Entrevistador: Joan Martínez Alier*
Palabras clave: IPBES, economía ecológica, biodiversidad, valores de la naturaleza, pluralismo de valores
Keywords: IPBES, ecological economics, biodiversity, nature values, value pluralism
¿Puedes resumir brevemente tu trayectoria como economista ecológico y tu papel actual en el IPBES?
A principios de l990 cursé una la carrera de Economía por la Universidad del País Vasco (Euskal Herriko Unibertsitatea). Los últimos años de carrera se enfocaron en el desarrollo internacional. Ahí tuve acceso a teorías alternativas a la economía neoclásica que inundaba toda la carrera. Fueron años marcados por el 500 aniversario del encontronazo con América y la primera guerra del Golfo. Esto fue un acicate para entender el papel de los recursos naturales en el devenir de la política mundial. Conseguí una beca para hacer un doctorado en la Universidad de York (Reino Unido), que en aquel momento era uno de los pocos lugares para investigar en economía ecológica en Europa. Estudié el sistema socioecológico de la agricultura tradicional maya en Yucatán, y en concreto los vínculos entre la agrobiodiversidad y fenómenos como los derechos de propiedad y el acuerdo de libre comercio del NAFTA. Ya en esa época tenía muy buena relación con el grupo de economía ecológica de Barcelona, que sigo manteniendo. Tras el doctorado fui profesor de Economía Ecológica durante dos años en la Universidad de Mánchester, y diez años en la Universidad de Cambridge. Esto me permitió involucrarme en la plataforma científica DIVERSITAS, que fue el germen de IPBES, y ya como investigador Ikerbasque en Euskadi decidí involucrarme de lleno en IPBES como miembro del equipo multidisciplinar que toma las decisiones científicas, y como autor de la evaluación global, y cocoordinador de la evaluación de los valores de la naturaleza.
El diagnóstico de la pérdida de biodiversidad, de la rapidez de la extinción de especies, es alarmante, pero en mi opinión, tal vez errada, no se basa en un indicador tan claro como las ppm (partes por millón) de CO2 en la curva de Keeling. Veo que ahora hasta en los bares tienen paneles con la temperatura ambiental, la presión atmosférica y las ppm (alrededor de 420). No hay un número tan evidente para la pérdida de biodiversidad, ¿verdad?
Tienes razón. La biodiversidad es más compleja que los fenómenos climáticos, y reducir todo a una serie de indicadores para guiar las decisiones es algo que en el contexto de la biodiversidad sería realmente complicado e incluso peligroso. La biodiversidad va mucho más allá de la diversidad de especies. Implica una multitud de escalas, desde los genes hasta los ecosistemas. Todas estas escalas están íntimamente conectadas en redes complejas de relaciones que la ciencia aún no es capaz de entender del todo. Esta es otra razón más sobre la necesidad de reconocer el papel de otros conocimientos sobre la naturaleza, como el conocimiento tradicional y de las comunidades de los pueblos indígenas. Además, el concepto de biodiversidad refleja una visión específica sobre lo que significa la naturaleza para el ser humano. Las relaciones entre el ser humano y la naturaleza son más complejas que lo que implicaría un enfoque sobre la diversidad biológica, aun incluyendo sus diferentes escalas. Una razón fundamental es que la naturaleza es un concepto socialmente construido basado en diferentes visiones del mundo. Esto nos da otra razón de por qué es inverosímil poder tener un indicador cuantitativo que guíe decisiones sobre la biodiversidad para restablecer un equilibrio sostenible y justo con aquello que entendemos por naturaleza.
En vuestro artículo en Nature de agosto de 2023 con Patty Balvanera y otros sesenta científicos muy reconocidos, hay una discusión sobre pluralismo de valores a la que más tarde vuelvo (Pascual et al., 2023). El pluralismo de valores es el tema principal. Pero una cuestión previa: el artículo ha sido visto como «un dardo contra el mercado y el crecimiento económico en el olimpo de la ciencia». Lo del olimpo de la ciencia se refiere a la calidad excelsa de la revista Nature. ¿Puedes comentar esa conclusión, de que vuestro artículo y el IPBES estén contra el mercado y el crecimiento económico? Eso no es tan obvio, ¿verdad? ¿Puedes explicarlo?
