Devinder Sharma*
Las alarmas venían sonando desde hacía bastante tiempo. Durante casi dos décadas la producción agrícola había permanecido estancada y luego comenzó a descender. Al continuar ignorándose la esencial conexión entre producción agrícola y acceso a los alimentos y al desplazarse el énfasis hacia los procesos agrícolas vinculados a la inversión extranjera y las exportaciones, no es de extrañar que haya sucedido lo que sucedió.
La comunidad agraria de toda la India está atrapada en una crisis de magnitud sin precedentes. El aumento del coste de los insumos y el estancamiento de los precios en los mercados, debidos a cambios de políticas generadas por la globalización y la liberalización económica, han conducido a los agricultores de todas las clases a un terrible endeudamiento. Enfrentadas a un futuro sombrío, miles de familias de agricultores están llegando al extremo de cometer suicidio. Tales suicidios pueden considerarse en ciertos casos una consecuencia del fracaso de las cosechas, mientras que en otros pueden atribuirse al fracaso de las actuales tecnologías agrícolas cuando son puestas en práctica en condiciones poco adecuadas. Otra percepción es que los suicidios son el resultado del fracaso del sistema agrícola en un nivel económico.
Mientras la danza de la muerte en serie continúa en la India sin dar muestras de disminuir, los diseñadores de polí- ticas y los científicos agrícolas están muy atareados sentando las bases para una segunda Revolución Verde.
Probablemente sea esta la peor tragedia humana en la historia de la India independiente. Desde 1993 son más de 250.000 agricultores los que han escogido esa solución final para escapar de la humillación que trae consigo el endeudamiento permanente; y la cifra crece día a día. Sólo en 2010, la National Crime Bureau registró 15.964 suicidios de agricultores.
Los beneficios provenientes de la agricultura están en permanente declive. En una encuesta de la National Sample Survey Organization (NSSO) el 40 por ciento de los campesinos reconoció que su tarea había dejado de ser remunerativa y que, de tener la ocasión, preferían abandonar la agricultura.
Sin duda, la prosperidad agrícola que nos habían hecho creer ha desaparecido completamente. Con el paso de los años, el endeudamiento ha ido creciendo hasta niveles extraordinarios. Un reciente estudio realizado por la Universidad Agrícola del Punjab demuestra que el 89 por ciento de las familias de agricultores está sumida en deudas; esto en un estado eminentemente agrícola como es el Punjab. Actualmente, la deuda de cada familia de agricultores es de un promedio de 78.000 rupias. En otras palabras, por cada hectárea de tierra cultivada, la deuda pendiente es de 50.140 rupias. Para los peones agrícolas, la situación no es mejor. Esto también se refleja en el ascendente índice de suicidios que se observa en las zonas rurales.
Todo esto sucede al mismo tiempo que una tecnología basada en elevados insumos químicos ha arrasado los suelos, con los campos dando boqueadas para respirar y los cultivos consumidores de agua (híbridos y algodón Bt) agotando rápidamente los acuíferos subterráneos; si a esto sumamos la incapacidad de los mercados para rescatar a los agricultores del colapso de los sistemas agrícolas, la tragedia es que quienes cargan exclusivamente con los costes humanos son los campesinos. Por ejemplo, en el estado del Punjab, eminentemente agrícola y considerado el «tazón alimentario» del país, de sus 138 secciones de desarrollo hay 108 que ya han sido declaradas zonas de desastre; en estas secciones, el nivel de explotación de las aguas subterráneas ha alcanzado el 98 por ciento, cuando el límite crítico está en el 80 por ciento. En cerca de la mitad de la superficie de este estado se han registrado niveles de consumo de agua subterránea del cien por ciento. Para el año 2020, la NASA estadounidense prevé una severa crisis hídrica en las fértiles llanuras irrigadas por los ríos Indo y Ganges, con los acuíferos del Punjab totalmente agotados.
La Oficina Nacional de Supervisión del Suelo y Planificación del Uso de la Tierra de la India calcula que cerca de 120 millones de hectáreas, de un total cultivable de 142 millones de hectáreas en todo el país, se enfrentan a diversos niveles de degradación. La Revolución Verde fue diseñada para aportar al país cerca de 58 millones de hectáreas de tierras de cultivo adicionales para producir más alimentos; en realidad, casi el doble de esa superficie ha resultado degradada y ecológicamente devastada como consecuencia de tales prácticas. En pocas palabras, la Revolución Verde ha causado estragos en la base natural de recursos.
La Revolución Verde no sólo se ha agriado, sino que ahora se ha vuelto roja. La cada vez mayor ola de suicidios es un claro testimonio de que toda la ecuación estaba equivocada. No obstante, la cuestión fundamental de la destrucción de estilos de vida sostenibles continúa siendo ignorada. Durante estos años, por ejemplo, las regiones de secano del país, que constituyen el 75 por ciento de las tierras cultivables, han sido sembradas cada vez más con cultivos híbridos. Más allá del alto rendimiento de las variedades híbridas, la otra cara de estas variedades —sumamente dependientes del agua— ha sido convenientemente ignorada. En favor del argumento, tomemos como ejemplo al arroz. En el Punjab y en Haryana, los agricultores siembran variedades de arroz de alto rendimiento. Tales variedades requieren cerca de 3.000 litros de agua para producir un kilo de arroz (las estimaciones del IRRI — Instituto Internacional de Investigaciones sobre el Arroz, que calculan unos 5.000 litros de agua por kilo de arroz, están siendo cuestionadas). En lugar de haberse escogido variedades que requieran menos agua, dado el déficit hídrico de las zonas de secano, se promovieron variedades híbridas con requerimientos superiores a los 5.000 litros por kilo de arroz.
