Amaranta Herrero*

Palabras clave: feminismos ecologistas, mujeres, naturaleza, dualismos, patriarcado capitalista, crisis ecológica

 

Resumen

Hace ya más de treinta años que empezamos a escuchar hablar del ecofeminismo o feminismo ecologista, una corriente del feminismo que sostiene que hay vínculos significativos entre la subordinación de las mujeres (y otros grupos sociales poco privilegiados) y la explotación de la naturaleza. En el presente artículo, se pretende ofrecer una visión introductoria sobre la perspectiva ecofeminista para comprender el carácter singular de sus planteamientos y sus respuestas ante la crisis ecológica global. Esta perspectiva se debe entender como un concepto paraguas que abarca en su seno una multiplicidad de tendencias y puntos de vista. Aquí explico cinco de ellos: los ecofeminismos esencialista, espiritualista, constructivista, queer y animalista.

Introducción

Ya se han cumplido tres décadas desde que la literatura feminista utópica estadounidense empezó a hablar de ecofeminismo o feminismo ecologista. Esta corriente relativamente nueva del feminismo destaca las importantes relaciones existentes entre la subordinación de las mujeres y otros grupos sociales no privilegiados (como las personas de color, pobres, LGBTI o indígenas, por poner algunos ejemplos) y la explotación del mundo vivo no humano.

Este artículo se propone introducir la perspectiva ecofeminista para comprender el carácter singular de sus planteamientos. En concreto, abordaré cinco de las numerosas tendencias comprendidas dentro de esta corriente: los ecofeminismos esencialista, espiritualista, constructivista, queer, animalista. Para reflejar mejor su diversidad interna, me referiré al concepto en plural: ecofeminismos.

Feminismos ecologistas como respuesta a la crisis ecológica global

En las sociedades patriarcales se divide, separa y distribuye forzosamente a la población en dos grupos antagónicos de seres humanos, definidos de forma rígida como masculino y femenino. Ambos son socializados con valores y normas de comportamiento de dependencia jerárquica, en el marco de un esquema en el que lo masculino adquiere artificial e injustificadamente el rango de pauta de valor, de superioridad y de excelencia para el conjunto. Como nos cuenta Warren (1997), los feminismos nacieron como movimientos sociales y políticos y también como corrientes teóricas de pensamiento que luchan por la liberación de las mujeres y para acabar con el sexismo, o el privilegio que a los hombres les ha otorgado el patriarcado.

 

Con el paso de los años y la emergencia del feminismo socialista, radical, culturalista, negro e indígena, muchas feministas tomaron conciencia de que la opresión de las mujeres es sumamente compleja y multifacética. Dado que el patriarcado se hibrida con otras estructuras de dominación existentes, la liberación de las mujeres no se conseguirá hasta que todas nos liberemos de las múltiples opresiones que estructuran nuestras diversas identidades de género. Con esta perspectiva, el feminismo se puede considerar un movimiento emancipatorio de gran alcance que no solo pretende acabar con el sexismo, sino también con el racismo, el capitalismo, el heterosexismo y el etnocentrismo. De esta forma, un tema se puede considerar feminista si ayuda a entender y explicar las opresiones que sufren las mujeres en sus diferentes contextos.

El término ecofeminismo fue acuñado por Françoise d’Eaubonne en 1974 y se popularizó en el contexto de las numerosas protestas contra la destrucción ambiental que tuvieron lugar a final de la década de 1970. De hecho, como movimiento social y político, el ecofeminismo se originó a partir de la hibridación de tres movimientos sociales: feminista, ecologista y pacifista. Los ecofeminismos parten de una visión del mundo que considera que los humanos somos a la vez seres sociales y seres biológicos encarnados en cuerpos vulnerables, sociodependientes y ecodependientes, que se desarrollan y operan en contextos sociales y ecológicos particulares. Para las ecofeministas, el patriarcado no solo condiciona y somete los cuerpos, mentes y vidas de mujeres y hombres, sino que también ejerce poder sobre la naturaleza no humana y la somete. Así, la destrucción de los bosques, la contaminación de las aguas, los productos tóxicos del tecnoindustrialismo o el trato que se le da a los animales no humanos son temas profundamente feministas, pues entender cómo el sistema patriarcal influye en estas entidades ayuda a comprender una parte central del estatus oprimido de las mujeres de forma transcultural (ver Imagen 1).

