Rafael Poch de Feliu*
La novedad del año 2006 en China es la aprobación del programa de reforma integral del campo. Me pregunto si ese programa no es un «síntoma» importante, de un cambio de línea política e incluso, a largo plazo, de modelo económico. Anuncio de un cambio de recetario.
El motivo de mi pregunta es que; los campesinos son la mayoría de la población de China, lo seguirán siendo dentro de 20 o 30 años, han sido siempre determinantes para el rumbo del país, y parece que ahora su futuro no tiene solución dentro del actual modelo económico. Y todo eso afecta a la misma esencia del proyecto chino, común a Mao Tse Tung, Deng Xiaoping y sus sucesores.
Para explicar esa sospecha tendremos que responder primero a dos preguntas. Primera: ¿Qué está ocurriendo en China? Segunda: ¿En qué consiste el «milagro chino»?
EL MAYOR PROCESO DE URBANIZACIÓN DE LA HISTORIA
Lo que está ocurriendo en China es el mayor proceso de urbanización de la historia.
Por primera vez en la historia de la humanidad, en el siglo XXI los habitantes de las ciudades serán mayoría. China está en el centro de esa gran transformación planetaria. En los últimos veinte años, 200 millones han dejado de ser rurales para convertirse en urbanos. En los próximos años los planes oficiales para el 2020, prevén que entre 300 y 400 millones de campesinos más, dejen de serlo. Como cada habitante urbano chino consume tres veces y media más energía que su compatriota campesino, el problema de la sostenibilidad —que, naturalmente, no es un problema chino, sino global— se nos plantea con toda su crudeza… China está en el centro de todo eso.
Veamos ahora la segunda pregunta; ¿en qué consiste el «milagro chino»?
«MUCHA GENTE Y POCA TIERRA»
La respuesta habitual define ese «milagro» como un asunto de los últimos 25 años. Lo reduce al período post Mao en el que las autoridades chinas optaron por el capitalismo. En realidad el «milagro» comenzó con la Revolución China. No es un milagro de 25, sino de 57 años, que combina una fase comunista y otra capitalista, y que incluye desastres tan evidentes como; los del Gran Salto Adelante, la Revolución Cultural, y la enorme degradación medioambiental cuya exacerbación estamos presenciando ahora. O sea, es un «milagro» no muy divino y bastante humano.
Para los chinos, después de sumarlo y restarlo todo, la revolución fue ante todo el inicio de la restauración de la paz, la unidad nacional y el orden. También el renacimiento de una gran nación milenaria que había estado postrada más de un siglo a los extranjeros. Cuando Mao murió había, por primera vez en la historia para una gran parte de los chinos, suficiente comida, vestido y techo, acceso a educación básica y asistencia médica rudimentaria. Mejoró la condición de la mujer de forma radical, se acabó con el juego, el opio y la prostitución. El crecimiento económico medio anual fue del 6%, se construyeron diques, ferrocarriles, industrias, hospitales, escuelas, la población se dobló en treinta años. Pese a todos los sufrimientos y barbaridades del maoísmo, al pueblo chino le fue mejor, en parámetros como consumo medio de alimentos, mortalidad y esperanza media de vida, que a la inmensa mayoría de países del Tercer Mundo. China entró en la ONU y en su Consejo de Seguridad, siendo reconocida como un gran factor internacional.
Sin la Revolución de 1949 y la estatalización econó- mica de los cincuenta, Deng Xiaoping no habría podido realizar su propio «gran salto adelante», aprovechando con inteligencia determinadas posibilidades de la globalización. Por eso, cuando hablan de su actual renacer nacional, los chinos no comienzan la cuenta en 1979, sino en 1949, hablan de, «los esfuerzos continuados de varias generaciones de chinos» y ponen a Deng en una serie iniciada por Mao y Sun Yatsen.
Así pues, situados en esa perspectiva más amplia de 57 años. ¿Cuál es el verdadero «milagro chino»? La respuesta es: la resolución del problema «mucha gente/poca tierra» («Ren duo – Tian shao»). Es decir, un dilema básico de recursos. Ese problema es el principal quebradero de cabeza del proyecto chino desde la Revolución. Veamos;
Mucha gente
• Hoy tienen 1300 millones de habitantes. Para el 2020 China tendrá unos 1520 millones.