LOS PLAGUICIDAS SON UNA PÉRDIDA DE TIEMPO Y DE DINERO
Tres décadas después del lanzamiento de la Revolución Verde, los científicos agrícolas están descubriendo ahora que los plaguicidas químicos son una completa pérdida de tiempo y dinero. Han asumido este grave error sólo después de haber envenenado los suelos, contaminado los acuíferos y el medio ambiente, y contribuido a la muerte de miles de agricultores.
Como afirma un comunicado de prensa del IRRI (28 de julio de 2004): Imaginemos que 2.000 arroceros pobres de Bangladesh, cuyo ingreso medio anual es de unos cien dólares, repentinamente asumen el papel de científicos agrí- colas. A lo largo de dos años —cuatro estaciones— comprueban que los insecticidas son una pérdida de tiempo y de dinero. Gary C. Jahn, entomólogo del IRRI, comenta:
Para mi sorpresa, cuando la gente dejó de fumigar, los cultivos no decayeron; y esto se experimentó en 600 campos, en dos distritos diferentes y durante cuatro estaciones. Estoy convencido de que la gran mayoría de los insecticidas que los arroceros utilizan son una completa pérdida de tiempo y dinero».
Esto es resultado del proyecto LITE (Mejora de la calidad de vida mediante la ecología) realizado conjuntamente por el IRRI y el DFID (Departamento para el Desarrollo Internacional británico), que ha demostrado que se pueden eliminar los insecticidas y reducir las aplicaciones de fertilizantes nitrogenados sin disminuir el rendimiento de los cultivos. «En las mismas aldeas, hemos reducido un 99 por ciento el uso de insecticidas entre los agricultores participantes y un 90 por ciento entre aquellos que no participaron», comenta Jahn.
Más aun, si el proyecto LITE continúa como comenzó, en menos de una década gran parte de los 11,8 millones de cultivadores de arroz de Bangladesh —cerca del 12 por ciento de la población del país, según el Instituto de Investigaciones sobre el Arroz de Bangladesh— habrá eliminado los insecticidas y optimizado el uso de fertilizantes.
Estudios similares en la provincia filipina de Luzón Central y en algunas regiones de Vietnam han demostrado que los plaguicidas no eran necesarios. ¿No significa esto que durante todos estos años los científicos agrícolas han promovido productos químicos sin buscar alternativas viables y sostenibles? ¿No significa esto que la tecnología para incrementar la productividad no se basó en parámetros ecológicos sensatos? ¿No significa esto que el sistema de investigación de cesión de tierras ignoró el potencial de crecimiento agrícola que ya existía en los países en desarrollo, basado en tecnologías y sistemas agrícolas sostenibles, probados a lo largo del tiempo?
Si se necesitaron treinta años para comprender que la tecnología promovida por la USAID y ciegamente copiada por los sistemas nacionales de investigaciones agrícolas de los países en desarrollo, que infligió tantos daños irreparables a la salud humana y al medio ambiente, era deficiente ¿qué garantía hay de que los cultivos genéticamente modificados no tendrán consecuencias aun más perjudiciales? ¿Quiénes se harán responsables de la destrucción provocada por las manipulaciones genéticas?
No sólo los híbridos del arroz, sino todo tipo de variedades híbridas que requieren mayores dosis de agua, ya sea sorgo, maíz, algodón, mijo u hortalizas, están siendo promocionados en las regiones de secano. Además, los científicos agrícolas han engañado a los agricultores convenciéndoles de que en las tierras de secano era imprescindible utilizar fertilizantes químicos. La perniciosa combinación de insumos químicos y cultivos devoradores de recursos hídricos ha causado estragos en las tierras de secano, convirtiéndolas no sólo en improductivas sino en absolutos yermos. Los acuíferos han descendido enormemente y, sumado a unos regímenes de lluvias cada vez más deficientes, la situación ha provocado que los campesinos abandonen la agricultura y emigren. Como si todo esto no fuera suficiente, el algodón Bt, que requiere más agua que el algodón híbrido, fue concientemente promocionado para que la industria de las semillas obtuviese mayores beneficios.
En un momento en que la base de recursos naturales ha sido devastada y que en muchas regiones del país el hambre conduce a los campesinos empobrecidos al extremo de quitarse la vida, el gobierno continúa adoptando con entusiasmo las prescripciones para mitigar la pobreza diseñadas por la Confederación de Industrias de la India (CII) para convertir la agricultura del país en una «fábrica de alimentos» y, en consecuencia, privar a millones de agricultores de subsistencia de sus magras tierras de cultivo.
