Iván Navarro Milán y Elsa Rodríguez-Cabo Doria*
En el mundo de la cooperación al desarrollo no bastan solamente las buenas intenciones, los corazones solidarios o el altruismo desinteresado; es necesario algo más. No basta con exigir el 0,7% del PIB, ni tampoco con que los gobiernos de los países más avanzados lo den. Se puede obtener el 0,7% o el 0,9% o incluso el 3%, pero ello no basta. La cantidad de recursos que se destinan hoy día a programas de cooperación al desarrollo es significativa, su impacto en las poblaciones del Sur no lo es. Y es ahí donde los recursos y las intenciones no bastan, si no hay detrás de ellos estrategias de acción encaminadas a erradicar los problemas de raíz, a enfrentar las injustas y desiguales políticas macroeconómicas, a posicionarse y no solo a paliar desigualdades.
Uno de los imperativos que han marcado (y marcan) el accionar de muchas de las propuestas de actuación insertas tras los programas de desarrollo y asistencia conlleva una gran carga culturalista: la idea de que si un individuo o grupo social es «disfuncional», entonces es posible «reeducarlo» para que se integre de la mejor manera al sistema, a la sociedad; si un individuo o grupo social está «atrasado» es posible, mediante insumos educativos, concientizarlo y capacitarlo para que se adapte a los nuevos tiempos, para que sea más productivo y pueda acceder a mejores niveles de vida (Shugurensky, 1999). Las posiciones modernizantes del mundo de la cooperación al desarrollo se han traducido en un modelo educativo y promocional que ha sido bastamente aplicado primero en América Latina y posteriormente en el continente africano. En el ámbito rural desde los años 60 se acuño el término de extensión como el eslabón que vincula la ciencia con el campo. Este modelo se conoce como «extensionismo», y ha sido definido como el proceso de ayudar a la gente, con el apoyo de servicios sociales adecuados, para resolver o mitigar una amplia gama de problemas sociales y personales, los cuales no podrían ser satisfechos sin tal ayuda. (Shugurensky, 1999).
El extensionismo, como modelo desarrollista ampliamente extendido, actúa sobre un marco teórico limitado (funcionalismo, desarrollismo, «educacionismo») en donde se concibe al subdesarrollo como un problema de «atraso», de técnicas y actitudes tradicionales, cayéndose en una exaltación de la «vida moderna», en el paternalismo, el autoritarismo y el asistencialismo.
Este modelo se basa en la condición que M. Blaug denunciaba a propósito de la enseñanza, esto es, la educación dirigida a la formación de los soldados de infantería. De alguna forma las clases populares actúan como «soldados rasos» en la pirámide de autoridad militar. Si las fábricas alienan a l@s trabajadores/as de su producto de trabajo, y las escuelas a l@s alumn@s de su aprendizaje, la promoción social de corte extensionista aliena a los campesinos y las clases populares de su realidad, esto es, de sus posibilidades de transformar su sociedad y construir un futuro mejor.
El desarrollo, su impacto, se mide atendiendo exclusivamente a indicadores económicos. Si existe un impacto de los programas a nivel cuantitativo, si mejoran las estadísticas de la economía local, si se aumentan los recursos económicos, entonces se cumplen los indicadores y los resultados del Marco Lógico, y se evalúan satisfactoriamente los resultados. Sin embargo, la viabilidad del programa a mediano-largo plazo, su impacto social-cultural, sus resultados a nivel organizativo, eso suele ignorarse.