Imagen 1. El modelo iceberg de las economías patriarcales capitalistas. Fuente: Adaptación de Bennholdt-Thomsen y Mies (1999: 31). Ilustración de Imogen Shaw.

En el contexto actual de grave crisis ecológica global, las ecofeministas afirman que cualquier feminismo, ecologismo o ética ambiental que no reconozca las conexiones entre la dominación y la explotación de las mujeres (y de otros grupos sociales oprimidos) y las de la naturaleza no humana ofrece una visión peligrosamente miope e inadecuada de la realidad social y ecológica en la que vivimos. La mirada ecofeminista coincide con muchos otros feminismos en el análisis de la crisis de los cuidados, es decir, en la crítica a la desigual y rígida división sexual del trabajo, así como a la sistemática invisibilización de los trabajos y tiempos dedicados a los cuidados. Estos trabajos y tiempos, desvalorizados en la sociedad, han sido adjudicados históricamente en régimen de casi exclusividad a las mujeres. Sin embargo, lo que distingue esta mirada de otros feminismos es que, además, vincula esta opresión histórica de las mujeres al trato que le damos a la naturaleza no humana. Afirma que la lógica subyacente a la opresión de las mujeres y a la explotación de la naturaleza no humana es la misma y, por ello, se posiciona políticamente ante la actual crisis civilizatoria del Antropoceno.[1]

Las ecofeministas identifican tres puntales que se refuerzan mutuamente para mantener esta doble opresión: un patriarcado capitalista, una visión mecanicista del mundo y una cultura de la dominación y la violencia. Con una creencia antropocéntrica y androcéntrica de superioridad biológica, los seres humanos (algunos más que otros) se han apropiado, han dominado y han sometido violentamente a los seres vivos (incluso a los propios humanos), así como a los procesos, productos y servicios que forman la naturaleza o son generados por ella. Los postulados patriarcales de productivismo, homogeneidad, control y centralización constituyen el fundamento de los modelos de pensamiento y de las actividades económicas industriales dominantes. Por ejemplo, la ganadería intensiva o la expansión de los monocultivos (soja, aceite de palma, maíz, azúcar, algodón, tabaco, eucaliptus…) serían algunas de las múltiples manifestaciones de este patriarcado capitalista. Estas actividades productivistas se justifican y se desarrollan por medio de la naturalización de creencias fuertemente antropocéntricas sobre la superioridad de los seres humanos (es decir que los seres humanos tenemos un valor autootorgado por encima de todas las demás especies y por eso podemos utilizarlas para todos nuestros fines sin ningún tipo de problematización ética), así como mediante la asunción de que un incremento continuo de la producción homogénea, controlada y centralizada es intrínsecamente bueno y deseable.

Los ecofeminismos manifiestan, explícita o implícitamente, que el proyecto moderno occidental de crecimiento y progreso ilimitado se ha agotado. Vinculan la emancipación de las mujeres (y de las sociedades) a un cambio profundo en la relación con la naturaleza no humana. Es decir, para tener opciones de supervivencia digna en esta crítica era, es urgente tomar en serio el imperativo ecológico y reinventar lo que significa tener una vida digna en una Tierra finita y perturbada. Eso implica necesariamente cambiar los patrones dominantes de organización y pensamiento social que nos han conducido a la actual situación de crisis civilizatoria: las estructuras sociales, económicas, culturales y políticas de las sociedades dominantes.

La lógica dualista del patriarcado capitalista

El patriarcado capitalista hace un terrible reduccionismo de toda la vida al valor dinero. El motor del sistema capitalista consiste en una lógica de acumulación de capital y de obtención de beneficios. A través de una serie de estructuras sociales, culturales, económicas y políticas, beneficia a unos pocos a costa de la mayoría y acelera peligrosamente la entropía planetaria, con una dinámica suicida. Pone el conjunto de la vida al servicio del capital y, con ello, no solo aumenta las desigualdades sociales, sino que ha conseguido llevar al planeta a una nueva era geológica, hostil e impredecible, dañar irreversiblemente al conjunto de seres vivos que forman la trama de la vida e incluso amenazar la propia supervivencia humana (Herrero, 2017). Asentado sobre el patriarcado, este sistema se sustenta en el trabajo gratuito de las mujeres, así como en el dominio y expolio de la naturaleza.

