Agua-cuerpo-territorio. Las cicatrices y reexistencias de las mujeres rurales en el Maule Sur precordillerano de Chile [1]
Fany Lobos Castro*
DOI: doi.org/10.53368/EP61FCrr04
Resumen: Para las comunidades rurales que habitamos la precordillera de los Andes, tanto en Chile como en Argentina, el agua ha sido la sangre de nuestros territorios. Sin embargo, en Chile, este bien común comenzó a desdibujarse en nuestras montañas a partir del 11 de septiembre de 1973, fecha que marcó una de las mayores cicatrices en la historia del país, la más dolorosa de las cuales es la creación del Código de Aguas de 1981. Este supuso la casi total privatización de nuestras aguas, un cruel despojo que sigue avanzando sin escrúpulos sobre el cuerpo-territorio de las mujeres rurales que allí habitamos, mujeres que finalmente nos hemos quedado en los territorios subalternizados por el progreso y el mundo moderno, menospreciados por las miradas urbanas y siempre deseados por el neoextractivismo.
Estas palabras pretenderán tejer una tríada agua-cuerpo-territorio, como una relación imbricada en nuestras memorias ancestrales. Tres dimensiones que marcan a las mujeres rurales en su vida cotidiana, surcadas por las hidroeléctricas, centrales de paso, empresas forestales y monocultivos, todos ellos herreros en el marcaje del empobrecimiento de los territorios.
Sin embargo, las mujeres rurales, desde la cotidianidad y lo colectivo, intentamos romper los símbolos expuestos en escudos municipales, como la imagen de una hidroeléctrica, para mostrar y visibilizar otras formas de vivir. Tal vez sea lo campesino o la vida del campo, pero prácticas contrahegemónicas al fin al cabo, resistencias y reexistencias del agua-cuerpo-territorio en el invisibilizado Maule Sur, en Chile.
Palabras claves: agua-cuerpo-territorio, mujeres rurales, neoextractivismo, Maule Sur
Abstract: For the rural communities that inhabit the Andes Mountains, both in Chile and Argentina, water has been the lung of our territories. However, in Chile, this common good began to fade in our mountains as of September 11, 1973, a date that marked one of the greatest scars in the country’s history, the most painful being the creation of the 1981 water code. This meant the almost total privatization of our waters, a cruel dispossession that continues to advance unscrupulously on the “body-territory” of the rural women who live there, women who have finally remained in the territories subalternized by progress and the modern world. , despised by urban onlookers and always desired by neo-extractivism.These words will try to weave a triad «Water-Body-Territory», as an interwoven relationship from our ancestral memories. Three dimensions that mark rural women in their daily lives, crossed by hydroelectric plants, transit stations, forestry companies and monocultures, all of them blacksmiths in the marking of the impoverishment of the territories.However, rural women from everyday life and the collective try to break the symbols displayed on municipal shields, such as the image of a hydroelectric plant, to show and make visible «other» ways of living. Perhaps it is the peasant or rural life, but they are counter-hegemonic practices at the end of the day, in resistance and re-existence of the «Water-Body-Territory» in the invisible Maule Sur, Chile.
Keywords: water-body-territory, rural women, neo-extractivism, Maule Sur
Las aguas aúllan bridadas[2] y dolientes
El neoextractivismo ha ido puliendo sus formas de acumulación con movimientos y tácticas celosamente protegidas por el Estado y los Gobiernos locales. Un claro ejemplo de ello es la imagen de la represa —parte de la hidroeléctrica Colbún S. A.— exhibida como escudo de nuestro municipio. Estos símbolos nos muestran, a modo ejemplarizante, la hegemonía de los mercados sobre la vida. Podemos decir que el neoextractivismo se impone como un modelo de desarrollo socioterritorial que activa organismos públicos, bajo la falsa ilusión desarrollista (Svampa, 2019) que trueca naturaleza por el supuesto beneficio público, en un intento de acercamiento a la modernidad.
