Compiladores: Enrique Dussel Peters, Ariel Armony, Shoujun Cui
Crítica del libro: Beatriz Macchione Saes*
- Año: 2018
- Publicado por el Asian Studies Center, el Center for International Studies, la Universidad de Pittsburgh y la Red Académica de América Latina y el Caribe sobre China
- Idioma: Inglés
- Páginas: 226
Imagen 1. Foto de la portada del libro. Fuente: Universidad de Pittsburg (ucis.pit.edu).
Palabras clave: inversiones extranjeras, infraestructura, China, América Latina y el Caribe
Keywords: foreign investments, infrastructure, China, Latin America and the Caribbean
El boom de los productos básicos ha reforzado e intensificado, en gran parte de los países latinoamericanos, un patrón económico basado en la exportación de materias primas asociado a inmensos y negativos impactos económicos, sociales y ambientales. Después de más de una década de un impresionante crecimiento económico, China, principal importador de los recursos, pasó a convivir con una gran capacidad ociosa y ya no parece capaz de reproducir el mismo modelo. Sin embargo, no está claro si el nuevo modelo de China puede abrir nuevos caminos de desarrollo para los países de Latinoamérica y el Caribe mediante un cambio del patrón extractivista, de costos ya conocidos y muy analizados.
El libro compilado por Dussel Peters, Armony y Cui es una importante contribución a este debate. Los distintos análisis que contiene muestran que el fin del ciclo de los productos básicos no ha reducido la relación entre China y países de América Latina y el Caribe. Por el contrario, la presencia china en la región se está intensificando y gana nuevas fronteras: más allá de los lazos comerciales, son cada vez más importantes las inversiones y, más recientemente, sobre todo a partir de 2013, los grandes proyectos de infraestructura realizados por empresas chinas y con capital del país asiático.
Los nueve capítulos del libro analizan el rol de China en el financiamiento y en la ejecución de estos grandes proyectos en América Latina y el Caribe. Los primeros siete examinan los emprendimientos en países específicos: Costa Rica, Ecuador, México, Argentina (dos capítulos), Brasil y Nicaragua. Los últimos dos discuten, respectivamente, el papel del financiamiento chino a través del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la posible contribución de esas iniciativas económicas en el desarrollo de los países. A lo largo de los diversos capítulos, los autores presentan perspectivas, desafíos y críticas sobre los efectos que tales proyectos deben tener en la región.
No hay consenso entre los autores sobre los beneficios que la nueva relación con China traería a los países latinoamericanos y caribeños. Algunos análisis más optimistas indican que estos países presentan una inversión todavía baja en infraestructura —importante tanto para proveer servicios básicos como para estimular el crecimiento económico— y una gran dificultad para acceder a los mercados financieros internacionales. En ese sentido, como Sven-Uwe Mueller y Fan Li señalan en el capítulo 8, a partir del análisis del establecimiento del Fondo de Cofinanciamiento de China junto al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la capacidad financiera de China y su experiencia en inversiones en infraestructura podrían contribuir de forma efectiva a superar tales obstáculos.
En la misma línea, Enrique Dussel Peters (capítulo 3) y Celio Hiratuka (capítulo 6), al analizar respectivamente los proyectos chinos de infraestructura en México y en Brasil, señalan beneficios potenciales derivados de una interacción más compleja con China, lo que estimula una mayor diversificación sectorial de las inversiones. Esta visión es compartida por Ravi Madhavan, Thomas G. Rawski y Qingfeng Tian, que evalúan con optimismo la participación de la Corporación Nacional Nuclear de China (CNNC) en el proyecto de la central nuclear de Atucha III en Argentina. El proyecto —actualmente paralizado— podría ampliar la capacidad y el conocimiento tecnológico nuclear argentinos, por su gran complejidad tecnológica y porque involucra insumos y trabajo locales.
Incluso esta perspectiva optimista reconoce algunos obstáculos para que los beneficios potenciales de esta nueva relación con China se materialicen. En México, Dussel Peters indica que las dificultades de coordinación entre las instituciones mexicanas y las empresas chinas han impedido la continuidad de varios proyectos, como el tren de velocidad rápida de la Ciudad de México a Querétaro y la planta hidroeléctrica Chicoasén II en Chiapas. Este también sería el caso de otros emprendimientos en América Latina, como indica Haibin Niu en el capítulo 9. Según el autor, el fracaso de las experiencias se debió en gran parte al contexto regional, marcado por problemas de corrupción, baja capacidad fiscal, fuertes regulaciones sociales y ambientales, etc. (Xanax) Pero, además de esos “obstáculos” regionales, Niu también parece estar de acuerdo con Hiratuka en que la promoción del desarrollo latinoamericano exigiría tratar problemas más estructurales, como la desindustrialización y la dependencia económica de los productos primarios. En Brasil, Hiratuka defiende una estrategia de planificación a largo plazo que permita articular los intereses de las empresas chinas con los de las empresas, los trabajadores y la sociedad brasileños, el camino opuesto al que el país parece recorrer.
