Oriol Leira y Stefano Puddu*

 

Hablar de catástrofe es un ejercicio inevitable en nuestro tiempo. No se trata de morbo ni tampoco de un capricho. Son los hechos los que, tozudamente, ponen sobre la mesa este concepto, a pesar de que, normalmente, nuestra sociedad prefiera esquivarlo.

Así pues, ¿Por qué motivo se habla ahora de tiempo de catástrofes? Nuestra historia reciente lleva las terribles cicatrices de dos guerras sangrientas que sembraron de cadáveres la vieja Europa. Ahí tenemos tres décadas de acontecimientos catastróficos, y fue sobre sus escombros que nuestra sociedad occidental construyó su desarrollo, alternando fases de recuerdo obsesivo con otras de amnesia delirante. El afán por levantar la nueva Europa, la mística del crecimiento y sus milagros económicos —estado del bienestar, pleno empleo— se alimentaron de la fuerza de este olvido y a su vez contribuyeron al ocultamiento del pasado, hasta producir el hedonismo de la segunda mitad del siglo XX. Gilles Lipovetsky ha caracterizado este momento como la liberación jubilosa del individualismo, catalizado por el consumo extendido por primera vez a las masas con todo lo que esto conlleva: alejamiento de las ideologías políticas, hundimiento de las normas tradicionales y culto del presente. Su símbolo es Narciso.

Zygmunt Bauman ha caracterizado como líquida esta sociedad desregulada, fragmentada y flexible de la etapa neoliberal. Su movimiento es continuo e imposible de atrapar. No obstante, esta situación ha ido cambiando progresivamente. El clima social se ha endurecido y se ha debilitado la relación con el presente. La pérdida del mundo tradicional se vive más como desorientación que como emancipación. Lipovetsky señala que Narciso vive ahora atormentado por la inquietud. Es el miedo lo que lo arrastra y lo domina ante la incertidumbre del porvenir. Las crisis financieras, los riesgos alimentarios, las catástrofes sanitarias, el cambio climático, los desastres ambientales, la globalización deslocalizadora, el terrorismo, las mafias… Parece que el mundo se haya convertido en una pesadilla. Y es justo en estos tiempos de angustia que irrumpe de nuevo la catástrofe, como concepto que recobra su papel vertebrador de nuestro porvenir como especie.

Esta afirmación se justifica por el cambio de magnitud de las amenazas: el cambio climático, que determina tremendas repercusiones ecológicas en serie; el peak-oil, que marca el punto inicial de la escasez creciente de los combustibles fósiles, lo que pone en entredicho la base del funcionamiento de nuestra sociedad; la crisis del agua, recurso vital y frágil, cuyo conflicto no ha hecho más que empezar; las fluctuaciones del sistema financiero, un mundo de sombras dramáticamente inflado que pone en riesgo la economía global; la sinrazón militar como ruido de fondo, que vampiriza la economía y mueve los hilos de las grandes decisiones planetarias; todos estos elementos, a menudo interrelacionados, y muchos otros que seria largo detallar, configuran lo que Ulrich Beck ha llamado sociedad del riesgo. Nos invade la sensación de haber llegado a un callejón sin salida. Este mundo, tal como está montado, no se aguanta. Estamos rodeados por escenarios de catástrofe que nos piden un cambio de modelo, al tiempo que nos hablan de lo difícil que será llevarlo a cabo —si no es, justamente, como consecuencia del desastre.

Así pues, la necesidad de un cambio de modelo y a la vez su imposibilidad práctica son las razones que nos piden reflexionar sobre la pedagogía de las catástrofes.

¿En qué sentido se puede decir que las necesitamos? ¿Qué nos pueden enseñar las catástrofes que sería imposible aprender de otra forma? Y también: ¿Cómo podríamos prepararnos para poner en práctica un cambio de modelo antes de que la catástrofe llegue?

Esta temática cobra una especial relevancia en la sociedad occidental de nuestros días. En el ámbito europeo, ha sido tema de reflexión especialmente en Francia e Italia. Seguidamente, abordaremos dos perspectivas procedentes de estos dos países, como muestra para enfocar la problemática.

