Ethemcan Turhan*
Traducción: Lucía Puertas
El 2015 es un año importante, y no sólo porque ya ha sido el más cálido registrado en la historia de la humanidad. También es el año en que el impacto humano en el planeta ha provocado una concentración permanente de emisiones equivalentes de CO2 de más de 400 ppm. Asimismo, el 2015 es crucial por la celebración, en París, de la COP21, la cumbre intergubernamental para limitar la influencia antropogénica en el sistema climático; y por el asociado resurgimiento del movimiento global por la justicia climática, que podríamos decir que se encontraba en estado latente desde el fracaso de la cumbre climática de Copenhague de 2009. Pero, ¿cuál es la promesa de la ecología política en un mundo en el que los impactos acumulativos de gases invernadero continúan creciendo a pesar de los más de veinte años de negociaciones para poner freno a esta situación? O, dicho de otro modo, ¿cómo podemos enfocar la ecología política para que contribuya aún más al fortalecimiento del activismo como un elemento clave para conseguir cada día más justicia climática y, a su vez, una mejor producción académica?
Una de las mayores utilidades de la ecología política es aportar una visión potente que sirva para comprender las causas y las consecuencias del cambio ambiental global y para considerar qué reacciones provoca o podría provocar. Como apunta Liverman (2015), la ecología política es particularmente útil a la hora de arrojar luz sobre qué aspectos son relevantes e irrelevantes a la hora de entender el cambio climático. A través de su mirada es posible desarrollar un enfoque crítico sobre las causas o raíces del problema, sobre las formas de acción de los diferentes grupos y, también, sobre las narrativas y los discursos referentes al cambio climático, así como sus representaciones. Más allá de las herramientas críticas que provee, la ecología política se muestra particularmente útil a la hora de abordar debates altamente politizados, como son el “futuro del desarrollo y del uso de la tierra y la energía” (ibid.). No obstante, la ecología política por sí misma, como una aproximación multidisciplinar que oscila satisfactoriamente entre el activismo y la ciencia, también necesita ponerse al día con las dinámicas constantemente cambiantes de la dimensión humana del cambio climático. Esto requiere un enfoque multinivel, multiescala y multitemporal en los factores determinantes tanto del cambio como de sus impactos. Así podremos llevar el estudio de tierras agrícolas destrozadas por proyectos de compensación por emisiones de carbono a las salas (iluminadas artificialmente y con aire acondicionado) en las que se celebran las reuniones oficiales de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC, en sus siglas en inglés).
La injusticia socioeconómica, la proximidad al peligro y la exclusión política son parámetros clave de la injusticia climática. Todos estos temas son, por su naturaleza, cuestiones de interés para la investigación en ecología política. Como Naomi Klein ha apuntado acertadamente en un artículo reciente (2015), la masacre de París y la subsiguiente prohibición de discrepar en el debate climático evidencia la brutal jerarquía que existe en la importancia que se le otorga a cada vida. Todas las personas que perdieron sus vidas en los horribles ataques de Ankara, Beirut y París tienen que ser llorados por igual, sin discriminación ni hipocresía, pero también tenemos que reconocer y lamentar las muertes de los que sufren por la violencia lenta (Nixon, 2011) provocada por la crisis climática. Así, cuando Judith Butler se pregunta “¿cuándo es una muerte digna de ser llorada?” (Butler, 2010) o cuando Bruno Latour habla de volver nuestras caras hacia “el otro estado de emergencia” (Latour, 2015), la ecología política da un paso al frente. “Una vida que no merece luto es una vida por la que no se puede llorar, porque nunca ha vivido, es decir, nunca ha sido contabilizada como vida en absoluto”, apunta Butler. Este es el caso de la creciente crisis climática, que mata a “una escala delirantemente grande, durante un largo periodo de tiempo, llevándose por delante vida, humana o no, en todas su formas” (Latour, 2015). Bajo estas circunstancias, es precisamente la amplitud y la potencia de la ecología política lo que puede ayudarnos a salvar la brecha geográfica y temporal en esta cruel jerarquía entre las vidas (humanas y no humanas).
