorías económicas. Es un trabajo asequible, práctico y que asume los presupuestos del desarrollo sostenible, centrándose en pensar qué tipo de empleo debería existir en una sociedad fundada en los principios de la Ecología Política. Comienza analizando cómo utiliza su tiempo la población activa británica y encuentra una división muy marcada entre trabajo remunerado y diversas formas de trabajo no remunerado, incluyendo el trabajo domestico, el cuidado de niños y personas dependientes, la formación, el estudio y diversas formas de voluntariado. En promedio, una persona entre 16 y 64 años dedica 20 horas semanales al trabajo remunerado y, sorpresivamente, 31 al conjunto de las diversas formas de actividades no remuneradas. Por supuesto, hay grandes diferencias entre sexos y entre los diversos grupos poblacionales. Por ejemplo, el grupo de mayor nivel de ingresos dedica 50 horas semanales al trabajo remunerado mientras que quienes están en el nivel más bajo solo dedican 36. Las mujeres dedican más tiempo a trabajos no remunerados que los hombres. Una rápida comparación utilizando datos de Eurostat indica que esta situación se repite más o menos en los restantes países europeos, con las lógicas variaciones. Así, la mayor variación entre sexos se da en Italia mientras que la menor se encuentra en Suecia.
A continuación, 21 horas estudia el origen histórico de esta división entre trabajo remunerado y otras formas de actividad y encuentra que las sociedades agrarias no tenían esa distinción tan marcada que, en realidad, no apareció hasta el advenimiento de la sociedad industrial. La semana laboral es pues hija de la fábrica, no de la necesidad. Con su aparición, muchas actividades perdieron la condición de «trabajo» y fueron sumariamente expulsadas de la economía junto a quienes las llevaban a cabo. Así fue como el trabajo domestico, el cuidado de los hijos o la participación en actividades comunitarias fueron etiquetados de improductivos y las mujeres, personas mayores y aquellas otras personas que las llevaban a cabo pasaron a ser consideradas como población inactiva.
21 horas es un trabajo rápido que no profundiza en las causas y consecuencias de tales cambios, pero su lectura me hace dudar si una sociedad que no valora actividades tan importantes como participar en las decisiones colectivas o cuidar a sus propios hijos puede calificarse como desarrollada. Después de leer este informe, entiendo mejor la fragmentación social, el desamparo que sufren nuestros mayores o las patologías sociales que aparecen cada vez con más claridad en las sociedades «desarrolladas».
La segunda parte del informe busca formas de eliminar esa división tan radical y recuperar para la economía todo un conjunto de actividades básicas para la reproducción social, desde el trabajo doméstico al voluntariado. Vuelve a los resultados del reparto del tiempo y se pregunta qué pasaría si la sociedad británica aceptara el hecho de que su economía no puede ofrecer más de 21 horas de trabajo remunerado a su población activa y se planteara un reparto más equitativo del empleo. Encuentra que tal sociedad tendría una huella ecológica notablemente menor y, críticamente, daría a las personas un mayor control sobre la forma en que organizamos nuestras vidas e incluso nuestras carreras profesionales a lo largo de la vida. De paso, mejoraría notablemente la calidad de vida de nuestros mayores, mejoraría la educación de nuestros hijos e hijas y nos haría avanzar hacia la equidad entre hombres y mujeres. La lista de ventajas nos obliga a reflexionar si lo que necesitamos es más empleo o, por el contrario, mejores formas de empleo.
La parte final se dedica a analizar las condiciones necesarias y los problemas que surgirían en la transición entre la rígida semana laboral actual y la propuesta. Esta es la parte donde más se nota que el estudio está enraizado en la peculiar cultura económica del Reino Unido, muy individualista y con una notable tolerancia por la desigualdad, aunque se nota una cierta influencia del concepto danés de flexiseguridad en el empleo, tímidamente adoptado por la UE. Las soluciones propuestas no son aplicables a la sociedad española sin un trabajo previo de adaptación, pero el efecto final de 21 horas es de frescura: su lectura introduce una visión mucho más amplia del empleo de la que estamos acostumbrados a escuchar y nos abre las puertas a buscar formas de recuperar la conexión entre vida y trabajo que se perdió cuando nuestros abuelos (no necesariamente nuestras abuelas) dejaron el campo para entrar en las fábricas y que nosotros hemos heredado, aunque ahora entremos más frecuentemente en las oficinas.
Espero sinceramente que la iniciativa de Ecopolitica de traducir este informe y presentarlo en la última Universidad de Verano de Los Verdes no sea una acción aislada sino el comienzo de una reflexión más amplia sobre las transformaciones necesarias para pasar de la sórdida situación actual a una sociedad donde las actividades económicas vuelvan a cumplir su función social, abandonando esa extraña idea de que trabajamos exclusivamente para ganar dinero, en lugar de ver al trabajo como parte integral de la vida.
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1 New Economic Foundation (2010), 21 hours, why a shorter working week can help us all to flourish in the 21st century. London.
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