Felipe Milanez*
Resumen: La idea general de este artículo de opinión es discutir la relación entre extractivismo y fascismo en las disputas territoriales en Brasil bajo el ciclo autoritario de Bolsonaro. Un nuevo tipo de fascismo, formado a partir de la historia de la conquista y la colonialidad, se presenta para convertirse en el laboratorio mundial del neoliberalismo y el autoritarismo. No obstante, la guerra contra la naturaleza y la diversidad no puede ganarse, no solo porque destruye los medios de reproducción, sino porque la historia ha demostrado que los pueblos indígenas han ido enterrando a los profetas de su destrucción.
Palabras clave: Bolsonaro, fascismo, pueblos indígenas, extractivismo, América Latina
Abstract: The general idea of this opinion paper is to discuss the relationship between extractivism and racism in territorial disputes in Brazil under the authoritarian turn of Bolsonaro. A new form of fascism shaped in the history of conquest and coloniality is turn out to become a world laboratory of neoliberalism and authoritarianism. But the war against nature and difference cannot be won, not only because it destroys the means of reproduction, but because history shows indigenous peoples have buried the prophets of their destruction.
Keywords: Bolsonaro, fascism, indigenous peoples, extractivism, Latin America
Introducción
«Estamos en guerra; ahora mismo, nuestros mundos están en guerra», declaró el líder indígena Ailton Krenak.[1] En Brasil, en plena pandemia del coronavirus, el Gobierno federal alienta una situación de invasión de tierras, de muerte de los pueblos indígenas y quilombolas (palenques) y de genocidio por acción y omisión que, en palabras de Krenak, amenaza y perjudica la vida de todos, pero «los blancos siguen imaginando que viven en un país civilizado».
Y es que vivimos tiempos de crisis estructurales y emergencias: crisis sanitaria, emergencia climática, crisis económica y auge político de un nuevo modo de fascismo. No son crisis separadas. El propósito general del presente artículo es discutir cómo estas se articulan a partir de la relación entre extractivismo y fascismo en las disputas territoriales de Brasil bajo el giro político autoritario. En la perspectiva descolonizadora de la ecología política latinoamericana, conceptos como cuerpo-territorio y racismo son fundamentales para investigar la relación entre los intereses económicos extractivistas, el fundamentalismo religioso, la conversión, el problema de la raza y las políticas de «integración» de las comunidades indígenas y negras como continuidades de las guerras coloniales y de conquista. Asimismo, los conflictos socioecológicos que caracterizan el avance actual de la extrema derecha en Brasil y el genocidio de poblaciones indígenas y quilombolas se deben entender en el marco de la violencia epistémica y ontológica, condiciones de la extracción capitalista de recursos naturales. En esta línea de argumentación, Ramón Grosfoguel (2016) sostiene que los extractivismos ontológicos y epistemológicos son condiciones para la extracción de recursos naturales.
La ecología política latinoamericana, tal y como argumenta Héctor Alimonda (2016), «se asienta en el trauma catastrófico de la conquista y en la integración subordinada y colonial en el sistema internacional». Las repugnantes declaraciones racistas del presidente brasileño Jair Bolsonaro contra los pueblos indígenas y negros, las mujeres y los homosexuales, que estremecen las redes sociales y la prensa cada semana, no vienen de la nada ni de sus propias ideas particulares: estas se han construido a lo largo de la historia de la invención colonial de Brasil y, tanto en el pasado como hoy en día, han servido para legitimar el genocidio y la desposesión.
Fascismo tropical
Durante una protesta en junio de 2019 —organizada por los seguidores de extrema derecha de Bolsonaro para defender al juez Moro ante el escáldalo generado por la filtración de mensajes de Telegram por parte de The Intercept—,[2] el actual ministro de Seguridad Institucional y general de la armada Augusto Heleno (quien sirvió en Haití y en la Amazonia) declaró que era ridículo llamar «fascista» a Bolsonaro. Lo mismo ocurrió en debates académicos en torno a si su Gobierno debía o no calificarse de «fascista», «neofascista», «liberal-fascista» al estilo de Pinochet o cualquier otro adjetivo de esa categoría. Estas discusiones aparentemente finalizaron —o ganaron complejidad— el pasado enero de 2020, cuando el secretario de Cultura, Roberto Alvim, difundió un vídeo para anunciar un premio federal de cultura en el que citaba a Goebbels y se inspiraba en él, con la música de una de las óperas favoritas de Hitler: Lohengrin de Wagner. Por lo tanto, ¿debería ser calificado de Gobierno neonazi?
