Carolina Gonzaga González,* Ana Gabriela Cabrera Rebollo,** Oliver Gabriel Hernández Lara***
DOI: doi.org/10.53368/EP63IVCep04
Resumen: En las últimas décadas se han establecido dinámicas que han profundizado el impacto del sistema agroalimentario capitalista y amenazan todas las demás formas de vida, de manera particular entre los campesinos y los territorios. Así, en este texto se visibilizan las condiciones que han enfrentado campesinos de Santiago Tlacotepec, Estado de México, quienes han sido parte de diversas luchas por su territorio y, en los últimos años, han buscado alternativas para mejorar sus condiciones de vida eliminando su dependencia de agroquímicos para regenerar sus territorios, reapropiarse de sus alimentos y reconstruir su comunidad. En este proceso, se han repensado los vínculos socioambientales y las relaciones cuerpo-territorio, y así se ha abierto la posibilidad de discutir las nociones de autonomía y soberanía alimentaria para dar cuenta de un (re)conocimiento de la vida como asunto de autogestión de las comunidades ante paternalismos estadocéntricos y corporativos en el uso de sus tierras, semillas y alimentos.
Palabras clave: cuerpo-territorio, comunes anticapitalistas, autonomía alimentaria, soberanía alimentaria, ecobiopolítica
Abstract: In the last decades, various dynamics have been established to deepen the capitalist agrifood system threatening all other ways of life, manifesting particularly with peasants and territories. Therefore, this discussion sheds lights on conditions that Santiago Tlacotepec’s peasants have had to deal with, since they have fought for their territories for many years and in recent times have searched for alternatives to improve their life conditions by decreasing the use of agrochemicals in order to regenerate their territories, reappropriate their food and rebuild their community. In this process, they have rethought socio-environmental links and body-territory relations opening the discussion about notions like food autonomy and sovereignty to recognize and remodel life ways as a self-management matter to set up against state-centric and corporate paternalism of communities in the use of their lands, seeds and foods.
Keywords: body-territory, anti-capitalist commons, food autonomy, food sovereignty, eco-biopolitc
Introducción
Santiago Tlacotepec es una comunidad originaria ubicada al sur del municipio de Toluca, Estado de México, en el centro del país y a las faldas del volcán Xinantécatl, también conocido como Nevado de Toluca. Su existencia y tradición se remontan a tiempos precolombinos y está vinculada a la etnia matlazinca; de ello pueden dar cuenta códices, mercedes reales y otros documentos disponibles en los archivos de la comunidad. La cercanía al Nevado de Toluca, y el hecho de que estén asentados en el Cerro de Tlacotepec, ha contribuido a que la comunidad tenga un fuerte vínculo con el agua y con la agricultura campesina. Las ermitas construidas y adornadas con diversos elementos del bosque —principalmente en el paraje Los Jazmines— son espacios donde se llevan a cabo celebraciones de carácter cívico y religioso, que conviven con tradiciones comunitarias como tequios o faenas que dan cuenta de un ancestral y permanente vínculo con la naturaleza.
Estas prácticas son expresiones reactualizadas de tradiciones que reconstruyen la relación con el agua y la tierra como elementos simbólicos sagrados y esenciales para reproducir la vida en la comunidad. Un ejemplo muy concreto y visible son los murales inspirados en la naturaleza, realizados con pedacería de mosaico, que decoran algunas casas ubicadas en el casco central del pueblo. Son obra de un grupo de estudiantes coordinados por la artista y profesora Itandehuitl Orta.
La existencia de núcleos agrarios (ejidal y comunal), de cargos tradicionales, mayordomías y comités de agua advierte de una larga experiencia de organización comunitaria expresada política y culturalmente. Por ello, Santiago Tlacotepec fue uno de los pueblos que reaccionó con mayor fuerza a la iniciativa federal, impulsada durante la administración federal de Enrique Peña Nieto (2012-2018), de recategorizar el Nevado de Toluca de Parque Nacional a Área de Protección de la Flora y Fauna. Ese momento significó un primer contacto y acercamiento a la comunidad. A partir de ello, nuestra relación de lucha, colaboración y aprendizaje mutuo se ha dinamizado y sostenido en el tiempo.