Por un lado, la justicia climática es un asunto relacionado tanto con el mundo académico como con el activismo, que crea de forma natural una relación entre las dos comunidades. La ecología política, como un puente entre ciencia y activismo, está bien posicionada para combinar esta relación de modo eficaz. (https://www.thenaturalresult.com/) Ya sea a través del estudio de la acción directa (Heynen y Van Sant, 2015), de los mercados del dióxido de carbono establecidos en el régimen de la UNFCCC (Newel y Bumpus, 2012) o de las alianzas público-privadas para atajar el cambio climático (Forsyth, 2010), la investigación en ecología política tiene mucho que aprender del activismo, y también mucho que ofrecer. Por otro lado, la justicia climática es también una cuestión de procedimiento (Shue, 2014) y una cuestión histórica (Walrenius et al., 2015) que necesita ser manejada con precisión por los investigadores en ecología política, más allá del estudio de casos aislados. La adaptación al cambio climático y la financiarización climática, temas que hasta hace poco venían recibiendo menos interés en ecología política, también se están consolidando (Taylo, 2014; Bracking, 2015).
Aunque las y los académicos de la ecología política tienden a entender el mundo desde una perspectiva crítica, como el sabio barbudo[1] dijo una vez, “lo importante es cambiarlo” (ver también Castree et al., 2010). En este sentido, la promesa de la ecología política va más allá de la simple identificación de las raíces y factores determinantes de la injusticia climática. Debería también ayudarnos a encontrar el camino que nos lleve a soluciones prácticas y políticas. No hace falta decir que soluciones como estas no llegan ni por sí solas, ni a través del trabajo consensuado de un “nosotros” universal. Así que la pregunta continúa siendo: ¿quién es ese “nosotros” capaz de enfrentar las postpolíticas desempoderantes de la gobernanza climática neoliberal? (Swyngedouw, 2010; 2013).
En respuesta a esta gobernanza climática postpolítica que desempodera, Chatterton et al. (2013) señala que el movimiento global por la justicia climática exhibe tres tendencias coconstitutivas: antagonismo, los comunes y solidaridad. El antagonismo se refiere a repolitizar el debate sobre el clima, proponiendo alternativas reales a nuestra civilización impulsada por combustibles fósiles. El énfasis en los bienes comunes lleva estas alternativas a la práctica, creando de forma colaborativa mecanismos para gestionar una transformación democrática, igualitaria y justa. Y la solidaridad sirve para conectar diferentes luchas ecológicas más allá de la brecha espacio-temporal Norte-Sur. La alianza por la justicia ambiental y los movimientos del decrecimiento de todo el planeta provienen de esta misma idea de solidaridad (Demaria et al., 2013; Martínez-Alier, 2012). En este sentido, mientras somos testigos de la mercantilización al por mayor de la naturaleza en nombre de la “economía verde”, también presenciamos una reacción constitutiva contra la administración adictiva a la economía dependiente del carbono (Healy, próxima publicación). Las alternativas están floreciendo. Baste con observar el auge en la praxis (Loftus, 2015) de las ciudades en transición, las economías solidarias, el postextractivismo, etcétera. No obstante, el reto al que las y los académicos en ecología política deben enfrentarse, más allá de la cumbre de París, es el de proveer a estas alternativas con los argumentos científicos que merecen para asestar el golpe de gracia a la mentalidad medioambiental neoliberal. Ahora, la tarea de la vibrante comunidad que crece día a día en torno a la ecología política, dentro y fuera de Europa[2], es la de imaginar más allá de lo inimaginable, más allá de París.
Referencias
BRACKING, S. (2015). “The Anti‐Politics of Climate Finance: The Creation and Performativity of the Green Climate Fund”, Antipode, 47 (2), pp. 281-302.
BUTLER, J. (2009). Frames of War: When is a Life Grievable. Nueva York: Verso.