• No se llegará a la estabilización demográfica hasta el 2043, con el tope de 1550 millones de habitantes, es decir: rozando el límite de 1600 millones que es lo que se dice que el país puede sostener.
• Si se cumplen los actuales planes de urbanización, en el 2020 tendremos otros 300 o 400 millones más de campesinos urbanizados, pero seguiremos teniendo 800 millones de chinos rurales, la misma cifra que hoy. Aunque su proporción se haya reducido del actual 67% a un 53% del total, esa masa humana seguirá allá.
¿Cuál es el verdadero «milagro chino»? La respuesta es: la resolución del problema «mucha gente/poca tierra». (nuttyscientists.com)
Poca tierra
• Con sólo el 6% de la tierra cultivable del mundo, China da de comer al 22% de la población mundial.
• La proporción de tierra cultivable per cápita es ridícula; menos de la mitad de la media mundial, ocho veces menos que en Estados Unidos y la mitad que en India.
• La mitad de los campesinos chinos cultivan más para comer que para comercializar porque apenas les sobra nada, es decir: varios centenares de millones de chinos dependen vitalmente (en el sentido más literal) de la tierra.
Este delicado milagro se ha mantenido durante los 57 años, con diversas fórmulas. Todas esas fórmulas han tenido en común dos cosas que no han cambiado independiente de comunismo o capitalismo; 1. La consideración de que la tierra no es instrumento de producción, sino de supervivencia. Y 2. que su escasez se compensa mediante la igualdad y proporcionalidad del reparto.
Si se rompe ese equilibrio, aparecen la miseria y la inestabilidad.
En su última versión la fórmula ha consistido en un sistema genuino que distingue entre derecho de usufructo (familiar) y propiedad (colectiva), en el que la colectividad asigna la tierra a las familias, según el número de bocas de cada una de ellas. Si se rompe ese equilibrio, aparecen la miseria y la inestabilidad.
Históricamente ese equilibrio se logró a un precio enorme. Costó tres guerras, una revolución (cuya distribución disolvió la extrema pobreza del 38% de los campesinos sin tierra, o con tan poca que no les alcanzaba para comer) y mucha violencia con millones de muertos, pero su resultado ha mantenido durante más de medio siglo la «ventaja comparativa» de China con otros grandes países en desarrollo.
Si de Brasil se dice que es, «un país muy rico en el que solo se ven pobres», en China podemos decir que, «es un país pobre en el que se ven relativamente pocos pobres». En México la población rural pobre se estima en un 34%, en India un 36%, en China los pobres de ese tipo son muy pocos. Es verdad que hay 400 millones de personas (más del 30% de la población) viviendo con menos de dos dólares diarios, sin embargo, hasta ahora la cuestión rural en China está mejor que en la mayoría de los grandes países en desarrollo, pese a que sus condiciones objetivas, como hemos visto, sean más difíciles. Y no hay «favelas», ni caó- ticas megápolis de estilo indio. Ese es el milagro.
Para acabar de entenderlo, es necesario decir cuatro palabras sobre lo que ha pasado en el Tercer Mundo en materia de urbanización en los últimos setenta u ochenta años.
URBANIZACIÓN EN EL TERCER MUNDO
En el Tercer Mundo la urbanización comenzó a partir de 1920 y hasta el día de hoy mantiene el aspecto de un desastre. La razón es que el flujo masivo de campesinos hacia las ciudades tuvo lugar en el Tercer Mundo en ausencia de todo aquello que había presidido la urbanización en el mundo occidental-desarrollado en el siglo XIX.