Se ha nutrido nuestro vínculo con compañeros de la comunidad, lo que ha dado lugar a un proceso de aprendizaje de saberes profundos que ellos ponen en práctica para llevar un modo de vida y producción campesino. A partir de ello nos planteamos trabajar una parcela muestra con su seguimiento y compañía. Si bien dichos esfuerzos han sido documentados en otros espacios, los mencionamos como antecedentes que nos permitieron imaginar y desarrollar la investigación de la que las autoras y el autor del presente texto somos parte.[1]
Este artículo particulariza en la experiencia de trabajo con compañeros campesinos de Santiago Tlacotepec, miembros de la Asociación Local de Productores de Maíz Coronel Isabel Linares García, con quienes tuvimos la oportunidad de realizar talleres, líneas de tiempo, cartografía comunitaria, mapeo corporal y grupos focales que nos permitieron conocer y percibir las problemáticas y contradicciones que los atraviesan como hombres, campesinos, productores y miembros de la comunidad, y empatizar con ellas. Los compañeros de dicha asociación son en su totalidad varones, expresión de una tendencia generalizada en México y América Latina, resultado de distintos procesos históricos de los que destacamos tres: 1) producto de la colonización y los posteriores procesos de independencia, los títulos de propiedad —y por lo tanto los núcleos agrarios— fueron a manos de varones, es así que la tenencia de la tierra para las mujeres se inscribe en la sujeción matrimonial o por herencia patriarcal; 2) el proceso de industrialización del campo vino acompañado por una fragmentación de las relaciones familiares y de género en la producción campesina, y 3) las políticas de desarrollo rural en el país han ido abandonando la producción agrícola, lo que ha fragmentado a las familias campesinas no solo en términos de género, sino también etarios.[2]
En las líneas que siguen, intentaremos vincular dicha experiencia y testimonios con preguntas que, como habitantes de la ciudad industrializada de Toluca, nos hacemos todos los días respecto de la necesidad de repensar nuestras dinámicas de reproducción de la vida desde horizontes comunes y no capitalistas o poscapitalistas. El orden de nuestra argumentación sigue la secuencia del título. En un primer momento abordaremos la necesidad de regenerar territorios; luego nos remitiremos a la dimensión corporal y hablaremos de la reapropiación de la alimentación con discusiones en favor de la autonomía alimentaria; por último, mencionaremos cómo ello nos ha permitido reconstruir horizontes comunes con formas de politización que, en su devenir, nos van demandando nuevos conceptos para ser dichos y repensados.
No está de más decir que nuestro acercamiento a la comunidad, a su lucha y al trabajo como campesinos está vinculado a la voluntad de aprendizaje, construcción y transformación de formas. En ello tomamos como guía la idea de romper con la dicotomía campo-ciudad que establece el capital (Machado en Navarro Trujillo, 2016: 258) y las preguntas que Caffentzis y Federici (2015) se hacen respecto de los comunes anticapitalistas.
Para regenerar territorios
Las tierras les han demostrado su cansancio; el mercado, su sed de competencia, y las nuevas generaciones, su desinterés. Los testimonios de los compañeros dan cuenta de que las condiciones climáticas, económicas y productivas que han enfrentado en años recientes los han llevado a reconocer que han sido cercados o condicionados para buscar reacciones rápidas de la tierra con el uso de agroquímicos, situación que ahora están percibiendo en términos económicos. Los alimentos cultivados han cambiado desde que tienen memoria; ya no siembran lo mismo que sus padres y sus abuelos porque la tierra se ha desgastado, y cambiar los cultivos les ha permitido mantenerla viva.