Otra de las características principales del patriarcado capitalista es que se fundamenta en un pensamiento basado en dualismos de valor jerarquizantes (Plumwood, 1993). Es decir, percibe y divide la realidad en pares o dominios de diferente valor opuesto (en vez de complementario) y, de forma sistemática y perversa, se otorga prioridad, supremacía y poder político a uno de los pares, mientras se devalúa el otro. De acuerdo con esta distribución, se establece una clasificación que divide y prioriza una parte en relación con la otra (cuadro 1). En concreto, en esta clasificación dualista jerarquizante, los valores femeninos y la naturaleza ocupan posiciones subordinadas en relación con lo masculino y lo humano. Los cuerpos, lo particular, lo privado, las emociones, la materialidad y el mundo no humano se desvalorizan frente a la mente, lo universal, lo público, lo racional, y lo humano. Y esta devaluación continúa operando como una desventaja para las mujeres, la naturaleza y la vida en general.

Cuadro 1. Elementos clave en la estructura dual jerarquizante del pensamiento occidental. Fuente: Plumwood (1993: 43).

Cultura / Naturaleza

Humano / Naturaleza (no-humana)

Razón / Naturaleza

Civilizado / Primitivo

Masculino / Femenino

Producción / Reproducción

Mente / Cuerpo (naturaleza)

Público / Privado

Señor / Esclavo

Sujeto / Objeto

Racionalidad / Animalidad (naturaleza)

Heterosexualidad / Queer

Razón / Emoción (naturaleza)

Un(a) mismo(a) / Otros(as)

Libertad / Necesidad (naturaleza)

Urbano / Rural

Universal / Particular

Adulto / Infante

 

La consecuencia principal de esta inferiorización es la negación de las dependencias fundamentales de los humanos entre nosotros y con respecto a los procesos biológicos, lo que refuerza la problemática visión de que los humanos estamos separados del resto del mundo vivo y que este no es más que el escenario donde suceden nuestros dramas. Se concibe como un escenario inerte con recursos ilimitados que carece de necesidades propias. Paralelamente, la cultura dominante occidental ha inferiorizado sistemáticamente la esfera de la reproducción, los cuidados y la subsistencia, una actitud que ha permitido implementar mecanismos de dominación y violencia simbólica contra las mujeres. Estas han ejercido históricamente los invisibles roles requeridos para mantener y reproducir las condiciones de vida, así como para proporcionar el entorno necesario para el desarrollo de los logros masculinos, sin que estas actividades básicas para el mantenimiento de la vida social hayan sido adecuadamente reconocidas.

Por otra parte, la ciencia moderna occidental ha jugado un papel central en la reproducción y la sedimentación de estos dualismos (recordemos el dualismo cartesiano) y en la construcción y promoción de un modelo mental y cultural mecanicista que promueve el sometimiento y el dominio de la naturaleza. Desde el punto de vista histórico, la revolución científica moderna, con los aportes de Descartes, Galileo o Newton, se ha forjado sobre el triunfo de una concepción del mundo como un mundo-máquina, algo inerte, opuesto a la concepción del mundo como organismo vivo (Merchant, 1989). Es decir, la naturaleza se concibe como una entidad autónoma, pasiva y siempre a disposición de los seres humanos para ser explorada, explotada y expoliada, a menudo con violencia. La lógica de la dominación patriarcal necesitaba una visión jerárquica de los seres vivos, y la ciencia moderna contribuyó a proporcionársela al romper el vínculo profundo de continuidad entre los humanos y el resto de los seres vivos (Varela, 2018).

Algunas propuestas de los ecofeminismos

Al formar parte de los feminismos de la diferencia, los ecofeminismos no comparten las propuestas del feminismo liberal de la igualdad y ven insuficiente los proyectos de liberación de las mujeres que se limitan a asumir y mantener acríticamente un modelo de vida masculino presentado como neutral en términos de género. Es decir, para los ecofeminismos no se trata de repudiar los valores femeninos y adoptar y promover valores y proyectos de vida masculinos para las mujeres, como camino hacia un mayor reconocimiento y estatus social (línea priorizada por los feminismos de la igualdad), sino que reivindican los valores femeninos (más vinculados a la cooperación, los cuidados, la empatía, la vulnerabilidad, la receptividad, la visión del conjunto, las emociones, etc…) como socialmente útiles, deseables y universalizables para el conjunto de la humanidad.