La urbanización del Tercer Mundo se hizo; sin desarrollo económico, sin industrialización, y sin progreso en la productividad agrícola. Entre 1920 y 1980 los niveles de urbanización superaron en el Tercer Mundo entre un 60% y un 70%, a los de crecimiento del PIB per cápita. En los ochenta, las tasas de paro urbano en el Tercer Mundo, incluyendo subempleo precario, fueron del 30% al 40%. Desde los años sesenta, los barrios de chabolas adquirieron grandes proporciones; el 35% / 40% de la población urbana del Tercer Mundo vivía en ellos en 1970, entre el 40% y el 45% en los ochenta. La conclusión de Paul Bairoch, un gran especialista en urbanización, era contundente en 1985: «Tal como se ha producido en el Tercer Mundo durante medio siglo, la urbanización no ha contribuido al desarrollo, la ciudad ha contribuido al subdesarrollo, es un serio obstáculo y la agricultura ofrece la única solución». (Bairoch, 1988; Cities and Economic Development).
En ese mismo período, China, que reunía las mismas condiciones de partida que los demás países del Tercer Mundo, incluso todavía más acusadas (una alta densidad de población rural, una rápida disminución de la mortalidad, con consecuencias directas en la demografía, y una considerable diferencia de nivel de vida entre campo y ciudad), evitó las consecuencias de la explosión urbana porque realizó algo completamente diferente: una «industrialización sin urbanización». La producción no agrícola, que en 1962 representaba el 52% del ingreso nacional, ascendió al 64% en 1978, sin cambios en la proporción de población urbana. (Friedman, 2005; China´s Urban transition.)
Pero, ¿qué ha pasado en el Tercer Mundo desde la concluyente afirmación de Bairoch de 1985. Lo que ha pasado es que las cosas han ido a mucho peor. Hoy, «no hay nada del dolor que narraron Dickens, Zola o Gorki, que no exista en las ciudades del Tercer Mundo», dice un autor. Desde el trabajo infantil hasta el tráfico de mujeres y niños, la prostitución y la venta de órganos para transplantes, todo está ahí, a la vista de quien lo quiera ver. La masa estigmatizada como redundante aumenta año tras año, como un pesado fardo que no puede ser asumido, ni hoy ni en el futuro, por la economía global. (Davis, 2006. Planet of Slums).
El mundo de los barrios de chabolas, «un mundo humano feo, mayormente aislado de las solidaridades de subsistencia del campo e igualmente desconectado de la vida política y cultural de la ciudad tradicional», crece como una mancha de aceite. En 2001 había 921 millones de personas viviendo en esos barrios, el año pasado eran más de 1000 millones, es decir uno de cada tres habitantes urbanos del planeta.
Son el 6% de la población en los países desarrollados, pero el 78% en los países en desarrollo (el 99% de la población de Etiopia y Chad, el 98% en Afganistán, 92% en Nepal). Bombay tiene de 10 a 12 millones de habitantes en esos barrios, México y Dhaka entre 9 y 10, Lagos, El Cairo, Karachi, Kinshasa, Sao Paolo y Delhi, de 6 a 8 millones. La población global en chabolas aumenta en 25 millones de personas más al año, sobre todo en África. Para el 2030 o 2040, quizá serán 2000 millones. Esta es la crisis real del capitalismo. (ONU- Habitat. Informe sobre el estado de las ciudades del mundo 2006/2007.)
Veamos qué ha pasado en China desde los ochenta para acá. Recordemos que en 1978, los dirigentes chinos optan por el capitalismo y con el compran también la receta estándar de desarrollo.
En los ochenta y noventa, China fue el único país del mundo en desarrollo que logró llevar a cabo un gran programa de construcción de viviendas. La estrategia de urbanización fue múltiple; ampliar las ciudades grandes, desarrollar las medianas y las pequeñas y crear ciudades nuevas. A pesar de todo, no fue suficiente para albergar a todos los emigrantes y en los últimos años han aparecido los primeros síntomas de la típica «urbanización enferma» general, a la que, decíamos, China había logrado escapar en la primera fase de su desarrollo.
Veamos ahora cómo la actual crisis pone en cuestión todo el modelo.
LA CRISIS PONE EL MODELO EN CUESTIÓN
• La urbanización hace que la poca tierra que hay en China se convierta en menos: la ampliación de las ciudades, la construcción de otras nuevas, las infraestructuras, cuyo avance es frenético (41.000 kilómetros de autopistas en los últimos 16 años, otros 24.000 en los próximos cinco)… restan anualmente a la agricultura enormes cantidades de tierra: 6,6 millones de hectáreas en 24 años con más de 30 millones de campesinos afectados.