De la misma manera, y producto de las políticas economicistas con las que se rigen los países donantes, las propuestas de proyectos provenientes de los países en vías de desarrollo se centran principalmente en la obtención de recursos financieros. Sobre esta realidad se erige un tejido asociativo limitado, que en muchos casos debe su existencia al único fin de canalizar recursos económicos provenientes del mundo del desarrollo. Multitud de grupos surgen amparados por las políticas de desarrollo y asistencialismo; estos se adaptan al perfil socioeconómico buscado por los donantes para hacerlos beneficiarios de sus acciones bienhechoras. Acá surgen un sin fin de colectivos con el apellido de discapacitados, desplazados, huérfanos, viudas, ancianos, mujeres, en donde su carácter de colectividad «marginal» que le otorgan los discursos humanitarios les permite acceder a recursos, pero ello desgraciadamente no incide en sus procesos organizativos, en sus posibilidades de transformación social real, en su autonomía y desarrollo comunitario. Es más, la posición victimista en la que se fundamentan los «colectivos de desvalidos», puede contribuir a largo plazo negativamente en sus procesos de emancipación e independencia.
Imanol Zubero planteaba que una de las principales aportaciones de los movimientos sociales a la tarea de la transformación de la realidad social es fundamentalmente de índole cultural. No existe posibilidad alguna de poner en marcha una práctica emancipatoria significativa si no es sobre la base de una previa tarea de transformación cultural de la sociedad. Y es en este apartado en donde la lógica del desarrollo puramente económico está condenada al fracaso, o por lo menos, a mantener las mismas estructuras sociales que reproducen los mismos gérmenes de opresión e injusticia. No se incide en los cambios sociales, culturales o políticos; se omite el fortalecimiento del tejido organizativo local; se soslaya la construcción de los procesos de autonomía de las poblaciones; se esquivan los efectos no deseados de la lucha social.
Lo anterior, unido a que la fragmentación social está haciendo que los movimientos sociales se especifiquen/ quebranten cada vez más en la defensa de intereses particulares, está causando estragos en las posibilidades de una lucha por la liberación y la transformación total de la sociedad.
Si existe alguna posibilidad de que realmente el sector de las ONG y la Cooperación al Desarrollo aporten su grano de arena en el objetivo de la transformación real de las estructuras sociales de poder, ésta se haya en plantear estrategias de acción integrales, en donde el apartado de la incidencia económica vaya de la mano de lo social, de lo político, de lo cultural.
En Uganda, la ONGD Veterinarios Sin FronterasVETERMON impulsa una estrategia de acción con las poblaciones locales que trata de romper la lógica desarrollista imperante, tratando de incidir en lo cultural, fortaleciendo lo económico y dando paso al desarrollo social y político, que permita a las comunidades apropiarse de la toma de decisiones relativas a su desarrollo. La propuesta toma el nombre de Cadenas de Vida, y pretende acompañar a las poblaciones en sus procesos de construcción de la autogestión y autonomía de sus comunidades. Para lograrlo se considera prioritario el fortalecimiento de las organizaciones comunitarias de base a través del fomento del apoyo mutuo y la solidaridad social, que han sido factores indispensables para la supervivencia de la mayoría de la población africana. Ello en un marco de acciones continuas enfocadas al fortalecimiento de la organización comunitaria, que es reforzada por la puesta en práctica de proyectos productivos eficientes que impulsen el desarrollo económico, y de acciones encaminadas a generar conciencia crítica que ayuden a entender el análisis de la realidad desde lo local a lo global, de las consecuencias a las causas de los problemas.
Esta estrategia se sostiene en torno a 5 ejes de acción, que se interrelacionan entre si para formar un todo integral, en donde se articulan factores sociales, políticos, económicos y culturales. Ejes de acción que se encuadran en el marco de la Soberanía Alimentaria, y que buscan fortalecer las organizaciones campesinas, generando un empoderamiento campesino que les permita a los pueblos defender, recuperar o promover la Soberanía Alimentaria en sus regiones y comunidades.
De la lógica desarrollista, que se enfoca en el apartado puramente económico, la propuesta para incidir en la transformación social de las estructuras se articula en la construcción transversal de diversas acciones interrelacionadas en torno a los 5 ejes de acción siguientes: proyectos productivos eficientes, organización comunitaria, solidaridad y apoyo mutuo, autogestión y conciencia crítica.
