Giorgio Mosangini*

 

Los países del Sur aparecen en nuestro imaginario como territorios asolados por el hambre y la pobreza, al tiempo que los del Norte constituyen un oasis de prosperidad y bienestar. Por ello, el modelo occidental representaría la aspiración de la gran mayoría de los seres humanos que anhelarían llegar a vivir en este lado afortunado del mundo. Sin embargo, la evidencia nos obligaría a reconocer que no todos los desdichados habitantes del Sur pueden caber en el paraíso del Norte.

A modo de ejemplo, este punto de vista estaba presente y se resumía en la campaña política para las elecciones generales españolas del 9 de marzo de 2008. En Cataluña pudimos ver unos carteles del partido político Convergencia i Unió con el siguiente mensaje: «La gente no se va de su país por ganas sino por hambre. Pero en Cataluña no caben todos.»(1)

El decrecimiento, una corriente de pensamiento emergente que se esfuerza por desmantelar la economía dominante, nos enseña que las cosas son exactamente al revés: somos los países del Norte los que ya no cabemos ni en los países del Sur ni en el planeta. El modelo occidental no sólo no puede ser una aspiración universal, sino que condena la sostenibilidad ecológica y social de la humanidad.

La Huella Ecológica y otros indicadores alternativos a los índices de la economía oficial ejemplifican de una manera sencilla esta situación. Así, comprobamos que a partir de mediados de los años ochenta la humanidad ha superado las capacidades de carga del planeta, ya que la Huella Ecológica generada por su consumo y sus desechos ya desborda las capacidades de regeneración de la biosfera. El modelo occidental de crecimiento econó- mico ilimitado se expande por tanto de manera paralela al agotamiento y deterioro irreversibles de los recursos de la Tierra. También sabemos que esta situación no se debe a la gran mayoría de la población del planeta, que vive en los países del Sur sin superar los límites naturales, sino que es responsabilidad de los países del Norte y de las élites del Sur. Así, universalizar el estilo de vida de un ciudadano europeo requeriría tres planetas, mientras que en el caso de los EE UU necesitaríamos más de cinco planetas.

Por ello, no es que los inmigrantes no quepan en nuestros territorios, sino que somos nosotros, los habitantes de los países del Norte, los que ocupamos y expoliamos ecoespacios más allá de nuestros territorios, esencialmente en los países del Sur, para sostener un modelo económico y de consumo irracional y ciego a las realidades físicas de la biosfera.

Nuestro modelo económico generaría así una deuda del crecimiento, en el sentido de que ante la insostenibilidad ecológica alcanzada por la humanidad y el incremento resultante de las desigualdades sociales, los países del Norte son deudores de crecimiento mientras que los países del Sur son acreedores de crecimiento. El exceso de crecimiento en el Norte y sus impactos negativos se sufren y se pagan esencialmente en los países del Sur, mientras que la mayoría de sus poblaciones no tiene responsabilidad en el sobreconsumo y la crisis ecológica alcanzados. La deuda del crecimiento incorporaría el conjunto de impactos negativos del exceso de crecimiento occidental en los países del Sur, sean de carácter ecológico, social, económico, cultural, etc.(2)

Nuestras relaciones con África pueden ilustrar las reflexiones anteriores.

Del lado de la visión predominante, de las estadísticas de la economía oficial, África Subsahariana no existe, representando menos del 2% de la producción mundial. Asimismo, es la zona del mundo con el índice de desarrollo humano (IDH) más bajo y que concentra los países con mayores problemas de hambre y crisis alimentaria.

Sin embargo, analizar estas problemáticas con visión crítica y desde la perspectiva del decrecimiento nos lleva a considerar que no reflejan principalmente penurias propias de África, su hipotético «subdesarrollo», sino que constituyen más bien el reflejo de la impostura y de la quiebra del modelo de desarrollo y crecimiento impuesto por los países del Norte. «En otras palabras, nos encontramos frente al fracaso flagrante de la occidentalización como proyecto económico, político y social universal.» (Latouche, 2007: 18).