• Esa tierra restada a la agricultura es expropiada a gente que la necesita para comer. Gente que, en general, no puede ser absorbida por el mercado laboral industrial/ urbano. Gente que ve cómo, frecuentemente, el dinero de las indemnizaciones se lo quedan los funcionarios y sus parientes nuevos ricos.
• Esos 6,6 millones de hectáreas a precios de mercado son medio billón de euros en indemnizaciones de los que, según una estimación, el 90% ha sido robado a campesinos que han engordado a una minoría de nuevos ricos urbanos.
• Así que la gente sale a la calle y protesta. Oficialmente en diez años, las protestas violentas se han multiplicado por 8, cada año son más, (87.000 en 2005, 6% más que el año precedente) implicando a millones en tumultos cada vez más políticos. (Zhou Tianyong; Breaking Trough the Obstacles to Development. Guangzhou, 2005).
El recetario occidental de mercado dice que la agricultura china no es rentable (porque el 47% de la población laboral solo genera el 15% del PIB) y que hay que privatizar y rentabilizar. La receta desarrollista occidental ignora que esa escasa «productividad» ha «producido» la estabilidad general del país durante medio siglo y que la privatización acaba con el reparto equitativo que es su fundamento.
El postulado central de esa receta afirma la progresiva extinción del campesinado: un país desarrollado no tiene más de un 5% de campesinos en su población activa. Es desarrollado, precisamente, porque ha logrado urbanizar a toda esa masa, dejando en el campo a una minoría a cargo de una agricultura que se ha hecho superproductiva.
Pero en China, y en el mundo, donde más de la mitad de la población es rural, ésta receta no funciona. La mitad de la población mundial practica y depende de la agricultura campesina. En China un poco más (recordémoslo; el 67%; 800 millones sobre 1200 millones en el año 2000). Es imposible urbanizar a toda esa masa sin romper el «milagro» de medio siglo. Si ese excedente se ve forzado a emigrar a las ciudades solo podrá convertirse en población marginal establecida en suburbios, como es el caso de las grandes ciudades de África, América Latina, India, y Manila y Yakarta en Asia Sudoriental.
• Recordemos que esa agricultura superproductiva de Europa América del Norte y zonas de América del Sur, se logra a base de enormes «inputs» energéticos no renovables. Y que, tanto a nivel chino como a nivel mundial, no hay recursos energéticos para alimentar una agricultura superproductiva como la de los países centrales en los que vive el 15% de la población mundial. Incluso si los hubiera, ¿qué habría que hacer con los centenares de millones de campesinos «superfluos»?
Históricamente, Occidente solucionó el problema haciendo dos cosas; 1. Acaparando el grueso de los recursos energéticos globales (el modo de vida de los países más desarrollados se basa en eso) y, 2. Transfiriendo sus excedentes demográficos al «nuevo mundo». Ese esquema no sirve ni para China ni para el mundo en desarrollo en general. (O sea; no sirve para el 75% de la población mundial), porque no hay ninguna de las dos cosas; ni hay recursos para que todos vivan como nosotros, ni hay «nuevos mundos» donde mandar a los centenares de millones de campesinos superfluos.
Una solución es la violencia a gran escala, el genocidio y la guerra, la forma clásica en la que los hombres han solucionado históricamente sus problemas de mucha gente/escasos recursos, pero no parece que los chinos vayan a aceptarla. Además, en el mundo moderno, con su nueva capacidad técnica de socializar las armas de destrucción masiva, se han acabado las guerras coloniales fáciles de fusiles contra lanzas. Vemos que esas «guerras fáciles» continúan produciéndose (en Irak, en Afganistán o Yugoslavia), pero con la importante novedad que representa la creciente posibilidad y simpleza técnica de respuestas de destrucción masiva a cargo de los vencidos, los desesperados o los criminales… (el mensaje profundo, e ignorado, del 11-S neoyorkino).
Dicho esto, permítanme hacer una digresión sobre el «comunismo chino».
