Angélica Ordóñez Charpentier*

DOI: doi.org/10.53368/EP62PCCop02

Resumen: La producción y el procesamiento de carne animal son actividades insostenibles desde el punto de vista ambiental y social. Los modos de la agricultura moderna, específicamente la ganadería industrial, han promovido el surgimiento de más enfermedades zoonóticas, convertidas en pandemias. Además, es una industria contaminante, atenta contra los derechos de quienes trabajan en sus plantas, disminuye la biodiversidad, contribuye al cambio climático y fomenta la diseminación de patógenos en sus instalaciones y comunidades aledañas. En una crítica a las granjas industriales cárnicas (por su forma de producción insostenible y su crueldad hacia los animales —humanos o no—), se propone que la liberación total es un enfoque que trasciende la dicotomía animal-humano, sociedad-naturaleza y puede convertirse en un cambio paradigmático que contribuiría a enfrentar el colapso socioecológico que experimentamos actualmente.

Palabras clave: pandemia, liberación total, producción cárnica, trabajadores, ambiente

Abstract: Animal industrial farming and meat packing are two of the most unsustainable activities, socially and environmentally. Modern agriculture and factory farming have promoted zoonosis and pandemics. These activities are polluting, contributing to climate change, diminishing biodiversity, spreading viruses inside and outside their facilities, and threatening labour rights. This is a critical reflection on animal industrial farming that proposes Total Liberation as a way forward towards a paradigmatic change to cope with our current socio-ecological collapse.

Key words: pandemics, total liberation, meat production, workers, environment.

Introducción

El COVID-19 es una enfermedad causada por un tipo de coronavirus identificado en Wuhan (China) en diciembre de 2019. El 11 de marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente el COVID-19 como pandemia. El SARS-CoV-2 es parte de la familia de coronavirus SARS-CoV, que causa infecciones respiratorias y que apareció en 2002-2003. Esta familia de coronavirus infecta tanto a personas como a animales: los animales actúan como reservorio y no presentan sintomatología, mientras que en los humanos puede ser tan leve como una gripe común. En 2012 apareció el MERS-CoV, y en 2019, el SARS-CoV-2, causante del COVID-19. Esta enfermedad produce síntomas que, bajo ciertas condiciones, pueden causar la muerte. El coronavirus se recombina y reproduce en el aparato respiratorio humano y es capaz de crear mutaciones.[1]

Mike Davis (2020a: 13) afirma que una enfermedad infecciosa es mucho más que un patógeno y sus efectos: es un complejo ecosistema de evolución de una epidemia, moldeada por su ambiente natural y social, especialmente por el estado general de la salud pública. En efecto, los daños de brotes infecciosos se externalizan en los animales, cultivos, vida silvestre, espacios de trabajo, Gobiernos, sistemas de salud y sistemas agrícolas (Wallace et al., 2020: 8).

Existe una alta probabilidad de que el aparecimiento del COVID-19 sea el inicio de una era de plagas. Hasta el momento, ha causado alrededor de 219 millones de infecciones y 4,5 millones de muertes en todo el mundo. En el ámbito económico se cree que en países de la OCDE producirá años de estancamiento, alto desempleo estructural, crisis de deuda y desaparecimiento de millones de pequeños negocios. En países del Sur, la pandemia está catapultando el empobrecimiento de 500 millones de personas y el hambre en 265 millones de ellas (Davis, 2020a: 12). (Tramadol)

Este artículo argumenta que los modos de la agricultura moderna, específicamente la agroindustria, han promovido el surgimiento de más enfermedades zoonóticas, muchas de ellas agresivas y contagiosas. En una crítica a las granjas industriales cárnicas, por su forma de producción, su crueldad hacia animales —humanos o no—, se propone el enfoque de la liberación total como cambio paradigmático que contribuiría a enfrentar el colapso socioecológico actual.

¿Un virus originado en granjas?

