Título original: Planet of Humans [1]
Director: Jeff Gibbs
Productor: Michael Moore
Año:2020
Duración: 100 min
Reseña del documental: Gert Van Hecken* y Vijay Kolinjivadi**
Traducida por: Carlos Uxó
Palabras clave: lavado verde, crisis ambiental, sostenibilidad, crítica al capitalismo
Keywords: greenwashing, environmental crisis, sustainability, criticism of capitalism
Imagen 1: Portada del documental Planet of the Humans. Fuente: planetofthehumans.com
Recientemente, en coincidencia con el Día de la Tierra, se estrenó el documental Planet of the Humans (Planeta de los humanos), dirigido por Jeff Gibbs y producido por el cineasta Michael Moore, ganador de un Óscar. El film había levantado gran expectación, debido a los apasionantes documentales anteriores de Moore contra el establishment y sobre cuestiones políticas cruciales, con los que había obtenido diversos premios. El documental, narrado por el autoproclamado ambientalista Jeff Gibbs, se estrenó en línea y tuvo más de cuatro millones de visitas en menos de una semana. Los cineastas desgranan algunos de los mitos que rodean la producción de energía renovable a gran escala, como la solar, la eólica y la de biomasa, y argumentan que esas tecnologías son en sí mismas intensivas en materiales y dependen de la energía derivada de los combustibles fósiles, incluidos el carbón, el petróleo y el gas natural.
La película cuestiona con razón la «adicción al crecimiento» del capitalismo, así como las búsquedas empresariales de oportunidades rentables que se ofrecen a través del lavado verde, y expone la «estafa de la energía renovable» como una inquietante cooptación del ambientalismo por parte de los intereses impulsados por los combustibles fósiles. Esta línea de cuestionamiento es refrescante y muy bienvenida en un momento en que el sector privado y sus partidarios gubernamentales proponen la fe en el crecimiento ecológico como la principal solución para abordar las cuestiones ambientales. Los mensajes de la película son sumamente importantes, dado que se ha demostrado científicamente que no existe evidencia de que la degradación ambiental pueda revertirse mediante el crecimiento económico.
Desde su estreno, el film ya ha recibido considerables críticas tanto de expertos en energía renovable como de científicos y activistas del clima, que lo han tachado de peligrosamente engañoso y de atrasado respecto a los últimos avances en el sector de la energía renovable. Si bien simpatizamos con la objeción acerca de la forma en que la película tira a la basura la fruta sana junto con la podrida en lo que respecta a las energías renovables, creemos que estas críticas pasan por alto el énfasis del documental en el lavado verde corporativo en torno a esta energía. También creemos que la acusación de que la película toma una posición negacionista del cambio climático es claramente inexacta, dado que su enfoque central es la crisis ecológica asociada a la expansión económica. En última instancia, Planeta de los humanos demuestra que la energía renovable a gran escala es una solución falsa para satisfacer las necesidades insaciables de la sociedad industrial, una afirmación del todo válida. Incluso si las energías renovables pudieran sustituir por completo a los combustibles fósiles, no es sostenible una civilización industrializada basada en el crecimiento económico sin fin.
Nuestra preocupación radica en la superficialidad con que el documental señala los problemas ambientales causados por un capitalismo abstracto, sin centrar el análisis en las desigualdades históricas y estructurales de la acumulación de capital. Planeta de los humanos revienta de manera poderosa y convincente la burbuja del estilo de vida «ecológico» en la que tantos progresistas bienintencionados ponen sus corazones, almas y carteras. Sin embargo, pasa por alto los privilegios históricamente arraigados y las desigualdades estructurales de clase, género y raza que se encuentran en el corazón de las crisis ambientales.
Al tratarse de una película producida por personas blancas para otras personas blancas bienintencionadas, sin incluir las voces de los más vulnerables, que son los más afectados por el cambio climático y el colapso ecológico, no entiende por qué las preocupaciones ecológicas son una injusticia humillante para muchas personas y no simplemente una elección de estilo de vida. Si ser un «ambientalista de toda la vida», como afirma Gibbs al principio del film, significa tomar la elección individual de mudarse a una «casa ecológica» y ser más sostenible, entonces manejamos una comprensión muy estrecha y privilegiada de lo que significa el ambientalismo. La ausencia de algo más que imágenes fotográficas de las desigualdades estructurales de la destrucción ecológica es precisamente lo que hace que esta película sea muy simplista y por lo tanto peligrosa en la coyuntura actual.
Hay cuatro razones clave por las que la película no da cuenta de las crisis sociales y ecológicas entrelazadas del capitalismo.
1. Su narrativa agrupa a la humanidad en su conjunto como culpable de la degradación ecológica, así lo evoca su título y lo indica el recurso al tropo del Antropoceno como explicación universal de nuestra situación actual. Esta perspectiva neutraliza la poderosa influencia de la transformación histórica del mundo en paisajes estandarizados, calculables y controlables para replicar los imaginarios occidentales del mundo. No toda la humanidad es responsable del estado actual de las cosas. Algunos estamos más obligados que otros a lidiar con las consecuencias de una visión del mundo particularmente mortífera. La consecuencia de activar la idea del Antropoceno es que permite a las grandes industrias convencernos de que «nosotros», los anthropos, somos todos igual de responsables del cambio climático.