Imagen 1. Escudo de la Municipalidad de Colbún, región del Maule, Chile. Fuente: http://www.municipalidadcolbun.cl/.
Desde hace más de quinientos años las relaciones de las mujeres con el agua han danzado heridas y desgarradas por infinitas formas de violencias. Los sofisticados modelos actuales solo vienen a sumar bridas de dolor al despojo que estamos viviendo, desposesiones servidas en forma de banquete a las familias adineradas del país. Nuestras aguas aúllan en manos de clanes como los Matte Larraín o corporaciones mineras, forestales y de pensiones (AFP), todos ellos grandes accionistas de la hidroeléctrica Colbún S.A. Este gigante no duda en seguir con la mirada puesta en la cuenca del Maule (Colbún, 2016); deja a su paso caudales saqueados bajo las consignas del progreso y la riqueza, y acarrea en sus batallas desplazamientos forzados de hombres a la zona minera del cobre. Paradójicamente, nuestras aguas y nuestra gente terminan encontrándose en los socavones irrespirables del norte de Chile.
En este suculento banquete tenemos más invitados. Entre otros, el grupo Ferrero con su filial Agrichile se instaló en el Maule con extensas franjas verdes de avellano europeo, que sacian su sed con los que alguna vez fueron nuestros canales, hoy aguas prisioneras entre anchas paredes de cemento. Chile estos últimos años se ha convertido en uno de los principales exportadores de avellanas, con Italia como principal destinatario. Por tanto, el Maule, uno de los dos territorios elegidos para satisfacer de agua, tierra y cuerpos al monocultivo, sigue siendo la elección para alcanzar la proyección del año 2025, traducida en treinta mil hectáreas más de producción (Ellena, 2017). Frutales rociados con las tóxicas fragancias del Paraquat, herbicida con altos niveles de neurotoxicidad (Niso, 2010) y residualidad en organismos vivos, suelos y redes hídricas (Alza-Camacho et al., 2016: 343). Nos preguntamos si podremos negar a los países del Norte disfrutar de la suavidad de la Nutella o de los atractivos Kinder Sorpresa. Seguramente esas etiquetas no cuentan que somos mujeres rurales quienes respiramos el veneno, o que son nuestras aguas las que se contaminan de Paraquat, sustancia prohibida desde 2009 en Europa, cuyos laboratorios siguen fabricando el ochenta y seis por ciento de los pesticidas y herbicidas utilizados en la agricultura. En 2018 enviaron más de 81.600 toneladas a África y América Latina (Dowler, 2020). Agua-cuerpo-territorio rasgado para atiborrar la glotonería burda y soberbia del neoextractivismo.
Agua-cuerpo-territorio. Cicatrices y reexistencias
Caminar por los senderos que nos llevan a la laguna del Maule[3] y afinar la mirada sobre los surcos desiertos y agrietados que salen de ella supone ser conscientes de que en un par de décadas nuestros territorios han ido dejando en su memoria al maqui,[4] al canelo[5] y al chilco.[6] Nuestros bosques, con rabia e impotencia, fueron perdiendo el verde que pasaba de espesores intransitables a corredores de alta tensión cada pocos kilómetros. Nuestros territorios rurales se reconfiguraron con la sangre encarcelada entre cementos, y en este punto muchas comunidades entendieron las amenazas y decidieron migrar, vender sus tierras, asalariarse o simplemente intentar sobrevivir con existencias empobrecidas. Pero la trama no acaba aquí; muchas otras sentimos que nuestros cuerpos de mujeres rurales estaban siendo territorio de dominación y precarización, que se quería hacer de ellos depósitos estáticos (Esteban, 2004) en beneficio de la acumulación del capital.
