Abraham Zaíd Díaz Delgado*
DOI: doi.org/10.53368/EP63IVCbr04
Resumen: Este trabajo expone el origen de una propuesta artística y cultural en la comunidad de San Miguel Tecomatlán como expresión cosmopolítica emprendida por la población frente al incremento de la violencia y la demanda de narcóticos en la región de Tierra Caliente (estado de Guerrero). En «el pueblito» (como también se le conoce) se trabaja el policultivo para autosustento, pero la agricultura local se ha visto amenazada por la posible invasión de los grupos delictivos para producir ilegalmente goma de opio, amapola y marihuana. En esta zona crece una variante endémica de chile, resultado del policultivo, que no se comercializa fuera de la región. Este chile criollo ha sido tomado como principal sujeto en la defensa del territorio: se ha optado por su promoción y mercantilización por medio de la organización de la Feria del Chile Criollo, una estrategia para crear una tradición con el fin de evitar la violencia y garantizar el futuro de las siguientes generaciones.
Palabras clave: cosmopolítica, violencia, Guerrero, agricultura, arte
Abstract: This article exposes the origin of an artistic and cultural proposal in the community of San Miguel Tecomatlán (Guerrero state) as a cosmopolitical expression of the population in the face of the increase in violence and the drugs demand in the Tierra Caliente region. In the «pueblito» (as it is also known) polyculture is used for self-sustainability, but local agriculture has been threatened by the possible invasion of criminal groups to illegally produce opium gum, poppies, and marijuana. An endemic variant of «chile» grows in this area as a result of polyculture and is not marketed outside the region. The «chile criollo» has been taken as the main subject in the defense of the territory, opting for its promotion and commercialization with the creation of the «Feria del Chile Criollo», from which it is intended to avoid violence and guarantee the future of the following generations, making it a tradition.
Keywords: cosmopolitics, violence, Guerrero, agriculture, art
Imagen 1: Primer bosquejo del logotipo de la Feria del Chile Criollo.
Fuente: Comité Organizador, San Miguel Tecomatlán, Guerrero. 2021.
Introducción
San Miguel es un pequeño pueblo ubicado en el norte del estado de Guerrero, cerca de los límites con Michoacán y el estado de México. Visitarlo provoca la sensación de haber hecho un viaje en el tiempo. La vida rural del pueblo es total, casi nada hay en común con las urbes como la Ciudad de México. Solo hay una calle pavimentada, la que conduce a la iglesia; el resto del pueblo está cubierto de tierra, polvo y algunas piedras por donde en el día transitan tranquilamente personas y animales (domésticos y ganado). Los servicios básicos, como el agua potable y la energía eléctrica, aún se consideran una novedad; recientemente se han introducido la red telefónica e internet, aunque directamente son cobrados a altas tarifas por lapsos de una hora, un día o una semana por un administrador local que rinde cuentas al grupo del crimen organizado dominante en la zona.
En octubre de 2020, durante mi trabajo de campo pude visitar «el pueblito», como también se conoce la localidad. Una familia pudo darme hospedaje. No se trata de una familia típica de la comunidad: el jefe es profesor y director de la única escuela secundaria, sus tres hijos tienen estudios universitarios concluidos o en curso y su esposa administra la tienda mejor surtida del pueblo. Aunque poco involucrados en la política formal, los cargos de representación popular y la partidocracia regional, los miembros de esta familia son reconocidos en «el pueblito» con ciertos aires de liderazgo por ser capaces de «salir adelante» sin recurrir a las alternativas comunes de sus vecinos: la migración, el trabajo de la tierra o el narcotráfico.
Debido a la emergencia sanitaria por la pandemia de COVID-19, en 2020 los hijos volvieron de la Ciudad de México a casa de sus padres para mantenerse a salvo de los contagios. El retorno al lugar de origen generó una «equivocación controlada»[1] (Viveiros de Castro, 2011: 5) que los impactó emocionalmente al identificar los problemas del pueblito en dos aspectos torales de la vida cotidiana: la economía y la seguridad. Ambos son regulados por el crimen organizado: en el plano económico, fijan los precios de todos los artículos de consumo, desde los de las grandes empresas hasta los que produce la comunidad con la agricultura; mientras que la seguridad está supeditada a un establecimiento un orden fundado en el miedo, ya que cualquier altercado entre pobladores es castigado brutalmente por los criminales, lo que de hecho los evita.
