Pablo Saralegui Díez*
Resumen: Fruto de varios factores socioeconómicos globales, el complejo rural español ha sido abandonado a su suerte. En esta coyuntura, la extrema derecha, mediante el recurso a elementos del nacionalcatolicismo y del racismo cultural, se propone como palanca de cambio con vistas a aglutinar el voto rural en su proyecto reaccionario. A partir del diagnóstico de la agroecología política, se reflexiona hacia dentro y hacia afuera de los movimientos agroecológicos para trazar lazos con este medio rural complejo y estigmatizado por una sociedad urbana y moderna incapaz de comprenderlo. Se parte de elementos como la ausencia de referentes políticos agrarios, el excesivo protagonismo político de todo lo que acontece en la ciudad y las alternativas que saltan de escala con el fin de proponen varias líneas de trabajo en los movimientos agroecológicos para evitar la capitalización por parte de la extrema derecha de un medio rural emergentemente político.
Palabras clave: agroecología política, extrema derecha, medio rural, populismo
Abstract: As the result of several socioeconomic factors, the Spanish rural complex has been left aside. In this context, far-right agents are using elements from national-Catholicism and cultural racism as a leverage to agglutinate rural votes in their reactionary project. Starting with a diagnosis from the political agroecology approach, it is intended to reflect inwards and outwards agroecological movements, unluckily mainly urban, in order to ensemble with the Spanish rural complex, a complex already stigmatized by a urban society unable to understand it. Beginning with elements such as the absence of agrarian political references or the excessive political leadership focused on urban actions and agroecological alternatives, a few approaching lines are proposed for these movements to avoid the capitalization of an emergent political rural context by far-right agents.
Keywords: political agroecology, far-right, rural complex, populism
Introducción
El medio rural español es un espacio a conquistar para la extrema derecha. Así, siguiendo la estela de lo que se define como neofascismos europeos por su actualización hacia discursos de base cultural (Castro Sánchez, 2019), la extrema derecha española recurre a la caza y a los toros, elementos culturales instrumentalizados por el nacionalismo español, para recabar el desencanto democrático que se asienta en la variada ruralidad estatal. Además, al calor de las recientes movilizaciones agrarias, estas organizaciones se aproximan defendiendo la eliminación del salario mínimo y protecciones ambientales (La Cerca, 2020). De esta manera, observamos la incipiente aparición de un populismo de extrema derecha como en otros Estados (Scoones et al., 2017). Este basa su discurso en movilizar ideas, emociones y miedo hacia el otro, y utiliza elementos clásicamente asociados a la construcción rural española como aglutinante. (Ativan) La ilusión de pertenecer a un movimiento con símbolos y elementos comunes, la atomización de la bases agrarias y la incapacidad de los sindicatos de aglutinar el hartazgo forman un caldo de cultivo peligroso que se encuentra en la base de los totalitarismos del siglo pasado (Arendt, 2018).
Es posible identificar al menos tres factores que se encuentran en la raíz de esta situación de desafección. El primero es el vaciamiento de servicios en el medio rural (Fernández Such y Jerez, 2018), principalmente consecuencia de la globalización económica neoliberal y sus flujos de capital financiero. La necesidad de una infraestructura de urbes que permita fluir el capital por encima de las fronteras nacionales crea todo un ecosistema empresarial que concentra mano de obra y servicios auxiliares, desde redes precarias de cuidados externalizados hasta servicios legales a empresas (Sassen, 2003). Esto confiere a las ciudades un protagonismo político sin parangón (Sassen, 2007) e incrementa aún más la histórica tensión urbano-rural.
El segundo factor es el fracaso del modelo de la revolución verde en España (Infante-Amate et al., 2018; Sevilla Guzmán, 2003). La fragilidad de la agricultura es consecuencia del régimen alimentario-corporativo (McMichael, 2015; Van der Ploeg, 2008), en que la producción de alimentos se supedita a la acumulación extractiva de capital (Clapp y Isakson, 2019; McMichael, 2013). Además, en el otro extremo de la cadena agroalimentaria, la gran distribución que devino protagonista en la revolución de los supermercados empuja hacia precios cada vez más ajustados a la producción, concentra el acceso al consumo como poder y define nuevas pautas de consumo agroalimentario principalmente urbano (Burch y Lawrence, 2007; Corrado et al., 2018). Así, se fomenta la industrialización del medio rural productivo, y esto genera consecuencias ecológicas sobre los agroecosistemas precisamente porque, para sobrevivir, estos se han especializado e intensificado en una perpetua búsqueda de productividad (González de Molina, 2011), sin que ello repercuta en mejoras en la vida de los productores y las productoras (McMichael, 2013; Van der Ploeg, 2009). Al contrario, se ha descompuesto la resiliencia ecológica-social (Corrado et al., 2016) hasta generar un medio rural vacío, dependiente de mano de obra precarizada y con rentas agrarias decrecientes. A pesar de esto, las movilizaciones agrarias en el Estado no se centran en esta denuncia de manera prioritaria.