VOCES FRANCESAS: GROUPE 2040

A partir de un encuentro en el marco de la revista Esprit entre Jean-Pierre Dupuy y Frédéric Worms, seguido desde las ondas por el programa Bien commun en France-culture, se constituyó el «groupe 2040» con la voluntad de pensar sobre las distintas catástrofes que van acaeciendo y de medir los diferentes usos políticos que se haga de ellas. Se trata de un colectivo heterogéneo por procedencia (incluye científicos, filósofos, antropólogos y juristas), puntos de vista, y posicionamientos, ya que no hay unanimidad valorativa ni se comparte una línea ideológica predefinida. Recientemente, (marzo-abril 2008) el grupo ha publicado un monográfico en la revista Esprit con el título elocuente de Le temps des catastrophes.

¿Por qué 2040? Ese año es un punto cercano en la línea temporal, pero aún fuera de nuestro alcance, inspirado en la manera que tuvo Georges Orwell de escoger el año 1984 como un horizonte medio real y medio mitológico, útil para inspirar una reflexión de alcance global. Por otro lado, distintos expertos han señalado el 2040 como el año del vuelco en múltiples dominios (agotamiento de los recursos fósiles, calentamiento del planeta, etc.).

Otro motivo de interés está relacionado con uno de los conceptos más celebrados de Jean-Pierre Dupuy, uno de los precursores del grupo: el catastrophisme éclairé, que podría traducirse como «catastrofismo iluminado», que trata la catástrofe futura como un destino fijo e irrevocable al que estamos abocados y que tiene efectos retroactivos sobre el pasado.

CATASTROPHISME ÉCLAIRÉ

Dupuy empieza su reflexión a partir del texto del filósofo alemán Hans Jonas, El principio de responsabilidad, prestando especial atención al sentimiento manifiesto de que la humanidad avanza ciegamente hacia el abismo. Frente a esta dramática constatación se plantea una doble pregunta: ¿por qué se hace esperar tanto el sobresalto? ¿Qué podemos hacer?

¿Cómo podríamos prepararnos para poner en práctica un cambio de modelo antes de que la catástrofe llegue?

Es aquí donde encontró su primer gran obstáculo: su formación científica —es ingeniero de minas— no le permitía dar respuesta a ninguna de las dos preguntas. Para Dupuy la solución será política, pero ésta supone una ética que a la vez nos retrotrae a una metafísica. (fisheries.org)

La ciencia, en cambio, no puede dar respuestas seguras: tanto la prevención como las políticas de precaución se han mostrado estériles para afrontar el reto de la catástrofe.

Su propuesta metafísica, bautizada como catastrophisme éclairé, consiste en proyectarse por medio del pensamiento al momento de después-de-la-catástrofe y, mirando atrás en dirección a nuestro presente, poder verla como un destino, pero un destino que nosotros podríamos evitar o descartar si aún estuviésemos a tiempo de hacerlo. Se trata de una astucia que, en una lógica de cuenta atrás, nos incita a velar por aquello que está en camino y nos prescribe a actuar como si fuéramos las víctimas de un destino prefijado, obteniendo así, como resultado, el que nos hagamos responsables de aquello que nos pueda pasar.

Así pues, la propuesta de Dupuy de aceptar la catástrofe como un destino inapelable pide desarrollar otra relación con el tiempo. Considera que el texto de Hans Jonas marca un antes y un después en lo que se refiere al tiempo. Opone al concepto «tiempo de la historia» el concepto «tiempo del proyecto» que concibe la catástrofe como un horizonte fijo en el porvenir y extiende acta de los efectos retroactivos sobre el pasado. Esto nos abre un horizonte de posibilidades nuevas, ya que podemos coger el timón de nuestro destino.

