Kevin Buckland*
Palabras clave: acción directa, cambio climático, Ende Gelände
En mayo de 2016 más de 3000 personas se reunieron en los bosques de Lusacia, en el norte de Alemania, con el objetivo de parar una de las explotaciones de carbón a cielo abierto más grande de Europa. La propietaria de la explotación, Vattenfall, una empresa pública de electricidad sueca, quería venderla para limpiar su imagen y parecer más verde. Quisimos hacer presión sobre Vattenfall porque la mina no debería ser vendida para que otro la explote, sino que el carbón debería dejarse enterrado en el subsuelo. El resultado fue una de las acciones directas más grandes y más inspiradoras de los últimos años, que mostró que el poder de los movimientos por la justicia climática está cambiando: empezamos a ganar.
Me desperté despacio con el sonido de los pájaros. No eran los pájaros a los que estoy acostumbrado; estaba lejos de casa. Los observé ir de rama a rama, tentando al día a salir de su cueva. Los miré, mirándome.
A mi alrededor otras personas se movían y susurraban dentro de las finas paredes de sus tiendas de campaña. Más allá de un sendero estrecho que atravesaba los árboles del campamento, se despertaban y se preparaban para lo que les depararía aquel día. Delicadas filas de soñadores aún semidormidos discurrían entre mesas largas de copos de avena y tés. (https://www.newportworldresorts.com/) El campamento era multitudinario y autogestionado ─hecho de carpas y amor─. Había equipos de voluntarios que picaban zanahorias, vaciaban inodoros de compostaje, llenaban depósitos, lavaban platos y vigilaban el perímetro. Entre la rastrojera del trigal, detrás del campamento, había grandes grupos que se enfrentaban, practicando para lo que se avecinaba.
El plenario matutino ya había comenzado. Una mujer se ajustó las gafas y empezó a hablar del corazón del asunto: el consenso de acción. “Todas las acciones han sido diseñadas alrededor de este consenso de acción. Nosotros, como Ende Gelände, no somos violentos, no buscamos lesionar a nadie y no tomaremos parte en la destrucción de propiedades. Estos son los acuerdos a los que se ha llegado después de un proceso organizativo abierto y horizontal. Si deseáis realizar acciones que no cumplan con estas normas, está bien, pues forma parte de vuestra libertad de elección, pero os pedimos que las hagáis fuera de Ende Gelände. El proceso para desarrollar y cambiar este consenso de acción ya ha terminado; y este acuerdo se ha adoptado por consenso. ¡Es hora de pasar a la acción!”. El público se sobresaltó con el volumen de su aplauso. Éramos muchos. Las acciones empezarían al mediodía.
Había venido desde lejos para estar allí, pero había venido solo. Encontré a un querido amigo, Flo, un grafitero húngaro que se juntó conmigo para formar un “binomio”; así no estaría solo. A nosotros se unieron dos italianos fabricantes de barcos, un químico, dos artistas franceses, un ebanista y un cocinero. Formamos un grupo de afinidad. Empezamos a conocernos; hablamos sobre nuestras experiencias, miedos, zonas de confort y expectativas. Decidimos un nombre para el grupo, ¡Cuba!, algo que podríamos gritar en el medio de una multitud para encontrarnos, y que acompañamos con una señal con las manos que podríamos mantener en alto para vernos por encima de la gente. Esto nos mantendría unidos durante la confusión de la acción. Esto es el Antropoceno; cualquier cosa podría ocurrir. Esperad lo inesperado; el colapso será todo menos aburrido.
Un anuncio avisó que el Bloque Azul partiría en media hora, y los grupos se empezaron a unir alrededor de una bandera azul. La gente se escribía el teléfono del grupo de apoyo legal sobre su cuerpo. Así, aunque les quitaran todo lo que llevaban, aún tendrían sus cuerpos y ese número de teléfono, y por tanto no estarían solos.
Yo fui a por uno de los trajes blancos que caracterizaban la acción. Eran trozos finos de tela barata que servían tanto para protegernos del polvo como para no ser reconocidos, pero también conformaban una identidad. Al ponérmelo, me disolví dentro del colectivo. Me uní a un océano de cuerpos blancos. Como el agua que desborda su contenedor, la multitud comenzó su travesía por estrechos senderos de alto bosque que se extendían hasta la mina.