CASTREE, N.; CHATTERTON, P. A.; HEYNEN, N.; Larner, W.; Wright, M. W. (eds.) (2010). The Point is to Change it: Geographies of Hope and Survival in an Age of Crisis. Chichester: John Wiley & Sons (Antipode Book Series; 12).
CHATTERTON, P.; FEATHERSTONE, D.; ROUTLEDGE, P. (2013). “Articulating climate justice in Copenhagen: Antagonism, the commons, and solidarity”, Antipode, 45 (3), pp. 602-620.
DEMARIA, F.; SCHNEDIER, F.; SEKULOVA, F.; MARTINEZ-ALIER, J. (2013). “What is degrowth? From an activist slogan to a social movement”, Environmental Values, 22 (2), pp. 191-215.
FORSYTH, T. (2010). “Panacea or paradox? Cross‐sector partnerships, climate change, and development”, Wiley Interdisciplinary Reviews: Climate Change, 1 (5), pp. 683-696.
HEALY, S. (forthcoming). “Psychoanalysis and the geography of the Anthropocene: Fantasy, oil addiction and the politic of global warming”. En: P. KINGSBURY y S. PILE (eds.). Psychoanalytic geographies. Ashgate Publishing, Ltd.
HEYNEN, N.; VAN SANT, L. (2015). “Political ecologies of activism and direct action politics”. En: T. PERREAULT, G. BRIDGE y J. MCCARTHY (eds.). The Routledge handbook of political ecology. Oxon: Routledge.
KLEIN, N. (2015). “What’s really at stake at the Paris climate conference now marches are banned”, The Guardian, 20-11-2015.
LATOUR, B. (2015). The other state of emergency, 23-11-2015, URL: http://www.bruno-latour.fr/sites/default/files/downloads/REPORTERRE-11-15-GB_0.pdf
LIVERMAN, D. (2015). “Reading climate change and climate governance as political ecologies”. En: T. PERREAULT, G. BRIDGE y J. MCCARTHY (eds.). The Routledge handbook of political ecology. Oxon: Routledge.
LOFTUS, A. (2015). “Political ecology as praxis”. En: T. PERREAULT, G. BRIDGE y J. MCCARTHY (eds.). The Routledge handbook of political ecology. Oxon: Routledge.
MARTÍNEZ-ALIER, J. (2012). “Environmental justice and economic degrowth: An alliance between two movements”, Capitalism Nature Socialism, 23 (1), pp. 51-73.
NEWELL, P.; BUMPUS, A. (2012). “The global political ecology of the clean development mechanism”, Global Environmental Politics, 12 (4), pp. 49-67.
NIXON, R. (2011). Slow Violence and the Environmentalism of the Poor. Cambridge y Londres: Harvard University Press.
SHUE, H. (2014). Climate justice: Vulnerability and protection. Oxford: Oxford University Press.
SWYNGEDOUW, E. (2010). “Apocalypse forever? Post-political populism and the spectre of climate change”, Theory, Culture & Society, 27 (2-3), pp. 213-232.
SWYNGEDOUW, E. (2013). “The non-political politics of climate change”. ACME: An International E-Journal for Critical Geographies, 12 (1), pp. 1-8.
TAYLOR, M. (2014). The Political Ecology of Climate Change Adaptation: Livelihoods, Agrarian Change and the Conflicts of Development. Londres: Routledge Press.
WARLENIUS, R.; PIERCE, G.; RAMASAR, V. (2015). “Reversing the arrow of arrears: The concept of “ecological debt” and its value for environmental justice”, Global Environmental Change, 30, pp. 21-30.
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* Istanbul Policy Center, Sabanci University
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[1] Nota de la traductora: El barbudo al que se refiere el autor es Karl Marx, en sus notas “Tesis sobre Feuerbach” (1845).
[2] Véase POLLEN, Political Ecology Network. Por ejemplo, http://politicalecologynetwork.com/.
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