ENRICO EULI: CASCA IL MONDO

Personalidad de difícil ubicación entre la reflexión filosófica y la agitación política, Enrico Euli es una de las voces italianas que plantea con más contundencia este tema. En su libro «Casca il mondo! Giocare con la catastrofe» deja muy claro que ya vivimos inmersos en la catástrofe; el mayor síntoma de ello es que tenemos información abundante sobre las causas de los problemas, pero somos incapaces de sacar las conclusiones en cuanto al cambio de nuestras formas de vida. Frente a las perspectivas de catástrofes externas, alternamos reacciones de negación (ocultamiento, olvido…) con otras de banalización, a veces convirtiendo incluso la desgracia en espectáculo. Mientras tanto, el poder las utiliza para imponer su lógica controladora, y en nombre de la seguridad hace que renunciemos a nuestra libertad. Coincide en esto con Giorgio Agamben, quien alerta que la implantación de políticas de seguridad está acercando el estado de derecho al estado de excepción. Euli subraya sobre todo la tendencia a reafirmarse con más fuerza en las conductas que, por otro lado, resultan ser el origen de nuestra desgracia. Se pone de manifiesto no sólo nuestra dificultad para asumir el carácter contradictorio y paradójico de la realidad, sino sobre todo la incapacidad de aprender de los errores, es decir, de revisar las premisas que guían nuestro pensar y nuestro quehacer. Siguiendo el hilo de la reflexión de Gregory Bateson sobre las categorías lógicas del aprendizaje, Euli insiste en que la tarea esencial de la formación en el mundo de hoy consiste en promover no tanto el conocimiento de contenidos concretos (protoaprendizaje), sino la capacidad de contextualizarlos dentro de marcos de referencia múltiples, comparándolos entre sí y también relacionándolos con la propia experiencia (deuteroaprendizaje). Y todo ello con el objetivo de favorecer formas de conocimiento de tercer nivel, basadas en dobles descripciones, uso de metáforas, manejo creativo de las contradicciones, etc. Sólo por este camino podemos llegar a «conocer nuestros conocimientos», entender como, a través de ellos y en relación constante con otras personas, construimos «la realidad de nuestra realidad» y llegar así a revisar las premisas de nuestra forma de pensar y de vivir, cuando éstas resultan ser equivocadas. Lo divertido del caso es que Euli, en su experiencia no solo como formador sino también como activista político, utiliza la herramienta del juego como vía maestra para hacer posible esta participación integral de la persona ante los dilemas de sus vidas, para aprender, conjuntamente, a «jugar con la catástrofe».

HACER PEDAGOGÍA DE LAS CATÁSTROFES

En una conferencia hecha el año 2004 sobre la situación del mundo después de la guerra en Irak el escritor inglés John Holloway se sirvió de una imagen casi onírica, al estilo de las pesadillas de Allan Poe: todos estamos en una gran habitación con paredes ciegas, sin ventanas al exterior. La habitación está amueblada, algunos están sentados de forma cómoda y otros, la mayoría, no tanto. Pocos parecen darse cuenta que las paredes se mueven hacia el interior de la habitación, y amenazan con dejarnos progresivamente sin espacio. Entre los habitantes hay discusiones continuas, pero éstas se refieren a la disposición de los muebles. Se organizan a menudo votaciones para decidir cambiarlos de lugar. En efecto, según como se disponen, puede haber más o menos gente que esté cómoda, pero en ningún caso esto consigue frenar el movimiento imparable de las paredes.

En la habitación también hay gente que dice que lo importante no son los muebles sino las paredes, y algunos van empujando y dando cabezazos para intentar frenar su movimiento. Al principio creen que están solos pero poco a poco descubren muchas otras personas que, sin aparentarlo, hacen lo mismo. Juntos, miran las paredes en busca de las grietas que permitan derrumbarlas.

Esta imagen nos plantea la necesidad de una catástrofe (tirar abajo las paredes) para evitar otra catástrofe mayor (acabar todos machacados). Y nos pide centrarnos en las cuestiones estructurales de nuestra organización (mental, social, ecológica) y no tanto en el color político que domina el parlamento. El problema, tal como lo formula Euli, es que hoy por hoy la política se mueve en un sentido opuesto a la vida.

Por lo tanto, la catástrofe es, también, una oportunidad de cambio, una ocasión para desmontar aquello que parece intocable. Pero cuidado porque habrá también quien la quiera aprovechar para reforzar sus privilegios. Como observa Jorge Riechmann en un escrito reciente, la derecha está preparando de forma muy consciente sus estrategias para utilizar momentos de crisis en su propio beneficio.

¿Y qué podemos hacer nosotros? En la metáfora de las paredes, el punto clave son las grietas, es decir, los puntos débiles del sistema. El trabajo y el Estado para Holloway, el sistema financiero y la publicidad según Latouche, y así sucesivamente.

El resumen podría hacerse de forma muy simple: estamos viviendo muy por encima de nuestras posibilidades, mucho más allá de los límites que son sostenibles para la ecología del planeta. Si seguimos sin tocar de pies al suelo, será inevitable, con perdón, caer de culo. Entonces tal vez reaccionaremos, siempre que tengamos la suerte que el batacazo no haya sido definitivo. Dupuy nos propone el recorrido inverso: creer, más allá de cualquier duda, que la catástrofe será, para así poder evitar lo irreversible.