En una perspectiva menos optimista, tres aspectos cruciales, revelados por los casos concretos analizados e indicados en algunos capítulos, demandan, en mi opinión, una mirada más atenta a los riesgos que la presencia china representa para la economía y los diversos sectores sociales de América Latina y el Caribe, lo que exige, evidentemente, más estudios en profundidad sobre el tema.
Primero, no podemos descartar la posibilidad de que se profundice el patrón extractivista, a pesar de las expectativas de diversificación de las economías latinoamericanas. Esto lo indican, por ejemplo, Paulina Garzón y Diana Castro (capítulo 2) al analizar los proyectos hidroeléctricos Sopladora y Coca Codo Sinclair en Ecuador. Además de enfatizar sus impactos socioambientales, las autoras indican que tales proyectos llevarían a una sobreproducción de electricidad, más allá de las necesidades del país. Además, es notable la persistencia de problemas típicos del auge del neoextractivismo (incluso en su versión “progresista”). Por ejemplo, los canales de diálogo entre los inversores chinos, la sociedad civil y las comunidades son escasos y los arreglos institucionales para mediar conflictos son poco efectivos. Todo esto indica que los proyectos y los planes continúan dibujándose según la perspectiva de las oportunidades que se abren en los mercados mundiales, ignorando a las comunidades locales. Lo mismo vale para otros innumerables proyectos, como el Corredor Bioceánico Brasil-Perú, destinado a exportar soja, mineral de hierro y cobre para China (capítulo 6).
En segundo lugar, la conclusión de Leonardo Stanley (capítulo 4) acerca de que la relación más cercana y multidimensional entre China y Argentina beneficiará a estos países de forma desigual posiblemente podría generalizarse a otros países de América Latina y el Caribe. Como se enseña en el capítulo 4, las fragilidades, las restricciones financieras y las técnicas argentinas (comunes a otros países de la región) ya indican por sí solas la asimetría de poderes y ayudan a comprender la entrada de empresas chinas en sectores anteriormente reservados a grupos locales. El fin del nacionalismo de los recursos naturales es, además, un rasgo común a varios países que viven la transición de lo que se llamó “neoextractivismo progresista” hacia un nuevo extractivismo más abierto al capital internacional.
Por último, es posible que los costos de las disputas entre los actores geopolíticos poderosos recaigan sobre poblaciones y comunidades latinoamericanas y caribeñas. Este aspecto es evidente en los artículos de Monica DeHart y Shoujun Cui, que analizan, respectivamente, Costa Rica y Nicaragua. En América Central, donde se producen principalmente productos básicos agrícolas, relativamente poco importantes durante el boom de las materias primas, la presencia china es más reciente y la influencia estadounidense la supera. Costa Rica estableció relaciones diplomáticas con China en 2007, y se convirtió en foco de inversiones y proyectos de infraestructura chinos. Nicaragua, por su ubicación estratégica, puede recibir un gigantesco proyecto, liderado por una empresa privada china, de construcción de un canal de conexión de los océanos Pacífico y Atlántico, similar al canal de Panamá, con impactos ambientales inconmensurables y expropiaciones de bienes de cientos de miles de personas. Sin embargo, se trata de un proyecto sumamente incierto y sometido, además, a fuerte oposición en Nicaragua. El desenlace del canal de Nicaragua, como muchos otros megaproyectos chinos analizados a lo largo del libro, dependerá, sin duda, de las diversas fuerzas y disputas nacionales e internacionales en juego.
Este libro representa una contribución importante para comprender esas disputas y los dilemas que la nueva confirmación del capitalismo global plantea a América Latina y el Caribe. Es cierto, sin embargo, que en muchos capítulos falta una reflexión mayor sobre los verdaderos beneficiarios de los proyectos. Aunque, aparentemente, como indica el título, se está “construyendo el desarrollo” en América Latina y el Caribe, los efectos de esta “construcción” en la región son inciertos, mientras que para muchas comunidades las consecuencias seguramente serán negativas.
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* Departamento de Economía, Universidad de São Paulo. E-mail: beatrizmsaes@gmail.com.
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