Ellos fueron testigos de esas transiciones, como la intensificación del uso de agroquímicos y la presencia de intermediarios que el día de hoy les exigen grandes cantidades y calidades centradas en la apariencia de su maíz y otras semillas, para pagarles con precios tan volátiles e insuficientes que apenas alcanzan para cubrir los gastos del ciclo agrícola. La situación es tan preocupante que, cuando miran alrededor buscando alternativas, más bien encuentran dificultades para hallar formas más accesibles de trabajar a partir de abonos animales y composta, pues los espacios —dedicados a la crianza de animales— y tiempos —requeridos para elaborar composta y observar los resultados de su uso— se han reducido.
Esta situación puede parecer un camino sin salida. Sin embargo, a los compañeros les ha servido como motivación para enfrentar los retos con cambios paulatinos y colectivos. Así, se han encontrado al construir redes de apoyo y conocimiento, pero enfrentan incertidumbre por las nuevas generaciones, pues consideran que para ellas el deterioro de la tierra no es el problema, sino su rentabilidad.
Creen que esta postura deriva de no tener más contacto directo y trabajo con la tierra, además de la mayor influencia del pensamiento y de las acciones de las ciudades, a donde se han acercado para estudiar y trabajar. Así, han cambiado sus prioridades y se ha fragmentado su arraigo al territorio. Aún con este futuro incierto, los campesinos de Santiago Tlacotepec trabajan para cuidar las tierras que les han dado vida e identidad, y ahora son artífices de una etapa de transición; de una regeneración que no implica mirar atrás de forma idealista, sino crítica, para conectar con sus ancestros y hacer las cosas de un modo diferente por el bien de sus sucesores.
A través de la voz de los compañeros, conocemos —desde la no separación— el conjunto de gestiones, problemas, dilemas y luchas cotidianas de las que como campesinos son parte. Palpamos las mediaciones y contradicciones que, como a todos y todas, los atraviesan. Pero también nos permite testificar su creatividad, imaginación y persistencia incansable. Acercarnos a su experiencia nos hace comprender nuestra situación en la ciudad. En este sentido, nos parece pertinente lo propuesto por Efraín León Hernández (2016), según el cual, para entender el metabolismo de interdependencias que supone la separación campo-ciudad, es necesario considerarlos como espacios particulares, enlazados y dispuestos para la acumulación del capital. Dicha separación —afirma— es un plano de sociabilidad estructurante de primerísimo orden en el que se generan jerarquías, interdependencias, oposiciones y contradicciones espaciales posteriores. Sin embargo, en la actualidad dicha separación ha profundizado los ritmos de explotación con formas no convencionales, que intensifican el «agotamiento de las energías vitales, tanto territoriales como corporales» (Machado en Navarro Trujillo, 2016: 243). Por otro lado, el vínculo con la tierra y el trabajo en el campo nos permitieron entender hasta qué grado hemos normalizado un modo de vida urbano que nos ha hecho parte de una lógica parasitaria y consumista. Si la ciudad expresa la geografía y la demografía política del capital, al ser parte y reproducir su sociometabolismo (Machado en Navarro Trujillo, 2016: 241), consideramos y experimentamos que, en el contacto con la tierra, el agua y la naturaleza se reconstruyen formas espectrales de gestionar las energías vitales a partir de principios anticapitalistas.
Sin embargo, consideramos que tanto al comprendernos como contradictorios como al utilizar y conocer la valía de ciertas tecnologías no depredadoras para reestablecer nuestra relación con la naturaleza, no es un impulso romántico de regreso al pasado, el campo y la comunidad el que nos impulsa y guía per se a un horizonte anticapitalista. Coincidimos con Navarro Trujillo (2015: 21), quien afirma que, en la actualidad, nos encontramos frente a «constelaciones comunitarias y colectivas que enfrentan la profundización y el recrudecimiento cada vez más atroz de las estrategias de acumulación de capital».
Esta premisa nos parece fundamental. Miramos dos dimensiones, una que tiene que ver con el movimiento cada vez más violento del capital, y otra relacionada con las cualidades de las constelaciones comunitarias contemporáneas que ponen a trabajar en un mismo plano, esfuerzo y horizonte a personas del campo y la ciudad en un intento de superar sus condiciones de edad, de género, y otros roles que nos subjetivan. Es decir, frente al proceso de acumulación que opera «cada vez más como fagocitosis de la vida en sus fuentes elementales» (Machado en Navarro, 2016: 248), lo que encontramos son estrategias de diversidad creciente que conjugan temporalidades y espacialidades en flujos de comunización.