El tercer factor sería el fracaso parcial del diálogo urbano-rural en los movimientos sociales (Costanzo Talarico y Saralegui Díez, 2017).[1] El ciclo político inaugurado por el 15-M mostró unas clases medias reivindicativas eminentemente urbanas, cuya agenda política giraba en torno a dos ejes: la generación de alternativas económicas, sobre todo de corte autónomo y autogestivo (por ejemplo, los movimientos por una vivienda digna, los afectados por las hipotecas y los okupas), y la recuperación de reivindicaciones que pivotan sobre derechos en retroceso del estado de bienestar (Rodríguez López, 2016). El componente rural en los debates sobre las alternativas quedó en un segundo plano precisamente a causa del grupo social protagonista del movimiento, y ello pese a que los movimientos agroecológicos fueron claves para que el 15-M se anclara en los barrios tras la disolución de las asambleas en las plazas (De Benito Morán et al., 2019; Simón-Rojo et al., 2018). Y es que muy posiblemente el 15-M pecó de la autorreferencia que caracteriza a la ciudad y sus movimientos.
Como consecuencia, la crisis de la matriz agroproductiva genera un posible caladero de votos para la extrema derecha, como en el caso francés (Fernández Such, 2017), aunque aquí no se observe aún esa diferencia con el voto urbano (Calle Collado, 2019). Esta situación muestra la complejidad asociada a descodificar políticamente las ruralidades españolas. Así, es necesario un debate profundo sobre qué alternativas se proponen en el medio rural para combatir las derivas totalitarias a través de propuestas agroalimentarias como las agroecologías y la soberanía alimentaria (Patel, 2009; Rosset y Altieri, 2018). Esta contribución indaga en la necesidad de un diálogo entre propuestas agroecológicas en el Norte global para articular una respuesta conjunta con la ruralidad como protagonista, sin caer en lo que podría entenderse como un paternalismo científico-agroecológico.
Imagen 1. Santiago Abascal, secretario general del partido ultraderechista Vox, en una manifestación frente al Ministerio de Agricultura de España, el 5 de febrero de 2020. Fuente: Twitter Vox. Disponible en: https://twitter.com/VOX_Congreso/status/1225030955016081408/photo/2.
El protagonismo de la base agraria
Las recientes movilizaciones agrarias interclase involucran también a pequeños propietarios conscientes de las dinámicas de poder del sistema agroalimentario. Sin embargo, como en los Países Bajos, el paraguas de las reivindicaciones no los toma como un elemento central (Van der Ploeg, 2020). Igualmente, este colectivo representa el punto de anclaje comunicativo de los políticos populistas de derechas, que se apropian del poder de devolver la agencia perdida a consecuencia de la globalización alimentaria (Bello, 2018). Es aquí donde se hace necesario eliminar los estigmas que se ciernen sobre el medio rural, dibujado como atrasado y tradicional, lo que justifica el victimismo mediatizado. En cierto modo, el conservadurismo del medio rural existe, pero alejado de la visión reaccionaria: se relaciona con la conservación de los significados (Berger, 2004) de una cultura vinculada a la tierra y a la memoria biocultural (Toledo y Barrera-Bassols, 2008). Lejos de negar los conflictos de clase, género o raza (García Fernández, 2017; Pedreño et al., 2013), se pretende remarcar que la conservación de estas memorias es intrínseca a la población rural y resulta clave para la gestión de los agroecosistemas. Por eso es fundamental reconocer esa memoria y romper con la dominación del pensamiento abismal, que la sitúa como no válida frente al conocimiento científico (Costanzo Talarico, 2016; Olivé et al., 2009). Así, las agroecologías proponen un pluralismo epistemológico en el que técnicos, investigadores y agricultores de ambos géneros participen en la coconstrucción de un conocimiento compartido en igualdad de poder (Sevilla Guzmán, 2003; Sevilla Guzmán y Woodgate, 2013). Además, ante la falta de espacios institucionales para dar voz y agencia a la producción, se promueve que los procesos participativos agroecológicos abran brechas a esta posibilidad (López-García et al., 2019). Así, se proponen alianzas improbables, incluso populistas, cuya contrahegemonía parta de la base de la redistribución, el reconocimiento y la representación de ruralidades históricamente agredidas. En este sentido, es necesario extender y sobrepasar los aprendizajes de las alianzas consumo-producción agroecológica, que han demostrado ser un camino estratégico relevante (De Benito Morán, 2016; González de Molina et al., 2017), con alimentos como mediadores políticos del intercambio, aunque de manera atomizada por el sesgo cultural de acceso a estos circuitos.