Las mujeres rurales de la precordillera del Maule Sur, de alguna u otra manera, queríamos ser cuerpo-territorio con historia, memoria, saberes ancestrales y propios (Gómez, 2012). Queríamos agarrarnos con dientes furiosos a las huertas y frutales, a la trilla y la mosqueta, o quizás volver a llenar de cereales la callana[7] y el molinillo. Para nosotras hablar el lenguaje de los raudales suponía escuchar atentas el ruido de la tetera en el fogón ardiente, de la tiznada cocina de humo, para compartir, con un mate,[8] conspiraciones con el agua. Por estas razones, entendimos que nuestros cuerpos-territorios no se piensan ni se sienten sin las aguas que fluyen tibias sobre nosotras. El agua será un constituyente que articula esta imbricación en el cuerpo-territorio. Parafraseando a Panez en su tríada agua-tierra-territorio, supone abordarla desde una relación de inseparabilidad cotidiana, constante y de efectos (Panez, 2019), pero esta vez al encuentro del ayün[9] entre el agua, el cuerpo y el territorio.
Un hilado es el proceso en el cual varias motas irregulares de lana van ajustándose unas con otras al compás del movimiento circular del huso, para crear un hilo nutrido de muchas hebras necesarias entre sí; de esta manera entendemos la relación agua-cuerpo-territorio, como un híbrido vivo que interconecta vínculos afectivos, históricos, culturales, sociales y económicos en las prácticas cotidianas de las mujeres rurales, fusionados de forma indisoluble.
El acaparamiento nos ha herido y dejado cicatrices de vida individuales y colectivas, bridas que nos llevan a pensar el pasado, luchar en el presente y llenar de esperanza un futuro en constante disputa. Esta tríada agua-cuerpo-territorio emerge como una maraña de hilos de lucha enredados y entrecruzados por las mujeres rurales en un intento de resistencia a despojos encarnados, y a su vez abre dimensiones subjetivas de reexistencias. Rompimos el cerco con prácticas cotidianas para hacer frente a los despliegues de muerte, que solo nutren a los imperios energéticos, quienes bombean incesantes las máquinas extractivistas.
En los encuentros de mateadas entre vecinas, nacieron iniciativas espontáneas de recuperación de las aguas, como por ejemplo la utilización de motores para abastecer las huertas y frutales, es decir, la mesa de las familias, asumiendo que suponía un robo dentro del marco legal establecido en dictadura. Los grandes terratenientes con sus derechos enseguida reclutaron sicarios del agua —muchas veces nuestra propia gente— para reclamar el retiro inmediato de los motores. Pero ya era tarde, estábamos dentro de las fronteras de la insurgencia (Cruz, 2020), mateando se llegó a acuerdos de turnos de cuidados que como gárgolas vigilaban que los motores trabajaran, sin ser desconectados. No podíamos permitir que nos siguieran negando el agua. Así fue como fuimos fraguando acciones sin ley ni religión que se nos interpusieran. Todas al mismo ritmo y sin culpa, torciendo madejas para la liberación de las aguas.
Imagen 2. Mujer rural con picota. Fuente: autoría propia.
Otras mujeres rurales, aún más heridas por la falta de agua, decidieron darle un respiro al encierro de los caudales, y a punta de picota rompieron bloques de cemento para que el agua empapara los bulbos deshidratados e invadiera de micorrizas las raíces del maizal. A veces eran necesarias varias mujeres para expulsar a gritos a los sicarios del agua enviados por el agronegocio. Así fuimos tachadas (como manda la tradición del capitalismo patriarcal) de histéricas y locas —¡qué a gusto nos sentíamos en esos márgenes!— que exigían agua para sus tierras sin pagar ni un peso.
La vida cotidiana y sus prácticas desprenden ontologías relacionales, afectos y emociones con otros seres más allá de lo humano (Vallejo et al., 2019). Posiblemente estas acciones no son la revuelta rural por el agua, pero sí son ungüentos y vendajes comunitarios, impregnados de esperanza de desbridar el agua-cuerpo-territorio cicatrizado, pero no vencido. Una tríada inseparable que inspira hilados de reexistencia, es decir, emanaciones cotidianas de lucha por lo común de las mujeres rurales, cuerpos que enhebran territorios de manera intencionada desde la corporalidad sentida y significada con los flujos de las aguas cordilleranas dolientes o liberadas. (Entre susurros: ¡Venga a tomarse un matecito de aguardiente! ¡Tranquila, no estás sola, sigamos hilando!…).