Las ecofeministas insisten en la necesidad de superar la concepción binaria, rígida y jerárquica de la identidad humana y desarrollar una cultura alternativa que reconozca plenamente sus múltiples manifestaciones como parte de la naturaleza. Con este reconocimiento, la concepción de la naturaleza como entidad pasiva e inerte también cambiaría. Esta visión antidualista concibe lo masculino y lo femenino como partes de la naturaleza y la cultura.

Las ecofeministas abogan por intensificar las prácticas vinculadas a la ética y la política del cuidado que reconozcan las interdependencias sociales y ecológicas como principios fundacionales de una nueva organización social. El cuidado, o los cuidados, tiene que ver con nuestra relación con el otro, y la perspectiva ecofeminista contempla que ese otro puede no ser humano, sino que puede tratarse de cualquier ser vivo o parte del planeta, como la atmósfera, los ríos, los bosques o los animales no humanos. Además, las ecofeministas afirman que es necesario reconsiderar los fundamentos del contrato social moderno para construir una democracia planetaria (Shiva, 2016), que avance en la puesta en práctica de una justicia ambiental multiespecie (Haraway, 2016) y le otorgue algunos derechos a la naturaleza, incluyendo el resto de los animales. También ponen en valor los conocimientos no expertos que aportan sabiduría práctica contextualizada para afrontar esta época.

Pero no se pretende asumir la naturaleza y lo natural como una esfera de armonía y paz en la que los humanos estarán libres de conflictos. Implica, más bien, una reevaluación crítica, profunda y política de la categoría naturaleza y de cómo ha sido desarrollada en Occidente. Se trata de sustituir con humildad y responsabilidad ecológica la arrogancia y la codicia que nos ha llevado al Antropoceno.

Pluralidades ecofeministas

No hay un solo ecofeminismo, sino varias tendencias diferentes que a menudo dialogan y debaten entre ellas. Dada la relativa novedad de los planteamientos ecofeministas, suelen ser mal conocidos y a veces incluso se los rechaza en bloque injustamente bajo el inapropiado calificativo de esencialismo. A continuación describo algunas de estas tendencias. He pretendido ir un poco más allá de la tradicional separación entre las corrientes esencialistas y constructivistas para visibilizar otras propuestas existentes con características propias. Todas ellas comparten la denuncia del androcentrismo de la ciencia y de la historia por la exclusión de las mujeres que ambas han llevado a cabo.

Ecofeminismo clásico (o esencialista)

Es la tendencia más divulgada y más polémica dentro de los ecofeminismos. Originada en Estados Unidos, afirma que la cultura masculina, obsesionada por el poder y el control, nos ha conducido a guerras suicidas y al envenenamiento de elementos vitales como la tierra, el agua y el aire. Su característica principal consiste en sostener que las mujeres tienen rasgos biológicos (como la capacidad de parir o la menstruación) que las vinculan de forma más íntima y especial con la naturaleza. Según esta perspectiva, gracias a ese vínculo biológico todas las mujeres estarían en una mejor posición para comprender las consecuencias de la destrucción de la Tierra y liderar las luchas en su defensa.

La propuesta de las ecofeministas clásicas (Daly, 1978; Griffin, 1978) se basa en recuperar los valores matriarcales y convertir lo que consideran el rol reproductivo indiscutible de la mujer en un instrumento de autoempoderamiento. Muchas veces este rol reproductivo se encuentra envuelto en una mística que emana del carácter sagrado de la vida. Esta propuesta ha servido también para inspirar luchas feministas pacifistas como la de Greenham Common, un campamento permanente de protesta antimilitarista de mujeres, activo durante dieciocho años en Inglaterra.

Por su carácter esencialista y biologicista, esta visión ha sido fuertemente criticada por su ahistoricidad, su ingenuidad epistemológica y su simplificación de las relaciones de género (Haraway, 1995). Si bien esta perspectiva, como otras ecofeministas, pretende revalorizar el mundo de los cuidados, su noción rígida y tradicional de los principios masculinos y femeninos refuerza muchos estereotipos que forman parte de la cultura patriarcal. De hecho, a menudo todos los ecofeminismos han sido injustamente rechazados por parte del resto de los feminismos por haberlos reducido a esta tipología.

