Jaime Vindel*
Resumen: El artículo revisa la trayectoria intelectual de Raymond Williams centrándose en las relaciones entre la cultura y la ecología. Con ese objetivo, se considera la originalidad de su obra en el contexto de los nuevos planteamientos materialistas surgidos a partir de la década de 1950 en ámbitos como la antropología o la new left. Ese repaso histórico permite abordar el binomio naturaleza-cultura en discusión con algunas teorías más recientes, así como destacar la actualidad del materialismo cultural de Williams para imaginar el arte como una forma de organización de la experiencia sensible que haga frente a los desafíos de la crisis ecosocial en curso.
Palabras clave: Raymond Williams, materialismo cultural, new left, arte, organización
Abstract: The article reviews the intellectual trajectory of Raymond Williams focusing on the relationship between culture and ecology. With this objective, it considers the originality of his work in the context of the new materialist approaches that emerged from the 1950s in areas such as anthropology or the New Left. This historical review allows for the addressing of the nature / culture binomial under discussion with some more recent theories, as well as highlighting the relevance of Williams´ cultural materialism when it comes to imagining art as a form of organization of sensitive experience that meets the challenges of the ecosocial crisis in progress.
Keywords: Raymond Williams, cultural materialism, New Left, art, organization
El nombre de Raymond Williams se encuentra asociado al origen de los estudios culturales. La crítica cultural y la historia social alumbraron en el contexto británico una serie de trabajos que se posicionaban contra la rigidez teórica del marxismo ortodoxo. Sin renunciar a una crítica materialista de la realidad social, Williams, E. P. Thompson y Stuart Hall cuestionaron que la cultura pudiera ser apreciada como un mero reflejo de la base estructural de una determinada sociedad. De ese modo, la new left aportó frescura a la teoría marxista en un momento de crisis aguda del movimiento comunista internacional, golpeado en 1956 por las revelaciones de los crímenes de Stalin en el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) y por la represión en Hungría de la insurrección de los consejos obreros encabezados por Imre Nagy (Fontana, 2011: 191-253). La gestación durante los años cincuenta de los estudios culturales como una reformulación del materialismo histórico coincidió con la aparición de un nuevo conjunto de aproximaciones a los vínculos entre la ecología y la cultura. De la mano de autores como Julian Steward, la ecología cultural surgió en el ámbito de la antropología como una corriente materialista que apostaba por pensar la interrelación entre los ecosistemas, la economía y las formas culturales que configuran las diversas comunidades humanas. Ese énfasis materialista en la concepción de la cultura contrasta con los acentos que el posmodernismo puso más tarde en la autonomía de las formaciones lingüísticas y culturales respecto a las bases materiales de la vida social.[1] Enfoques más recientes han tratado de suturar el abismo entre los rasgos deterministas y universalistas de las concepciones ecosistémicas materialistas —una tendencia detectada en diversas aportaciones de la ecología cultural, la sociobiología y la antropología marxista (Descola y Pálsson, 2001)— y el pluralismo culturalista que, aunque combate el reduccionismo del materialismo vulgar, deja intacto el concepto de naturaleza entendido como un trasfondo uniforme sobre el que se recorta la profusión de formas culturales.
Autores como Philippe Descola o Gísli Pálsson han insistido en que materialistas y culturalistas comparten el carácter eurocéntrico de la dualidad naturaleza-sociedad y han abogado por superarla a través del rescate de las epistemologías puestas en práctica por comunidades humanas no occidentales (Descola, 2012). Sin embargo, este giro decolonial pasa por alto que la articulación materialista entre naturaleza y cultura no tiene por qué caer ni en el determinismo ni en el dualismo. A menudo, la crítica planteada por autores como Descola parte de una caricaturización de las contribuciones del materialismo cultural y la biología evolutiva. Para los críticos más agudos de estos dos ámbitos, la cultura no es algo que se oponga a la naturaleza, sino más bien una declinación suplementaria de esta surgida de nuestra historia evolutiva. En oposición a los teóricos culturalistas, Terry Eagleton ha afirmado que “la cultura no es nuestra naturaleza, no; la cultura es algo propio de nuestra naturaleza” (Eagleton, 2001: 147). En sintonía con esta línea antropológica, el materialismo cultural de Raymond Williams trasladó a las sociedades modernas un análisis no determinista de las relaciones entre economía, cultura y ecología.