Más allá de los árboles se escondían los límites de nuestro mundo: lo que una vez había sido un bosque y catorce pueblos ahora no era nada más que montones de polvo. Este se expandía hacia el horizonte en todas las direcciones en perpetuo crecimiento. Las máquinas alquimistas descerebradas reducían todo a un polvo fino, como los capitalistas reducen todo a monedas y papel. Las máquinas continuarían hasta que no quedase nada. A no ser que las detuviéramos.
La primera de las máquinas se vislumbraba como una gran puerta encima de nosotros. Era una Bagger, una de las máquinas más grandes de la Tierra. Dormía con su gran espina metálica curvada hacia sus capas de dientes de acero. Esos esqueletos metálicos eran la única arquitectura a la vista, aparte del vacío.
Imagen 1. Los protectores entran en la mina de lignito a cielo abierto. Autor: Kevin Buckland.
Todos los grupos de afinidad cruzaron el umbral de la mina, lanzándose al vacío del futuro, para llenarlo. Casi mil de nosotros corrimos hacia delante. Nos mantuvimos unidos. La facilidad con la que habíamos entrado en la mina era desconcertante. La policía podría estar en cualquier sitio. “¡Manteneros unidos!”. “¡Atentos!”. “Esperad lo inesperado”.
Como una estampida, tomamos la primera máquina. Los vigilantes se vieron superados en número 100 a 1 mientras que nosotros, rebeldes jubilosos, trepábamos por encima de lo se había diseñado como herramienta de destrucción. Ocupábamos sus puentes y torres como glóbulos blancos combatiendo una enfermedad.
Imagen 2. Activistas toman una Bagger, una de las maquinas más grande del mundo. Autor: Kevin Buckland.
Al mismo tiempo, al otro lado de la mina, dos mujeres colgaban una gran pancarta que rezaba “Somos la naturaleza defendiéndose a sí misma”. El bloque verde había ocupado el muelle de carga. Los bloques naranja y azul habían ocupado las vías del tren y 12 personas se encadenaron a las vías, donde se quedarían durante 48 horas, dejando que sus cuerpos hablasen en nombre de sus cerebros.
Mientras el anochecer nos invadía, me uní a la inundación de vuelta. Hacía frío esa noche, y Flo y yo nos aferramos el uno al otro dentro de nuestra tienda de campaña.
***
La segunda mañana todos estábamos más preparados. Nos dimos cuenta de que nos estábamos preparando más para la supervivencia en la naturaleza que para una acción política: agua, comida, ropa de abrigo, ropa impermeable. En el activismo, como en la vida, la independencia radical permite la autonomía.
Hoy la meta era ocupar las vías del tren situadas cerca de la central térmica. Si podíamos mantener todas las vías bloqueadas, detendríamos todo el movimiento de carbón hacia los hornos. Si conseguíamos estar allí durante suficiente tiempo, las reservas se agotarían y la central se vería forzada a dejar que sus fuegos se apagasen. Este era el objetivo principal: extinguir todos los fuegos de la Tierra.
Una bengala corrió por el campo pintando el aire de rojo y marchamos hacia delante, atravesando campos en flor. Una vez que llegamos a las vías, nos pudimos sentar y quedarnos allí. Esta es la belleza de tener como objetivo infraestructuras de transporte; la policía no puede estar en todos los sitios a la vez. Con el crecimiento descontrolado de su infraestructura, el capitalismo se ha sobreextendido, y los glóbulos blancos se movían. Cientos de nosotros nos tumbamos por todos lados sobre las vías, merendando, fumando y cantando. Las acciones te dan un subidón cuando te das cuenta de que estás exactamente donde tienes que estar en un momento dado. Juntos escribimos el presente; el presente se convierte en el futuro; el futuro deviene historia.
Imagen 3. Una orquesta toca durante la ocupación de las vías de tren. Autor: Kevin Buckland.
Una chica con un megáfono anunció el comienzo de un “consejo de delegados”. Clemence aceptó representarnos. Este consejo se reunió para responder una sola pregunta: “¿Ahora qué hacemos?”. Se tomaron nota de las propuestas: 1) quedarse y asegurar las vías, 2) ir a la central o 3) romper el consenso y hacer alguna acción de sabotaje menor, como quitar piedras por debajo de las vías. Clemence volvió y repitió las propuestas. Decidimos ir a la central. El consejo de delegados se reagrupó: 400 se quedarían, 600 irían a la central y 100 harían sabotaje. Nuestro grupo saldría en 20 minutos.
