La violencia de la conquista y de la colonización es el elemento fundacional de un nuevo orden sociopolítico de alcance global: un patrón de poder que se instaura por y a través de la violencia y que se perpetúa hasta hoy. El Estado, el mercado, la episteme y la normatividad de la llamada «civilización occidental» no es sino la institucionalización de la violencia de la conquista: el «orden» colonial-patriarcal-extractivista del capital, que impone y supone la normalización de un sistema que se estructura sobre el violentamiento del mundo de la vida como tal.

Extractivismo y violencia son conceptos asociados y relacionados por la lógica de saqueo, contaminación, recolonización y nuevas dependencias: el tiempo-espacio de la acumulación es justamente caracterizado por el recurso sistemático a la violencia. Las prácticas extractivistas operan como matriz ontológico-política de un nuevo modo histórico de concepción y producción de la vida social humana, que a la postre se convertiría en el sistema-mundo

En los últimos decenios, esta violencia que promueve una ruptura de la existencia se ha expandido, más aún, exacerbado. La violencia nace en todos aquellos procesos económicos extractivistas o ilícitos (minería, narcotráfico, agronegocio, etc.) con especial impacto en el Sur Global, desde Abya Yala hasta África y Asia, en el proceso de acumulación.

Así, la violencia puede emerger de la mano de Gobiernos autoritarios tanto de izquierda como de derecha (por ejemplo, los de Javier Milei, Daniel Ortega, Nicolás Maduro, Jair Bolsonaro, Vladímir Putin o Benjamín Netanyahu) cuyas políticas de despojo, saqueo y colonialismo atentan contra el medio ambiente y las estructuras sociales mediante la represión y el control social, llegando incluso al belicismo. Asimismo, vemos emerger la violencia en la necropolítica fronteriza que el Norte Global erige contra la migración de personas provenientes del Sur Global, pero también dentro de las mismas fronteras del Sur.

En la actualidad presenciamos un auge de las violencias, tanto intra como transfronterizas. Mientras el metabolismo capitalista «verde» exige otra vuelta de tuerca en la extracción de recursos naturales (minería de litio, cobalto, tierras raras, combustibles, etc.) para mantener sus necesidades materiales y energéticas, se vive en paralelo un auge del narcotráfico y de otras actividades ilegales (circuitos de lavado de dinero en complicidad con agentes estatales, empresas mineras que extraen minerales de forma ilícita, etc.).

Todos estos procesos tienen un impacto tanto en el medio ambiente como en las estructuras sociales y comunitarias de los territorios de sacrificio y sacrificados por el capital; son numerosos los pueblos indígenas y las comunidades locales que ven altamente amenazados sus derechos fundamentales y fuentes vitales de sustento, sus dinámicas culturales e identitarias. Sin embargo, allá donde se suceden casos de violencia (derivados de procesos políticos o económicos), emergen contraviolencias, contracolonialidades y resistencias en las luchas de defensoras y defensores ambientales. Estas resistencias nos permiten movilizar imaginarios e inspiran luchas colectivas para acercarnos a otros mundos posibles.

«Ya no hay Guerra Fría, pero ahora existen múltiples niveles de violencia», escribía en 2013 Rodolfo Stavenhagen prediciendo lo que vendría: una generalización y banalización de la violencia. Una violencia que nos acompaña día a día. Miles de personas, las infancias sobre todo, nacen y viven en medio de la violencia, una violencia que les arrebata territorio, aire, agua y vida… que les arrebata el futuro. La violencia de la colonia desangró a Latinoamérica. Nuestra naturaleza fue saqueada, nuestras culturas y pueblos, sometidos. Las repúblicas continuaron este patrón de saqueo con otra dimensión numérica pero igual de violenta y nuestras culturas fueron despreciadas por adoptar la visión eurocéntrica de desarrollo y modernidad. La extracción de materiales continuó en cantidades cada vez más gigantescas alimentando las industrias del Norte, luego del Este y dentro de nuestros propios países. El capitalismo voraz necesita seguir expandiéndose, ampliando las fronteras del extractivismo, acompañado y sostenido por un entramado —a veces sutil— de mecanismos de violencia que abarca todas las esferas de la sociedad: guerras nacionales, entre pandillas, cárteles de narcotraficantes, represión y criminalización de defensores y defensoras ambientales. De este modo, la población se mantiene en situaciones de vulnerabilidad y pobreza, de hambre permanente.

