Mario Mejía Gutiérrez*
INTRODUCCIÓN
Sonaría anacrónico, inclusive cercano a la demencia, al «deja vu», a simple ceremonia nostálgica de velorio expresarse en la línea de vía campesina (con minúscula) en esta época, donde quisieran ser dominantes los conceptos de empresarialidad, globalización, megaproyectos, sostenibilidad, desarrollo, etc. Y peor, tratar de hallarle perspectivas a la línea de vía campesina, que se suponía muerta desde la zoopatología europea del siglo XVIII y sepultada desde la agronomía europea del siglo XIX.
A consecuencia de la peste bovina de principios del siglo XVIII en Europa, se crea el primer instituto de zoopatología (científico) en 1747 en Lyon. El debate indica que el saber campesino del momento es incapaz de responder a las necesidades de la sociedad de la tasa de ganancia a nivel industrial. Al hecho de que la peste coincidiera con el paso de la ganadería de pastoreo campesino a la estabulación con miras industriales no se le dio importancia. Como ahora también la zootecnia industrial cierre los ojos a las vacas locas, a la gripa aviar, a la gripa porcina, para disimilar el contexto en que ocurren: ocurren en la línea industrial, y no en la línea campesina.
A consecuencia de la hambruna de las patatas, especialmente en Irlanda, alrededor de 1848, se establecen en Lyon y París las primeras escuelas de agronomía. De nuevo quedó demostrado que el saber campesino era incapaz de enfrentar una fitoepidemia nueva y virulenta. Pero la aparición del problema coincidía con el monocultivo repetitivo de alimento barato que la sociedad industrial necesitaba para sus míseramente pagados obreros, y que reñía con el sistema de rotaciones medievales campesinas.
La inserción de la ciencia (instrumento de la sociedad industrial) en la agricultura es a la vez la aparente defunción del saber campesino. Pero, el saber campesino sigue ahí, así sea clandestino, avergonzado por los científicos, resistiendo, apropiándose de otros conocimientos, sincretizando, mediante la fuerza acumulada que le dieron diez mil años precientíficos, desde el neolítico. Y es así como la vía campesina resulta ahora ofreciendo perspectivas frente a la empresarialidad moderna: frente a la mecanización, frente a los transgénicos, frente al cambio climático, frente a la crisis alimentaria, frente a la globalización.
FRENTE A LA MECANIZACIÓN EXTENSIVA
El trabajo manual rural como ocupación, como terapia, como oración. El sueño de Goldsmith, el fundador de The Ecologist, de una ruralidad de pequeños agricultores intensivos, entre otras cosas, realidad asiática.
La convicción de Masanobu Fukuoka, el inventor de la agricultura de no intervención, bajo principios hinayana budistas, según el cual la vida en una granja diminuta posibilitaba entrar en el camino del Tao. Y en esta línea, las propuestas de Mokiti Okada, Nitirén, y el Tenrykio. La convicción de Jean Marie Roger, del sur de Francia, de que «no es el hombre el que crea la manzana, sino Dios, que la produce de la nada».
La reserva espiritual en los pequeños agricultores asiá- ticos (a veces enfrentada a políticas públicas como las de colectivización a lo Mao, o de modernización a lo Pol Pot), en los pobres del campo, como los mayas, los arhuacos, los aymaras, los guaraníes, los quechuas, los campesinos andinos y los africanos.
FRENTE AL CAMBIO CLIMÁTICO
En diez mil años de vivir bajo el rigor o la bondad del clima, los campesinos han tenido que buscar y crear acomodamiento a la variabilidad climática.
El evento ambiental moderno llamado «cambio climá- tico» ha sido captado por las esferas de los poderes políticos y científicos, que, de nuevo, le niegan a la vía campesina una posibilidad. Crasa prepotencia que comienza a desinflarse en publicaciones como LEISA, Revista de Agroecología, Volumen 24, Nº. 4, marzo de 2009, Respuestas (campesinas) al cambio climático (ver www.latinoamerica.leisa.info), o como 1491, Nueva historia de las Américas antes de Colón, Charles C. Mann, 2006, capítulo de Amazonía (actitud precolombina frente a los meganiños).
A las condiciones más diversas de clima la vía campesina ha venido haciendo agricultura desde hace diez mil años, en contraste con el empantanamiento frente al cambio climático en que están los superpolíticos y supercientíficos del mundo. Les rindiera más la plata que se gastan en superviajes y superhoteles, si la invirtieran en conversar con campesinos que viven a condiciones extremas de clima; pero la prepotencia los enceguece.
FRENTE A LA DISPONIBILIDAD DE ALIMENTOS
En este tema es preciso tener en cuenta varios horizontes: el de los oligopolios de los principales alimentos en el mundo; el de las transnacionales que aspiran a controlar las semillas y los insumos para la agricultura; el del derecho humano a comer sano (salud con base en alimento sano, y alimento sano al alcance de los que viven debajo de los puentes); el del horizonte de los agrocombustibles, que encarecen y disminuyen la oferta de alimentos para los humanos; etc. Frente a cada uno de estos asuntos, la vía campesina ofrece una perspectiva.
Oligopolios sobre el alimento
Un puñado de transnacionales controla ya el mayoreo de los alimentos básicos. El menudeo urbano es captado por el sistema de los «supermarkets». La vía campesina de subsistencia queda relegada a modestos espacios en pequeñas poblaciones o en barriadas urbanas y pobres.