Latouche propone estar atentos y aprovecharla como instrumento para descolonizar nuestro imaginario economicista. El inquietante fenómeno de la canícula del verano del 2003 que segó muchas vidas humanas despertó una alarma que ha hecho mucho más para convencer a la sociedad francesa de la necesidad del decrecimiento que todas las campañas de sensibilización juntas.

Euli, por su lado, no se pone como objetivo el evitar la catástrofe, sino incluirla en nuestra lectura de la realidad, siendo capaces, además, de aceptar su presencia en nuestras vidas y jugar con ella, convencidos que también nos ofrece una oportunidad clarificadora y, a menudo, positiva.

Por esto propone que la escuela —que hasta ahora reproduce y transmite justamente los valores, conceptos y hábitos que nos están llevando aceleradamente a la catástrofe— se concentre en la tarea de preparar alumnos y maestros para protagonizar este cambio de premisas.

Y aunque pueda parecer frívolo, nosotros estamos convencidos de la necesidad de volcar los esfuerzos en saber dar un trato creativo a las catástrofes para leerlas en clave de cambio. Las catástrofes nos brindan oportunidades y tenemos que saber aprovecharlas y no esperar pasivamente un nuevo parche del sistema que nos arrastre cada vez más hacia un camino sin retorno. Se trata sobre todo de no dejarse narcotizar por el mal sistémico.

El problema, tal como lo formula Euli, es que hoy por hoy la política se mueve en un sentido opuesto a la vida.

En lo que se refiere al terreno práctico, tenemos que vivir dentro de las posibilidades que nos ofrece nuestro territorio. Necesitamos salir de un imaginario alucinatorio y enfermizo para construir otro imaginario distinto. Aquí no hablamos de opciones para privilegiados o intelectuales: estos cambios nos incumben a todos, se refieren a la vida que estamos abocados a compartir con todos los demás.

Los movimientos sociales deberían tener, ante todo, el papel polinizador de siempre, recogiendo e intercambiando ideas, favoreciendo que se fecunden entre sí y que no caigan en suelo yermo. El modelo en red que, cada vez más, rige su funcionamiento, permite generar autonomía y creatividad, dos valores necesarios para cualquier escenario futuro que queramos construir juntos.

Finalmente, este cambio de planteamiento se tiene que aplicar a la organización territorial concreta de cada municipio. En este sentido, es muy interesante profundizar en el conocimiento de la experiencia italiana del Nuovo municipio, una asociación de ayuntamientos que quiere volver a una gestión política —es decir, co-responsable— del territorio, en una perspectiva de decrecimiento hasta volver al cauce del propio límite ecológico.

La catástrofe sería no querer ni tan sólo intentarlo.

REFERENCIAS

AGAMBEN, G., Stato di eccezione (Homo sacer II, 1), Bolllati Boringhieri, 2003.

BATESON, G., Verso un’ecologia della mente, Adelphi, 1976.

BAUMAN, Z., Modernidad líquida, FCE, 1999.

BECK, U., La sociedad del riesgo, Paidós, 1986.

DUPUY, J.P., Pour un catastrophisme éclairé, Le Seuil, 2002.

— Petite métapysique des tsunamis, Le Seuil, 2005.

ESPRIT nº 343, Mars-avril 2008, Le temps des catastrophes.

EULI, E., Casca il mondo! Giocare con la catastrofe, Meridiana, 2007.

HOLLOWAY, J., Dopo l’invasione dell’Iraq. Il mondo in una stanza, 2004. (Artículo aparecido en la versión electrónica de la revista italiana «Carta»: www.carta.org).

JONAS, H., El principio de responsabilidad, Herder, 1995.

LATOUCHE, S., La apuesta por el decrecimiento, Icària, 2008.

LIPOVETSKY, G., La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo, Anagrama, 1986.

LIPOVETSKY, G., Metamorfosis de la cultura liberal. Ética, medios de comunicación y empresa, Anagrama, 2002.

RIECHMAN, J., Sobre crisis ecosocial y antifascismo, comunicación en el marco de ISTAS, Instituto Sindical de Trabajo, Ambiente y Salud), 2007

* Oriol Leira es filósofo y profesor de secundaria; miembro del consejo de redacción de la revista Illacrua (oriolleira@menta.net), y Stefano Puddu es diseñador y publicista; es uno de los responsables de la revista local «gar» (stefano@faino.com).

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