PERPLEJIDAD ANTE EL «COMUNISMO CHINO»
Una de las preguntas más comprensibles que se hace la gente cuando viene a China y ve; el capitalismo neoliberal desatado que hay allá, la voracidad del consumismo urbano, la explotación en las fábricas y el darwinismo social en asuntos como educación y sanidad, es, «¿qué tiene que ver esto con el socialismo?».
La respuesta más simple que podemos ofrecer es recordar que el régimen define su sistema como «socialismo con características chinas» y en que un país con tanto pasado esa apostilla contiene el grueso del concepto. Podemos añadir el consejo de no sobreestimar los decorados ideológicos y concentrarse en la esencia.
Y la esencia es que en los años 20 y 30 del pasado siglo, los chinos «compraron» el socialismo por las mismas razones por las que «compraron» el capitalismo en los ochenta: porque era lo más eficaz y exitoso que había en el mercado de las recetas de modernización.
Ahora ya casi lo hemos olvidado pero en los años treinta, la URSS salía prácticamente indemne de la crisis del 29 que asoló los Estados Unidos y otras potencias occidentales, y lograba crecimientos y avances muy notables. Hay documentos del Departamento de Estado norteamericano de aquella época en los se habla de las economías de planificación central, dando por supuesto su superioridad. Así que los chinos compraron lo más moderno que había en la tienda en aquellos momentos.
El «comunismo» era un producto que cada cual cocinaba a su manera y todos sabemos que la cocina china tiene bastante personalidad. Para nosotros es una cocina desconcertante, no sólo por la manera de prepararla, por sus sabores y olores, sino por la forma en que se sirve y se come (hasta el instrumento para llevársela a la boca es diferente), por sus prioridades (no se acaba con fruta, sino con una sopa de fideos) y por su «filosofía interna». El comunismo chino no tuvo relación directa con Marx, con Europa, sino que llegó traducido del ruso, procedente de Stalin alguien más cercano a Iván el Terrible que a los socialistas europeos. Así que, siguiendo con la analogía culinaria, podríamos decir, que lo de Mao, fue el «refrito de un refrito».
Para nosotros, occidentales, que observamos el mundo desde nuestro ombligo, capitalismo y comunismo son como la noche y el día, pero desde el punto de vista de un país en desarrollo, obsesionado por salir del agujero de la miseria y el retraso, esos dos sistemas están unidos por la misma lógica de modernización. En los ochenta, toda aquella evidencia de eficacia del comunismo se había acabado, y lo que el vendedor de la tienda de recetas decía que funcionaba (y lo que la experiencia sugería observando a los «tigres asiáticos» del entorno de China y la decadencia del bloque del este en Europa) era el capitalismo, así que los chinos lo compraron en los ochenta, sin ninguna ruptura interior, porque su impulso, ansia y objetivo en los ochenta, seguía siendo el mismo que el de los años treinta y cuarenta, y el mismo que el actual: construir un país fuerte y próspero.
Llegamos así a una definición simplista.
DEFINICIÓN DE «COMUNISMO CHINO»
En 1918, Lenin definió el comunismo ruso de una forma tan extraña como, «el poder de los soviets, más la electrificación de todo el país». Ahora podríamos decir algo aun más exótico sobre China; «el comunismo chino es construir una China fuerte y próspera más el Da Tong».
El «comunismo» era un producto que cada cual cocinaba a su manera y todos sabemos que la cocina china tiene bastante personalidad.
El «Da Tong», es el ideal confucioniano de la cohesión social derivada de una economía próspera y una sociedad estable.
Es una definición muy amplia, en la que cabe todo. Todo… siempre que contribuya a los objetivos de fortaleza, prosperidad, armonía y estabilidad.
RECAPITULACIÓN
Así que esta crisis pone en relación todo lo que aquí hemos ido enumerando como esencial: lo que hemos quedado era lo más importante que está ocurriendo (la urbanización/ industrialización en clave occidental) pone en peligro el milagro sostenido desde hace 57 años (el frágil equilibrio «mucha gente/poca tierra»), lo que a su vez compromete lo que hemos definido como verdadera esencia del comunismo chino (un país fuerte y próspero más el Da tong). De todo eso podemos, razonablemente, deducir, que vamos a presenciar una nueva búsqueda de recetas, como la de Mao en los años 20 o Deng en los setenta.