Hasta el problema del hambre, quizás la faceta más atroz de África y de las más divulgadas por los medios de comunicación occidentales, no puede considerarse sólo como un reflejo de carencias internas que explicarían la pobreza del Sur frente a la riqueza del Norte. El hambre es en gran parte producto del modelo económico dominante a escala mundial, la otra cara del crecimiento económico ilimitado. «Antes de los años 1970, en África las poblaciones eran «pobres» bajo el prisma de los criterios occidentales, en el sentido de que disponían de pocos bienes manufacturados, pero nadie, en tiempo normal, moría de hambre. Después de 50 años de desarrollo, ya sí.» (Latouche, 2003: 18, traducción propia)

Si el África oficial parece no existir en las contabilidades de la economía mundial, el África real sigue sustentando la vida de millones de personas excluidas y marginalizadas del sistema global de crecimiento. No sólo esto, sino que sustenta en gran medida también nuestras vidas. Aunque se nos esconda estadísticamente, físicamente, la realidad es que dependemos de ella hasta extremos insospechados.

Retomando los análisis de Oscar Carpintero, Martínez Alier nos recuerda que el socio comercial más importante de España no es Europa sino África. (Martínez Alier, 2003, 2006) Por ello, cuando se dice que África no cuenta para la economía mundial, se está faltando a la verdad. España, al igual que la mayoría de los países europeos, importa de ese continente y a precios injustos gran parte de los recursos necesarios para sostener su modelo: petróleo, gas, fosfatos, pescado, y un largo etc. De manera general, los países del Norte dependen de la usurpación y utilización de extensiones crecientes de ecoespacios arrebatadas a las poblaciones del Sur.

El problema no es el crecimiento de los países del Sur, sino la confiscación de ecoespacios del Sur para proveer los recursos y absorber los desechos del Norte.

El decrecimiento, recordándonos que el Norte vive a expensas del Sur, nos obliga también a replantear el modelo de cooperación internacional vigente. El enfoque nos muestra que el problema no es el crecimiento de los países del Sur (ya sea en términos económicos o desde un punto de vista de capacidades) o su hipotética convergencia hacia el desarrollo del Norte. El problema fundamental radica en la confiscación de ecoespacios del Sur para proveer los recursos y absorber los desechos del Norte.

Por ello las estrategias de trabajo de la cooperación internacional deberían centrarse en poner en marcha ajustes ecológicos y sociales en los países del Norte, que permitan redistribuir con equidad la utilización de los recursos disponibles en el planeta, así como volver a respetar los límites marcados por las capacidades de regeneración de la biosfera.

Ya no se trata de enfrentar las carencias del Sur sino los excesos del Norte, pasando de modelos de cooperación basados en transferencia de recursos y conocimientos de Norte a Sur, a apoyar procesos de incidencia política, denuncia y lucha contra el modelo dominante de crecimiento ilimitado y de mercantilización del planeta.

BIBLIOGRAFÍA

MARTÍNEZ ALIER, J. (2003), «Ecología Industrial y Metabolismo Socioeconómico: concepto y evolución histórica», Economía industrial, Nº 351, pp. 15-26.

— (2006), «Prefacio», en Carpintero, Ó., La bioeconomía de Georgescu-Roegen, Montesinos, Barcelona.

LATOUCHE, S. (2003), «Le développement n’est pas le remède à la mondialisation, cést le problème !», en VV.AA., Défaire le développement – Refaire le monde, Parangon, París.

— (2007), La otra África. Autogestión y apaño frente al mercado global, Oozebap, Barcelona.

* Col·lectiu d’Estudis sobre Cooperació i Desenvolupament (www.portal-dbts.org / gmosangini@yahoo.com).

1 La gent no se’n va del seu país per ganes sinó per gana. Però a Catalunya no hi cap tothom.

2 Mosangini, G., «Decrecimiento y cooperación internacional», 2007. Disponible en: www.rebelion.org/noticia.php?id=56547. Mosangini, G, «La deuda del crecimiento», 2007. Disponible en: www.odg.cat/ct/inicio/comunicacio/5_deute.php?id_pagina=5&id_ butlleti=56&id_deutes=208.

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