Por milenios, las granjas en China fueron las más productivas del planeta, con patos y gallinas domésticos criados junto a cerdos, viviendo entre arrozales que se cosechaban dos veces al año. La siembra de arroz también atraía a aves migratorias que transmitían enfermedades a los patos y gallinas domésticos, quienes, a su vez, contagiaban a los cerdos, animales con un sistema inmune parecido al del humano. El traspaso de una enfermedad desde el cerdo hacia el humano (zoonosis) es tan fácil como catastrófica (Davis, 2020b). Actualmente, al menos el 60 por ciento de nuevos patógenos humanos se han originado de la zoonosis de animales silvestres hacia comunidades humanas.[2]

La producción agroindustrial, en algunas regiones, requiere deforestar grandes espacios de terreno para implantar monocultivos. Como consecuencia, las especies silvestres se ven obligadas a invadir circuitos periurbanos para alimentarse (Wallace et al., 2020: 5). La destrucción de barreras naturales entre poblaciones densas y reservorios de virus, bacterias u hongos es muy importante en la emergencia de enfermedades (Davis, 2020c). El COVID-19 emerge en la frontera de la producción capitalista. La agricultura industrial opera como nexo y como propulsor, permitiendo que patógenos de origen diverso migren hacia los sitios más remotos (Wallace et al., 2020: 6). La industria alimentaria, con su inherente apropiación de tierras, tiene la responsabilidad en el aparecimiento de infecciones que han costado vidas y perjuicios económicos a nivel global (Wallace, 2021).

Alrededor del mundo, la agricultura familiar —base de la seguridad alimentaria— se ha subordinado a la agricultura de exportación (Davis, 2020c). La agroindustria animal crea las condiciones para la emergencia y amplificación de epidemias, debido a la proximidad física y genética de billones de animales que subsisten en precarias condiciones de salud. Si bien las medidas de bioseguridad pueden reducir la probabilidad de la entrada de un patógeno en los criaderos, una vez que logra entrar, sus posibilidades de amplificación, diseminación y mutación también se multiplican (Espinosa et al., 2020). En efecto, poblaciones de gran tamaño y densidad facilitan la transmisión e infección recurrente de enfermedades. El hacinamiento de animales en estas granjas, o de humanos en las urbes, propicia un mayor contagio (Wallace et al., 2020: 8).

La producción ganadera industrial es el factor más importante en la proliferación de enfermedades zoonóticas, lo que afecta a la salud pública global. Por eso, se recomienda que individuos y Gobiernos reduzcan la producción y el consumo de carne para salvaguardar la salud mundial y el ambiente (Medeiros et al., 2020). Las plantas avícolas y las fábricas de ganado representan el 72 por ciento de la biomasa animal global. Las granjas industrializadas de animales se están expandiendo alrededor del mundo, creando verdaderas ciudades de cerdos y gallinas. En lugar de «planeta Tierra», dice Rob Wallace, tenemos «planeta Granja» (2021: 36).

La producción de carne animal y sus derivados mata a 75.000 millones de animales anualmente y produce el 51 por ciento de las emisiones globales de gas de efecto invernadero. Además, ocupa del 70 al 75 por ciento de tierra agrícola. Al mismo tiempo, la producción de carne a nivel global se ha triplicado en los últimos cuarenta años. Se predice que el consumo de carne aumentará un 73 por ciento más hasta 2050 (Arcari, 2017: 70). Las fábricas de animales generan mayor gas de efecto invernadero que el transporte, además de ser una fuente de degradación del agua y de la tierra.

La contaminación ganadera expele desechos animales, antibióticos y hormonas, químicos para talabarterías, fertilizantes y pesticidas. El sobrepastoreo afecta a los ciclos del agua y la renovación de sus fuentes, mientras que el fósforo y el nitrógeno provenientes del excremento animal contaminan y exterminan la biodiversidad marina (Steinfeld et al., 2006). Además, las lagunas de excremento de la producción ganadera también albergan toxinas y patógenos que contaminan las aguas superficiales y subterráneas. La producción ganadera acapara el uso de agua de lagos, ríos y acuíferos. Solamente la alimentación animal constituye el 98 por ciento de la huella de agua de la producción ganadera (Godfray et al., 2018).