El artículo sobre la pluralidad de valores viene directamente del trabajo colectivo de muchas personas durante alrededor de cinco años en el contexto del informe de valores de IPBES. El que se haya publicado en una revista como Nature indica varias cosas interesantes. Si bien da un espaldarazo importante al trabajo indicando su calidad científica, y eso nos alegra, también muestra que Nature, como institución científica, abre una puerta a la temática de la pluralidad de valores. Creo que es la primera vez que este tema entra de lleno en el ámbito de esta revista. Hasta ahora los trabajos publicados en revistas como Nature o Science, sobre la naturaleza o la biodiversidad, han dado total prioridad a las aproximaciones más biológicas y en alguna ocasión a una aproximación desde el concepto de los servicios ecosistémicos. Pareciese que las aproximaciones desde otras perspectivas más abiertamente críticas con las perspectivas hegemónicas en la ciencia, por ejemplo, provenientes de la economía ecológica, no tenían cabida en ese olimpo de la ciencia, como dices. Publicar este trabajo en Nature puede ayudar a fomentar una visión más plural sobre la biodiversidad más allá de los ámbitos científicos y de toma de decisiones en los que la visión de la pluralidad de valores está bien establecida. Como bien dices, el artículo lanza un mensaje claro: la evidencia indica que a nivel político y económico los valores de mercado son la guía de las grandes decisiones que tienen un impacto directo sobre la naturaleza. Esto no solo no respeta la pluralidad de valores, sino que ayuda a erosionar valores que no encajan con una visión de mercado y, por tanto, con una economía basada en el crecimiento material y energético, incluida la economía (mal llamada) «verde». El artículo también indica que hay otras visiones, por ejemplo, basadas en el decrecimiento, que se basan en una mayor pluralidad de valores. Y que una palanca vital para activar la transformación necesaria para la sostenibilidad y la justicia es el cambio de paradigma sobre conceptos como desarrollo y progreso que hoy en día son hegemónicos en gran parte del mundo.
Yo entiendo que el crecimiento económico y el de la población humana (que ya está frenándose) implican un mayor metabolismo (más energía, más materiales) y, por tanto, arrasan lo que existe en las fronteras de la extracción, por ejemplo, la Amazonía. Y, por tanto, ¿eso es una causa principal de la pérdida de biodiversidad?
Sí, claramente. El informe global de IPBES publicado en 2018 lo dice claramente. El informe de los valores de IPBES confirma esto y concluye que es la estrechez de miras sobre los valores de la naturaleza, muchas veces de forma implícita, la que subyace y a su vez retroalimenta la creencia en la necesidad del crecimiento material y energético a costa de la salud de los ecosistemas. El valor de los ecosistemas, entendidos como fábricas de materias primas, promovidos por el sistema capitalista, es solamente un tipo de valor instrumental. Hay muchos otros valores instrumentales de la naturaleza, es decir, asociados directamente con el bienestar humano, que no se tienen en cuenta, como por ejemplo todas las contribuciones que los ecosistemas realizan para el mantenimiento de los flujos ecológicos y ambientales necesarios para la propia vida humana.
Ahora se empieza a entender que los ecosistemas saludables ayudan a regular el clima y son necesarios para la adaptación al cambio climático. ¡Pero hay vida más allá de los bosques como sumideros de carbono! La naturaleza tiene una gran diversidad de valores instrumentales, tanto materiales como inmateriales. La economía ecológica lo demuestra constantemente. También hay valores que llamamos «relacionales» que no son sustituibles, por ejemplo, relacionados con la idea de un buen vivir con, en y como naturaleza que también somos. No podemos entendernos como especie sin los valores relacionales para con la naturaleza. Como vasco no puedo entender mi identidad cultural sin la conexión con la naturaleza. Las personas y colectivos de personas no nos podríamos entender a nosotros mismos sin esa conexión. Aunque hay que decir también que la expresión de los valores relacionales puede cambiar e incluso parecernos que no existen. Acabo de estar un mes en Japón y, si bien en las zonas rurales los valores relacionales son muy potentes, en las ciudades se ve que se están perdiendo. Seguramente es algo que el proceso de urbanización está generando y es algo que debemos tener en cuenta, ya que nos empobrece.