Para conseguir que sus propuestas sean percibidas como serias, la CII ha establecido una meta de producción de cereales para consumo humano para 2020. En un informe titulado «Plan Estratégico para el Sector Agrícola de la India», ha establecido una serie de medidas que incluyen la modificación de las normas de arriendo de tierras, transferir la gestión de los contratos de irrigación al sector privado y eliminar determinadas barreras comerciales; de tal modo, calculan que la producción de cereales alcanzaría los 500 millones de toneladas de aquí a veinte años. En 2003-2004, el gobierno adoptó formalmente las recomendaciones hechas por la CII. Como si tal cosa no fuese suficiente, en un voluminoso estudio preparado con la colaboración de la consultora británica McKinsey India, la CII resalta el enorme potencial de la agricultura industrial.
La fórmula mágica de la industria agrícola, sin embargo, se basa en los beneficios que anticipa del envasado y exportación de productos agrícolas. La industria alimentaria india, que factura 280.000 rupias crore (1) está a punto de dar el gran salto a facturar 560.000 rupias crore al año. En su informe «Plan de Acción para el Desarrollo Alimentario y Agrícola Integrado», la CII hace especial hincapié en las poco exploradas posibilidades del envasado de productos alimentarios como harina de trigo, legumbres, etc., y de alcanzar un reconocimiento para las marcas de productos de calidad. No obstante, hay una gran trampa. El informe advierte de que tales metas sólo pueden alcanzarse si en los años venideros se hacen inversiones equivalentes a 140.000 rupias crore.
Resulta extraño que, al mismo tiempo de que advierte que la producción agrícola se verá afectada por los elevados subsidios de insumos, la CII no ve nada extraño en pretender grandes inversiones gubernamentales para convertir la agricultura de subsistencia en agricultura empresarial. Si la adición de valor es lo único que se propone la segunda revolución verde, y esto también a un coste altamente subsidiado, las recomendaciones de los industriales agrícolas rozan lo catastrófico. Sin embargo, sería otra cuestión si una fracción del masivo apoyo infraestructural, en subsidios financieros y demás sobornos que el gobierno le está ofreciendo a la industria agrícola se destinase a los agricultores pequeños y marginales, pues en tal caso la agricultura india cambiaría enormemente, y en sentido positivo.
En conjunto, las políticas de arrendamiento de tierras que han generado un aumento de la adquisición de tierras, el establecimiento de zonas económicas especiales, y el fomento de una agricultura empresarial mediante los contratos agrícolas y el comercio de mercancías, han llevado a que la India esté a punto de entrar en la segunda fase de la revolución verde; algo que, finalmente, expulsará a los campesinos de la agricultura. El primer ministro Manmohan Singh ha reiterado en diversas ocasiones la necesidad de tender hacia una transferencia de la población, del medio rural a las áreas urbanas.
Mejorar la agricultura y lograr que sea económicamente viable y sostenible es tal vez la mejor opción para erradicar el hambre y reducir la pobreza y el desempleo. Pese a ello, durante las últimas décadas el desarrollo agrícola se ha visto dificultado por un sistema explotador. Con el resultado de que la India rural ha logrado convertirse en el mayor conglomerado de habitantes pobres del planeta. Estadísticas aparte, la calidad de vida en la mayoría de las aldeas de la India se va deteriorando con el paso de los años. Queda claro que la aldea ya no es más el eje central del desarrollo.
La creciente alienación de las aldeas en el moderno paradigma de desarrollo se percibe claramente, en la mayoría de escuelas e instituciones económicas, cuando la economía agrícola va siendo desplazada por la economía industrial. A medida que crece el interminable coro a favor de la tan esperada ola de reformas, se da un rapaz asalto sobre los recursos naturales. El Estado se ha convertido en un explotador descarado, que usurpa recursos naturales preciosos (agua, suelos y riquezas minerales) para el beneficio privado. Las zonas agrícolas están siendo testigos de guerras por la tierra como nunca antes se habían visto.
Se suceden las expropiaciones de tierras en un momento en que el país está al borde de una crisis alimentaria incontrolable, debido al aumento de la demanda de alimentos en los años por venir, que requerirán mayores superficies destinadas a la agricultura. Por ejemplo, si la India decidiese producir domésticamente la cantidad de legumbres y oleaginosas (en forma de aceites comestibles) que actualmente importa, se necesitarían 20 millones de hectáreas de cultivo adicionales. Por el contrario, si las tierras arables —sean de monocultivo o de multicultivo— continúan destinándose a finalidades no agrícolas, la India estará cada vez más sumida en la trampa del hambre.
Lo que viene será mucho peor. Con la revolución azul ya aniquilada por la industria de la acuicultura y la revolución amarilla en trance de volverse incolora, ahora todas las miradas están fijas en determinar los beneficios de la tan aclamada revolución verde.
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* Analista de políticas alimentarias y comerciales. Vive en Nova Delhi (hunger55@gmail.com).
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1 Cien rupias crore = 1.000 millones de rupias. Un dólar EEUU = 48 rupias.
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