Ignasi Puig Ventosa*
Tiendo a reservarme la opinión para cuestiones sobre las que siento que puedo hacer aportaciones con algo de criterio. En esta ocasión, pero, me arriesgo a opinar sobre un tema del que sé poco: las implicaciones ambientales del tiempo de trabajo. Hago esta excepción porque me parece un tema que recibe demasiada poca atención, considerando la importancia clave que a mi juicio tiene. Pero advierto: tengo más interrogantes que certezas.
¿Debemos trabajar más o menos? ¿Tiene esto relevancia ambiental? ¿En caso de abogar por una reducción del tiempo de trabajo, cómo debería hacerse? ¿Con o sin reducciones salariales?
Ante tales preguntas solo me atrevo a plantear una concatenación de opiniones: 1) globalmente, y muy particularmente en las sociedades industrializadas, por razones ambientales no solo tenemos que producir y consumir diferente, sino que tenemos que producir y consumir menos; 2) ello por lo general exigirá menos trabajo; 3) la forma de minimizar tensiones será repartir el trabajo y ello pasa principalmente por reducir la jornada laboral; 4) esto podría reducir los salarios reales (con cierta independencia de lo que sucediese con los nominales), lo cual es deseable desde el punto de vista ambiental porque conllevaría una reducción del consumo.
1. El primer punto es sin duda el que cuestiona más directamente la lógica económica imperante (más igual a mejor) y, sin embargo, es el que me parece más claro. Podemos tomar el enfoque I=PAT,1 las curvas de Kuznets ambientales, la Human Appropiation of Net Primary Production, la huella ecológica u otros enfoques. La conclusión es parecida: gran parte de los problemas ambientales del planeta (y sobre todo los más importantes) derivan de la escala del sistema económico, y por lo tanto ésta debe reducirse. Y, dicho sea de paso, no parece nada claro que un sistema que se fundamenta en el crecimiento continuo sea compatible con la noción de contención.
Los paladines de la ecoeficiencia defienden que de lo que se trata es de producir y consumir diferente, y que las soluciones las aportará la tecnología. Bienvenidas sean las nuevas tecnologías, pero no olvidemos el efecto rebote (o la paradoja de Jevons) (otra cuestión que debería merecer más atención): al hacer más eficiente el uso de un recurso lo estamos abaratando y ello conlleva un incremento de su consumo (p.e. al hacer más eficientes los automóviles, abaratamos su utilización y por tanto ésta se incrementa). En ocasiones, el consumo total tras la mejora de la eficiencia es incluso superior al que se daba con anterioridad.
2. Sobre si una economía contenida y ambientalmente más sostenible exige menos trabajo, se plantean tendencias contradictorias. Por un lado, hay numerosos sectores cuya ambientalización implicaría más empleo: generar la energía de forma descentralizada (p.e. eólica o solar) exige más trabajo que las formas centralizadas convencionales (p.e., nuclear o térmica); recoger selectivamente y reciclar exige más trabajo que los sistemas que pivotan sobre tratamientos finalistas (vertidos e incineradoras); la agricultura ecológica es más intensiva en mano de obra que la industrial, etc. Es importante avanzar en estos sectores con o sin reducción de la jornada laboral. Sin embargo, si la reducción total del consumo ha de ser significativa —y a mi modo de ver ha de serlo—, hará falta producir menos y ello requerirá globalmente menos trabajo. Más si cabe si se dan aumentos en la productividad de los trabajadores, los cuales sin embargo podrían verse condicionados por las menores dotaciones de capital y la menor complejidad de la división del trabajo que pueden darse en una economía de «menor tamaño», así como por el hecho que un mayor precio futuro de la energía —derivado de su creciente escasez— puede hacer inviables ciertas automatizaciones en los procesos productivos, que en el pasado fueron causa clave en los aumentos de productividad.
3. Si globalmente hace falta menos trabajo, la forma de no agudizar las desigualdades sociales es repartirlo y la principal vía para ello es acotar la jornada laboral.
(Nota: si la jornada laboral se ha ido reduciendo histó- ricamente, ¿qué extraña razón nos podría hacer pensar que estamos ante el umbral mínimo infranqueable?)
4. El último punto es quizás el que menos respaldos recabe. Reitero, es una opinión, no tengo certezas. Si se trata de que el consumo disminuya (y con ello su impacto), debe disminuir la capacidad total de compra y ello solo se da si trabajamos menos y también ganamos (y gastamos) menos. La reducción de las rentas reales encaja con que los salarios reales están vinculados con la productividad (aunque esto requiere muchos matices).
Por otro lado, reducir el tiempo de trabajo equivale a disponer de más tiempo de ocio, lo cual no está nada claro que facilite minimizar los impactos ambientales, puesto que muchas actividades de ocio son altamente intensivas en recursos naturales. Cabe pensar, sin embargo, que una menor renta disponible global podría significar menos gasto global en ocio y que, además, en ese contexto, el propio concepto de ocio podría variar significativamente.
Hasta aquí mi opinión… En la práctica, nada más ausente en el presente debate sobre cómo salir de la crisis que la reducción de la jornada laboral (ya no digamos su supuesta motivación ambiental).
El lema de «trabajar menos para trabajar todos» puede suscitar amplios apoyos. Por sí mismo tiene interés y ojalá avancemos en esa línea, pero por sí mismo (creo que) tiene poca incidencia ambiental. Lo ambientalmente relevante es completar dicho lema con la idea de «producir menos, ganar menos y consumir menos». Pero temo que de momento esta coletilla suscite pocos respaldos. Y los seguirá suscitando mientras la opinión mayoritaria continúe siendo que la degradación ambiental es un efecto incidental del sistema económico y no algo inherente a su lógica presente.
—
* Coordinador de proyectos de ENT, Medi Ambient i Gestió (www.ent.cat) (ipuig@ent.cat).
—
1 Según el cual los impactos ambientales son la resultante de tres factores: población, riqueza y tecnología.
—