¿Podríamos, por tanto, medir con la HANPP (la apropiación humana de la producción neta de biomasa) la presión contra la biodiversidad? ¿Eso lo reconocen los informes del IPBES? Pero en el artículo en Nature parece que la causa de la pérdida de biodiversidad sea la falta de fuerza social, política y económica de los valores intrínsecos y relacionales, una explicación poco materialista. Así como el cambio climático se debe a un exceso de emisiones de CO2, ¿la pérdida de biodiversidad se debe a causas materiales que podemos resumir en el aumento de la HANPP? O, si no, ¿cuáles son las causas materiales de la pérdida de biodiversidad? ¿Es la «crisis de valores» la causa principal, como sugiere vuestro artículo?
Hay muchos indicadores que se podrían utilizar para medir cuantitativamente la presión sobre la naturaleza. Pero recordemos que la naturaleza, incluso si hablamos de ecosistemas de forma reduccionista, implica que estamos ante sistemas complejos. Por tanto, el uso de un indicador no puede ayudarnos suficientemente a entender cambios en el sistema ecológico. También necesitamos una pluralidad de indicadores. La HANPP es un buen indicador de un cierto tipo de presión sobre los ecosistemas, pero necesitamos complementarlo con indicadores sobre la funcionalidad de diferentes tipos de especies, hábitats y sus interrelaciones sistémicas. Volviendo a los valores, tu reflexión es interesante. Parece que un enfoque sobre los valores (algo que a muchos les pueda parecer abstracto) puede menoscabar una visión más material sobre el problema de la crisis ecosocial. Estas dos visiones (la de valores y la más material) son totalmente complementarias. Creo que no podemos entender una sin la otra. No solo son complementarias, interaccionan entre sí. También pienso que una manera para analizarlas conjuntamente es mediante la perspectiva institucional. La economía institucional clásica es un buen instrumento para ello. Por ejemplo, la externalización (no involuntaria, como si fuese un accidente) de los costes o pasivos ambientales en terceros (colectivos de personas, países, etc.) tiene una base política basada a su vez en un sistema de intereses y valores muy claros que se institucionalizan en leyes, normas, etc., hasta hacerlas parecer «normales» o «inevitables». Entender las relaciones de poder, por tanto, es algo fundamental para entender la complementariedad entre los sistemas de valores y la perspectiva material de la economía.
En nuestro artículo en Nature hacemos hincapié en que la crisis de valores es la parte del iceberg que no se ve. Lo que vemos es la parte material. Pero las dos son parte del mismo iceberg contra el que vamos a chocar inevitablemente si no desviamos el rumbo del sistema económico hegemónico en el mundo. En ese choque, como en el Titanic, los más vulnerables y que no tienen capacidad de decisión real (las comunidades marginalizadas, así como millones de especies) perderán y solo unos pocos podrán mantener su estatus (a costa de los perdedores).
Cambiando el tema, y como última pregunta, los dos primeros autores que vuestro artículo cita son Gretchen Daily (1997), que escribió sobre servicios ecosistémicos, y Bob Costanza (1997), sobre el valor económico de esos valores ecosistémicos. Desde luego, ambos autores son merecidamente famosos. Todos hemos aprendido desde el Millennium Ecosystem Assessment, hace veinte años, que hay distintos servicios ecosistémicos: de aprovisionamiento, referidos a la cantidad de bienes o materias primas que un ecosistema ofrece, como la madera, el agua o los alimentos; de regulación, por ejemplo, la regulación del clima y del ciclo del agua, el control de la erosión del suelo, la polinización…; servicios culturales, aquellos que están relacionados con creencias especiales, como la sacralidad de la naturaleza; y los servicios de soporte, como la biodiversidad y los procesos naturales del ecosistema que garantizan buena parte de los anteriores. Hemos pasado décadas estudiando esos servicios ecosistémicos y discutiendo su valoración económica (ciertamente sospechosa en el caso de los servicios culturales). Me parece que el IPBES le ha dado la vuelta a todo esto, que está cambiando el paradigma de la valoración de la biodiversidad. ¿Puedes explicar brevemente cómo de Gretchen Daily y de Bob Costanza (1997), pasando por el TEEB, hemos llegado a los informes consensuados del IPBES y a ese artículo en Nature?
Ciertamente hay una clara evolución en el pensamiento sobre las relaciones para con la naturaleza en organizaciones globales como IPBES y muchas otras. Ha llevado más de dos décadas hacer evolucionar el marco de los servicios de los ecosistemas y su valoración. El concepto de servicios ecosistémicos nació de una fusión interesante entre economistas (ambientales, ecológicos, de los recursos naturales, etc.) que llevaban décadas tratando de adaptar la economía neoclásica, por ejemplo, introduciendo la idea del capital natural y una serie de métodos de valoración económica. Pero tras muchos años no parecía que sus teorías y aplicaciones estuviesen teniendo el eco que pensaban que iban a poder tener.