Se estima que el 71 por ciento de la deforestación[3] de la selva amazónica en Sudamérica se realiza para instalar fábricas de ganado, y el 14 por ciento de esta deforestación se dedica al cultivo de soya y granos para consumo animal. Esto reduce la diversidad de especies de plantas, disminuye la cobertura vegetal y promueve una mayor erosión (Godfray et al., 2018: 5). La ganadería industrial es dominada por veinte países, incluyendo seis países megadiversos (Machovina et al., 2015: 423). Por ello, la reducción del consumo de carne en las dietas, sobre todo en países desarrollados, se considera como una estrategia eficiente para enfrentar la pérdida de biodiversidad y el cambio climático en regiones donde el consumo cárnico es alto[4] o se está expandiendo rápidamente (Stoll-Kleemann y Schmidt, 2017).

La evidencia es contundente: el consumo de carne es insostenible ambientalmente. La ganadería industrial tampoco es sostenible socialmente. En el ámbito laboral, las fábricas empacadoras de carne generan más contagios y muertes por COVID-19 entre quienes laboran en ellas que en otro tipo de industrias. En Estados Unidos existen cuatro grandes compañías de carne, cerdo y aves, que capturan hasta el 85 por ciento de su mercado y emplean a 500.000 personas, concentrando la producción en un oligopolio. Las empacadoras de carne animal son también susceptibles de diseminar virus respiratorios no solamente dentro de las fábricas, sino en las comunidades aledañas a estas (Taylor et al., 2020).

Por otro lado, las condiciones laborales de quienes trabajan en estas fábricas de ganadería industrial son inhumanas. Los camales[5] contratan a personas en situación migratoria irregular, que están en riesgo de deportación si protestan por sus condiciones laborales. La situación es tan humillante que las personas que trabajan allí deben usar pañales porque se les prohíbe ir al baño. Laboran hasta doce horas al día, siete días a la semana, sin seguro médico, y viven en míseros albergues provistos por quien les emplea. Si alguien toma un descanso, se lo despide inmediatamente. Los accidentes laborales van desde la tendinitis hasta cortes y mutilaciones. Se han reportado muertes, igualmente, por inhalar vapores venenosos de productos para limpiar la sangre animal (Muller, 2018: 91-93). Las industrias cárnicas usan mano de obra afroamericana y reclutan población de América Central y México, inclusive contratan personas en situación de refugio. La mayoría de quienes trabajan en esas fábricas pertenecen a minorías étnicas: alrededor del 61 por ciento son de origen afrodescendiente, latino o asiático (Montenegro, 2021). De acuerdo con Ribas (2015), hay un importante número de mujeres centroamericanas que, desde el año 2000, se han integrado a esta fuerza de trabajo de la industria cárnica, consolidando cadenas migratorias desde esa región hasta el sur de Estados Unidos.

 

Liberación total

La disyuntiva entre liberación animal, cuidado ambiental y la defensa de las y los trabajadores representa un falso dilema. Como se ha argumentado, existen consecuencias interrelacionadas de la producción cárnica en el bienestar animal, el medioambiente, la proliferación de pandemias y los derechos laborales. La opresión de los animales —humanos o no— está interconectada (Pellow, 2014).

La liberación total aglutina a un conjunto de movimientos que comparten la determinación de combatir todas las formas de desigualdad y opresión, y que se relacionan con el Frente de Liberación Animal y con el Frente de Liberación de la Tierra.[6] Estos grupos de corte anticapitalista, anarquista y enfocados en la acción directa no-violenta proponen reflexiones éticas basadas en la filosofía moral aplicadas a la relación entre animales —humanos o no—, y plantean el antiespecismo: ningún animal tiene derecho a vivir más que otro (Grubbs, 2021; Traïni, 2016).