Imagen 3. Infografía con arpillera de Violeta Parra de fondo, utilizada para el Día del Agua el año 2020. Fuente: Colectiva (En)Candil-Ando Feministas Territoriales en Defensa del Agua y el Territorio, Chile.
Referencias
Alza-Camacho, W. R., J. M. García-Colmenares y S. P. Chaparro-Acuña, 2016. «Determinación voltamétrica de Paraquat y glifosato en aguas superficiales». Ciencia y Tecnología Agropecuaria, 17 (3), pp. 331-345.
Colbún, 2016. Memorias anuales. Disponible en: https://www.colbun.cl/memorias-anuales/, consultado el 1 de junio de 2021.
Cruz, D., 2020. «En un rincón de la frontera se teje la insurgencia. Territorios encarnados ante la (re)patriarcalización». Ecología Política, 60, pp. 16-23.
Dowler, C., 2020. «Thousands of Tonnes of Banned Pesticides Shipped to Poorer Countries from British and European Factories». Unearthed. Disponible en: https://unearthed.greenpeace.org/2020/09/10/banned-pesticides-eu-export-poor-countries/, consultado el 30 de marzo de 2021.
Ellena, M., 2017. «Avellano europeo: 30.000 hectáreas a 2025 con el sur como protagonista». Redagrícola. Disponible en: https://avalanchadevs.com/redagricola/cl/avellano-europeo-30-000-hectareas-2025-sur-protagonista/, consultado el 1 de junio de 2021.
Esteban, M. L., 2004. Antropología del cuerpo. Género, itinerarios corporales, identidades y cambio. Barcelona, Bellaterra.
Gómez, D., 2012. «Mi cuerpo es un territorio político». Voces descolonizadoras, Cuaderno 1, Brecha Lésbica.
Niso, M., 2010. Participación de ask1 en la neurodegeneración mediada por Paraquat. Cáceres, Universidad de Extremadura (tesis).
Panez, A., 2019. La persistencia de la vida. Despojos y resistencias en los conflictos por agua-tierra-territorio bajo el neoliberalismo en Chile. Niterói, Universidad Federal Fluminense (tesis doctoral).
Svampa, M., 2019. Las fronteras del neoextractivismo en América Latina. Conflictos socioambientales, giro ecoterritorial y nuevas dependencias. Zapopan, Calas Maria Sibylla Merian Center.
Vallejo, I., G. Zamora y W. Sacher, 2019. «Despojo(s), segregación social del espacio y territorios de resistencia en América Latina. Presentación del dossier». Íconos, 64, pp. 11-32.
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* Activista feminista territorial del Maule Sur, Chile. Profesora de Historia y Geografía. Máster de Mujeres, Género y Ciudadanía. Doctoranda en Estudios Feministas y de Género en la Universidad del País Vasco.
[1] Este artículo se enmarca dentro de la actual investigación doctoral Agua-cuerpo-territorio. La (des)territorialización campesina de las mujeres rurales en la zona centro-sur precordillerana de Chile.
[2] En referencia a las bridas cicatriciales, tractos musculares de tejidos que se forman en el cuerpo después de una herida o quemadura.
[3] Laguna natural ubicada en la frontera de Chile con Argentina; se encuentra sobre un complejo volcánico y abastece la cuenca del Maule.
[4] Tipo de árbol del sur de Chile y Argentina; su fruto tiene múltiples propiedades curativas y nutritivas utilizadas por las comunidades rurales locales.
[5] Árbol que ha estado estrechamente ligado a la cosmología sagrada. Foye en mapudungún significa «eje central».
[6] Arbusto natural de Chile. El nombre viene del mapudungún y significa «el que nace cerca del agua».
[7] Vasija para tostar cereales.
[8] Infusión de hojas de yerba mate, consumida en la zona rural del sur de Chile, casi siempre compartida.
[9] En mapudungún significa la capacidad de «ver la luz en lo otro».
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