Nadie había explorado esta ruta antes; esto no se había preparado. Pero las decisiones espontáneas tienen una gran ventaja: ni la propia policía puede anticiparlas. Salieron unos 600 trajes blancos, formados por grupos de afinidad que se mantenían unidos. Teníamos que movernos más rápido que la policía si queríamos entrar. La última valla cedió a la fuerza de muchas manos y avanzamos por encima. Habíamos sido veloces. Menos de media hora después de tomar la decisión, ya nos encontrábamos dentro de la central térmica.
De repente nos dimos cuenta de la magnitud de lo que nos rodeaba. Encima de nosotros los transistores eléctricos zumbaban y las inmensas torres de refrigeración bombeaban nubes como si los humanos hubiesen decidido rehacer el cielo. En ese momento nos dimos cuenta de que estábamos dentro. Habíamos entrado en el centro de una estructura de energía centralizada, y estábamos muy cerca de su corazón.
También en ese momento nos dimos cuenta de que nuestro plan para entrar en una central térmica no era tanto un plan, sino un destino. No nos habíamos preparado para el éxito. Ahora, sorprendidos por la improbable experiencia de estar dentro de un lugar así, nos dimos cuenta de que no teníamos ni idea de qué hacer. Los grupos deambulaban desordenadamente buscando alguna entrada al edificio. Mientras tanto, llegaba más y más policía con su armadura oscura.
Como era predecible, cargaron espantando a la muchedumbre como un lobo a un rebaño de ovejas. La policía se multiplicaba y las nubes de gas pimienta tapaban el horizonte. La gente abrió las vallas y pasó por abajo, en masa. La policía, que hasta entonces había intentado echarnos de la central, ahora nos impedía salir bloqueando todas las salidas.
El gas pimienta cegaba a la gente, que se tambaleaba mientras intentaba escapar como animales atrapados en una red fina de plástico. Emergían desconocidos que los encontraban y les lavaba los ojos hasta que podían ver lo suficiente para poder huir. Todo era increíblemente confuso, pero no estábamos perdidos. Nuestro mapa eran nuestro binomio y nuestro grupo de afinidad, que giraban a nuestro alrededor.
Y entonces la manada se unió. Nuestra defensa se encontraba en nuestro número, y nos mantuvimos unidos. “Caminad, no corráis”. “Manteneos tranquilos”. “Manteneos juntos”. Ahora las líneas de policía nos asediaban; la oscuridad de sus trajes se acercaba. “¡Fluid!”, gritaba la multitud. “¡Fluid!”. Esto era justo lo que habíamos practicado. Nos disolvimos para volver a nuestros grupos de afinidad, y después quedamos solos con nuestro binomio. La manada aceleró. Flo y yo nos agarramos de la mano y corrimos cegados por el gas pimienta, siguiendo a los trajes blancos que corrían delante de nosotros y esquivando la oscuridad que pretendía capturarnos. La manada cayó como una avalancha. Llegamos ligeros desde todos lados y pasamos. Al otro lado había árboles y ninguna valla; el verde nos rodeaba.
De vuelta a las vías del tren, todos preguntaban por nombres, intentando averiguar lo que había sucedido y quién había sido detenido. La acción no consiguió parar la central térmica, pero sí nos enseñó una gran lección. Durante años nuestras acciones se definían no como victorias sino como confrontaciones. La historia está cambiando y ahora tenemos que vivir una nueva realidad; tenemos que empezar a jugar para ganar.
Imagen 4. Los éxitos de acción, una torre de refrigeración apagada. Autor: Kevin Buckland.
Vi una nube de humo salir de una de las torres de refrigeración, y después nada más. Los bloqueos estaban funcionando. Vattenfall tuvo que parar una de los torres de refrigeración y reducir la capacidad de la central al 20 % para evitar el apagado total. Eso era lo que habíamos soñado. Regresamos al campamento para una bienvenida triunfal; bailamos como los héroes tienen que bailar al final de los grandes cuentos.
Este verano… ¿te apuntas? La historia te llama. Del 24 al 29 de agosto de 2017 volveremos a las minas de Alemania para otra acción, otra aventura: otro Ende Gelände. La desobediencia es un privilegio que no todos tenemos. Pero, si lo tienes, ponerlo en práctica es una obligación en el Antropoceno. Esperad lo inesperado: el colapso será de todo menos aburrido.
—
* Artista y activista. ✉ artivisto@gmail.com
—