Micha Rahder*
Traducción: Melissa Schmidlin
Palabras clave: conservación, violencia, epistemología, Guatemala
Foto: Quema de tierra para su conversión en uso agrícola en la Reserva de la Biosfera Maya (Autora: Micha Rahder)
Introducción
La conservación de los bosques tropicales alrededor del mundo se ha caracterizado por la presencia de conflictos. En el presente artículo describo cómo se relacionan y se entrecruzan las continuas historias de violencia, inestabilidad y desigualdad extrema, con el conocimiento y las acciones medioambientales en la Reserva de la Biosfera Maya (RBM), en Guatemala.
Los ecologistas políticos son críticos con las áreas protegidas que existen en el hemisferio Sur debido a la exclusión étnica que se produce en ellas, a las reformas neoliberales que se han aplicado y al fuerte control territorial que el Estado ejerce sobre ellas (Escobar, 1995, 2008; Haenn, 2005; Robbins, 2012; West, 2006). A través de un enfoque etnográfico, centrado en los actores de la conservación, examino cómo los diferentes efectos políticos son promulgados, impugnados y deshechos en diferentes momentos, dentro de la práctica técnico-científica y de conservación, en lugar de asumir su poder hegemónico como algo dado.
Mi argumento se centra en los efectos epistemológicos de la violencia histórica y actual. La vida en Guatemala —tanto para humanos como para no humanos— es precaria y cargada de violencia, la cual va desde la memoria no resuelta de genocidios dirigidos por el Estado durante la guerra civil (1960-1996) hasta la creciente brutalidad de bandas de narcotraficantes; desde las trasformaciones destructivas del paisaje hasta la desigualdad estructural tanto étnica como económica. Estas diferentes interacciones de violencia y precariedad conducen a lo que llamo una “epistemología paranoica”, en la que la propagación del miedo hacia las cosas ocultas persigue la posibilidad de certeza o verdad. Este marco epistemológico da forma al contexto en el cual se produce el conocimiento técnico-científico sobre el paisaje en la RBM, y a cómo se interpreta y se aplica en la práctica de la conservación. Como resultado, las acciones emprendidas sobre la base de este conocimiento terminan siendo contradictorias —como lo son el aumento de la vigilancia y del uso de la fuerza militar, junto a acuerdos y compromisos de mayor participación de las comunidades— con graves consecuencias para el futuro de los humanos y de los no humanos.
Antecedentes
La RBM, ubicada en Petén, Guatemala, es el área protegida más grande de Centroamérica, alcanzando los 21.600 kilómetros cuadrados de bosque tropical, humedales y —cada vez más— paisajes de agricultura y de ganadería. Es el hogar de las espectaculares ruinas de la antigua ciudad maya de Tikal y es, también, un importante destino turístico tanto para los guatemaltecos como para los extranjeros. A medida que el Consejo Nacional de Áreas Protegidas (CONAP) y una multitud de ONGs intentan contener la marea de la deforestación dentro de la reserva, el conocimiento del paisaje generado a través del monitoreo a distancia aumenta cada vez más. El principal responsable de la producción de este conocimiento es el Centro de Monitoreo y Evaluación de CONAP (CEMEC), el cual ha registrado imágenes satelitales, fotografías aéreas, y ha elaborado análisis y mapas SIG. Personalmente, llevé a cabo más de catorce meses de investigación etnográfica en la RBM en el período 2011-1012, en el CEMEC, la ONG Wildlife Conservation Society (WCS) y en las comunidades del interior de la reserva.