La articulación de ellos está encaminada a concebir el objetivo de la transformación de la realidad, a la vez que se combate la pobreza y se apoya la organización de los pueblos para construir sus procesos de manera autónoma.
Se trabaja con grupos organizados y no se forman grupos en torno a proyectos. La idea es fortalecer las estructuras de las pequeñas organizaciones de base y las redes de solidaridad y apoyo mutuo que existen entre éstas. En gran medida se potencia la «alea» (que en la región étnica de Teso, sitio en donde desarrolla su trabajo Veterinarios Sin Fronteras en Uganda, significa «manejo de bienes comunitarios de manera conjunta») a través de los proyectos productivos, ya sean pecuarios o agrícolas; con el objetivo de fomentar siempre la participación colectiva en el trabajo que implica la producción y no individualizar ni el trabajo ni las propiedades, como se hace en los proyectos productivos en donde el objetivo es el individuo o la unidad familiar. Este proyecto comunitario representa el vínculo de cohesión al interior de la comunidad y entre comunidades. A partir de aquí se proporcionan elementos para la reflexión y el análisis de la realidad. Información adaptada al contexto y en formato de educación popular que permite el debate y la toma de decisiones en torno a sus necesidades más sentidas. El objetivo final: con la autogestión comunitaria, por la lucha de la Soberanía Alimentaria.
Los proyectos están en marcha, y los resultados comienzan a ser perceptibles y alentadores. El trabajo directo con las comunidades de base organizadas nos confirma que en un contexto como este, si se pretende apoyar una estrategia de verdadero cambio social se debería contemplar más seriamente el trabajo directo con las organizaciones de base.
En sus conferencias sobre Ideología y Utopía, Ricoeur (Ricoeur, 1989) partía del análisis que Mannheim había esbozado sobre la relación entre ambos conceptos, para enseñarnos cómo se enfrentaban irremediablemente en la historia del pensamiento contemporáneo. La ideología, ya bien sea deformadora como indicaba Marx, o legitimadora si seguimos a Weber, tiene como función la de preservar un orden establecido. La utopía, por su parte, posee el oficio opuesto, busca abrir la puerta a lo posible. Ideología y utopía se esbozan como las dos formas posibles en que la cooperación al desarrollo puede y es concebida para proponer un desarrollo integral de los pueblos del sur, que transformando su cotidianidad también lo haga con su realidad, o bien puede servir como un mecanismo de apaciguamiento y legitimación de un orden social que no tiene vistas a ser transformado, sino mas bien reforzado por su tarea de legitimación.
BIBLIOGRAFÍA
ANDER-EGG, E. (1982), Desarrollo de la comunidad. El Ateneo, México.
BLAUG, M. (1996), Donde estamos actualmente en la economía de la educación. En Oroval Planas E. (ed) Economía de la educación. Editorial Ariel Educación. Barcelona.
GINER, S. (1996) La religión Civil. En Rafael Díaz-Salazar, Salvador G. y Fernando V. (eds) Formas Modernas de Religión. Alianza Universidad. 783 AU., Madrid.
HELLER, A. (1989), Existencialismo, alineación, postmodernismo: Los movimientos culturales como vehículos de cambio en la configuración de la vida cotidiana. Políticas de la modernidad. Península.
RICOEUR, P. (1989), Ideología y Utopía. Gedisa, Barcelona.
SHUGURENSKY, D. (1999), Introducción al mundo de la promoción social. El panorama de la promoción social. CREFAL. Pátzcuaro, Mich. México.
WILLIS, P. (1993), Producción cultural no es lo mismo que reproducción cultural, que a su vez no es lo mismo que reproducción social, que tampoco es lo mismo que reproducción. Lecturas de antropología para educadores. Trotta, Madrid.
—
* Veterinarios sin Fronteras en Uganda (uganda@veterinariossinf ronteras.org).
—