Christian Kerschner*
El término decrecimiento hizo su aparición en el campo de la ciencia y de la política cuando, en 1979, Jacques Grinevald tradujo al francés los principales trabajos de Nicholas Georgescu-Roegen. Este notable economista había cuestionado el «paradigma de crecimiento» de la economía neoclásica (el crecimiento económico ilimitado es posible y deseable) e insistió en que la economía humana en el mundo industrializado era ya excesiva y, por lo tanto, debía contraerse (Georgescu-Roegen, 1971). Herman Daly, discípulo de Georgescu-Roegen y un leal defensor de las teorías de su maestro, considera que puede haber un estado sostenible óptimo de la economía humana: el estado estacionario de equilibrio dinámico (Daly, 1992; 2007). Daly describe una economía que, físicamente, no crece ni se contrae en el largo plazo como «…una economía con reservas constantes de personas y artefactos, mantenida en unos niveles deseados y suficientes, mediante un bajo ‘ritmo’ de mantenimiento …» Daly (1992, p. 16).
Daly desarrolló su concepto de una economía en estado estacionario de equilibrio dinámico (DESSE), a partir de lo que los economistas neoclásicos describían como «estado estacionario». Tal estado era habitualmente considerado el inevitable punto final ontológico del crecimiento económico y del desarrollo, provocado por el aumento de la población y la disminución de los ingresos. Adam Smith, para quien el crecimiento económico era la fuente de toda riqueza y que sentó las bases del ‘paradigma de crecimiento económico’ neoclásico, consideraba que esa situación estacionaria era un estado «aburrido» (Smith, 1776, p. 99), equiparable a la pobreza. Para el sombrío y a menudo malinterpretado filósofo polí- tico Thomas Malthus (1993 [1798]), la imposibilidad de un crecimiento económico ilimitado y la incapacidad de la humanidad para lograr un estado estacionario (particularmente en lo relativo a la población), fueron los factores que le convencieron de que la humanidad estaba condenada al «vicio y la miseria» eternos. Por el contrario, John Stuart Mill, que a veces es considerado el último pensador importante de la tradición clásica (Welch, 1989; citado en: Luks, 2001) tenía una opinión optimista del estado estacionario. Sus escritos sobre este tema le proporcionaron a Daly la inspiración histórica para su concepto de estado estacionario «normativo» (es decir, deseable). Mill, «románticamente» lo percibía como una condición en la que la humanidad habría satisfecho sus necesidades esenciales y podría centrar su atención en otras cuestiones, lejos de la afiebrada y tensa vida a la que inducen los fines comerciales y económicos (Mill, 1888).
La experiencia del enorme progreso tecnológico durante y después de la revolución industrial, alimentada primero por el carbón y luego por el petróleo, transformó completamente la visión que los economistas tenían del estado estacionario. De ser una realidad ontológica pasó a ser vista como una ficción analítica, a medida que el crecimiento económico parecía haberse vuelto ilimitado. Joseph Schumpeter, un maestro de Georgescu-Roegen, fue una notable excepción a esta tendencia. Dedicó buena parte de su obra al estado estacionario, al que llamo ‘circulación’ y que, una vez alcanzado, podría colapsar al capitalismo (Schumpeter, 1993 [1942]). John Maynard Keynes tampoco se adhirió a la tradición económica neoclásica que rechazaba el estado estacionario ontológico. Describió una ‘comunidad cuasi estacionaria’, que se caracterizaría por una población estable, la ausencia de guerras y el pleno empleo.
Basándose en esta rica historia teórica, Daly (1992) elaboró su concepto normativo de un estado estacionario ontológico según la definición antes citada. En su ‘visión económica preanalítica’ describe a la economía como una reserva de personas y artefactos que requieren mantenimiento a través del rendimiento de un flujo de materia física y de energía. Las existencias proporcionan servicio, que es el beneficio esencial y debe ser maximizado, mientras que el flujo es el coste esencial de este servicio y debe ser minimizado. La cada vez mayor cantidad de ‘erres’ de Latouche (reevaluar, reestructurar, redistribuir, reducir, reutilizar y reciclar, etc.) (Latouche, 2007) para alcanzar una economía de decrecimiento, está conceptualmente vinculada a la visión de Daly.
Al igual que John Stuart Mill, Daly está convencido de que sería beneficioso para la sociedad humana establecer una DESSE antes de que sea inevitable. Con tal finalidad, sugiere (1992) tres instituciones: (1) Incorporar cuotas de agotamiento físico de recursos para estabilizar las reservas de artefactos físicos y mantener el rendimiento por debajo de los límites ecológicos. (2) Un organismo de distribución que limite el grado de desigualdad en la distribución de las existencias constantes y (3) alguna forma de control de la población, por ejemplo, licencias de nacimiento transferibles (Boulding, 1964). Sin entrar a analizar detalladamente ninguna de estas instituciones, conviene destacar que, a diferencia de los escritores sobre decrecimiento (Bonaiuti, 2006; Grinevald, 2006; Latouche, 2006; etc.), Daly (por ejemplo: 1992; 2007) no teme afrontar la cuestión de la superpoblación humana. La estabilización o el decrecimiento de la economía exigen inevitablemente la estabilización o el decrecimiento del número de seres humanos sobre el planeta.