A su vez, los biólogos de la conservación también necesitaban nuevas herramientas discursivas para promover la conservación de la naturaleza, ya que era evidente que, si bien la ecología o la biología estaban realizando grandes aportes a la ciencia, incluyendo el diseño de herramientas de conservación de la biodiversidad, por ejemplo, las áreas protegidas, estas tampoco estaban siendo utilizadas a la escala necesaria para frenar la pérdida de biodiversidad global. Por tanto, había una frustración compartida por estas dos comunidades epistémicas. En el mundo anglosajón algo empezó a moverse y una serie de pensadores (sobre todos británicos y norteamericanos) comenzaron a compartir sus visiones, e imagino que frustraciones. Vieron que los conceptos como capital natural y flujos ecológicos podían integrarse teóricamente de forma bastante sencilla, teórica, empírica y comunicativamente hablando. Ahí comienza toda una fase de colaboración entre estas dos comunidades, sobre todo en el mundo anglosajón, que dominan en cuanto a acceso a recursos de investigación, revistas internacionales de impacto, etc. El concepto de servicios de los ecosistemas empieza a tomar cuerpo y ya con la Evaluación del Milenio, este concepto despega con mucha fuerza. Se crea un boom, con sus revistas especializadas, congresos, y acaba institucionalizándose. Pero curiosamente quedan fuera de este boom y marco conceptual muchas visiones de comunidades científicas, tanto en las ciencias naturales como en las ciencias sociales. Esto crea una serie de fricciones, ya que el concepto de los servicios ecosistémicos lo empieza a inundar todo. Parecía incluso que para conseguir fondos de investigación había que incluir este término o el marco conceptual que trae consigo.
También quedaba cada vez más claro que había un riesgo en fomentar un estrechamiento de la valoración de la naturaleza, ya que si bien el marco conceptual no dejaba fuera diferentes conceptos de valor, el valor monetario de los beneficios de los ecosistemas se prestaba de forma muy natural a hegemonizar la idea del valor de los servicios de los ecosistemas. Esto también llevó a un boom en la valoración económica en detrimento de otras opciones. A su vez, esto ayudaba a seguir generando más fricciones entre diferentes comunidades científicas y fuera de la ciencia, donde se veía con preocupación que el marco de los servicios de los ecosistemas y su valoración monetaria reflejaban una visión muy estrecha de las contribuciones múltiples que la naturaleza ofrece al ser humano, incluso desde una perspectiva antropocéntrica. En 2018 publicamos un artículo en la revista Science donde explicamos esta evolución dentro de IPBES que ha tenido mucho eco entre defensores de esta evolución, pero también entre algunos detractores que no creen necesaria esta evolución. Básicamente, IPBES ha desarrollado un marco más amplio que el de los servicios de los ecosistemas, más pluralista. En esa pluralidad incluye el concepto de servicios de los ecosistemas, pero también incluye otras visiones y marcos. Como a todo hay que ponerle un nombre, IPBES los llama contribuciones de la naturaleza para las personas (en inglés, Nature’s Contributions to People, o NCP). Es un marco que es pluralista y ofrece espacio para la inclusión de otras visiones. El artículo en Nature sobre la pluralidad de valores puede hacer evolucionar el marco NCP de IPBES todavía hacia una mayor pluralidad de perspectivas sobre la relación entre la naturaleza y las personas.
Referencias
Costanza, R., R. d’Arge, R. de Groot et al., 1997. «The value of the world’s ecosystem services and natural capital». Nature, 387, pp. 253-260. Disponible en: https://doi.org/10.1038/387253a0.
Daily, G. C. (ed.), 1997. Nature’s Services: Societal Dependence on Natural Ecosystems. Washington D. C., Island Press.
Pascual, U., P. Balvanera, C. B. Anderson et al., 2023. «Diverse values of nature for sustainability». Nature, 620, pp. 813-823. Disponible en: https://doi.org/10.1038/s41586-023-06406-9.
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*Profesor emérito. ICTA, Universitat Autònoma de Barcelona. E-mail: joanmartinezalier@gmail.com
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