El debate sobre cómo nombrar a la bestia quitó del foco de atención a la bestia misma y al intento de comprender la ideología fascista del bolsonarismo y los instrumentos que pone en práctica para expandir su poder: cómo gobierna este Gobierno fascista, cómo se estructura y cómo se le puede derrotar.
El presente análisis busca investigar la orientación ideológica del fascismo contemporáneo en Brasil mediante el paradigma de la ecología política. Combino diferentes aproximaciones, incluidas las ciencias políticas y la perspectiva feminista, con la intención de resaltar algunas de las características de este tipo de Gobierno mediante la descripción de su estructura basada en el racismo y el extractivismo. El racismo organiza la armonía entre las relaciones económicas y la ideología, como sostiene Fanon (1965). Por lo tanto, la ecología política puede ser útil para descubrir cómo el racismo opera en el fascismo brasileño, pues puede resaltar el materialismo ecológico de la economía de la extracción.
Bolsonaro es un conocido defensor de la memoria de la dictadura civil-militar (1964-1985), incluido el método de la tortura. Realizó su formación militar en los grupos más radicales en la época final de la dictatura (en 1977, en la escuela de Agulhas Negras), luchó contra la Constitución Federal de 1988 (año en que salió a la reserva) y, desde su primera elección como diputado federal en 1990, hizo críticas a la democracia. En este sentido, su fascismo emerge como continuación de la dictadura, que fue un régimen fascista, tal como lo definieron el revolucionario brasileño Carlos Marighella (asesinado por el régimen en 1969) y otros sociólogos de la teoría crítica. De acuerdo con el sociólogo Florestan Fernandes, el fascismo, como realidad histórica, no ha perdido ni su significado político ni su influencia activa, y persiste su fuerza política como ideología y utopía (Fernandes, 1981: 15). Si en los años setenta era el fantasma de la Revolución cubana el que impulsaba al movimiento antagónico, el enemigo comunista se resignificó con el bolsonarismo no solo en contra de Cuba, sino también de Venezuela. Una característica fundamental de la dictadura civil-militar yd el bolsonarismo es su relación con el poder económico, que en Brasil es fundamentalmente extractivista. Según Theotonio dos Santos (1977: 174), la ideología fascista en la dictadura se instaló en el poder combinada con fuerzas conservadoras con matices liberal-autoritarios y hasta subordinada a ellas. Bolsonaro no solo se inspira en este trágico período de la historia, sino que lo moviliza constantemente. El plan de «integración» e invasión de la Amazonia, un brutal genocidio de los pueblos indígenas, así como la maquinaria de la deforestación y el acaparamiento de tierras, proviene del momento más violento del régimen, en el Gobierno del general Emílio Garrastazu Médici (1969-1974) (Milanez, 2015).
Ese fascismo militar se moldeó en un país construido sobre la esclavitud, el genocidio y una permanente e ininterrumpida guerra de conquista. Si bien esa conquista no ha sido seguida por el colonialismo, continúa activa hasta nuestros días. Tal y como Rita Laura Segato (2016) sugiere, debemos prestar atención a la conquistalidad, no solo a la colonialidad.
Es una guerra contra la diversidad y contra la naturaleza, una guerra que es imposible ganar, pues destruye los medios para la reproducción de la vida. Su naturaleza expoliadora fomenta la extracción y deriva en la destrucción de la diversidad socioecológica. Y no lo hace por el bien de una nación, sino para beneficio de unos pocos. Cualquier idea divergente se trata como el enemigo. Así, el calentamiento global, la mayor amenaza actual para la vida en el planeta, simplemente se niega y se etiqueta de «complot marxista» o, como declaró el ministro de Asuntos Exteriores, «la criminalización de la carne roja, el petróleo y el sexo heterosexual». Asimismo, ha declarado que antes de Bolsonaro la izquierda brasileña estaba «criminalizando el sexo y la reproducción, diciendo que toda relación heterosexual es violación y que cada nacimiento es un riesgo para el planeta al incrementar las emisiones de carbono».