Ecofeminismo espiritualista de países empobrecidos

Es una corriente que apareció en los años ochenta y que en ocasiones también se conecta con el ecofeminismo clásico en algunos puntos. A menudo, aunque no siempre, también incorpora una dimensión espiritualista vinculada al carácter sagrado de la naturaleza y de la vida. Sin embargo, su característica principal consiste en su aguda crítica al modelo de desarrollo occidental, denominado maldesarrollo, que ha destruido y destruye las formas de vida tradicionales de muchos pueblos indígenas y campesinos de los países empobrecidos. Así, identifica al patriarcado, particularmente al patriarcado occidental, como fuente principal de la destrucción ecológica global (Shiva, 1988).

Esta perspectiva pone especial énfasis en temas relacionados con la justicia ambiental. Le interesan particularmente las condiciones de vida de las mujeres pobres, víctimas de la destrucción de la naturaleza y el dominio del mercado transnacional (imagen 2). Los vínculos con la naturaleza se encuentran muy presentes en la vida cotidiana de muchas mujeres rurales de los países empobrecidos. Para muchas de ellas, la biodiversidad ha sido sinónimo de supervivencia, y la privatización de las tierras comunales, el extractivismo o la deforestación afectan dramáticamente sus vidas. Ellas se convierten en un grupo social muy castigado por la destrucción ecológica en muchas sociedades y también en lideresas de movimientos ecologistas.

Este ecofeminismo apuesta por formas alternativas al desarrollo occidental. Pone en valor el conocimiento de las culturas tradicionales, y establece múltiples conexiones y ramificaciones vinculadas a los feminismos comunitarios, indígenas y poscoloniales.

Imagen 2. Reivindicación ecofeminista en el espacio público. Fuente: comambiental.com.ar.

Ecofeminismo constructivista

Las ecofeministas constructivistas articulan su visión del vínculo entre las opresiones gemelas de mujeres y naturaleza con una conceptualización del género como construcción social. Es decir, sostienen que no hay una esencia femenina que sitúe a las mujeres más cerca de la naturaleza, sino que el lugar histórico asignado a las mujeres, especialmente en los países empobrecidos, las hace ocupar espacios de proximidad en relación con la destrucción ecológica. Esto potencialmente las coloca en mejores condiciones para liderar las luchas ecologistas. La proximidad entre mujeres y naturaleza es el resultado de que han compartido una opresión análoga a lo largo de la historia. Por ejemplo, muchos de los trabajos asignados históricamente a las mujeres están relacionados con el aprovisionamiento de alimentos, leña o agua. Y es el ejercicio de esos roles lo que les permite ver de primera mano las agresiones ecológicas contra campos, bosques o ríos.

El feminismo constructivista describe un modelo de opresión que forma una estructura en red y subraya las múltiples conexiones entre la clase, la raza, el género y la dominación de la naturaleza (Plumwood, 1993; Haraway, 1995). Aboga por la necesidad de deconstruir el patriarcado capitalista en todas sus manifestaciones e insiste en que tanto mujeres como hombres (y quienes no se clasifican en una concepción binaria del género) somos naturaleza y cultura a la vez.

Ecofeminismo queer

Esta variante del ecofeminismo constructivista se centra especialmente en cuestionar nuestra comprensión de la sexualidad en relación con la naturaleza, específicamente la naturalización del heteropatriarcado y sus consecuencias para determinados grupos sociales. Las ecofeministas queer exploran las relaciones de los binomios heterosexual/queer y cultura/naturaleza, y buscan visibilizar y deconstruir los vínculos entre la opresión patriarcal, los dualismos, la erótica y el deseo en la represión ejercida sobre las mujeres, la naturaleza y las identidades queer. Gaard (1997: 119) lo explica así:

[Los ecofeminismos examinan] las formas en que las queer son feminizadas, animalizadas, erotizadas y naturalizadas en una cultura que devalúa a las mujeres, los animales, la naturaleza y la sexualidad. También podemos examinar cómo las personas de color son feminizadas, erotizadas y naturalizadas. Finalmente, podemos explorar cómo la naturaleza es feminizada, erotizada y queerizada.

Desde una perspectiva ecofeminista queer, la liberación de las mujeres está conectada a la liberación de la naturaleza, así como también a la erótica y las sexualidades queer.

Ecofeminismo animalista, vegano o antiespecista

Aunque la defensa de los animales por parte de grupos de mujeres puede rastrearse históricamente hasta los vínculos entre el movimiento antiviviseccionista y las sufragistas a principios del siglo xx (Adams y Gruen, 2014), el ecofeminismo animalista se ha visto robustecido en los últimos años por la expansión internacional del movimiento por los derechos de los animales.