Transformar los liderazgos agroecológicos
La estigmatización del medio rural hace que el espacio recientemente generado en torno a la unión de uniones de agricultores[2] sea un espacio de disputa. Es aquí donde es necesario que los movimientos alimentarios desestigmaticen el contexto rural y desplieguen políticas prefigurativas que construyan estructuras y organizaciones agrarias de referencia, y que cultiven un imaginario agrario ético para abrir espacio hacia sujetos políticos articulados que enmarquen las prácticas cotidianas como actos revolucionarios (Martin Jones, 2018). Un ejemplo sería el reconocimiento de la politicidad de Miquel Montoro, un joven pagès que explica prácticas tradicionales de su tierra y aglomera cientos de seguidores en las redes. La capacidad de combinar juventud y orígenes populares agrarios es una estrategia que ha sido incapaz de desarrollar el fenómeno neorrural, sobre el que principalmente se basa el movimiento agroecológico en el Estado (Acosta 2010; López García et al., 2015).
En este punto, dos críticas necesarias se centran en la tendencia a desempoderar los procesos de dinamización agroecológica y en la desigual distribución de recursos entre los movimientos sociales alimentarios (Sbicca et al., 2019). La necesidad de flujos monetarios y sociales y las alianzas estratégicas tienen un papel fundamental en las dinámicas de poder de las organizaciones y los actores. La debilidad de la base agraria de las redes alternativas en el Norte global da protagonismo a actores y actoras que poco tienen que ver con los orígenes rurales. Entre estos destacan dos sujetos: el consumidor consciente y el agricultor a tiempo parcial.[3] Sin quitar relevancia a las alianzas y a estos sujetos, resulta imperativo crear espacios donde el medio rural sea el protagonista, más aún cuando se trata de recuperar la base agraria como potencial endógeno de la agroecología (Sevilla Guzmán, 2011) y como motor de cambio frente a extremismos populistas.
Las agroecologías contra el vaciamiento rural
Las iniciativas cooperativistas rurales tienen la capacidad de revalorizar los recursos territoriales y, al mismo tiempo, de promocionar una suerte de bienestar social derivado de su estrecha integración en la comunidad local, lo que se convierte en una potencial fortaleza (Guanolema y Ramiro, 2018). Así, intentos de estas estructuras de retener rentas a través de denominaciones geográficas vinculadas a la identidad cultural-ecológica compartida han conseguido relativas contribuciones económicas en la ruralidad derivadas de la especialización productiva (Sanz-Cañada y Muchnik, 2016). No obstante, estos arreglos acaban profundizando dinámicas de dominación del sistema agroalimentario sin mejorar las condiciones de la renta agraria (Perrotta, 2018). De este modo, prosigue la integración global en mercados frágiles, que se imponen sobre la de carácter nacional (De Castro et al., 2017). Esta integración se asocia con la agricultura emprendedora, habitualmente protagonista de articulaciones populistas de corte reaccionario, como en el caso holandés, en el que algunos grupos evitan el debate sobre los límites ecológicos y las dinámicas de poder dentro de los sistemas agroalimentarios (Van der Ploeg, 2020).
En este sentido, la agroecología propone retener valor mediante el cierre de ciclos ecológico-económicos en lo local al reducir la dependencia de los mercados internacionales y avanzar hacia la soberanía alimentaria (Martínez-Torres y Rosset, 2014). En la base se sitúan la distribución de la tierra, los manejos ecológicos tradicionales, una relación capital-trabajo más equitativa o el acortamiento de las cadenas agroalimentarias (Sevilla Guzmán, 2012). Todo ello gira en torno al incremento de la autonomía agraria mediante una producción menos dependiente de insumos externos, una diversificación productiva resiliente y la ruptura de la individualización capitalista del campo (González de Molina y Guzmán Casado, 2017; Sevilla Guzmán, 2003).