2. La película atiende a los puntos de vista occidentales sobre el ambientalismo de quienes no deben hacer frente a las injusticias estructurales de vivir en las zonas más contaminadas de las ciudades, morir por la contaminación atmosférica, ver sus tierras despojadas o sus opciones de vida determinadas por la precariedad de la mano de obra migrante y las remesas a las familias en el extranjero. Si bien el documental expone artísticamente la falacia en torno a las ilusiones de la llamada «economía verde», lo hace centrándose por entero en las opciones de estilo de vida, como la decisión de asistir a un concierto con energía solar o de adoptar una dieta basada en plantas. Aunque puede no haber sido la intención de los cineastas, este enfoque simplifica lo que se supone que implica el ambientalismo. Una consecuencia de esta lente ambientalista occidental unilateral es su singular enfoque en los partidarios y activistas de la energía renovable. El ambientalismo tiene menos que ver con epifanías inspiradas en la naturaleza y más con el apoyo a la toma de decisiones autónoma por parte de las comunidades vulnerables frente a la atroz contaminación ambiental, a la que ningún ser humano debería estar sometido. La justicia ambiental racializada tiene una larga historia en Estados Unidos. Es increíble que una película de esta naturaleza la deje de lado, especialmente dado el trabajo previo de Moore sobre la naturaleza racializada de los problemas ambientales, como la crisis del agua en Flint. En el film apenas se oye, y por menos de un minuto, una voz femenina que defiende las luchas de la gente racializada de los llamados países «en desarrollo» para exigir justicia ambiental.
3. Se culpa a la superpoblación como otro problema, junto con el implacable crecimiento económico, clave del proceso en que «nosotros» nos equivocamos como humanos. Esta perspectiva se equivoca al responsabilizar a las poblaciones de los llamados países en desarrollo y se alinea con las posiciones malthusianas y etnonacionalistas de los ecofascistas al «enverdecer» el odio entre las personas. Son puntos de vista descaradamente peligrosos e incluso podrían considerarse racistas, en especial si se tiene en cuenta que algunos movimientos ecologistas están profundamente arraigados en el sentimiento antiinmigratorio y la supremacía blanca. Esto es muy problemático porque el público de la película está aparentemente constituido por progresistas bienintencionados de clase media, cuyos sueños de un capitalismo alimentado por energías renovables se ven frustrados sin ofrecer ninguna alternativa. La consecuencia es que los medios de comunicación supremacistas blancos como Breitbart pueden secuestrar con facilidad un film como Planeta de los humanos, y parece que ya lo están haciendo.
4. Aunque tal vez no sea la intención de los cineastas, se da la paradoja de que la película crea una narrativa fácil de cooptar por los ecomodernistas que abogan por soluciones tecnológicas a los problemas ambientales. Les da luz verde para defender irresponsablemente la energía nuclear, al reivindicar el fracaso de las tecnologías renovables para alimentar una sociedad industrial. De hecho, dada la falta de alternativas ofrecidas, su silencio sobre el tema esencialmente aprueba la energía nuclear. Esa visión descontextualizada del potencial de las alternativas energéticas como la eólica y la solar cierra la puerta a las tecnologías de energía renovable sin reconocer el papel crucial que desempeñan como soluciones energéticas descentralizadas, en particular las enfocadas en garantizar la democracia energética para las comunidades de todo el mundo. En resumen, los sistemas de energía no pueden descontextualizarse del tipo de sociedad que se desea democráticamente. Al igual que los combustibles fósiles, la energía nuclear depende de actores poderosos y hegemónicos para impulsar y dirigir tanto la demanda como la oferta de energía, pero un futuro sostenible requerirá comunidades autónomas descentralizadas que tengan el control sobre su uso de la energía y su procedencia.
Las implicaciones del documental y sus respuestas se extienden más allá de sus fortalezas y debilidades específicas. Los debates construidos en torno al ambientalismo en general, sobre todo en los países industrializados, han tendido a caer en narraciones particulares que no comparten adecuadamente un compromiso ético y político con la justicia social y ambiental, las reparaciones por actos históricos de violencia colonial y los conocimientos y formas de ser alternativos. Estas narrativas a menudo abogan por una economía ecológica industrializada y de energía renovable, apoyan arreglos tecnológicos centralizados como la energía nuclear con consecuencias sociales y ecológicas potencialmente catastróficas o defienden el control de la población al acercarse peligrosamente a los ecofascistas.
Además, dado que la película tiene un enfoque estadounidense, estas posiciones equivalen a un debate entre colonos en tierras robadas sobre lo que cuenta como un futuro sostenible. La sorprendente ausencia de defensores de la tierra indígenas, su historia de lucha y las lecciones que se pueden aprender de ellos es otra oportunidad perdida para comprometerse de verdad con lo que podría significar la «sostenibilidad». Si bien estas preocupaciones van más allá de las intenciones de la película y tal vez del público al que va dirigida, es imposible ignorarlas dada la caracterización totalizadora de los problemas ambientales, como evidencia con claridad el título del film.
Una comprensión interseccional de las crisis ecológicas, y de cómo se entrelazan a la raza, el género y la clase, habría ofrecido una descripción más poderosa del estado de la situación ecológica del planeta. Los movimientos sociales globales alrededor del mundo, como Vía Campesina, y el movimiento de decrecimiento en los países industrializados occidentales conectan explícitamente las luchas sociales y ecológicas como una sola lucha, y ofrecen esperanza e inspiración con las florecientes alternativas ya existentes para reimaginar el mundo. Planeta de los humanos ignora las concepciones no occidentales de justicia y las comprensiones no mecánicas de las relaciones humanidad-naturaleza. Por lo tanto, los intentos de confundir el mensaje de la película con el decrecimiento son inexactos. Su impacto no podría haber llegado en peor momento, cuando la gente busca alternativas a la crisis capitalista en medio de una pandemia mundial.
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* Institute of Development Policy, University of Antwerp. E-mail: gert.vanhecken@uantwerpen.be
** Institute of Development Policy, University of Antwerp. E-mail: vijay.kolinjivadi@mail.mcgill.ca
[1] Este artículo fue publicado originalmente en Uneven Earth.
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