La humanidad se encuentra frente a una crisis ecológica global que forma parte intrínseca de la crisis sistémica del capitalismo. En la crisis de nuestro presente se interrelaciona una crisis financiera y económica, energética y alimentaria, política y social (por el aumento de las desigualdades y el estallido de la crisis de los cuidados). Asistimos en realidad a una verdadera crisis de civilización. Una crisis que en su conjunto ha puesto encima de la mesa la incapacidad del sistema capitalista para satisfacer las necesidades básicas de la mayor parte de la población mundial y para atajar la crisis ecológica que él mismo ha creado y que amenaza la propia supervivencia de la especie y de la vida en el planeta.

La interrelación entre la crisis económica y la crisis ecológica global, cuya mayor expresión es el cambio climático, es de hecho una de las especificidades de la situación actual distinta a las precedentes como la crisis de 1929 y los años treinta. La magnitud del desafío ecológico no hace sino aumentar el potencial de inestabilidad global para el próximo periodo, que estará marcado por el agotamiento, a medio plazo, de un modelo energético basado en el petróleo y los combustibles fósiles, el aumento de las catástrofes naturales debido a las alteraciones climáticas, y los desequilibrios estructurales crecientes del sistema agroalimentario mundial.

Cumbre de los Pueblos, 20 de junio 2012.

Cumbre de los Pueblos, 20 de junio 2012.

Los fracasos de las cumbres del clima de Copenhague 2009, Cancún 2010, Durban 2011 y la reciente de Doha, que ha transcurrido en medio de la indiferencia generalizada, ponen de manifiesto cómo el sistema capitalista es incapaz de dar respuesta a una crisis que él mismo ha creado (Antentas y Vivas, 2009). Estas citas resultaron ser un fracaso sin paliativos y una oportunidad perdida donde ni siquiera la retórica hueca y la pompa de los jefes de Estado, que se fue apagando cumbre tras cumbre desde la grandilocuencia de Copenhague hasta la invisibilidad de Doha, pudo esconder la falta de medidas reales aprobadas. No hay voluntad política para dar respuesta a la crisis climática y ecológica a la que nos enfrentamos ya que una solución real requeriría  el núcleo duro del actual modelo económico.

La ofensiva de la economía verde

La nueva ofensiva del capitalismo global por privatizar y mercantilizar masivamente los bienes comunes tiene en la economía verde su máximo exponente. Una economía verde que, contrariamente a lo que su nombre indica, no tiene nada de “alternativa” sino que busca aumentar las bases para explotar y hacer negocio con la naturaleza. En un contexto de crisis económica como el actual, una de las estrategias del capital para recuperar la tasa de ganancia consiste en privatizar los ecosistemas y convertir “lo vivo” en mercancía. Al mismo tiempo que en el marco de la crisis ecológica, climática y alimentaria, se presentan las nuevas tecnologías (nanotecnología, agrocombustibles, geoingeniería, transgénicos…) como instrumentos para frenar el calentamiento global y la hambruna, cuando en realidad su aplicación obedece a criterios mercantiles y empresariales.

Sus promotores son, precisamente, aquellos que nos han conducido al callejón sin salida en el que nos encontramos: grandes empresas transnacionales, con el apoyo activo de gobiernos e instituciones internacionales. Aquellas compañías que monopolizan el mercado de la energía (Exxon, BP, Chevron, Shell, Total), de la agroindustria (Unilever, Cargill, DuPont, Monsanto, Bunge, Procter&Gamble), de las farmacéuticas (Roche, Merck), de la química (Dow, DuPont, BASF) son las principales impulsoras de la economía verde, a la vez que se configuran nuevas fusiones y adquisiciones empresariales (Grupo ETC, 2011).

Asistimos a un nuevo ataque a los bienes comunes donde quienes salen perdiendo son las comunidades indígenas, campesinas, de pastores, pescadores… del Sur global, cuidadoras de dichos ecosistemas, quienes serán expropiadas y expulsadas de sus territorios en beneficio de las empresas transnacionales que buscan hacer negocio con los mismos. La economía verde privatiza la naturaleza convirtiendo el acceso a la tierra y a los alimentos en transacciones comerciales y a las políticas públicas, que deberían garantizar estos derechos, en competencia de mercado (Ribeiro, 2011).

En la Cumbre de la Tierra de Río de Janeiro, en 1992, donde se aprobó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que posteriormente desembocaría en el Protocolo de Kioto, las empresas transnacionales ya dieron muestras de un lavado de imagen verde para ocultar sus prácticas con un fuerte impacto medioambiental y esquivar responsabilidades. Lo “verde” no es nuevo, pero la economía verde va mucho más allá e implica la neocolonización de los ecosistemas y de la naturaleza y busca transformarlos en mercancías de compra y venta. Una ofensiva resultado de la competencia por controlar los recursos naturales y hacer negocio con “la vida”.