Sin embargo, se observa un movimiento que en parte reivindica a la vía campesina mediante los conceptos de seguridad, soberanía y autonomía alimentaria.
Oligopolio de las semillas y de los insumos agrarios
Consecuentemente con la mentalidad empresarial de tasa de ganancia y dominación de los recursos naturales, las «corporaciones de las ciencias de la vida» se unen al coro de la dominación a la humanidad por la semilla y el alimento. Las grandes compañías de las semillas artificiales, cientí- ficas: híbridos y transgénicos, eufemísticamente llamadas «mejoradas».
Una rama científica del conservacionismo con fines de lucro industrial ha propuesto congelar en el permafrost noruego la colección del germoplasma vegetal mundial.
La vía campesina lleva diez mil años en millones de nichos ecológicos del mundo conservando y creando germoplasma vivo en coevolución con las variabilidades del entorno. De esa fuente es de donde se surte el quehacer científico industrial. La vía campesina es una apuesta por la vida.
Salud con base en alimento sano
A esta premisa trata de responder el movimiento de agriculturas alternativas, en el cual se observan dos tendencias principales: Una, la que promueve la opulencia europea para el comercio certificado de alimentos orgánicos, biológicos o ecológicos. Dos, la tendencia más espiritual que promueve la comunión con el entorno, el respeto a la salud ajena, el alimento más como derecho humano que como mercancía. La primera premisa halla mayor eco en la vía empresarial, y la segunda en la vía campesina.
Los agrocombustibles
La «civilización» de la tasa de ganancia ha llegado a la mezquindad perversa de quitarles el pan de la boca a los más pobres para destinarlo a vehículos y comodidades.
La vía campesina privilegia la energía manual, los combustibles a base de leña, y además de privilegiarlos, los produce, o posee. Es autónoma energéticamente o está en condiciones de poderlo ser.
CULTURA, ESPIRITUALIDAD
Frente a la materialidad de la civilización de la tasa de ganancia, la vía campesina insiste en sus métodos ancestrales de saber (observación, intuición, inspiración, telepatía, revelación, tradición) que la diferencian de los métodos científicos en que predomina la racionalidad.
El positivismo de los siglos XVII y XVIII reemplazó la espiritualidad por la racionalidad. De modo que la vía campesina fue relegada a uno de los caminos de espiritualidad como lo entendieron Lao Tze (quien se retiró a servir cerdos después de escribir el Tao Te King); Gandhi (quien fue gerente de lechería y agricultor orgánico en el Ashram de Savarmati); Francisco de Asís (el místico hermano del lobo y de la luna); Juan de la Cruz (hortelano); Camilo (paradigma cívico romano); San Benito Abad (superado por la propuesta feudal); Fukuoka (el agricultor místico del budismo hinayana); Okada (el paraíso en la tierra a partir de Bondad, Verdad y Belleza); Roger (el agricultor místico del sur de Francia); Nitirén y su agricultura justa; Tenrykio y su culto a la naturaleza; los campesinos rastafaris y su reivindicación racial y política; la experiencia rural de los antiesclavistas, fundamentalistas norteamericanos del siglo XIX, como Thoreau y Emerson; y muchos más.
Pero la civilización de la tasa de ganancia insiste en su superioridad: el arte campesino es a duras penas artesanía; el «balet» se distancia de la danza popular; la música campesina no pasa de ser folklore; los iluminados campesinos construyen sectas, nunca religiones; el lenguaje «culto» desplaza a la expresión campesina; la cocina campesina no alcanza el grado de culinaria; y así sucesivamente… El mito no es historia. «Rezar» el cultivo o el ganado, enviarles energía mental, es superstición.
Los selváticos «emberas» del Litoral Pacífico colombiano construyen con solo sus dedos recipientes de fibra de palma tan finamente tejidos que pueden almacenar agua. Pero esto no es un milagro, es solo artesanía.
LA VÍA CAMPESINA ESTÁ VIVA
Los campesinos pobres de las sabanas colombianas, desconocedores precolombinos de la ganadería vacuna, construyeron su etnoveterinaria en solo trescientos años. Todo lo que manipulan ahora «las ciencias de la vida» se debe a creaciones campesinas.
El movimiento esenio de las ecoaldeas se ofrece como alternativa al «estrés» urbano, a la megamostruosidad habitacional. Y la esencia del movimiento esenio coincide con la vía campesina.
CONCLUSIÓN
Sugiero una mirada al pasado frente a las perspectivas del futuro. Como es arriba es abajo, y como es atrás es adelante. La vía campesina fue en el pasado la constructora de más de veinte civilizaciones, como lo relata Toynbee en su Historia del mundo, ninguna de ellas científica, en cinco mil años. La cultura científica lleva apenas doscientos.
Los indios amazónicos resolvieron con la «terra preta» hace mil setecientos años un problema que la ciencia moderna no ha podido: el manejo agrícola de las lateritas ecuatoriales.
Y, finalmente, en el plano de la construcción social, ahí están todavía ofertas como el Sumac Kawsay quechua y aymara y la constitución de la Federación Iroquesa. Y si la necesidad es de mitos, como afirma Rollo May, ahí sigue la utopía guaraní de Candire.
—
* Profesor de la Universidad Nacional de Colombia.
—