La zona del norte de Petén era una antigua zona fronteriza, marginal, revestida de una larga historia de violencia. A partir de la decadencia del Imperio Maya Clásico en el siglo IX hasta mediados del siglo XX, el departamento era un bosque de tierras bajas escasamente habitado, considerado un territorio atrasado y poco valorado dentro el imaginario nacional (Schwartz, 1990). No obstante, los programas de colonización fronteriza y los treinta y seis años de guerra civil cambiaron esa situación. La guerra, que termino con los Acuerdos de Paz de 1996, significó la desaparición y la muerte de más de 200.000 personas. Fue un periodo de terror y confusión; la población civil era deliberadamente asesinada y forzada a colaborar con la violencia militar usada contra sus propias comunidades y familias (Manz, 2004; Nelson, 2009). Cientos de miles de personas huyeron de la violencia, desde las tierras altas, densamente pobladas, hacia los espesos bosques de Petén. Sus caminos se mezclaron con los de los Programas de Colonización del Estado, los cuales impulsaron a los agricultores pobres a limpiar el bosque y crear zonas de milpa, o trozos de tierra para cultivar el maíz, para que luego esas tierras les fueran arrebatadas por los ganaderos, compañías petroleras y dueños de plantaciones.
El Petén, que representa un tercio de la superficie de Guatemala, perdió más del 50% de sus bosques en menos de treinta años. Esta catastrófica pérdida llamó la atención del movimiento internacional pro conservación y llevó a la creación, en 1990, de la Reserva de la Biosfera Maya. Aquellos que huyeron de violentas amenazas, son ahora vistos como una amenaza para el bosque, y los militares se fijan en ellos nuevamente, esta vez en defensa de la naturaleza (Ybarra, 2012). Pero ellos son solo la primera cara de la frontera; aquellos que vienen detrás son los que la manejan. Gente adinerada compra y transforma pequeños campos de subsistencia en grandes haciendas ganaderas, presionando a las personas que habitan en la primera franja a entrar cada vez más al interior del bosque.
Durante el último tiempo, los narcotraficantes han sido responsables de las apropiaciones de tierra que les facilitó el trabajo. Los narcotraficantes son conocidos como los narcoganaderos, ya que usan la ganadería como cobertura para motivaciones territoriales más perversas. De esta forma, haciendo eco de la confusión de la violencia estatal y no estatal durante la guerra civil, distinguir entre agricultores inmigrantes, personas internamente desplazadas, refugiados retornados de la frontera mexicana y violentos oportunistas, es virtualmente imposible. Esta realidad debilita cualquier certeza de identidad, motivación, conocimiento o amenaza. Las narcoconexiones contribuyen a propagar el miedo y la paranoia en la RBM, y consolidan alianzas preocupantes entre conservacionistas y militares (Ybarra, 2012).
En ese contexto, existe un sinfín de agencias estatales y ONGs que trabajan en la Reserva, con proyectos que se sobreponen y se contradicen, con jurisdicciones y alianzas entre ellos que cambian constantemente. Temerosos de agendas ocultas, los conservacionistas internacionales y guatemaltecos que trabajan en estas organizaciones, hablan constantemente de lo que ellos perciben como un fracaso de la conservación. La desconfianza y la desorganización han sembrado la confusión en el terreno: los límites administrativos se dibujan y redibujan, con nuevos proyectos; los límites de la zonificación territorial y los órganos de gobierno se sobreponen sobre unos ya existentes, en vez de crear unos nuevos o sustituirlos por completo.
La violencia impredecible y una epistemología paranoica
La violencia es hoy en día una amenaza constante e impredecible en el trabajo de la conservación en la RBM. Los conservacionistas y sus aliados se enfrentan regularmente a amenazas, o son secuestrados, golpeados o asesinados en el campo. Recientemente, en marzo de 2016, fue asesinado el líder de una concesión forestal comunitaria de la reserva, Walter Méndez Barrios —un caso que está lejos de ser un hecho aislado o inusual. En un contexto de impunidad generalizada y sistemas de justicia débiles a lo largo de todo Guatemala, estos casos son escasamente investigados.