Desde una narrativa realista, el esfuerzo del que estamos siendo parte sería evaluado como infructuoso o contraproducente. Sin embargo, es importante señalar que nuestra intención no es proveer un servicio social en la inmediatez, o amortiguar el impacto destructivo de las tecnologías capitalistas en nuestros cuerpos-territorios. La intención de fondo es transformar nuestras relaciones sociales, nuestras subjetividades, y construir alternativas de largo aliento. Así como el «sistema no se pregunta sobre cuánta energía se gasta para producir una unidad disponible de energía, sino si el proceso es rentable» (Machado en Navarro Trujillo, 2016: 250), nosotros nos negamos a medir los intentos de construir otras condiciones para la producción y alimentación con las temporalidades y los criterios del capital.
Reapropiarse de los alimentos
Las condiciones actuales del acceso a la alimentación se encuentran supeditadas cada vez más a la agroindustria. Los compañeros reflexionan que «los quelites[3] se están acabando por los químicos». Esta lectura nos permite considerar la urgencia de practicar otras formas de acceso a la alimentación, libres de explotación, agroquímicos y en contextos de autonomía de las comunidades.
Las nuevas generaciones han roto relaciones con el campo y por ende con los alimentos, hay menos sentido de pertenencia, y se fragmenta más fácil la comunidad. En lugar de cuidar la tierra, se vende; en lugar de preparar y reconocer alimentos, se compra comida rápida (Bernardo, comunicación personal, 12 de noviembre de 2021).
Estas reflexiones nos vinculan al concepto de soberanía alimentaria, y en ese sentido lanzamos el cuestionamiento de qué consecuencias políticas implica repensar este concepto, para dar lugar a la idea de autonomía alimentaria como parte de una práctica común que rompe constantemente con las lógicas capitalistas de reproducir la tierra. Comprender cómo se configuró la gestión del ciclo agrícola en experiencias situadas como la de Santiago Tlacotepec nos convoca a reconocer la autonomía, más que como un derecho, como una condición de autogestión y organización de lo común.
La lucha por la alimentación desde una construcción comunitaria indígena de colectividades que apuntan a apropiarse de sus capacidades para producir en sus tierras hace posible comprender su capacidad de autorregulación, es decir, que existe una coconstitución en el espacio de siembra, donde la capacidad de producir alimentos, sin asumir del todo la intervención del agronegocio en ciertos pedazos de tierra, es una apuesta con implicaciones concretas y corre a contracorriente de los paquetes tecnológicos desplegados en toda la región como norma. «A pesar de realizar siembra orgánica, cuesta trabajo acercarse y modificar la percepción de la gente para sembrar de otra forma, que eso también es un alimento sano, porque no importa si es orgánico, a mucha gente le importa la presentación del alimento» (Bernardo, comunicación personal, 12 de noviembre de 2021).
La idea de autonomía alimentaria nos permite mirar su transversalidad: no es solo el problema de la tierra y del acceso al conocimiento de cierta metodología de siembra, sino de una producción no individualista ni aislada, de la capacidad de cooperación, de la voluntad de participación activa y real (Thwaites, 2004), y de las condiciones materiales y subjetivas de desplegar otras acciones. Cuando se habla de soberanía alimentaria, la idea se establece desde el punto de vista del derecho, en tanto se hace referencia a un reconocimiento jurídico legal, lo cual queda delineado por condiciones y complejidades de acceso a la justicia en los contextos profundamente vulnerables de los pueblos y comunidades en conflictos relacionados con la tenencia de la tierra, el acceso a ella, y con procesos extractivos como la agroindustria, por ejemplo.