De cara a los graves problemas ecológicos que enfrenta el planeta, este número aporta análisis críticos desde la ecología política del Sur (particularmente, Abya Yala) que buscan profundizar en la estrecha relación entre los extractivismos y las múltiples formas de violencia sistemática sobre los cuerpos y la naturaleza, lo que incluye arrasar con las manifestaciones de resistencia. A pesar de esto, son los pueblos y las comunidades, sustentándose en la fuerza de las mujeres de las geografías empobrecidas de Abya Yala y del mundo, quienes encabezan diversas luchas para denunciar los mecanismos de saqueo y despojo de los comunes y oponerse a ellos, y con esto permitir a todas las sociedades y pueblos imaginar otros presentes y futuros basados en la dignidad y la justicia.

Esta edición presenta contribuciones críticas al sistema que ha producido históricamente violencias, así como voces de las resistencias y expresiones de antiviolencias a través de las luchas políticas. Como seguimos manteniendo en las ediciones organizadas por el Grupo de Trabajo (GT) de Ecologías Políticas, aportamos una entrevista desde la tierra de la artista indígena Olinda Yawar Tupinambá, y la crítica del libro de la intelectual indígena, Mayá Tupinambá, A escola da reconquista, con el objeto de promocionar voces emergentes que hablan de las ecologías políticas de las luchas en Abya Yala.

El número abre con el caso extremo y reciente de la Argentina de Milei, tratado en el tema del artículo de Patricia Agosto: «Ultraviolencias extractivistas de la ultraderecha en la Argentina». Desde la asunción de Javier Milei al Gobierno nacional, el contexto se transforma en «ultraviolencias», que la autora define como violencias con múltiples expresiones que se conjugan y atentan contra la convivencia democrática, la diversidad de lecturas de la realidad y otros modos no hegemónicos de estar en el mundo.

La sección «En profundidad» se compone por cuatro artículos que discuten distintas dimensiones de la violencia extractivista a lo largo del tiempo. Este tema es abordado por Anna Landherr, quien lo investiga en el artículo «La violencia lenta detrás de la minería chilena», teniendo en cuenta el concepto de Rob Nixon slow violence como clave de análisis basada en las conclusiones de un estudio empírico de comunidades afectadas por relaves mineros en Chile.

Ana Pohlenz de Tavira investiga la economía ilegal de las actividades extractivistas en la frontera entre México y Guatemala, con los casos de minería en México y la industria camaronera en Guatemala, en concreto la extracción de barita en Chicomuselo, en el estado de Chiapas, y la camaronicultura en el municipio de Moyuta, departamento de Jutiapa, en la frontera de Guatemala con El Salvador, que «genera y agudiza los conflictos socioambientales mediante la violencia criminal con graves afectaciones sobre la población y los ecosistemas».

Alberto Acosta nos acerca a la violencia del narcotráfico en Ecuador, con una sofisticada mirada desde la ecología política en la que presenta una tesis necesaria: «Violencias y extractivismos, una pareja inseparable».

Felipe Milanez, Alexandre Pessoa Dias y más integrantes del Grupo Temático Salud y Ambiente de la Asociación Brasileña de Salud Colectiva (Abrasco), con otros y otras investigadores en salud pública y líderes y lideresas indígenas, presentan el resultado de una larga investigación colectiva sobre la relación entre salud, contaminación y ambiente en los territorios indígenas en Amazonía y el Cerrado. El artículo es el resultado de un largo trabajo a partir de la grave crisis sanitaria del pueblo yanomami, y presenta desde la ecología política una investigación sobre dos principales casos, la minería de oro y la contaminación con pesticidas del agronegocio, las dimensiones de las violencias que afectan los cuerpos-territorios y se expanden por todo el sistema de vida en común.

La sección «Breves», se inicia con el artículo de Lia Pinheiro y Luciana Nogueira, en el que se reflexiona sobre las formas de violencia que afrontan los pueblos indígenas en Ceará (Brasil), y que son producto del narcotráfico y el extractivismo. Esta simbiosis entre narcotráfico y minería ilegal es reforzada en el artículo de Raquel Neyra, quien analiza la compleja situación en Perú, en donde el narcotráfico se une con la minería ilegal y controla amplias zonas del país causando devastación y violencia permanente y sostiene el tráfico de personas ante los ojos muchas veces cómplices de miembros del Gobierno que consolidan esta situación con paquetes legales.

