Janneke Bruil*
Samuel y yo estábamos, como habitualmente se dice, en la cueva del león, cuando comenzamos a hablar sobre la crisis financiera. Samuel es un gran activista de Camerún y ambos estábamos en Washington para participar en los encuentros anuales del Banco Mundial. Fue en octubre de 2008, en medio de la confusión financiera. Samuel opinó: «Aquí en EE UU la gente me comenta lo triste que es que los ancianos que han estado ahorrando durante toda su vida corran el riesgo de perder sus pensiones debido a la crisis. Y yo pienso, sí, es trágico. Pero lo mismo le sucede a la gente de mi país que ha perdido sus tierras por culpa de los grandes proyectos de inversión». Esas tierras son su pensión. ¿Se da cuenta la gente que tal cosa ha estado sucediendo durante décadas, mientras todo el mundo se limitaba a observar? Samuel estaba en lo cierto. No supe qué decir.
Minutos después de esta conversación, estábamos ante un alto funcionario del Banco Mundial planteándole la dramática situación en torno al oleoducto Chad-Camerún. En 2001, el Banco Mundial aceptó financiar el oleoducto propuesto por ExxonMobil a pesar de las advertencias de los grupos locales, las comunidades y las ONG internacionales sobre las consecuencias de apoyar a los corruptos y opresivos gobiernos de Chad y Camerún. Todas esas predicciones se confirmaron. El oleoducto, una de las mayores inversiones en África, ha afectado a zonas ecológicamente frágiles y desplazado de sus tierras a las comunidades indígenas. Los planes sociales y de gestión ambiental que se habían previsto no se han puesto en práctica (ver por ejemplo Horta et al., 2007). ¿Qué ha hecho el proyecto? Ha fortalecido al dictador de Chad, que se ha rodeado de dinero y de armas. Hoy día, las mujeres chadianas tienen miedo de enviar a sus hijas e hijos a la escuela debido a la violencia callejera que reina.
Al oír esto, el Vicepresidente para África del Banco Mundial respondió que podía haber algunos «problemas sociales», pero que «técnica y económicamente» consideraban que el proyecto había sido un éxito. ¿Acaso los ingresos no habían sido mucho mayores de lo que se esperaba?
Como punto a su favor, el Banco Mundial ha reconocido los problemas con el gobierno de Chad y recientemente decidió retirarse del proyecto. Pero, ¿es eso tan sencillo? ¿Qué sucede con los pueblos indígenas desplazados y con los ecosistemas destruidos de Camerún? ¿Quién recuperará los manantiales de agua contaminada? ¿Quién protegerá al pueblo chadiano del monstruo que el oleoducto ha alimentado y que gobierna el país? Hasta el arzobispo Tutu ha planteado estos interrogantes, afirmando: «El Banco Mundial debe seguir asumiendo sus responsabilidades y reconocer su fracaso al no lograr reducir la pobreza ni proteger a las comunidades indígenas y al medio ambiente en el proyecto del oleoducto ChadCamerún.» En nuestro encuentro, el alto funcionario le respondió a Samuel que el Banco Mundial se asocia con gobiernos, no con comunidades, y que por tal razón no puede hacer nada a favor del pueblo chadiano.
Este ejemplo es de lo más desagradable para el Banco Mundial, puesto que el oleoducto era supuestamente su «proyecto estrella», en el que todo debía ir bien.
Esta historia, sin lugar a dudas, tiene numerosos precedentes. El Banco Mundial siempre ha antepuesto los intereses comerciales a los derechos de los pueblos. Nunca ha sido capaz de comprender y satisfacer las necesidades de las comunidades locales. El Banco Mundial (BM) impuso políticas de privatización, desregulación y recortes presupuestarios que, combinados con su predilección por los proyectos de «desarrollo» a gran escala, han acabado dejando a los supuestos beneficiarios en peores condiciones que antes. Al ver que estaba perdiendo legitimidad con tales experiencias, el BM comenzó a buscar un nuevo papel que representar. Una vez más. Ya durante la presidencia de McNamara, que dirigió el BM entre 1968 y 1981, pasó de ser un banco para la reconstrucción post bélica a convertirse en un banco para el desarrollo. Recientemente, aprovechando el momento político, ha comenzado a presentarse como el banco para el clima mundial.