La implicación de autonomía alude al sentido y su construcción, pero sobre todo a su práctica. Cuando se habla de soberanía alimentaria, pensamos que ello se ciñe a las lógicas de lo estatal y mengua la capacidad de autorregulación, es decir, deja en manos del Estado o las instituciones del capital coordinar y distribuir lo que en principio se logra con el trabajo y la lucha común. Así, la idea de autonomía alimentaria habilita formas diversas de gestionar la producción y el acceso a los alimentos, pero sobre todo implica establecer vínculos mucho más sostenibles con los ecosistemas, los territorios y los alcances y necesidades concretas de cada contexto.
Las prácticas que potencien su capacidad de autorregulación común nos movilizan del lugar exclusivamente burocratizante e institucional, para entrar y salir de estos límites tanto como sea necesario, y apelar a un acceso a la producción de la tierra y los alimentos sin paternalismos, sino desde la posibilidad de producir la vida en común.
Por eso coincidimos con Caffentzis y Federici (2015), quienes afirman que este tipo de formas de organización de la reproducción y la vida están muy lejos de ser utópicas o propias de proyectos a pequeña escala. En términos generales, plantean preguntas que consideramos una guía útil para espejear nuestra experiencia: ¿a qué nos referimos cuando hablamos de comunes anticapitalistas?, ¿cómo crear, a partir de la lucha, un nuevo modo de producción no basado en la explotación del trabajo? Y, por último: ¿cómo prevenir su cooptación?
Estas preguntas coinciden con la intención de pensar desde el antagonismo que atraviesa las relaciones sociales en el capitalismo, y valorar los esfuerzos que apuntan a construir formas alternativas más como prácticas de comunización (Holloway, 2013) que como ideologías estáticas y dogmáticas. En palabras de Navarro Trujillo (2015: 23), «lo común es posible por un tipo de hacer orientado por el valor de uso que garantiza y cuida aquello que se comparte para reproducir la vida».
Un paso que hemos dado a nivel conceptual, y que percibimos desde nuestra experiencia, tiene que ver con entender el espacio, el tiempo y nuestras subjetividades como procesos en constante cambio, disputa y politización. Hemos sentido estos cambios en nosotras y nosotros mismos y nuestras formas de relacionarnos. Lo común, lo horizontal, lo anticapitalista y antiespecista como relación social (Navarro Trujillo, 2015; Caffentzis y Federici, 2015) en constante construcción, que navega en sus propias contradicciones. «El capital se mete desde adentro de las subjetividades para, desde las esferas más íntimas de la sensibilidad, activar los mecanismos y dispositivos de la reproducción mercantil» (Machado en Navarro Trujillo, 2016: 253).
La intención no es remendar las tendencias más destructivas del capital o volver a lo público-estatal, sino rehacer y transformar nuestras relaciones sociales rompiendo con el capital y sus formas. En palabras de Efraín León Hernández (2016: 203), «es necesario echar abajo tanto los rasgos estructurantes del capitalismo que nos dominan rutinariamente en la vida cotidiana como proponer una utopía que los sustituya».
Entonces, reconstruir comunidad
Otras vidas son posibles, y son posibles a partir de una reconstrucción y coconstitución con los territorios, de muchas formas. Los cambios que se han podido observar en la parcela muestra son diversos, desde plantas con colores más intensos y mejor floración hasta la cosecha de semillas con sabores más jugosos y marcados. La tierra de la milpa ha cambiado al excluir los agrotóxicos del proceso de regeneración del ciclo agrícola, se han notado los retos de no trabajar con matahierbas y mejoramiento químico, en las condiciones del suelo y los posibles procedimientos en los próximos ciclos agrícolas. Se asumen también los retos futuros, como mejorar las compostas y los riesgos necesarios para la distribución en los mercados convencionales, donde se compite de forma desleal con la agroindustria y las siembras con agrotóxicos.