Ana Carolina Alfinito y Gabriela Sarmet investigan la relación entre la política minera y la violencia que caracteriza las fronteras de expansión extractivista en la Amazonía, en «Bajo la superficie: violencia y política minera brasileña», con un análisis a partir de la Política Prominerales Estratégicos (PME), instituida en Brasil desde 2021. En relación con el extractivismo energético y la colonialidad verde, Genival Pereira de Araújo Moura y Franklin Plessmann de Carvalho presentan una investigación sobre la violencia de los parques eólicos y los conflictos con comunidades tradicionales en el semiárido en Brasil, en los conocidos como fundos de pasto.

El proceso de paz en Colombia es objeto de análisis del artículo de Jairo Miguel Martínez Abello desde una mirada de los conflictos ambientales, donde propone que la construcción de una paz estable y duradera «ha implicado la realización de una serie de negociaciones con variados actores armados», sin debida atención a la dimensión ambiental. En México, Lucía Velázquez Hernández analiza la violencia contra defensores, con 261 asesinatos entre quienes defendían el ambiente y los territorios durante el período 1995-2022. Este caso de extrema violencia es el resultado de un modelo económico que pondera las ganancias económicas sobre las razones sociales y ambientales, de manera que «las personas que defienden su territorio y el derecho a un ambiente saludable están siendo agredidas en sus derechos fundamentales: a la vida, a la integridad y seguridad personal, violaciones que se están haciendo cada vez más frecuentes».

La sección de «Breves» se cierra con un artículo centrado en la situación de Ecuador, que se ha deteriorado en los últimos años. Álex Samaniego y Sofía Torres en su trabajo sobre «Ecuador: extractivismo, violencia y precariedad» apuntan «violencia extractivista» debido a una dinámica global de neocolonialismo por la que las economías de países extractivistas se apropian de los recursos de países primario-exportadores. Esta situación histórica empata con la agudización de una crisis de violencia provocada por el narcotráfico. El artículo de Samaniego y Torres «explora las dinámicas de la violencia extractivista, que operan en Ecuador, impulsadas desde una retórica de guerra que compromete las resistencias históricas de organizaciones sociales que conforman actualmente la única oposición al Gobierno de Daniel Noboa».

Los artículos en la sección «Redes de resistencia» se relacionan con las luchas por el agua y la defensa de la biodiversidad. En Colombia, Juan Camilo Delgado Gaona presenta la resistencia comunitaria de las y los pescadores artesanales ante la degradación ambiental y la violencia en el marco del conflicto armado interno con atención al caso de la Federación de Pescadores Artesanales, Ambientalistas y Turísticos del Departamento de Santander.

De nuevo en Ecuador, la defensa del bosque del Chocó por la comunidad afroecuatoriana de Barranquilla que resiste frente a la expansión de la palma aceitera es el tema de investigación de Nathalia Paola Bonilla Cueva. El caso de estudio está situado en el cantón San Lorenzo, en la provincia de Esmeraldas, una región con un ecosistema megadiverso considerado uno de los diez puntos críticos del mundo.

Finalmente, la sección concluye en Chile, donde Felipe Cárcamo Moreno presenta las movilizaciones contra la violencia extractivista en el archipiélago de Humboldt, una región de alta biodiversidad amenazada por la agresiva industria salmonera.

La voz de la artista indígena Olinda Yawar es el tema de la sección «Referentes ambientales», entrevistada por Felipe Milanez y Jurema Machado. La artista y defensora ambiental es sobrina de Fátima Muniz de Andrade, conocida como Nega Pataxó, chamana de su comunidad asesinada en enero de 2024. Olinda habla de su trabajo y su visión del mundo, que ha encantado en la última edición de la tradicional Bienal de Artes de Venecia, que tenía por tema «Extranjeros en todos los lugares» («Foreigners Everywhere»). También el terrible caso del asesinato de Nega Pataxó es debatido por Jurema Machado en la sección «Crítica de libros», con una reseña del libro de Maria Muniz, conocida como Mayá, profesora y hermana de Nega Pataxó, en Bahía, Brasil. La sección se completa con la reseña de Virginia Yoldi sobre el libro «La oscura huella digital», donde se detallan los enormes impactos socioambientales y culturales que conlleva la digitalización,

Con las denuncias sobre la violencia del sistema de la conquista y la colonización, de la larga colonialidad de la naturaleza en nuestra América, presentadas en estos trabajos, esperamos que esta edición contribuya a imaginar alternativas y a movilizar estrategias de luchas con la tenacidad y creatividad de los movimientos populares, de indígenas, campesinos y pescadores, entre otros pueblos que defienden la vida en común de la Pachamama.

 

Felipe Milanez, Grettel Navas, Raquel Neyra, Ana María de Veintimilla

 


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