Desde 2002, se asiste a un cambio considerable en la estrategia del Partido Comunista Chino. El discurso oficial está comenzando a introducir enmiendas a la estrategia de desarrollo. En 2002 fue el concepto de creación de una «sociedad modestamente acomodada» (Xiaokang), que sugería preocupación ante la polarización social. Dos años después, en 2004, se introdujo el concepto de «desarrollo científico», que sugiere que el desarrollo/crecimiento puede no ser «científico» y estar mal concebido. En 2005 se acuñó el proyecto de construir una «sociedad armoniosa», que abunda en todo lo anterior, y en el 2006 se declara como primera prioridad del XI Plan Quinquenal 2006-2010, la «Edificación de un nuevo agro socialista», un programa de subvenciones, inversiones y ayudas al abandonado sector agrario.
En su formulación, estas enmiendas no tienen que ver directamente con el tipo de argumentos y datos expuestos aquí, sino que, naturalmente, son fruto de una percepción mucho más tecnocrática y administrativa de la realidad. Pero en esa percepción, la crisis rural es el factor decisivo, porque con un desarrollo rural estancado y sin perspectiva, no crece el mercado interno y China depende, cada vez más, de la demanda externa, que no puede sostener al país mucho tiempo sin exponerle a los serios riesgos intrínsecos de la incierta «economía global», el alias del capitalismo transnacional.
Desde un punto de vista histórico podemos constatar la centralidad de los campesinos en la historia moderna de China:
• Años treinta y cuarenta: Aunque la revolución no la hicieron ellos, porque los comunistas se la impusieron, los comunistas no habrían triunfado si por lo menos no hubieran tenido su consentimiento pasivo o parcial colaboración.
• Años cincuenta y siguientes: con la explotación campesina a cargo del estado comunista, precios agrarios bajos y venta obligatoria al estado para abastecer a las ciudades, se realizó la acumulación originaria de capital que sostuvo la primera industrialización socialista, sin la cual no habríamos tenido la reforma de Deng Xiaoping.
• Años ochenta: la reforma de mercado y la nueva prosperidad de Deng Xiaoping comienza, precisamente, en el campo: con la disolución de las comunas y la liberalización de la economía agraria familiar.
Y ahora podemos añadir que la actual crisis de China, una crisis de población/recursos en la que la urbanización/ industrialización está disparando la insostenibilidad, se manifiesta, sobre todo, en el campo y desde el campo.
CONCLUSIÓN
¿Qué hacer? ¿Qué harán los chinos?: Como he dicho, mi impresión es que están volviendo a mirar qué hay en la tienda, como hizo Mao en los veinte y Deng en los setenta. Pero la simple realidad es que esta vez no hay gran cosa en los estantes de esa tienda. De ahí algunas preguntas:
• ¿Cuál es la receta, el nuevo paradigma socio-económico, la ideología, más moderna hoy?, ¿la que más se adapta a las necesidades y preguntas existenciales de la humanidad en un mundo con mucha gente y recursos energéticos agotables?
• ¿Donde está el «plano» de ese sistema económico del futuro dotado de una racionalidad y una moral superiores, colectivista pero no dictatorial, mucho más pobre para los actuales ricos, pero más seguro a nivel global, responsable, ecológico y sostenible, capaz de realizar el «Da tong» la armonía universal confucioniana…?
De momento sólo tenemos una situación que empuja. La propia presión de la necesidad.
Con su crítica relación entre población y recursos, China está ahí, en el primer puesto de la situación, pero detrás estamos todos. Por eso me parece que es crucial el mundo rural en el debate sobre China, y por eso ese debate es, de alguna forma, el debate sobre el mundo de mañana.
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* Intervención en el Congreso, «China´s Rise: Global Perspectives», organizado por la Universidad Tsinghua de Pekín, el proyecto «Globalization and China» de la Academia China de Ciencias Sociales, y el «Centre of Asian Studies» de la Universidad de Hong Kong. Hong Kong, 15 y 16 de septiembre, 2006.
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