La concepción materialista de la cultura alumbrada por Williams, E. P. Thompson y Stuart Hall desde finales de los años sesenta combatió la rigidez de aquellos esquemas teóricos marxistas —consagrados por el estalinismo— que comprendían la cultura como una expresión supraestructural de la base económica de una determinada sociedad. La cultura era investida de un carácter holístico y material que pretendía explicar tanto la complejidad y la irreductibilidad de las diversas relaciones de poder que se producen en el seno de una sociedad (sin desmerecer por ello la crítica de la economía política) como el modo en que se inscribe de manera práctica y sensible (estética) en la vida cotidiana. Por ese motivo, Williams planteó una crítica radical del elitismo y la excepcionalidad que el escritor T. S. Elliot o el crítico literario F. R. Leavis habían conferido a la cultura.[2] Para Williams, la cultura era algo ordinario que elaboraba la gente común en su día a día (Williams, 1958). Como he comentado en otro lugar (Vindel, 2018), en la actualidad urge reeditar la operación practicada por el materialismo cultural con una concepción ecológica de la cultura que rescate ese enfoque holístico (sin obviar las discontinuidades, mediaciones y especificidades que afectan a las diferentes esferas de lo social, desde la política a la economía) y que incorpore tanto una crítica ecosocial de la praxis vital cotidiana como una puesta en valor de los elementos de la cultura popular o de los movimientos contraculturales que podrían ser rescatados y expandidos como prototipos de nuevos imaginarios ecosociales.
Imagen 1. Fragmento de la portada del informe «Los límites del crecimiento». Fuente: thenation.com/article/limits-growth-book-launched-movement/
Imagen 2. Raymond Williams. Fuente: introduccionalahistoriajvg.wordpress.com
El propio Williams aportó algunas ideas valiosas a lo largo de su trayectoria intelectual para esta reorientación ecológica del materialismo cultural. En el último de sus libros, titulado Hacia el año 2000 (Williams: 1984), subrayó la necesidad de actualizar las conclusiones esbozadas en uno de sus ensayos más conocidos, La larga revolución (Williams: 2003). Esa necesidad se derivó, entre otros motivos, del impacto que había experimentado tras conocer el informe Los límites del crecimiento (1972), encargado por el Club de Roma al MIT (Massachusetts Institut of Technology). Mucho antes que Naomi Klein, Williams se percató de que el estudio firmado por el equipo de trabajo encabezado por la biofísica y ambientóloga Donella Meadows “lo cambiaba todo”. La prognosis de las consecuencias del choque contra los límites biofísicos del planeta sobre el decurso de los ecosistemas socioambientales exigía una reconsideración de los imaginarios y los programas de la emancipación social. De manera sintética, Williams abogó por desplazar la crítica de los medios de producción hacia los medios de vida: el dogma de la productividad debía ceder paso a una comprensión del metabolismo ecosocial basado en los valores de la sostenibilidad (Williams, 1984: 306).
Ese desplazamiento también debía afectar a las organizaciones sociales de la clase obrera. En su primer libro, Cultura y sociedad (Williams: 2001a), había rescatado los hilos románticos de la tradición literaria británica que plasmaron la crítica del utilitarismo y del progreso. La escisión entre el campo y la ciudad practicada por el industrialismo moderno había implicado la bifurcación entre estética y praxis en la historia de la relación humana con la naturaleza. Absorbido por la sensibilidad pintoresca, el sujeto burgués contemplaba la naturaleza como un “agradable panorama” del que eran evacuadas las tareas productivas —y, con ellas, los sujetos que estaban resistiendo la política de cercamientos de los terrenos comunales— (Williams, 2001b: 163-170). Como es sabido, la figura de William Morris condensó la crítica romántica y ecológica del industrialismo decimonónico y el compromiso con el socialismo revolucionario (Thompson, 1988). Aunque admiraba a Morris,[3] Williams recelaba de las visiones idealizadas del pasado dominantes en un amplio sector del ecologismo de su tiempo y remontaba la destrucción ambiental humana hasta, al menos, el periodo neolítico.