Las reflexiones que hacemos como mujeres y hombres urbanos nos llevan a pensar que no podemos cambiar quienes somos o venimos siendo por decreto o voluntad, ni hacerlo en unos cuantos ciclos agrícolas. Por un lado, las formas capitalistas sedimentadas en nuestra subjetividad nos acostumbran a cierto tipo de sensibilidad y disposición al trabajo colectivo. Por otro, dispositivos, ordenamientos y relaciones que atraviesan nuestra vida cotidiana nos orillan a un régimen de subjetivación que nos aleja a cada momento de la naturaleza y lo colectivo.
Como dice Machado (en Navarro Trujillo, 2016: 254), acuñar conceptos como el de ecobiopolítico posibilita hablar «del capital como un modelo civilizatorio que produce un régimen de (in)sensibilidad, que nos desafecta de los procesos de la vida y nos ata a la vorágine de la mercantilización de nuestros sentidos y deseos». Ello nos lleva a considerar las dimensiones de la subjetivación y la politización discursiva como planos en disputa tan esenciales en la construcción de otro mundo como la experiencia práctica misma.
Los comunes requieren una comunidad y un conjunto de principios para cuidar y gestionar esa riqueza compartida. Es fundamental, como dicen Caffentzis y Federici (2015), entender que bienes comunes y formas tradicionales de organización también pueden estar basadas en formas no igualitarias de toma de decisión y de gestión.
Conclusiones: aprendizajes compartidos
Consideramos importante pensar al capital como relación de totalización, pero sabemos y asumimos que este no explica el origen de todas las desigualdades, inequidades e injusticias. El patriarcado, el racismo, el especismo y muchas formas de dominación tenían ya siglos de despliegue sobre nuestros cuerpos-territorios cuando se produjo la forma capitalista de civilización: «Históricamente los comunes no han sido excelentes ejemplos de relaciones igualitarias. A menudo se han organizado de un modo patriarcal; muchos comunes discriminan en función del género» (Caffentzis y Federici, 2015: 69).
Los esfuerzos de comunización hacia la autodeterminación no capitalista no están ausentes de contradicciones. Son espacialidades en construcción situadas, evanescentemente, en un umbral que va de una fantasmagoría latente a la manifestación inacabada de formas poscapitalistas. Algunas de ellas retoman elementos del pasado remoto, otras se reapropian de tecnologías desarrolladas bajo el imperativo productivista, pero en un intento franco por alejarse de la valorización. Su despliegue implica la invocación de nuevas temporalidades y espacialidades, pero, además implica todo un trabajo subjetivo, emocional y corporal que, aunque confrontativo y desafiante, permite palpar, asumir y trabajar las contradicciones que nos atraviesan y constituyen. En palabras de Machado:
Los cuerpos que aguanten increíblemente estos procesos violentos de despojo también se reinventan y se recrean porque hay memorias de vida comunal preexistentes que están en esos cuerpos. Memorias de prácticas de cuidado, de reparación, de recreación de un entorno de vida (Navarro Trujillo, 2016: 260).
¿Cómo llevar este tipo de experiencias a un plano de mayor escala y profundidad? En principio planteamos la necesidad de reconocer la valía del trabajo subjetivo que implica ser parte de un proceso como este y que nos ha acercado a comprender —o al menos a empatizar con— un lenguaje de no separación y de convivencia interespecies. Es decir, si bien no encontramos en nuestra realidad inmediata, o en los procesos de lucha de los que nos inspiramos, una organización anticapitalista que esté conjugando un lenguaje posantropocéntrico, el hecho de ser parte de una experiencia como esta nos lleva a reconocer —desde nuestros propios cuerpos-territorios— el aporte y la relevancia de buscar ese nuevo lenguaje en movimiento y emergencia desde hace ya varias décadas.
A partir de esta experiencia parcial y situada, entendemos la relevancia de la prefiguración y puesta en práctica de un «metabolismo sociedad-naturaleza capaz de reproducirse por la interacción, la reciprocidad, el cuidado y la cohabitación en un mundo que se comparte» (Navarro Trujillo, 2015: 26). Sin embargo, como Caffentzis y Federici (2015: 67) señalan, hay que asumir que «en un mundo dominado por las relaciones capitalistas los comunes que producimos son, necesariamente, formas de transición», por lo que avanzamos con un horizonte de un futuro incierto, pero reapropiándonos, reformulando y experimentando la idea de la red de la vida.