Dentro de los valores y soluciones que propone esta gama de movimientos socioambientales está el de favorecer la agroecología y la agricultura sostenible para restaurar la diversidad biológica. Eso implica privilegiar el cuidado, el respeto y la protección de animales humanos y no humanos y de los ecosistemas; y la restauración y sanación de especies en peligro, con la construcción de santuarios. Paralelamente, se demanda luchar por la inclusión social, la diversidad cultural, la igualdad y la equidad. Esto requiere ejercer una ciudadanía política con compromiso por las causas que defienden la integridad, la verdad, la transparencia y valores como la compasión, la empatía, la interdependencia y la solidaridad (Freeman, 2020).

La desigualdad, en términos simples, determina qué vida es más valiosa que otra. Esta incluye ideas y prácticas, producto de la dominación y la injusticia, que crean privilegios dispares; y es resistida por quienes sufren sus consecuencias. La desigualdad socioecológica muestra que los humanos explotan ecosistemas, a animales humanos y a animales no humanos (Pellow, 2014, 8). La liberación total entiende la desigualdad como una amenaza hacia personas oprimidas, especies y ecosistemas, y se organiza en una lucha por la vida misma. La emergencia de la liberación total como enfoque propone una respuesta ante el colapso planetario y la amenaza de nuevas pandemias.

Conectar la dignidad de los animales —humanos o no— con el cuidado del entorno requiere un cambio hacia paradigmas basados en una economía centrada en la vida y no regida por el mercado. Esto implica restaurar el desigual intercambio entre Norte y Sur Global, deteniendo el despojo de tierras, favoreciendo la autonomía de la agricultura y las cooperativas, y promoviendo una economía circular (Wallace, 2021). Crear una sociedad plural, democrática, equitativa, diversa e inclusiva es necesario para vivir en un entorno que permita la vida en todas sus formas y que proteja al planeta del aparecimiento de nuevos patógenos y mortales pandemias. Esto demanda una economía moral basada en la empatía que promueva la liberación total del planeta.

Referencias

Arcari, P., 2017. «Normalised, human-centric discourses of meat and animals in climate change, sustainability and food security literature». Agriculture and Human Values, 34 (1), pp. 69-86.

Davis, M., 2020a. «C’est la Lutte Finale? Covid 19 and the Crisis of Humanity». Irish Marxist Review, 9 (27), pp. 12-25.

Davis, M., 2020b. «Mike Davis on pandemics, super-capitalism and the struggles of tomorrow». Entrevista realizada por Kouddous, S. A. Mada Masr (30 de marzo). Disponible en: https://www.madamasr.com/en/2020/03/30/feature/politics/mike-davis-on-pandemics-super-capitalism-and-the-struggles-of-tomorrow/, consultado el 27 de septiembre de 2021.

Davis, M., 2020c. «(Re) Enter the Monster: COVID-19 and the Crisis of Capitalism. An Interview with Mike Davis». Materialismo Storico, 9 (2), pp. 492-506.

Espinosa, R., D. Tago, N. Treich, 2020. «Infectious Diseases and Meat Production». Environmental and Resource Economics, 76, pp. 1019-1044.

Freeman, C. P., 2020. The Human Animal Earthling Identity: Shared Values Unifying Human Rights, Animal Rights, and Environmental Movements. Athens (Georgia), University of Georgia Press.

Godfray, H. C. J., P. Aveyard, T. Garnett et al., 2018. «Meat consumption, health, and the environment». Science, 361 (6399), eaam5324.

Grubbs, J. D., 2021. Ecoliberation: Reimagining Resistance and the Green Scare. Montreal/Kingston, McGill-Queen’s University Press.