Violencia en Tierra Caliente
El pueblito se encuentra en la región de Tierra Caliente, una zona en constante conflicto armado, que incluso ha buscado reconocimiento como un estado independiente. Antes los conflictos se presentaban entre movimientos guerrilleros y el Gobierno mexicano, pero en la última década son entre grupos del crimen organizado que se disputan el territorio, punto estratégico para el trasiego de droga. La colindancia de los estados de México, Guerrero y Michoacán está siendo reconocida últimamente como «el nuevo triángulo dorado» para el mercadeo de amapola, goma de opio y marihuana en México. De ahí que la violencia se haya recrudecido de forma paulatina. La invasión del crimen organizado en la vida cotidiana de las personas es cada vez mayor y pone en riesgo su tranquilidad ante la posibilidad de ser obligados a trabajar la tierra para los grupos criminales sembrando y cosechando los productos negociados por los narcotraficantes. A su vez, ello hace peligrar el sustento diario de las familias del pueblito, las cuales suelen trabajar la tierra para el autoconsumo en la localidad y solo comercializan sus excedentes de maíz dos o tres veces al año.
Al ser testigos de esta situación, los hijos de la familia que me dio hospedaje comenzaron a idear una alternativa para proteger a la comunidad de su territorio, su seguridad y su futuro. Permeados por la vida citadina de la capital, conocían un momento de auge en la oferta artístico-cultural sobre la ruralidad. Entonces, iniciaron un sondeo entre el campesinado local para conocer la extensión de sus tierras y sus productos de cultivo. En todos los casos las tierras se trabajan con sistemas de riego natural y artificial que permiten el policultivo de calabaza, maíz, ejote, frijol (comba) y chile de dos a cuatro veces al año. Además, en los alrededores se dan de manera natural especies endémicas de mango y guayaba; ambos, de sabor ácido y consistencia rígida, se comercializan en la región de Tierra Caliente. A decir de la gente, la venta de estos frutos no se extiende a otras zonas del país por un acuerdo intercomunitario que pretende evitar la sobreexplotación de dichos productos y el despojo de tierras. Así que están frente a una situación de seguridad que va llegando a su límite y que demanda acciones de cara al futuro, pues están en juego su vida y los territorios que permiten la existencia de la comunidad.
Resultado de la consulta al campesinado del pueblito, se encontró que del formato de policultivo ha emergido una especie endémica de chile, llamada por ellos mismos como «chile criollo». Aunque el nombre ya se ha empleado en otras regiones del país, la composición química de este chile es particular y en consecuencia también su sabor. Así, se ha convertido en el nodo central de una nueva red de significados, en términos de lo que Marilyn Strathern denomina «conexión parcial», que «no es singular ni plural, ni uno ni muchos, [sino] un circuito de conexiones en lugar de partes juntas» (De la Cadena, 2020: 290). En la población hay dos fines pragmáticos evidentes: por un lado, el ideal de progreso de las familias locales y, por otro, el mejoramiento de las condiciones de inseguridad por la violencia vivida en Tierra Caliente.
Imagen 2: Publicación en Facebook notificando el acuerdo de los habitantes de San Miguel Tecomatlán.
Fuente: https://www.facebook.com/photo?fbid=3096230977145782&set=g.418127448307610.
La Feria del Chile Criollo, una respuesta cosmopolítica
Los campesinos de San Miguel que siembran el chile criollo lo describen como «un chile que casi no pica», «de forma triangular», incluso se lo asemeja con morfologías animales al señalar que «en la punta se le hace una cola» y «parece un tigre, porque le salen rayas a los lados»; en un intento por integrar estas visiones emic, me aventuro a describir de forma breve el producto, a partir de notas apuntadas en mi diario de campo en octubre de 2020. Tiene forma similar a un triángulo isósceles invertido, con longitud de entre cinco y diez centímetros; crece en una planta no mayor de setenta centímetros de alto y los brotes varían en dos coloraciones, morado y verde. Conforme crecen, tienden a teñirse de un tono verde con franjas moradas alrededor; en ese punto es momento de cosecharlos. Una vez cortados, comienzan a secarse y cambian de color a tonos rojizos, del más intenso al más oscuro hasta pintarse de guinda. Durante todas estas etapas puede consumirse, con una leve variación en el sabor, siempre muy poco picante; a veces llega a tener un gusto dulce. (https://www.adarsus.com) Se lo suele mezclar con miel de abeja natural, obtenida en los alrededores del pueblito, para formar una salsa dulce que acompaña los mangos verdes originarios de la región; este es un bocadillo natural y accesible para todos.