Los análisis antropológicos de la violencia, tanto dentro como fuera de Guatemala (Manz, 2004; Nelson, 2009; Taussig, 1987), muestran cómo el miedo y la incertidumbre pueden afectar profundamente el conocimiento. En la RBM, la violencia mundana y extraordinaria y las estructuras de poder corruptas (o poco transparentes) trabajan en conjunto para producir una epistemología paranoica, una especie de doble visión en la cual el conocimiento es siempre perseguido y amenazado por el miedo a lo desconocido (Rahder, 2015). Por “paranoica”, no me refiero a la patología individual o psicológica, sino a la propagación de una política del miedo y la desconfianza. Como dice el antiguo refrán, “el conocimiento es poder”, y en Guatemala el poder es violento, oculto, fracturado y profundamente amenazante. A través de ese marco, los rumores y los secretos parecen más creíbles que las cosas declaradas de forma transparente.
La producción del conocimiento
En este contexto, el CEMEC trabaja arduamente para producir grandes cantidades de información útil sobre el paisaje: informes de deforestación, daños producidos por incendios, crecimiento demográfico, y otras dinámicas clave. El laboratorio cultiva una reputación de neutralidad y objetividad, y personas de diferentes instituciones confían y dependen de sus informes de monitoreo. No obstante, como los estudios de ciencia y tecnología han demostrado, el conocimiento “objetivo” es el resultado de procesos sociales y políticos complejos, y no de la ausencia de la política (Daston y Gallison, 2007; Haraway, 1991; Latour, 1987). Las decisiones del CEMEC sobre qué mapear y cómo representar diferentes aspectos son el resultado de decisiones deliberadas, que tienen como fin producir un conocimiento que será reconocido como “objetivo”, evitando la amenaza (física o política).
Por ejemplo, el CEMEC produce informes cuantitativos sobre la presencia del Estado en el territorio, como por ejemplo el número de patrullas realizadas o informes estadísticos sobre el personal en los puestos de control, sin discutir la eficacia o la responsabilidad de esa presencia. Este ejemplo muestra una medida “objetiva” de intentos de mejorar la gobernabilidad en la reserva a través de la presencia del Estado, sin señalar los peligros de corrupción política o de ineficacia dentro del mismo. Un ejemplo más extremo es el hecho de que el CEMEC rehúsa producir mapas de las áreas de aterrizaje de los narcotraficantes, aduciendo que es una institución puramente técnica y que no se involucra con el “trabajo sucio” que ahí pueda desarrollarse. Sin embargo, estas zonas se observan regularmente en los sobrevuelos que se realizan, y están comunicadas a través de canales no oficiales de conversación entre personas de confianza.
Acciones de conservación y la urgencia de certeza
A pesar de la apariencia de objetividad, estos informes y mapas están amenazados por sus silencios. Como resultado, las acciones de conservación llevadas a cabo en función de ese conocimiento terminan siendo igualmente amenazantes y contradictorias, y más aún, contribuyen a dinámicas de violencia y desconfianza. En el ejemplo dado de mapeo de la presencia del Estado, la gobernabilidad es cuantificada, implicando una directa relación entre esa presencia y los éxitos de conservación. Este es un discurso poderoso que atrae fondos estatales y de donantes internacionales, pero que simplifica aspectos más complejos como la responsabilidad y la eficacia, o la tensa relación entre los militares y la sociedad civil.
Los conservacionistas en la RBM son profundamente consientes de las complejidades y contradicciones existentes; sin embargo, tienden a usar estos informes de manera determinante para establecer las políticas y las acciones sobre el territorio —por ejemplo, usar informes de gobernabilidad para buscar más fondos que financien la presencia militar en la reserva. El ex presidente Álvaro Colom designó, en 2011, un “Batallón Verde” para defender la RBM, y para el año 2014 la presencia militar era el doble de la que había en 2008 (CONAP y WCS, 2015). El personal militar representa el 42% de las patrullas que se realizan en la reserva, más que cualquier otra institución. Están presentes en los puestos de control que vigilan los movimientos en el parque, especialmente en la zona occidental, a lo largo de la frontera con México y en las zonas de alto valor para la extracción de petróleo. El Ejército ha sido decisivo en el desalojo y desplazamiento de personas, ganado e incluso de comunidades enteras, de la reserva. Estas acciones son mencionadas en los documentos de conservación en términos técnico-neutrales: como “recuperación de áreas”.