Sus políticas ambientales, que incluyen salir de los Acuerdos de París, quedan patentes en esta declaración de Bolsonaro al ministro de Medioambiente: «Simplemente, corte la Agencia Ambiental con una hoz». Los agentes ambientales e indigenistas de las agencias federales (Ibama y Funai) están controlados por un panel militar de directores, y el propio Bolsonaro las ha acusado públicamente de «actuar en contra de la nación».
Existe una guerra abierta contra el medioambiente. Se están levantando todo el sistema legal de protección ambiental y las instituciones ambientales con medidas que abarcan desde las autorizaciones ambientales hasta la liberación de áreas protegidas. En este contexto, los ocho ex ministros de Medioambiente brasileños que siguen con vida, provenientes de partidos tanto de izquierdas como de derechas, firmaron un escrito en el que acusaban a Bolsonaro de ejercer una «política de deconstrucción y destrucción sistemática y deliberada de todas las regulaciones ambientales» y de «destruir todo lo que se había consensuado». Mediante enmiendas constitucionales, decretos presidenciales y nuevos proyectos legislativos, Bolsonaro desafía el sentido común de la convivencia con la naturaleza y la diversidad cultural en un país plurinacional.
Así, Brasil se ha visto inmerso en posiciones que van mucho más allá de la negación y del negacionismo de la propia clase política en cuestiones que, generalmente, afectan a gran parte de la población; tal es el caso de la negación de la emergencia climática. La filósofa ambiental Deborah Danowski cree que hemos llegado a una situación con mayores y profundos «deseos de muerte y exterminación, al mismo tiempo, del sentido común y de cualquier forma de alteridad, lo que es un hilo conductor en todo fascismo» (Danowski, 2019: p. 7). Así, de acuerdo con Danowski:
El tsunami que llevó a la elección de Bolsonaro está conducido por una mezcla de afecciones: locura, odio a las minorías, indiferencia ante la devastación del medioambiente (incluidos los animales), desdén por la cultura (sin hablar de la contracultura) y la ciencia, deseo de revancha contra los activistas políticos y ecológicos, así como un fascista e incluso neonazi instinto de muerte.
Existe un claro deseo de muerte en un sentido amplio. No solo matar al facilitar la adquisición de licencias de armas, permitir a la policía matar con el argumento de exclusión de ilicitud justificada por «miedo, sorpresa o emoción violenta» o por operaciones militares, sino al establecer una agenda general de muerte que incluye el asesinato de la naturaleza. Distintas medidas fortalecen el poder de matar de la policía y facilitan la escalada armamentista de grupos paramilitares.
Este sentimiento de muerte también es una forma de gobierno caracterizada por la construcción de desiertos. Por ello, el Ministerio de la «Destrucción» del Medioambiente ha implementado una política pública del desastre, un plan de aceleración del holocausto ecológico, posiblemente el proyecto más cruel y violento de todos los promulgados por el nuevo fascismo de Bolsonaro: el que va a mutilar las vidas de generaciones futuras en Brasil, así como a promover el colapso ecológico y la exterminación de muchísimas vidas no humanas.
Matar para robar: genocidio, racismo y desposesión
Matar no es solo el deseo de librarse de lo diferente, sino un modo de gobernar. El movimiento indígena define la política de Bolsonaro como «política de exterminio». El extractivismo es la máquina económica del fascismo de Bolsonaro. En el caso del fascismo y el nazismo en Europa, Aimé Cesaire afirma, en el Discurso sobre el colonialismo (2016), que la aplicación interna de las practicas coloniales de afuera debe verse como un efecto interno del colonialismo. En esta misma línea de pensamiento, Achille Mbembe (2011), inspirado en su investigación sobre la violencia del colonialismo, desarrolla la idea de necropolítica frente a los límites de la biopolítica para tratar con los nuevos tipos de guerra. A diferencia de los estudios institucionales de las relaciones internacionales, define la soberanía como «ejercer un control sobre la mortalidad y definir la vida como el despliegue y la manifestaci6n del poder» (2011: 20). Es decir, la soberanía no solo define a quién se puede matar, sino a quién se le permite vivir.