Este feminismo empatiza con los animales, denuncia su explotación y establece fuerte conexiones entre esta y la opresión de las mujeres. Afirma que el sexismo y el especismo se manifiestan mediante patrones opresivos de jerarquía y dominación similares (Adams, 2016). Traza fuertes paralelismos entre los procesos de cosificación, subordinación y abuso de las mujeres (como objetos de consumo erótico y como invisibles trabajadoras desvalorizadas) y la cosificación, subordinación y abuso de los animales, al servicio del ser humano en prácticamente todos los ámbitos de la sociedad (la alimentación, la ciencia, el ocio, etc.). La imagen 3 ilustra algunos de los mensajes clave de este ecofeminismo en el contexto de una protesta feminista.

Imagen 3: Ecofeministas antiespecistas en una protesta. Fuente: twitter.com/feminismosenred.

 

Tender puentes entre luchas

Los ecofeminismos están expandiéndose y cada vez toman más importancia. La óptica ecofeminista va ganando pulso e influencia y expande debates y alianzas entre los diferentes movimientos sociales. En la raíz del ecofeminismo, reside la idea de que los múltiples sistemas de opresión se alimentan unos a otros. Tanto desde la teoría como desde la práctica, las ecofeministas construyen alianzas entre las que luchan contra el sexismo, el capitalismo, el racismo, el heterosexismo, el colonialismo, el especismo y la destrucción ambiental.

En definitiva, los feminismos ecologistas desarrollan un nuevo proyecto ético, social, cultural y político frente a la crisis de valores patriarcales, consumistas e individualizados, impulsados por las sociedades occidentales. Juegan un papel significativo en la urgente tarea de expandir una ampliada conciencia ecológica que incorpore en su agenda de cambio el avance hacia relaciones igualitarias entre mujeres y hombres en tanto partícipes no solo de la cultura, sino también de la naturaleza, así como el avance hacia sociedades que hagan las paces con el resto del planeta.

Bibliografía

Adams, C. J., y L. Gruen (eds.), 2014. Ecofeminism: feminist intersections with other animals and the Earth. New York, Bloomsbury Publishing USA.

Adams, C., 2016. La política sexual de la carne. Madrid, Ochodoscuatro.

Bennholdt-Thomsen, V. y Mies, M., 1999. The Subsistence Perspective: Beyond the Globalised Economy. London, Zed Books.

Daly, M., 1978. Gyn/Ecology. Boston, Beacon Press.

Gaard, G., 1997. “Toward a queer ecofeminism”. Hypatia, vol. 12 (1), pp. 114-137.

Griffin, S., 1978. Woman and nature: the roaring inside her. New York, Harper & Row.

Haraway, D. J., 1995. Ciencia, cyborgs y mujeres. La reinvención de la naturaleza. Madrid, Cátedra (vol. 28).

Haraway, D. J., 2016. Staying with the trouble: making kin in the Chthulucene. Durham, Duke University Press.

Herrero, A., 2017. “Navegando por los turbulentos tiempos del Antropoceno”. Ecología Política, 53, pp. 18-25.

Merchant, C., 1989. The death of nature: women, ecology, and the scientific revolution. San Francisco, Harper & Row.

Plumwood, V., 1993. Feminism and the mastery of nature. London, Routledge.

Shiva, V., 1988. Staying alive: women, ecology and development. London, Zed Books.

Shiva, V., 2016. Earth democracy: justice, sustainability and peace. London, Zed Books.

Varela, L., 2018. “Françoise d’Eaubonne and ecofeminism: rediscovering the link between women and nature”. En D. A. Vackoch y S. Mickey, Women and nature? Beyond dualisms in gender, body and environment. London, Routledge.

Warren, K., 1997. “Taking empirical data seriously. An ecofeminist philosophical perspective”. En K. Warren y N. Erkal (eds.), Ecofeminism: women, culture, nature. Bloomington, Indiana University Press.

[1] El concepto de Antropoceno (o Capitaloceno) alude a una nueva época geológica caracterizada por los graves e irreversibles impactos de las actividades humanas sobre el sistema Tierra y todos sus habitantes (Herrero, 2017).

* GenØk – Centro de Bioseguridad Noruego, Tromsø, Noruega. E-mail: amaranta.herrero@gmail.com

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