El 99% y nuestro planeta

El agravamiento de las consecuencias sociales de la crisis y la intensificación de las políticas de ajuste han provocado una reacción social de largo alcance. Con las revoluciones en el mundo árabe como aguijón emergió en 2011  un nuevo ciclo internacional de protesta que tiene su elemento motriz en la lucha contra los efectos de la crisis y las políticas que buscan transferir su coste a las capas populares. (https://www.tmjandsleep.com.au/) El leiv motiv de la “rebelión de los indignados” pone en el centro de la diana a quienes son identificados como responsables de la crisis y su gestión. En el caso español, tiene un doble eje constitutivo inseparable: la crítica a la clase política y a los poderes económicos y financieros. A los últimos se les señala como responsables de la crisis económica y a los primeros se les acusa, precisamente, por su servilismo y complicidad con el mundo de los negocios. En Estados Unidos, el movimiento Occupy, en cambio, pone más énfasis en la crítica al poder económico que a la clase política, llevando a cabo un ataque frontal a Wall Street y a la minoría privilegiada simbolizada por el 1%. De todos modos, detrás subyace el rechazo a los dos grandes partidos, a la política de Obama, y a las élites de Washington.

En Europa y Estados Unidos la resistencia indignada se centra en la movilización contra los recortes sociales, las privatizaciones, la banca y el pago de una deuda ilegítima, temas que fueron dominantes en los países de América Latina y en otros continentes del sur en las décadas anteriores. En definitiva la indignación colectiva se expresa como movilización contra los intentos del capital financiero de sacrificar al conjunto de la sociedad para salvarse a sí mismo y de reorganizar el conjunto de las relaciones sociales en beneficio propio.

En la agenda indignada, sin embargo, las cuestiones específicamente medioambientales y la crisis ecológica y climática han jugado un rol secundario, en un momento donde recortes, desmantelamiento de servicios públicos, desahucios, paro y ayudas a la banca dominan el panorama. En cambio, hoy la defensa de los bienes comunes, de los ecosistemas y de la biodiversidad son temas centrales en la agenda de los movimientos sociales en los países del Sur. Muchas de sus comunidades son las primeras en enfrentar las consecuencias del cambio climático (aumento del nivel del mar, sequías, etc.) y el impacto medioambiental de las falsas soluciones promovidas por el capitalismo verde (agrocombustibles, programa REDD, almacenamiento de CO2 bajo tierra).

Colocar la cuestión de la crisis ecológica y climática en tanto que aspecto central de la crisis sistémica contemporánea en la agenda de las luchas sociales indignadas es una cuestión pendiente y estratégica, para poder plantear un proyecto de ruptura consecuente con el actual modelo económico y social. La crisis actual plantea la necesidad urgente de cambiar el mundo de base y hacerlo desde una perspectiva anticapitalista y ecosocialista radical, en el sentido que le dan al término autores como Kovel y Löwy (2008). Indignados y occupiers en su lucha contra la tiranía de la minoría financiera global tienen el reto de enlazar las movilizaciones contra el ajuste estructural y las opuestas a la crisis climática en una perspectiva  convergente e integradora entre lo “social” y lo “medioambiental” cuyo nexo debe ser el rechazo a la (in)civilización del capital y a la mercantilización generalizada del planeta y la sociedad. Se trata de poder avanzar así hacia, en  palabras de John Bellamy Foster (2009), una imprescindible “revolución ecológica que necesariamente tiene que ser también una revolución social”.

 

En este artículo sintetizamos algunas de las idea expuestas en nuestro libro Planeta Indignado (Sequitur, 2011).

Josep Maria Antentas  (josepmaria.antentas@uab.cat), Prof. del Departamento de Sociología de la UAB y miembro del Centre d’Estudis Sociològics sobre la Vida Quotidiana i el Treball (QUIT) –Institut d’Estudis del Treball (IET) y del consejo asesor de la revista Viento Sur (www.vientosur.info)

Esther Vivas, (esther.vivas@pangea.orghttp://esthervivas.com), miembro del Centre d’Estudis sobre Moviments Socials (CEMS) de la UPF y del consejo asesor de la revista Viento Sur (www.vientosur.info).

 

Bibliografía

ANTENTAS, JM. y VIVAS, E. (2009) “Justicia climática y justicia social: un mismo combate contra el capitalismo global”, Ecología Política 39, p. 103-106.

BELLAMY FOSTER, J. (2009) The ecological revolution. Nueva York, Monthly Review Press.

GRUPO ETC. (2011) “¿Quién controlará la economía verde?”: http://www.etcgroup.org/upload/publication/pdf_file/ETC_wwctge_ESP_v4Enero19small.pdf

KOVEL, J. y LÖWY, M. (2008) “Un Manifiesto Ecosocialista”: http://marxismolibertario.blogspot.com.es/2008/02/un-manifiesto-ecosocialista.html

RIBEIRO, S. (2011) “Los verdaderos colores de la economía verde”, ALAI 468-469, p. 23-26.

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