Sin embargo, el aspecto de Cultura y sociedad que me interesa resaltar es que Williams consideraba los sindicatos como una de las producciones culturales más importantes del movimiento obrero. Esta comprensión de la cultura se complementaría más tarde con la interpretación que realizó en La larga revolución (1961) del arte como una forma de organización sensible de la experiencia social. La cultura y el arte aglutinaban, por tanto, esos dos aspectos: creación de formas de (auto)organización sociopolítica y reorganización estética de la realidad. En mi opinión, la relevancia de estas reflexiones hoy en día reside en una intuición muy presente en los teóricos culturales anglosajones de inclinación humanista y críticos con el desarrollo tecnológico —otro ejemplo es el sociólogo norteamericano Lewis Mumford—. A saber, que la regulación de la crisis del metabolismo socioambiental no puede sostenerse en presunciones tecnófilas basadas en el carácter salvífico del desarrollo de las fuerzas productivas (como presuponía la teleología histórica marxiana), sino en dotarnos de aquellas formas organizativas e institucionales duraderas que nos permitan racionalizar la relación entre la especie humana y la naturaleza. Para los movimientos ecosociales, siguen siendo válidas las reflexiones de Williams sobre el poder popular en los inicios del neoliberalismo:
Las modalidades de poder popular directo que se nos presentan como ejemplos [ ] tienen que lograr nuevas posibilidades de duración mediante la construcción de complejos sistemas de vinculación que puedan afrontar no solo las emergencias, sino la continuidad de la vida cotidiana. Solo así se puede evitar desembocar en un monopolio del poder (por un partido o una burocracia), mediante la profundidad y la diversidad de las instituciones (Williams, 1984: 149).
Ya en los años ochenta, en el contexto de las huelgas mineras que intentaron resistir la imposición de la nueva hegemonía neoliberal, Williams clamó por una reinvención de los discursos y las formas de acción sindicales para que, en lugar de validar la imagen corporativa generada por los medios conservadores, convocaran el interés general de la sociedad. En el contexto de la crisis ecosocial, esa pretensión contrahegemónica implicaba una crítica de la centralidad que la producción había ocupado en los imaginarios obreros. Sin embargo, esa crítica no debía ni debe implicar abordar la ecología al margen del mundo del trabajo, sino reconceptualizar este último en clave ecológica.[4] Si algo han compartido el ecologismo mainstream y el populismo de izquierdas, ha sido la exclusión de esta temática en sus análisis. El primero, con su premarxismo, no contempla el trabajo humano entre las fuerzas productivas acosadas por la dinámica entrópica del capital. Por su parte, la razón populista, con su insistencia posmarxista en resaltar el carácter contingente de las formaciones políticas y culturales, excluye del análisis social la materialidad de las relaciones de producción (Vindel, 2019: 185).
Autores contemporáneos como Hubert Zapf han avanzado, en el campo de la ecocrítica, una aproximación a los estudios literarios desde la óptica de la ecología cultural, al recoger las aportaciones de teóricos relacionados con la génesis y la evolución de los estudios culturales, como Williams (Zapf, 2016). El reto que enfrentan estos enfoques es evitar que las denominadas “humanidades ambientales” queden confinadas a un nicho académico, lo que reeditaría la evolución de los propios estudios culturales, de cuya vocación política inicial es testigo la obra del sociólogo galés. Nos interesa hacernos eco de esas contribuciones ecocríticas para sugerir su extensión al campo del arte y defender la inscripción de la cultura en la política de clase. Una ecología cultural materialista de las prácticas artísticas contemporáneas consistiría en dilucidar cómo estas pueden contribuir a una reorganización sensible de la vida social que favorezca la redefinición ecológica de los imaginarios y de las instituciones tanto existentes (desde los sindicatos sociolaborales hasta las universidades) como de las que puedan surgir en el futuro.