Georgescu-Roegen no aprobaba las simpatías de sus discípulos con la idea de estado estacionario. Su llamada «cuarta ley de la termodinámica», que ha sido vigorosamente defendida por Daly, dice que: «el reciclaje completo es imposible. (…) Los objetos materiales se desgastan de tal modo que pequeñas partículas (moléculas) que en un principio pertenecían a esos objetos se van disipando gradualmente, más allá de toda posibilidad de ser reagrupadas» (Georgescu-Roegen, 1971). Algo similar acontece con el crecimiento económico ilimitado, un estado estacionario es una imposibilidad entrópica, quedando como única opción el decrecimiento; al menos, tal sería la interpretación de Latouche (2006). No obstante, esta crítica se origina en una interpretación erróneamente estrecha del estado estacionario. Posteriormente, Daly acentuó que este estado «no es ni estático ni eterno; es un sistema en equilibrio dinámico dentro de la biosfera entrópica que lo contiene y lo sustenta» (Daly, 2007).
Daly (1992) admite no obstante que en la situación actual la DESSE es una utopía. Lo mismo sucede con Latouche (2006) y la economía del decrecimiento. No son ideas que la gente votaría voluntariamente, a menos que hubiese lo que Daly (1992) denomina un «crecimiento moral». Sin embargo, muchos de los que gustosamente apoyarían un cambio radical a favor de una economía diferente probablemente no se entusiasmen con la imposición de los organismos que Daly propone, pues esto sería visto como una práctica autoritaria de toma de decisiones desde arriba. Probablemente ésto y lo desagradable que suena la palabra «paralización» (standstill) expliquen por qué el concepto no ha derivado en la creación de movimientos de base como los que promueven el decrecimiento en Francia, Italia o Catalunya. De todos modos, estos movimientos, al igual que los que reivindican el «factor 4» (o el «factor 10»), difícilmente lograrán relevancia a gran escala en ausencia de un «crecimiento moral».
Semejante florecimiento de las cualidades éticas de nuestra sociedad puede darse tanto a través de una profunda conmoción externa o debido a ciertas crisis, como la que se anticipa provocará el cénit del petróleo (peak oil; nivel máximo de producción mundial de petróleo) o la actual crisis de alimentos, que está relacionada con la anterior. También puede darse el caso, si no se logra anticipar tales crisis ni se diseñan planes de adaptación a los cambios, que suceda totalmente lo opuesto, es decir, un decrecimiento moral y un retorno a regímenes autoritarios (Leggett, 2006). Más allá de una posible buena gestión de las crisis, el crecimiento moral requerirá un debate sobre los «fines últimos» (Daly, 1992). Esto implica redefinir el verdadero propósito del proceso económico, que puede ser tan diverso como culturas y creencias hay en el mundo, pero que se basaría en actividades inmateriales y en la «alegría de vivir» (Georgescu-Roegen, en Grinevald, 2006) o en conceptos como «amor» y «compasión». La «solidaridad» reivindicada por Latouche (2006) pertenece al ámbito de la ética y, por lo tanto, sólo es un «fin intermedio», que no va suficientemente lejos.
En conclusión, sostengo que tanto el concepto de «decrecimiento económico» como la DESSE propuesta por Daly se enfrentan a desafíos semejantes: crítica utópica, crecimiento moral y un debate sobre los «fines últimos». Por otra parte, se complementan recíprocamente, puesto que el primero resulta atractivo para los movimientos de base y la segunda ofrece soluciones macroeconómicas prácticas. Combinados, ambos conceptos darían como resultado propuestas radicales y provocativas con las que desafiar al paradigma neoclásico de crecimiento, ofrecerían una base teórica sensata a partir de los escritos de los economistas más destacados y no eludirían el problema demográfico. Por tal razón sostengo que el «decrecimiento económico» no es una alternativa a la DESSE, sino un sendero complementario para alcanzar este estado a escala global; un estado al que se llegaría mediante el decrecimiento del Norte rico al mismo tiempo que se permite un cierto crecimiento económico en el Sur pobre. Además, estoy de acuerdo con la crítica de Latouche (2007) al «desarrollo sostenible», que es una elocuente elaboración del enérgico rechazo que GeorgescuRoegen (1993) hiciese de este concepto, al que definió como un mero «bálsamo».
En cambio, considero que la «sostenibilidad» en sí misma, (sin «desarrollo») tendría que ser la meta, pero como tal debería ser reconocida como inalcanzable. La importancia de las metas inalcanzables para los seres humanos, como las que son habituales en contextos religiosos (salvación, iluminación, felicidad eterna, etc.) han sido estudiadas por la psicología (por ejemplo, Wrosch, 2003). Son importantes para estimular la creación de visiones a largo plazo de cómo aproximarse a determinada meta. En tal sentido, la meta de la «sostenibilidad» es idéntica a la de la DESSE (Kerschner, 2003), que es igualmente inalcanzable, pero a la que también se puede uno aproximar. Hay multitud de senderos diferentes que conducen en esa dirección, ya sean enfoques de abajo hacia arriba o de arriba hacia abajo, de diferentes dimensiones según cada contexto específico, sea geográfico, social o histórico. El decrecimiento económico es sólo uno de estos senderos, pero sin duda necesario para ciertas regiones durante un lapso determinado.
REFERENCIAS
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GEORGESCU-ROEGEN, N. (1971), The Entropy Law and the Economic Process, Cambridge. Mass., Harvard University Press.
— (1979), Demain la décroissance: entropie-écologie-économie; preface and translation by Jacques Grinevald and Ivo Rens, Paris, Editions Sang de la Terre.
— (1993), Thermodynamics and We the Humans, Entropy and Bioeconomics, J. Martinez-Alier and E. Seifer. Milan, Nagard: 184-201.
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* Institut de Ciencia i Tecnología Ambientals, Universitat Autònoma de Barcelona, 08193 Bellaterra. Email: christian.kerschner@gmail.com.
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