Inspirado en el concepto de necropolítica de Mbembe, Bobby Banerjee considera la economía de la muerte como una de las peores caras del capitalismo, y la conceptualiza como necrocapitalismo, es decir, «las formas contemporáneas de la acumulación organizacional, que incluyen la desposesión y la subyugación de la vida frente el poder de la muerte» (Banerjee, 2008: 1542). Asimismo, define la intersección entre necropolítica y necroeconomía como «las prácticas de acumulación que incluyen desposesión, muerte, tortura, suicidio, esclavitud, destrucción de sustentos y una gestión general de la violencia» (Banerjee, 2008: 1548).
El resultado de ello es la creación de mundos de muerte, zonas de sacrificio y entornos violentos. Es el Gobierno de la deuda, quien desarrolla tecnologías de expropiación, privatiza lo común y culpa a los individuos de todo mal. Tanto las políticas de la muerte que organizan el poder como la economía de la muerte que organiza la acumulación contribuyen al análisis de los procesos violentos que estamos enfrentando en Sudamérica. Como argumenta el filósofo político Vladimir Safatle (2019), Brasil es ahora el laboratorio mundial de los nuevos nexos entre fascismo y neoliberalismo radical, conducidos no solo por la violencia estatal, sino también por la violencia de grupos e individuos, a lo que llama «Gobierno-milicia».
Rita Laura Segato (2016: 59) ya había definido esta asociación público-privada de la violencia como la esfera paraestatal del control de la vida, dominada por corporaciones armadas y con la participación efectiva del Estado y del para-Estado. La idea de esfera paraestatal se caracteriza por la predominancia de la informalidad y de la forma de acción que es el para-Estado, incluso cuando es el propio Estado el agente que sostiene la acción (Segato, 2016: 59). La informalidad por encima del propio Estado, pero informalmente autorizada: los altos índices de asesinatos de defensores del medioambiente por parte de pistoleros a sueldo o de grupos armados que atacan territorios indígenas y asentamientos campesinos son cuestiones que resaltan la estrecha relación entre territorio y control de la vida.
La idea de conquistar, de conquista, ha derivado en la de colonialidad como necropolítica impuesta sobre el poder de la vida. Al respecto, dice Segado (2016: 621):
En este nuevo mundo, la noción de un orden discursivo estructurado por la colonialidad del poder es prácticamente insuficiente. De este patrón emerge, de una forma patente y notoria, la práctica de expulsar personas fuera de los territorios que han ocupado tradicional o ancestralmente. Por ello debemos decir que desde la colonialidad existe un retorno a la conquistalidad.
Es el Gobierno de la mentalidad de la conquista que honra a las bandas de bandeirantes, conquistadores brasileños que formaban grupos de milicias para cazar y esclavizar indígenas, invadir, saquear, robar, matar e incendiar todo lo que se dejaba atrás. De hecho, al lobby más poderoso que apoya a Bolsonaro en el Congreso se le conoce como BBB, por bala (los armamentistas), boi (los rancheros) y biblia (los evangélicos): matar, extraer y convertir.
Desde el inicio de la campaña, a los pueblos indígenas, se los ha designado, igual que a los comunistas, como enemigos de la nación que amenazan la integridad territorial del país y bloquean su desarrollo. El presidente ha prometido no demarcar ni un centímetro de tierras indígenas, lo que abiertamente es una falta de respeto a la Constitución Federal. En este sentido, Bolsonaro argumenta que «los pueblos indígenas quieren ser como nosotros», están «evolucionando» y «volviéndose cada vez más seres humanos, como nosotros». Así, Bolsonaro presentó un nuevo programa para invadir los territorios indígenas y abrirlos a las compañías mineras, las plantas hidroeléctricas y otros intereses extractivistas. El racismo y el extractivismo se funden en el discurso del odio.
Imagen 1: Jair M. Bolsonaro en un encuentro con un grupo de Garimpeiros. Autor: Isac Nóbrega
El sistema federal de protección medioambiental se está desarticulando: se permite el uso libre de pesticidas, se autorizan proyectos mineros y madereros y se otorgan rápidamente licencias ambientales para flexibilizar el saqueo de la naturaleza. Ríos, bosques, manglares, especies amenazadas, santuarios marinos… el ecosistema nacional al completo ha entrado en la lista roja de peligro de extinción. Todo ello para facilitar el saqueo con el pretexto de contribuir a la «economía» nacional y al mito de un crecimiento sin fin en una economía en declive.