Williams sabía que el cambio social radical reside en la conjunción entre sentimiento y razón, imaginación y organización, esperanza y determinación (Williams, 1975: 76). El rescate de sus escritos permite complementar aportaciones más recientes en el ámbito de la estética y la filosofía política. Jacques Rancière ha descrito los disensos estéticos propiciados por el arte y la política como un desdoblamiento de la experiencia sensible que hacemos del mundo (Rancière, 2008), pero este filósofo no analiza cómo ese tipo de acontecimientos pueden activar una imaginación política que permita gestar nuevas formas de organización social y comunitaria. La articulación entre esas formas y una cultura material de vida alternativa a las dinámicas del sobreconsumo y el narcisismo subjetivo son imprescindibles para responder a los desafíos ecosociales de la crisis civilizacional. Es por esa conjunción entre organización y sensibilidad que la obra de Williams aún puede resultar inspiradora para redefinir en el presente las relaciones entre arte y ecología.
Bibliografía
Cevasco, M. E., 2003. Para leer a Raymond Williams. Buenos Aires, Universidad de Quilmes.
Descola, P., 2012. Más allá de naturaleza y cultura. Buenos Aires, Amorrortu.
Descola, P. y G. Pálsson, 2001. “Prefacio”. En P. Descola y G. Pálsson, Naturaleza y sociedad. Perspectivas antropológicas. México D. F., Siglo XXI, pp. 11-33.
Eagleton, T., 2001. La idea de cultura: una mirada política sobre los conflictos culturales. Barcelona, Paidós.
Fontana, J., 2011. Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945. Barcelona, Pasado y Presente.
Rancière, J., 2008. El espectador emancipado. Buenos Aires, Ellago.
Thompson, E. P., 1988. William Morris: de romántico a revolucionario. Valencia, Alfons el Magnànim.
Vindel, J., 2018. “(Apenas) un recuerdo de sol: acerca de la relación entre materialismo, cultura y ecología”. En J. Vintel (ed.), Visualidades críticas y ecologías culturales. Madrid, Brumaria, pp. 321-354.
Vindel, J., 2019. “Entropía, capital y malestar: una historia cultural”. En: A. Jappe, C. Rendueles, J. Dean, A. Athanasiou, M. E. Rodríguez Palop, J. Vindel y K. Ross. Comunismos por venir. Barcelona, Arcàdia, pp. 157-188.
Williams, R., 1958. “Culture is ordinary”. En R. Williams, 1989, Resources of hope. Culture, Democracy, Socialism. Londres, Verso, pp. 3-18.
Williams, R., 1975. “You’re a Marxist, Aren’t You?”. En R. Williams,1989, Resources of hope. Culture, Democracy, Socialism. Londres, Verso, pp. 65-76.
Williams, R., 1982. “Socialism and Ecology”. En R. Williams,1989, Resources of hope. Culture, Democracy, Socialism. Londres, Verso, pp. 210-226.
Williams, R., 1984. Hacia el año 2000. Barcelona, Crítica.
Williams, R., 2001a. Cultura y sociedad. 1780-1950. De Coleridge a Orwell. Buenos Aires, Nueva Visión.
Williams, R., 2001b. El campo y la ciudad. Buenos Aires, Paidós.
Williams, R., 2003. La larga revolución. Buenos Aires, Nueva Visión.
Zapf, H., 2016. Literature as cultural ecology. Londres, Bloomsbury.
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* Universidad Complutense de Madrid. Departamento de Historia del Arte. Este trabajo forma parte de los resultados de los proyectos de I+D+I HAR2017-82698-P y HAR2017-82755-P. E-mail: javindel@ucm.es.
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[1] Esta posición teórica se suele denominar culturalismo y contrasta con el carácter materialista que los estudios culturales tuvieron en su origen.
[2]Como señalara María Elisa Cevasco, pese a que las posiciones de ambos autores no eran equiparables, ambos compartían la idea de que, en la medida en que “la creatividad es excepcional, ella tiene que ser preservada en la tradición de una minoría” (Cevasco, 2003: 57).
[3] Williams asignó a Morris el enorme mérito de haber hecho confluir las tradiciones del ecologismo y el socialismo británicos (Williams, 1982). lisis﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽cologaciones entre economen inglay unas comillas de cierre que no se corresponden con unas comillas de apertura. t
[4] El trabajo debería desconectarse del salario para redefinirse con el bien común y la reparación ecosistémica como base, algo incompatible con la mercantilización de la fuerza de trabajo (Williams, 1984: 41-42).
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