En función del carácter único de esta especie de chile, los pobladores y productores de San Miguel acordaron tomarlo como símbolo de la resistencia y defensa de sus tierras frente a la ola de violencia y sobredemanda de producción de narcóticos que ha ido en ascenso en la región durante la última década. Por eso me refiero a esta como una lucha «cosmopolítica» en términos de Stengers: «Una política en la que el cosmos se refiere a lo desconocido constituido por mundos múltiples y divergentes y a la articulación que pueden alcanzar» (Stengers, 2014: 21).
El día 30 de diciembre de 2020, se convocó una reunión de los habitantes del pueblito para consultar la decisión de potenciar la producción y difusión del chile criollo como estrategia de defensa de la tierra y de la población, al promover su comercialización y consumo a una mayor escala, además como una alternativa de crecimiento económico local. Del evento derivó el compromiso de organizar la Primera Feria del Chile Criollo con recursos propios de la comunidad y apoyo de las remesas enviadas por quienes migraron a Estados Unidos. Ante el logro de este acuerdo, uno de los miembros de la familia que me hospedó durante mi trabajo de campo señaló con tono esperanzador: «Hoy ha nacido una tradición con la Feria del Chile Criollo».[2]
Conclusiones
Pese a ser reciente, la organización comunitaria de San Miguel Tecomatlán se da como respuesta a una serie de problemáticas sociales, económicas y culturales de larga data que han ido agravándose de modo paulatino hasta impulsar al campesinado a recurrir a sus productos endémicos para sortear la violencia que se vive en esa zona crucial para grupos del narcotráfico, que se disputan su dominio.
Ciertamente, las narrativas locales que ponen al chile criollo como actor fundamental de la defensa del territorio y de la vida del pueblito no son muy claras aún. Es evidente que recién se están configurando a partir de las historias en torno al producto a comercializar y con la consolidación de una feria cultural, lo que se expone con la frase «Ha nacido una tradición».
Atender a la iniciativa de la Feria del Chile Criollo desde este momento prematuro del proceso de defensa del territorio es fundamental para comprender cómo se origina y sostiene (o decae) una lucha cosmopolítica en la que los actores no humanos son punta de lanza para la conservación de la vida, con una visión más amplia que resguarda la seguridad de humanos y no humanos. En el camino es necesario «tomar en serio» (Blaser, 2009: 18; Cepek, 2016: 624) las necesidades, discursos y contextos en los que emerge esta lucha pacífica.
Referencias
Blaser, M., 2009. «The Threat of the Yrmo: The Political Ontology of Sustainable Hunting Program». American Anthropologist, 111 (1), pp. 10-20.
Cepek, M., 2016. «There Might Be Blood: Oil, Humility, and the Cosmopolitics of Cofán Petro-being». American Ethnologist, 43 (4), pp. 623-635.
De la Cadena, M., 2020. «Cosmopolítica indígena en los Andes: reflexiones conceptuales más allá de la “política”». Tabula Rasa, 33, pp. 273-311.
Stengers, I., 2014. «La propuesta cosmopolítica». Pléyade, 14, pp. 17-41.
Strathern, M., 2004. Partial Connections. Nueva York, AltaMira.
Viveiros de Castro, E., 2011. «Perspectival Anthtopology and the Method of Controlled Equivocation». Tipití, 2 (1), pp. 1-20.
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* Universidad Iberoamericana, Ciudad de México. E-mail: zaiddiaz@live.com.mx.
[1] Estas se dan cunado dos o más perspectivas dialogantes se refieren a cosas diferentes con las mismas palabras, creando interpretaciones equivocadas pero controlables mediante un detallado proceso de traducción.
[2] Pese a que se comenzó a planear a finales de 2020 para celebrarse en diciembre de 2021, el contexto global de pandemia por COVID-19 no permitió su ejecución por el alza de contagios y una orden de vigilancia girada por un líder local del narcotráfico.
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