Los conservacionistas expresan sus temores y dudas sobre la militarización que se está llevando a cabo en la reserva, pero finalmente suelen apoyarla, en tanto que es considerada un mal necesario. Sin embargo, cada vez existen más evidencias, provenientes de todo el mundo, que muestran que esta estrategia solo da por resultado un aumento en la tensión entre actores del Estado e “invasores” o “cazadores furtivos”, y un incremento de la violencia en ambos bandos, lo cual conlleva que se produzca una subida del precio de los recursos por los cuales se están enfrentando (Duffy, 2014; Lunstrum, 2014). En última instancia, las alianzas entre conservacionistas y militares forjadas en la RBM son el resultado de los mismos miedos y desconfianzas y de la epistemología paranoica que forman y determinan los propios informes —dinámicas que llevan a un sentido de urgencia apocalíptica la toma de decisiones, y que espera que la objetividad técnico-científica se abra paso en el laberinto de problemas que atormentan la reserva.
Terror y contradicciones
Muchos investigadores critican la conservación que se desarrolla en el Sur Global, por los efectos negativos que ésta tiene en la población local, estableciendo que los discursos técnico-científicos despolitizan las intervenciones territoriales, las cuales tienen graves consecuencias, tales como el aumento de la pobreza o el desplazamiento de la población (Brechin et al., 2002; Brosius, 1999; Li, 2007; Sundberg, 1998).
La producción y el uso de informes cuantitativos “objetivos” en la RBM parecen encajar perfectamente en esta crítica. Si bien mi investigación no niega estas consecuencias negativas, se demuestra que los conservacionistas están al tanto y que les preocupan estas dinámicas. Más aún, los discursos ambientales despolitizados no son ingenuos, sino que son específicamente diseñados para poder concretar acciones en un territorio problemático.
Lo que parece claro en la RBM es que no es la separación entre lo técnico y lo político lo que supone un problema político, sino el deseo por una claridad y transparencia prometida por una forma despolitizada de producción y uso del conocimiento, así como de creación de documentos técnicos. Las representaciones territoriales del CEMEC omiten, deliberadamente, los aspectos políticos; esto no es un efecto secundario de esquemas tecnocráticos, sino un esfuerzo consciente de crear momentos de posibilidades, en diferentes escalas y niveles, siempre dejando de lado u omitiendo los problemas más graves y amenazantes del territorio. El conocimiento despolitizado resultante se mueve de forma bastante exitosa entre las instituciones y de forma transversal en la jerarquía política y social. La gente confía en este conocimiento, lo comparten, alaban su rigor y objetividad, y lo usan para dirigir sus actividades dentro de la reserva.
Sin embargo, estas prácticas de conservación están perseguidas por los silencios y las exclusiones de datos. A medida que se va produciendo y leyendo el conocimiento oficial sobre la RBM a través de una epistemología paranoica, las acciones de conservación resultantes son reactivas, contradictorias y profundamente incoherentes. En última instancia, mi análisis muestra que la aparente incoherencia en la conservación en la RBM es, de hecho, coherente cuando se reconocen dos cosas, a saber, la prevalencia de la violencia y la incertidumbre. La conservación no está orientada hacia una evaluación abstracta de mejores prácticas en un paisaje único y coherente, sino en función de una cuidadosa línea que separa la eficacia de lo peligroso. Muchos proyectos conservacionistas en el mundo son realizados en territorios similares, en condiciones de violencia, desigualdad y persecución.
El ejemplo de conservación, monitoreo y mapeo en la RBM no representa un caso aislado o excepcional, sino un ejemplo muy instructivo para analizar y pensar las complejas dinámicas entre el conocimiento medioambiental y las acciones llevadas a cabo en contextos de inestabilidad, desigualdad y violencia en cualquier parte del mundo.
Referencias
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* Profesora asistente de Antropología, Universidad Estatal de Louisiana, Departamento de Geografía y Antropología (mrahder@lsu.edu)
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