Hay contradicciones que nos toca gestionar. Por ejemplo, la centralización de tareas, los límites de la horizontalidad, la intermitencia de la participación o el no caer en una lógica productivista o comercial; y hay otras que nos desbordan y que debemos plantearnos como preguntas para construir otro mundo. Nos resuenan las palabras de Caffentzis y Federici (2015: 62), que advierten del peligro de que «esfuerzos comunitarios para construir formas de existencia solidarias y cooperativas fuera del control del mercado se pueden utilizar para abaratar el costo de la reproducción social», y sobre ello, caminamos en nuestras reflexiones.
Referencias
Caffentzis, G., y S. Federici, 2015. «Comunes contra y más allá del capitalismo». El Apantle, 1, pp. 53-72.
Gonzaga González, C., 2021. La Red en Defensa del Maíz y la lucha contra la agroindustria en México: crítica a la reificación de la naturaleza. Tesis de maestría en Sociología. México, ICSyH-BUAP.
Gutiérrez Aguilar, R., y M. Navarro Trujillo, 2019. «Producir lo común para sostener y transformar la vida: algunas reflexiones desde la clave de la interdependencia». Confluencias, 21 (2), pp. 298-324.
Herrero, Y., 2018. «Sujetos arraigados en la tierra y en los cuerpos. Hacia una antropología que reconozca los límites y la vulnerabilidad». En: E. S. Muíño, Y. Herrero y J. Reichmann (eds.), Petróleo. Barcelona, Arcadia, pp. 78-112.
Holloway, J., 2013. «¡Comunicemos!». En: R. Sandoval y M. Sandoval (eds.), ¡Comunicemos! Guadalajara, Grietas, pp. 11- 27.
León Hernández, E., 2016. «Oposición e interdependencia capitalista entre el campo y la ciudad. Retos para resistir al dominio y para la utopía anticapitalista». El Apantle, 2, pp. 201-225.
Navarro Trujillo, M., 2015. Luchas por lo común. Antagonismo social contra el despojo capitalista de los bienes naturales en México. México, Bajo Tierra y ICSyH-BUAP.
Navarro Trujillo, M., 2016. «Claves desde la ecología política para repensar la ciudad y las posibilidades de comunalización». El Apantle, 2, pp. 239-261 (entrevista a Horacio Machado).
Thwaites, M., 2004. La autonomía como búsqueda, el Estado como contradicción. Buenos Aires, Prometeo.
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* Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. E-mail: carolinagog27@gmail.com.
** Facultad de Turismo y Gastronomía, Universidad Autónoma del Estado de México. E-mail: agcabrera.ca@gmail.com.
*** Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Autónoma del Estado de México. E-mail: oligahl@gmail.com.
[1] «Prácticas agroalimentarias en torno a la milpa: tejiendo experiencias desde la cooperativa Mujeres de Maíz y Agua de San Francisco Xochicuautla y la siembra colectiva en Santiago Tlacotepec», Comecyt y Facultad de Ciencia Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México.
[2] Reconocemos el trabajo de cuidados que las mujeres tienen en contextos agrícolas, que en el plano de los hechos han contribuido al sostenimiento de la agricultura sobre todo de hortalizas de traspatio en la región. Asimismo, damos cuenta de una tendencia a la feminización de los proyectos agrícolas industriales, y cómo su lugar ahí ha sido fundamentalmente precarizado. Sin contar con la presencia contundente de su lucha por la defensa de los territorios. Sin embargo, el contexto de esta experiencia situada nos presenta tales condiciones con subjetividades específicas con las que estamos caminando en este proceso.
[3] Los quelites (del náhuatl quilitl, «hierba comestible») son una diversidad de retoños y yerbas silvestres que se dan en la milpa en la época de lluvias y duran lo que el ciclo agrícola. Se cocinan y comen crudos, preparados con distintas recetas ancestrales, y se adecuan a las formas de alimentación de cada lugar.
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