Si partimos de que los populismos de derechas se asientan sobre una base desposeída e individualizada convencida mediante elementos comunicativos que la involucran como parte de un movimiento (Castro Sánchez, 2019), la agroecología propone una transformación en la base material de los manejos y las relaciones sociales hacia escenarios más sostenibles social y ecológicamente. Una transformación que huye del falso mythos rural en el que se basa la cooptación de la extrema derecha (Limeberry y Fox, 2018).
Generar alternativas económicas con las agroecologías
No es casualidad que la extrema derecha solo se haga fuerte en enclaves agrícolas rurales subordinados a cadenas globales; es allí donde la insostenibilidad social fomenta su supervivencia, como lo demuestran los conflictos con la mano de obra esclava constitutiva de esta realidad (Delgado et al., 2015; Reigada et al., 2017).
A pesar de la distancia cultural entre el agricultor convencional a pequeña escala y el nuevo agricultor de origen urbano-ecológico (Alberdi Collantes, 2018), existe un potencial transformador en la agroecología por los saltos de escala (Gliessman, 2018; López García et al., 2018). A partir de la base existente de iniciativas virtuosas y exitosas, la articulación horizontal y vertical con otros actores puede construir una verdadera opción que supere los nichos en los que las alternativas se mueven para alcanzar grandes capas de la población agraria y transitar agroecológicamente. Aliarse mediante canales híbridos de comercialización para la venta local y la retención de valor agregado (López García et al., 2018) podría relajar la presión sobre la insostenibilidad social de la agricultura de enclave y garantizar una salida económica que gratifique la difícil reconversión hacia prácticas agroecológicas. Al mismo tiempo, hoy florecen espacios de comercialización de productos locales organizados logísticamente. Tal es el caso de los food hubs (Hinrichs, 2014; McMillan, 2014) agroecológicos, que organizan producciones locales articuladamente, y de los supermercados cooperativos (Freyberg, 2019; Jochnowitz, 2001), donde los consumidores cooperativistas gestionan el supermercado y trabajan en él. Así de despliega una amalgama de iniciativas que complementan una posible articulación de cadena local. El potencial para superar estigmas sobre la ruralidad mediante la valorización que suponen estas nuevas propuestas (Psarikidou et al., 2019), los beneficios por la generación de empleo en la economía social y solidaria agroecológica (Cabanes Morote y Gómez López, 2014) y el fortalecimiento de la gobernanza local de sistemas agroalimentarios de base agroecológica (Moragues-Faus y Sonnino, 2019) promueven un empoderamiento y la recuperación de la agencia agraria. Al mismo tiempo, incrementan su reconocimiento social por parte del consumo, lo que disputa el descontento y, mediante la problematización colectiva, canalizaría la explotación rural de imperios alimentarios (Delgado et al., 2015; Delgado Cabeza, 2013).
Conclusiones
Se han querido señalar aspectos sobre los cuales reflexionar desde la perspectiva de la propuesta agroecológica en un contexto de movilizaciones agrarias en el Estado español. El objetivo es abrir un diálogo con una base rural percibida como lejana, pero en la que residen aspectos recuperables para tejer alianzas y disputar el espacio político que la extrema derecha busca aglutinar con su propuesta reaccionaria. Así, se propone plantear acercamientos a partir de una reflexión que considere distintos aspectos: a) la necesidad de dar protagonismo a esta base agraria que se está movilizando, b) el respaldo por parte de los movimientos agroecológicos a nuevos referentes que pueden tener un gran potencial de movilización, c) la propuesta de transición agroecológica con el medio rural en el Estado español. Es relevante el modo en que se desarrollen estas alianzas entre las movilizaciones agrarias actuales y los movimientos alimentarios, en particular porque ese espacio político podrá ser conquistado por la extrema derecha si se mantiene la tendencia actual de estigmatización e infravaloración del medio rural.
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* Miembro investigador del Laboratorio de Historia de los Agroecosistemas de la Universidad Pablo de Olavide, línea de Agroecología. Email: psardie@acu.upo.es.
[1]. Este factor ha sido elaborado a base de amplios debates sostenidos con Mariagiulia Costanzo Talarico a raíz de trabajos suyos aún no publicados.
[2]. Nombre que adquieren las recientes movilizaciones agrarias en el Estado español.
[3]. Esta crítica constructiva parte de la base de la experiencia en RAA, en donde el eje de consumo alternativo se formula como la herramienta transformadora protagonista del sistema agroalimentario global (Saralegui Díez y Costanzo Talarico, 2019), así como el pequeño productor a tiempo parcial, principalmente dependiente de su pluriactividad.
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