Conclusiones
Para plantar cara al fin del mundo promovido por el fascismo, la lucha ambiental debe tener una base social amplia, un compromiso con la defensa de la vida en un sentido extenso e incluso de la mera posibilidad de reproducción de la vida. Todo ello para salvar a miles de personas que viven en estos ecosistemas amenazados por la devastación del capital y del fascismo. El ecologismo de los pobres, como escribe Joan Martínez-Alier (2016), es el ecologismo de los otros, de las diferencias, de la vida en sí misma.
Pero esta nueva forma de fascismo inspirada en los conquistadores y bandeirantes puede tener límites temporales. Como dijo Ailton Krenak en otra entrevista, al inicio del segundo año de mandato de Bolsonaro: «No es la primera vez que profetizan nuestro fin; enterramos a todos los profetas».[3]
Referencias
Alimonda, H., 2016. «Notas sobre la ecología política latinoamericana. Arraigo, herencias, diálogos». Ecología Política, 51, pp. 36-42.
Banerjee, S.B., 2008. «Necrocapitalism». Organization Studies, 29(12), 1541-1563.
Césaire, A., 2006. Discurso sobre el Colonialismo. Madrid, Akal.
Danowski, D., 2019. Negacionismos. São Paulo, N1 Edições.
Dos Santos, T., 1977. «Socialismo y fascismo en América Latina hoy». Revista Mexicana de Sociología, 1 (39), pp. 173-190.
Fanon, F., 1965. «Racismo y cultura». En: Por la revolución africana. México, Fondo de Cultura Económica.
Fernandes, F., 1981. Poder e contrapoder na América Latina. Notas sobre o fascismo. Río de Janeiro, Zahar.
Grosfoguel, R., 2016. «Del extractivismo económico al extractivismo epistémico y extractivismo ontológico. Una forma destructiva de conocer, ser y estar en el mundo». Tabula Rasa. Disponible en: https://doi.org/10.25058/20112742.60, consultado el 5 de mayo de 2020.
Lucena, E., y R. Lucena, 2020. «Bolsonaro afronta a vida de todos, denuncia Ailton Krenak». Tutaméia (4 de mayo). Disponible en: https://tutameia.jor.br/bolsonaro-afronta-a-vida-de-todos-denuncia-ailton-krenak/, consultado el 5 mayo de 2020.
Martínez-Alier, J., Temper, L., Del Bene, D., y Scheidel, A., 2016. «Is There a Global Environmental Justice Movement?». The Journal of Peasant Studies, 43 (3), pp. 731-755.
Mbembe, A., 2011. Necropolítica seguido de Sobre el gobierno privado interno. Barcelona, Melusina.
Safatle, V., 2019. «Le Brésil, possible laboratoire mondial du néo-libéralisme autoritaire». Disponible en: https://www.lemonde.fr/idees/article/2019/09/02/vladimir-safatle-le-bresil-possible-laboratoire-mondial-du-neo-liberalisme-autoritaire_5505317_3232.html, consultado el 29 febrero 2020.
Segato, R. L., 2016. La guerra contra las mujeres. Buenos Aires, Traficantes de Sueños.
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* Profesor del Programa Multidisciplinar de Postgrado en Cultura e Sociedade, Instituto de Humanidades, Artes e Ciencias, Universidade Federal da Bahia. E-mail: felipemilanez@ufba.br.
[1] Guerras do Brasil.doc. Dir. Luiz Bolognesi. Netflix, 2019, 29 min.
[2] Antes de ser ministro del Gobierno de Bolsonaro, el juez Sergio Moro ordenó el arresto y encarcelamiento de Lula, el candidato de la izquierda. Sobre el escándalo de la filtración de mensajes de Moro, véase «How and Why The Intercept Is Reporting on a Vast Trove of Materials about Brazil’s Operation Car Wash and Justice Minister Sergio Moro». Disponible en: https://theintercept.com/2019/06/09/brazil-archive-operation-car-wash/.
[3] Farias, E., 2020. ««Não é a primeira vez que profetizam nosso fim; enterramos todos os profetas», diz Ailton Krenak». Amazonia Real, 11 de febrero de 2020. Disponible en: https://amazoniareal.com.br/nao-e-a-primeira-vez-que-profetizam-nosso-fim-enterramos-todos-os-profetas-diz-ailton-krenak/, consultado el 29 de febrero de 2020.
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