Puesto que para hacer frente a los desafíos del cambio climático se necesitará urgentemente financiación, y dado que las naciones ricas se han comprometido a generar ese dinero, el BM no ha perdido el tiempo en subirse a ese tren. Con el potente respaldo de Japón y del Reino Unido ha lanzado sus nuevos Fondos de Inversión en Clima. Supuestamente, estos fondos estarían destinados a ayudar a los países empobrecidos para que puedan poner en práctica estrategias energéticas limpias y puedan adaptarse a los impactos climáticos previstos. El BM ha impulsado otras iniciativas, como el Fondo para Reducir las Emisiones de Carbono mediante la Protección de los Bosques y el importante Marco Estratégico para el Desarrollo y el Cambio Climático. Con este último, pretende recuperar su posición como «banco de conocimientos» en el área relacionada con el cambio climático, similar a la que anteriormente ejerció en el área de reducción de la pobreza.
Pero, ¿por qué es esta una mala idea? Porque el Banco Mundial carece de la experiencia adecuada, la credibilidad, los antecedentes y la estructura para la toma de decisiones que esta importante tarea requiere. Veamos algunos ejemplos. Entre 2007 y 2008, el BM aumentó en un 94 por ciento su ayuda económica para la extracción de combustibles fósiles y en 2007 incrementó su aporte para la extracción de carbón en un 256 por ciento (Redjman J. et al., 2008). Tampoco tiene planes de dejar de subvencionar a las empresas petroleras, de gas y de carbón en un futuro próximo. La definición de «energía limpia» según el BM puede continuar incluyendo a las destructivas represas hidroeléctricas en gran escala y a los muy cuestionados proyectos de «carbón limpio». En el Banco Mundial las decisiones las toman los países que contribuyen con más recursos financieros a la institución. En la práctica, esto significa que EE UU y los países europeos acaparan gran parte del poder de voto. Los gobiernos del Sur poco tienen para decir. En agosto de 2008, un grupo de países en desarrollo y de medianos ingresos difundió una declaración en la que señalaban que el Marco Estratégico del BM «no satisfacía las expectativas» que esos países tenían e instaban a que la justicia climática fuese un elemento central en la cooperación internacional.(1)
Para colmo, el Banco Mundial propone canalizar parte de la financiación para el cambio climático mediante préstamos. Esto significaría que los países receptores tendrían que pagar para afrontar un problema que ellos no han causado. Tal cosa va contra los acuerdos de NN UU sobre el clima y contra cualquier principio ético.
Toda la estrategia sobre el clima del Banco Mundial continúa basándose en una fe ciega en el comercio del carbono, pese a las evidencias cada vez más claras de que tal cosa no funciona. Esto podrá ser muy coherente con los principios neoliberales de la institución, pero en nada contribuye a alcanzar la necesaria justicia climática en el planeta. Nuestras selvas y bosques son mucho más que reservas de carbono. Además, compensar las emisiones con bonos de carbono simplemente permite que las empresas continúen contaminando. Es un descarado insulto al clima, a los ecosistemas locales y a la dignidad de las personas.
No obstante, el cambio climático nos amenaza y debemos movernos con rapidez si pretendemos evitar que suceda lo peor. Pero hay algo que es evidente: las estructuras y los paradigmas de antaño no nos ayudarán. Un enfoque integrador y justo acerca de los problemas alimentarios, energéticos y comunitarios, así como la incorporación de conceptos como el de soberanía energética nos serán de gran utilidad para hallar nuevos senderos y para crear nuevas instituciones. En el ínterin, hay numerosas iniciativas, antiguas y nuevas, basadas en las necesidades y deseos de la gente, de las que podemos aprender mucho. ¿Y la financiación internacional para el clima? Sin duda, deberá ser gestionada por una estructura que merezca la confianza y dé voz a las víctimas del cambio climático.
REFERENCIAS
HORTA, K.; NGUIFFO, S, y DJIRAIBE (2007), The Chad-Cameroon Oil Pipeline: A project Non-Completion Report. Disponible en: http://www.edf.org/documents/6282_ChadCameroonNon-Completion.pdf.
REDMAN, J. et al. (2008), Dirty is the New Clean: A critique of the World Bank’s Strategic Framework on Development and Climate Change, octubre de 2008. Disponible en: www.ipsdc.org/reports.
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* Friends of the Earth International (janneke@foei.org.)
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1 Declaración presentada en la reunión del Comité sobre Efectividad del Desarrollo (CODE) del Banco Mundial.
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