Machovina, B., K. J. Feeley, W. J. Ripple, 2015. «Biodiversity conservation: The key is reducing meat consumption». Science of the Total Environment, 536, pp. 419-431.

Montenegro de Wit, M., 2021. «What grows from a pandemic? Toward an abolitionist agroecology», The Journal of Peasant Studies, 48 (1), pp. 99-136.

Medeiros, M. C., I. Soares, U. P. Albuquerque, 2020. «Animal-based food systems are unsafe: severe acute respiratory syndrome coronavirus 2 (SARS-CoV-2) fosters the debate on meat consumption». Public Health Nutrition, 23 (17), pp. 3250-3255.

Muller, S. M., 2018. «Zombification, Social Death, and the Slaughterhouse: U.S. Industrial Practices of Livestock Slaughter». American Studies, 57 (3), pp. 81-101.

Pellow, D., 2014. Total Liberation: The Power and Promise of Animal Rights and the Radical Earth Movement. Minneapolis, University of Minnesota Press.

Ribas, V., 2015. On the Line. Oakland, University of California Press.

Steinfeld, H., P. Gerber, T. D. Wassenaar et al., 2006. Livestock’s long shadow: environmental issues and options. Roma, Food & Agriculture Organization (FAO). Disponible en: http://www.fao.org/3/a0701e/a0701e00.htm.

Stoll-Kleemann, S., y U. J. Schmidt, 2017. «Reducing meat consumption in developed and transition countries to counter climate change and biodiversity loss: a review of influence factors». Regional Environmental Change, 17 (5), pp. 1261-1277.

Taylor, C. A., C. Boulos, D. Almond, 2020. «Livestock plants and COVID-19 transmission». Proceedings of the National Academy of Sciences, 117 (50), pp. 31706-31715.

Traïni, C. T., 2016. The Animal Rights Struggle. Ámsterdam, Amsterdam University Press.

Wallace, R., A. Liebman, L. Chaves et al., 2020. «COVID-19 and Circuits of Capital», Monthly Review, 72 (1), pp. 1-15.

Wallace, R., 2021. «Planet farm». New Internationalist (6 de enero). Disponible en: https://newint.org/immersive/2021/01/06/planet-fjf-farm.

* Docente-investigadora de la Universidad Andina Simón Bolívar (Ecuador). E-mail: angelica.ordonez@uasb.edu.ec

[1]. Un virus es un conjunto de genes parasíticos que intervienen en la genética de la célula invadida para hacer copias de sí mismos. Los virus basados en el ADN tienen un sistema que asegura una réplica idéntica. Los virus de ARN no pueden copiar genes sin errores, y el resultado son sus mutaciones con diferentes arquitecturas de aminoácidos (Davis, 2020b). Las variantes de un virus pueden ser más contagiosas o virulentas.

[2]. Otros patógenos zoonóticos recientes son: peste porcina africana, Campylobacter, Cryptosporidium, Cyclospora, Ebola Reston, E. coli O157:H7, fiebre aftosa, hepatitis E, Listeria, Nipah, Fiebre Q, Salmonella, Vibrio, Yersinia, y toda una variante de influenzas, que incluyen H1N1 (2009), H1N2v, H3N2v, H5N1, H5N2, H5Nx, H6N1, H7N1, H7N3, H7N7, H7N9, y H9N2 (Wallace et al., 2020: 7).

[3]. Como resultado de la deforestación tropical, más del 50 por ciento de insectos polinizadores están en riesgo de extinción, así como el 25 por ciento de las especies de mamíferos, el 15 por ciento de las aves y el 30 por ciento de las plantas. Todos estos cambios se exacerban en el contexto del calentamiento global (Godfray et al., 2018).

[4]. En promedio, una persona de Estados Unidos consume 200 libras de carne al año (Muller, 2018).

[5]. En Bolivia, Ecuador y Perú, «mataderos».

[6]. Más conocidos como ALF y ELF, por sus siglas en inglés.

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